Situado en su disco “I’m your man”, publicado por Leonard Cohen en el año 1988, se trata de una versión en inglés del poema “Pequeño vals vienés” de Federico García Lorca. Ya les he contado en otra entrada de este mismo blog que el canadiense apreciaba enormemente al poeta español, hasta el punto de poner ese nombre -Lorca- a su hija.
“Poeta en Nueva York” -del que está rescatado este poema, convertido en un vals por el cantautor canadiense, es un libro de poemas surrealista escrito en esta ciudad entre 1929 y 1930. En ese año, Lorca sale del armario, se enamora de un hombre y le declara su amor. “Pequeño vals vienés” es un grito de amor desesperado lleno de imágenes surrealistas.
Sirva este texto como un doble homenaje a dos poetas. Español uno; canadiense y descendiente de una familia judía, el otro: un músico que entrelazaba dos corazones, como expresión de una Estrella de David presidida por la idea del amor y no de la confrontación. Por desgracia, quizás resulte inservible en estos tiempos.
Les invito, en todo caso, a revisitar la canción con la que Cohen homenajea a Federico, en la inicial composición que realizara el poeta granadino:
“En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals”.
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