lunes, 3 de diciembre de 2012

Cecilia entre dos mares (19). Cecilia llega tarde (Vi)

Cecilia Llosa depositó en el plato, colocados el uno junto al otro, la pala y el tenedor del pescado, después de haberse comido el bacalao de "El Amparo". - Estaba buenísimo, verdaderamente. - Me alegro que le haya gustado. ¿Quiere usted más vino? -No. Sírvase usted. Iturregui rellenó su copa hasta arriba, tras de lo cual trasegó una buena parte de la misma. - ¡Ah! No se lo había dicho a usted. Mañana publicaremos su poema. - ¡Qué rápido! Iturregui sonrió satisfecho. - Es curioso lo que ocurre con su poseía. La encuentro tan cercana, tan próxima a mí. - Ya me ha dicho usted eso otras veces. ¿Podría explicármelo? - Bueno. Ya que me lo pregunta, se lo diré. -Iturregui empleó unos segundos en ordenar sus ideas antes de comenzar su narración-. El otro día, en la Bilbaina, cuando leyó usted su poema sobre el amor, debo decir que me impresionó el texto. Estaba usted refiriéndose a un caso que yo comprendía muy bien, en el que yo me reconocía perfectamente. El caso del matrimonio que se acaba por la rutina, al que el desamor ataca como si se tratara se una maquinaria que se corroe por la roña. Pero no decía usted solo esto . Decía usted una cosa mucho más importante: que no se acaba la vida por eso, que la vida está llena de otras oportunidades y que el amor puede llamar de nuevo. ¡Eso decía usted! - ¿Le ha gustado entonces? - Sí. Le confieso que me ha encantado. Lo que yo pensaba era precisamente eso: que no se termina la vida a los cuarenta y cinco, que aún quedan muchas cosas por hacer. Incluso en el amor. También en el amor está la puerta entreabierta. Y si se abre, como decía usted en el poema, no hay que decirle que no. Yo, por ejemplo, nunca le diría que no a ese nuevo amor. Eso es lo que me parece importante. Es la historia de las sotanas que siempre han sublevado a la gente. - Ya. Yo tampoco he comprendido mucho las criticas que se han producido por ese caso. Me da la sensación de que esta es una sociedad muy clerical. - Está usted en lo cierto. Es una sociedad a la que, al menos, no le resulta indiferente el clero. Va todo el mune a la procesión, la mitad para desfilar detrás de ella, la otra mitad para enfrentarse. En todo caso, ya le digo que no me parece lo más importante de su poema. - No, desde luego. Yo hablaba de las sotanas como de cualquier otra justificación que podríamos ofrecer en nuestra sociedad a una situación de cierre a nuestras justas inquietudes de seguir vivos, de no renunciar a nuestro derecho a seguir existiendo en todos los planos de nuestra vida. A pesar de muchas cosas, a pesar de una mujer, de unos hijos... A propósito, ¿tiene usted hijos? - Cuatro. - ¿Chicos, chicas? - Dos y dos. - ¿Mujer? - Sí. - Ya. - Hay otras posibilidades y la vida no se acaba años cuarenta y cinco - repetía con obstinación Iturregui, más obstinadamente, si cabía, después de la respuesta de Cecilia, una pregunta que él había contestado tan secamente-. ¿No se lo parece a usted? - Por supuesto. Ya lo indico en un poema que ha publicado usted y que le ha traído algún complicación, según tengo entendido. Miguel -dijo Cecilia arrastrando la segunda sílaba-. ¿Le puedo llamar así? - Por supuesto, encantado, ¿Ce- Cecilia? - Sí. También esque ien que me llame así. Pues, Miguel, no quiero que tenga usted problemas por mi culpa. - No se preocupe. Usted encárguese de escribir buenos poemas, como está haciendo. Yo se los publicaré. Y quien no quiera entender, que se fastidie. - Se lo agradezco, pero parece como si estuviera usted peleando por mí. - Solo hasta cierto punto. Usted me cae ien, Cecilia. Pero existe la pelea por la libertad, que es mi libertad también, la de abrirme a otras posibilidades. Iturregui ya no miraba hacia el centro del comedor. Toda su expresión, sus grandes ojos oscuros habían recalado en ella, y en ella se quedaban, fijos. - Yo no estoy abierta a otras experiencias, Miguel. Pero tengo que decirle que también me cae usted bien. Un pesadísimo silencio se hizo entonces entre los dos. Un silencio que, Iturregui, con su habitual presencia de ánimo, rompió. - Supongo que esto no es una despedida final, Cecilia. Que volveremos a vernos. - ¿Quién ha dicho lo contrario? Supongo que me quedan bastantes cosas que publicar todavía... - Todas, todas las que quiera, Cecilia.

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