domingo, 5 de noviembre de 2023

20 años sin Mario

Septiembre de 2003. Muy pocas semanas antes le dejaba, junto a Esozi -su mujer- y su hijo, en la isla de Lanzarote, que era el lugar apacible y situado a una más que razonable distancia del País Vasco en el que ellos pasaban sus vacaciones y yo tenía un apartamento. Yo había enviudado unos pocos meses antes y el encuentro con el matrimonio Onaindía constituía una oportunidad para la compañía y para mantener una inteligente conversación con ellos, en unos soliloquios que Mario convertía en verdaderas construcciones de sentido común y de profundidad intelectual irrepetibles e impagables, en tanto que su hijo correteaba con mi perro, al que había puesto por nombre el del cantante francés, Bécaud.


Calzaba de manera invariable Mario por aquellos tiempos unas sandalias y tenía los pies cubiertos por unos calcetines. "Parezco un guiri", se reía él de sí mismo, como si no hubiéramos advertido que era su enfermedad la que transformaba sus extremidades en verdaderos témpanos de hielo, incluso en pleno mes de agosto.


Porque la ironía, la mordacidad, eran características de Mario, que parecía a veces tan distanciado de su sombra que ésta, como la de Peter Pan, pudiera volar más allá de su propietario y tuviera que ser recosida en ocasiones para no perder su condición de tal. En este sentido recuerdo una de sus soflamas -siempre mesuradas, siempre cargadas de buen sentido, nunca exentas de dureza- contra el entonces presidente Zapatero, y que concluía con una amplia sonrisa, a la vez que nos aclaraba:


“Creo que soy presidente del partido que dirige este hombre… en Álava” -declaraba entonces como colofón a sus palabras.


Había detrás de él un largo derrotero político y personal. El proceso de Burgos, las dos penas de muerte y la condena a 51 años de prisión... pero además un largo proceso de reflexión que le llevó, primero, al abandono de la violencia, y después, a rechazar abiertamente esa vía. De la revolución pasaría a la reforma; y desde luego que, siendo una buena, inmejorable, persona, no caería en ese "buenismo" que caracterizaría a algunos políticos de su época.


Conocía Mario demasiado bien el mundo de ETA como para verse engañado por su palabrería, su chulería y sus mentiras. Sabía que lo poco o mucho de romanticismo bandolerista que había tenido en sus inicios, hacía tiempo que había desaparecido. Que aquellos primeros militantes que arriesgaban su pellejo en los atentados habían quedado sustituidos por los que accionaban una bomba a distancia, adosada a una bicicleta, con un móvil, como la que asesinó a Manolo Zamarreño algunos años más tarde.


No milité en su partido, al menos en los tiempos en los que su Euskadiko Ezkerra -o la parte de ella que ingresó en el PSOE-, pero sí le recuerdo presidiendo una asamblea de ¡Basta Ya! Algunos bienintencionados miembros de esa plataforma en Vizcaya pedimos -yo mismo, en concreto- que se convirtiera en una asociación, con unos estatutos, una directiva, una asamblea y una transparencia en su dación de cuentas -recibía al fin y al cabo recursos públicos-. Recuerdo que Mario me observó con una de sus largas miradas, dando después la palabra a otro componente del grupo. No hubo debate.


Y era que los fundadores de aquel grupo -y que algún tiempo más tarde crearían UPyD- creyeron que, en la medida en que ¡Basta Ya! careciera de estructura jurídica, podía ser activada y desactivada según la voluntad de sus dirigentes. Ese mismo sentido de patrimonialización del proyecto lo pretendieron llevar a UPyD, pero esta es otra historia.


20 años sin Mario. Dos o tres españas distintas, tres o cuatro países vascos que se dirían irreconocibles unos respecto de los otros, si no entendiéramos las claves de su deterioro, la deriva a la que están condenadas las sociedades que crean, destruyen y son incapaces de reconstruir a sus élites, a sus mejores. A la ocupación y "okupación" de los puestos de responsabilidad por los más mediocres y a una ciudadanía que -de tan acostumbrada como está a obedecer- carece de resortes para reaccionar por sí misma.


La nostalgia del recuerdo de Mario, de Esozi y de su hijo correteando con un alegre fox terrier al que no quisimos cortar la cola... por eso de que estética y libertad no es necesario que vayan siempre cogidas de la mano.

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