Jorge Brassens se encontraba más en la dimensión de la ultratumba que en el reino de los mortales. Se diría que un cansancio de siglos atenazaba hasta lo indecible sus articulaciones, sus músculos, incluida toda la capacidad de regir con su cabeza las diferentes apreciaciones de las cosas.
Y su organismo se convertía así en una especie de muñeco de feria, que se balanceaba según la dirección en que se le moviera. Por eso, Vic Suárez, debió llevarle con gran dificultad por la escalera de la casa de Anabel Rojo. Y ella también estaba cansadísima, pero sin magulladuras y sacando fuerzas de donde la flaqueza se las restaba.
Llegados al portal, los andares de un encorvado hombretón de ciento ochenta y cinco centímetros les esperaban. Francisco de Vicente caminaba la calle de arriba abajo y sin parar, como describía la canción. Detenía, sin embargo, su marcha al observar los esfuerzos de Vic por contener el desplazamiento de su marido hacia el triste suelo de la calle del Paseo de la Habana.
- ¡Espera, que te ayudo! –exclamó el doctor.
Y se plantó enfrente de la pareja sosteniendo el peso muerto de su primo.
- Gracias –musitó Vic, que de verdad expresaba con un profundo resoplido de conformidad la resuelta acción de Francisco.
Desembarazada del peso de su marido, Vic Suarez pudo echar una ojeada al vehículo hacia el que se dirigía De Vicente. Se trataba de un Porsche 4X4, clamorosa evidencia de la otrora magnífica posición económica de este.
- ¡Vaya coche! –exclamó ella.
- ¿Te gusta? –preguntó satisfecho el responsable de Sanidad de Chamberí-. La verdad es que me es muy útil por dos motivos…
- Te comprendo –dijo Vic, que esa noche estaba dispuesta a aceptar casi todas las cosas.
- … Por una parte, porque los barrios de Madrid están todos levantados y no se puede circular si no es con estos vehículos…
- … Y por la otra, porque un coche de esta cilindrada siempre te piuede sacar de un apuro –explicó Vic completando la frase.
- Exacto. Le pones el turbo y deja atrás a quien quieras.
Instalaron a Brassens en el asiento trasero derecho, como el otrora parlamentario vasco del PP había practicado algunos años atrás, en esa larga época de su vida en que vivía su vida protegido por dos escoltas. En este caso lo amarraron al asiento mediante el cinturón de seguridad. Vic se sentaba junto a Francisco de Vicente.
- ¿Adónde vamos? –preeguntó esta.
- A Chamberí, supongo.
- Primero a Serrano, a la antigua embajada de los Estados Unidos –afirmaría esta de manera resuelta-. Tengo que recoger mi coche.
- ¿No crees que eso puede quedar para más adelante? –preguntaría De Vicente después de observarla atentamente.
- Lo más urgente es que dispongamos de medios propios para resolver –afirmó Vic.
- Como quieras.
jueves, 29 de marzo de 2012
miércoles, 28 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (340)
- Y Santiago Jiménez seguía diciendo que esa solución, no hacer nada, en definitiva, era la mejor –explicaba equis-. Y lo decía por las siguientes razones…
- A ver reponía Brassens con cierta curiosidad.
- Porque no creaba ninguna ansiedad en su madre y su vida continuaba sin sobresaltos.
- Eso siempre piensan los hijos de los padres cuando estos están mayores, que cualquier novedad les produce una especie de “stress”…
- Ya –concedía equis-. La segunda, que no era necesario reducir salarios, porque su madre ya tenía dinero.
- Cosa que no se justificaba demasiado…
- También en eso estoy de acuerdo contigo –repuso equis-: la señora de Jiménez seguía viviendo por encima de sus posibilidades.
- ¿La tercera de las razones?
- Que si su madre tuviera 70 años los argumentos de Santiago Jiménez se parecerían a los de Raúl. Pero tenía 90, lo que cambiaba completamente la situación.
- Bueno. Todo es como el cristal a través del cual se miran las cosas…
- La solución de no hacer nada –continuaba equis- no requería de contribuciones de los hermanos en función del uso.
- También eso se lo había cargado…
- Lo cual, y pasamos al siguiente argumento, que durante 9 años no requería de una contribución igualitaria de los hermanos…
- ¿9 años?
- Eso decía Santiago…
- ¡Cada vez cambiana más las cifras!
- De hecho, siempre según el menor de los hermanos, todos los miembros de esa familia lo estaban pagando de forma equitativa a través de su herencia que iba desapareciendo progresivamente…
- Progresivamente y despilfarrando…
- Creo que eso no lo decía Santiago –ironizaría equis-. Seguía este diciendo que era importante que en la casa de Valladolid se tuviera cuidado con los gastos que fueran evitables con facilidad. Por ejemplo, que fueran los hermanos quienes pagaran los gastos del 90 cumpleaños de su madre…
- El chocolate del loro…
- Eso mismo. Luego, Santiago se despedía diciendo que a lo mejor el correo había resultado algo largo, aunque él así lo había preferido.
- Bueno –dijo Brassens-. Con eso terminaba el correo de Santiago. ¿Y qué venía después?
- El 28 de abril de ese año 2.010 escribía Alberto, el segundo de los hermanos.
- Vamos a ello.
- Según Alberto, el cruce de opiniones estaba resultando esclarecedor, pero que el punto de consenso no aparecía demasiado claro, lo cual invitaba a dejar las cosas como estaban, creyendo que estaba todo resuelto, cuando el horizonte a medio plazo no se presentaba tan halagüeño como aparentaba…
- A ver reponía Brassens con cierta curiosidad.
- Porque no creaba ninguna ansiedad en su madre y su vida continuaba sin sobresaltos.
- Eso siempre piensan los hijos de los padres cuando estos están mayores, que cualquier novedad les produce una especie de “stress”…
- Ya –concedía equis-. La segunda, que no era necesario reducir salarios, porque su madre ya tenía dinero.
- Cosa que no se justificaba demasiado…
- También en eso estoy de acuerdo contigo –repuso equis-: la señora de Jiménez seguía viviendo por encima de sus posibilidades.
- ¿La tercera de las razones?
- Que si su madre tuviera 70 años los argumentos de Santiago Jiménez se parecerían a los de Raúl. Pero tenía 90, lo que cambiaba completamente la situación.
- Bueno. Todo es como el cristal a través del cual se miran las cosas…
- La solución de no hacer nada –continuaba equis- no requería de contribuciones de los hermanos en función del uso.
- También eso se lo había cargado…
- Lo cual, y pasamos al siguiente argumento, que durante 9 años no requería de una contribución igualitaria de los hermanos…
- ¿9 años?
- Eso decía Santiago…
- ¡Cada vez cambiana más las cifras!
- De hecho, siempre según el menor de los hermanos, todos los miembros de esa familia lo estaban pagando de forma equitativa a través de su herencia que iba desapareciendo progresivamente…
- Progresivamente y despilfarrando…
- Creo que eso no lo decía Santiago –ironizaría equis-. Seguía este diciendo que era importante que en la casa de Valladolid se tuviera cuidado con los gastos que fueran evitables con facilidad. Por ejemplo, que fueran los hermanos quienes pagaran los gastos del 90 cumpleaños de su madre…
- El chocolate del loro…
- Eso mismo. Luego, Santiago se despedía diciendo que a lo mejor el correo había resultado algo largo, aunque él así lo había preferido.
- Bueno –dijo Brassens-. Con eso terminaba el correo de Santiago. ¿Y qué venía después?
- El 28 de abril de ese año 2.010 escribía Alberto, el segundo de los hermanos.
- Vamos a ello.
- Según Alberto, el cruce de opiniones estaba resultando esclarecedor, pero que el punto de consenso no aparecía demasiado claro, lo cual invitaba a dejar las cosas como estaban, creyendo que estaba todo resuelto, cuando el horizonte a medio plazo no se presentaba tan halagüeño como aparentaba…
martes, 27 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (339)
Bilbao-Cruces (Barakaldo), 20 de julio de 2.007
Querida Lorsen,
Llegaba ya el 11 de julio, fecha en la que debía mantener la reunión con Teresa Hermana y el Consejero de Sanidad. Una reunión que a mí me parecía decisiva.
Eran las ocho y cuarto de la mañana cuando me instalaba en la sala de espera del Departamento, en la Gran Vía de Bilbao.
Unos veinte minutos después hacía su aparición Inclán.
- Te estamos esperando -dijo con gesto afable. Y añadió-: Ha venido también la doctora Astigarraga, que es la jefa de pediatría de Cruces. Espero que no te importe.
Sonaba a una encerrona, pero yo me encontraba plenamente imbuído de una actitud negociadora, de modo que no protesté.
Después de un saludo un tanto protocolario y del habitual servicio de café, Inclán me dio la palabra.
Comencé por agradecer el apoyo del Consejero y recordé que él mismo la había sugerido.
Inclán me interrumpió para corregirme. Por lo visto no resultaba de buen tono reconocer ante sus subordinadas que la iniciativa partía de él.
- Llámalo "equis" -dije para atajar la discusión. Y proseguí.
Expliqué que me lo estaba pasando mal, que estoy viudo y soy diabético, y que había sufrido dos episodios de hipoglucemia desde que había empezado todo esto, el primero, la misma tarde en que conocía la noticia, precisamente en la consulta del endocrino.
Sé que mi voz sonaba entrecortada. Yo mismo la escuché.
Inclán me volvía a interrumpir.
- Eso no tiene nada que ver -observó-. Será porque te has pinchado con más insulina de la necesaria...
- Todo tiene que ver -observó Hermana, en un gesto que agradecí. No en vano, hace bastantes años, me daba una lipotimia en su presencia, cuando nos referíamos al futuro de Pilar. ¿Te acuerdas?
Seguí diciendo que todo el mundo coincidía en que se trataba de un caso excepcional, desde íñaki Viar hasta el Comité de Ética...
Teresa Hermana saltó como una pantera.
- No creo que debamos tener en cuenta ese informe -afirmó indignada-. Además que dice bastante del sentido ético de un médico que hace un reconocimiento sin avisar al centro y escribe un papel con apenas media hora de tiempo de exámen del paciente.
insistí entonces en que no me refería al informe sino a que existía un común acuerdo sobre la singularidad del caso.
Esta vez no fui interrumpido.
Así que continué explicando que, de acuerdo con el "principio de beneficencia", citado por el Comité de Ética, todos los afectados deben participar en la decisión. Y que esta era mi queja principal: que no se había tenido en cuenta a la familia, ni en la decisión; ni en el momento, que era el peor; ni siquiera había sido llamado por el Comité de Ética.
Pero esto todavía tenía solución -continué.
Para mí, el asunto debía contemplarse en el corto, medio y largo plazo.
En lo que se refería al corto plazo tendría una reunión con la Doctora Hermana, ya que entendía que el tratamiento no era el mismo que en la UCI, como decía el informe del Comité.
Teresa Hermana me volvía a interrumpir.
- El tratamiento es el mismo -aseguró.
Yo le dije que no, pero que ya lo trataríamos en su momento.
A medio y largo plazo -seguí- un cambio tan importante exigía de un plan individualizado -el Comité de Ética dice: "concretar de nuevo con la familia el tratamiento y los objetivos"-. Un plan en el que se expliciten los medios médicos, psicológico-psiquiátricos,de enfermería, atención a la enferma, apoyo institucional y de voluntariado a Pilar y a la familia...
Había que definir la transitoriedad.
¿Va a existir una unidad para este tipo de casos?
La situación ideal sería que hubiera una unidad con más gente que tuviera unas características similares a las de la UVI..
Nuestra hija interactúa con el medio en que se encuentra.
Una vez superado el primer impacto del cambio, el peligro es la pérdida de vitalidad. Se puede ir apagando. La evaluación debe hacerse en el término de unos meses.
Y todo lo que pedía debía hacerse con la participación de la familia.
- Y esto es lo que quería decir -terminé.
Debo contarte que el Consejero se ausentó en dos momentos a lo largo de mi exposición, de modo que tuve que repetir las partes que él no había escuchado, especialmente la última, que era la que más le concernía.
Era el turno de la doctora Hermana.
Tere empezó mostrando su extrañeza por el giro que había tomado el asunto. Dijo que sentía mucho cariño por Pilar y por mí.
- Estas decisiones no se consensúan con la familia -continuó-. Lo que está claro es que Pilar no precisa de la UCI.
Añadió que se la había mantenido ahí por razones que no eran del caso -imagino que se estaba refiriendo a tus depresiones.
Añadió que había solicitado su opinión ante el Comité de Ética dada mi reacción. Y que junto al "principio de beneficencia" está el de autonomía, que debe ser prestado por la familia.
En su opinión, el consenso con la familia en cuanto al tratamiento, se refiere a hasta dónde se debe llegarse en el ámbito médico en un caso excepcional. -No es eso exactamente lo que decía el informe.
Según ella, Pilar está muy contenta y recibe el mismo tratamiento que en la UCI.
Para terminar vino a decir que yo debería estar muy agradecido, porque la decisión habitual en estos casos era llevarla al domicilio familiar. Que se había tomado esa decisión, y no sin resistencia.
Estaba claro que la doctora Astigarraga no venía de comparsa. Había llegado su momento e iba a utilizarlo de acuerdo con mi suposición: iba a ejercer de mamporrera.
Empezó diciendo que, aparte de los principios que habíamos enunciado Teresa Hermana y yo, estaba el de igualdad.
- Se pide el acompañamiento de la familia -añadió.
- El hospital de Cruces es para agudos y estos casos deben situarse en el domicilio familiar -insistió..
Dijo que la familia debe acompañar a la paciente durante las 24 horas.
- También por la noche, entonces -observé yo.
Astigarraga movió la cabeza en señal de afirmación.
Yo moví también la cabeza para expresar mi perplejidad. No había entendido nada. Se creía que por llevar como segundo apellido el de "Lorensen", la niña tenía acceso a todos los recursos del mundo. Podía haberle contado que tu padre iba a ver a su nieta, todos los días, en autobús.
La doctora Hermana debió percibir mi gesto,, porque terció diciendo que siempre pueden pasar cosas muy graves, incluso si el paciente vive con su familia. Y contó algún caso que ella había conocido. Yo evoqué el suceso del hijo del Consejero de Educación, que había fallecido recientemente de muerte súbita, a cuya cuestión se agregó Inclán.
Ahora era el turno del Consejero. Dijo que, para él, se unían el medio y el largo plazo.
Había que valorar las circunstancias personales, que yo vivía solo y soy diabético. No cabía entonces la posibilidad de llevarla a casa.
Tampoco se podía pedir que la familia pagara una asistencia permanente, de modo que casi ni hiciera falta que la visitaran. No todo el mundo estaba en condiciones de hacerlo.
Se comprometió a mirar si existía algún otro centro. Hasta ahora no había otra posibilidad, pero a partir de los 18 se abrían otras expectativas.
Hablaría con el Diputado de Bienestar Social de Vizcaya. Para él, el asunto se refería más a ese aspecto que al médico.
Había terminado la reunión. Me despedí como al principio, con dos besos para Tere y la mano para la mamporrera. A la primera le anuncié visita, a la segunda le dije un "encantado" que para nada sentía.
Inclán me acompañó hasta la salida. Me encontraba un tanto aturdido. El Consejero repitió alguna de las consideraciones que había hecho durante la reunión.
Volvía a la sala, debía tratar otros asuntos con las médicas.
Cuando llegué a la calle, el aturdimiento se transformó en un leve mareo. Aún así encontré alguna fuerza para llegarme a pie hasta casa y una razón para hacerlo: quería que la brisa fresca de esa mañana de verano me diera en la cara.
Tenía sentimientos encontrados en relación con la entrevista que acababa de concluir. Había un compromiso de trabajo, era cierto; pero era cuestión de tiempo. ¿Lo soportaría Pilar? Hasta ahora parecía que sí. ¿Y yo? Empezaba a tener mis dudas.
Seguiré informando.
Un beso.
Querida Lorsen,
Llegaba ya el 11 de julio, fecha en la que debía mantener la reunión con Teresa Hermana y el Consejero de Sanidad. Una reunión que a mí me parecía decisiva.
Eran las ocho y cuarto de la mañana cuando me instalaba en la sala de espera del Departamento, en la Gran Vía de Bilbao.
Unos veinte minutos después hacía su aparición Inclán.
- Te estamos esperando -dijo con gesto afable. Y añadió-: Ha venido también la doctora Astigarraga, que es la jefa de pediatría de Cruces. Espero que no te importe.
Sonaba a una encerrona, pero yo me encontraba plenamente imbuído de una actitud negociadora, de modo que no protesté.
Después de un saludo un tanto protocolario y del habitual servicio de café, Inclán me dio la palabra.
Comencé por agradecer el apoyo del Consejero y recordé que él mismo la había sugerido.
Inclán me interrumpió para corregirme. Por lo visto no resultaba de buen tono reconocer ante sus subordinadas que la iniciativa partía de él.
- Llámalo "equis" -dije para atajar la discusión. Y proseguí.
Expliqué que me lo estaba pasando mal, que estoy viudo y soy diabético, y que había sufrido dos episodios de hipoglucemia desde que había empezado todo esto, el primero, la misma tarde en que conocía la noticia, precisamente en la consulta del endocrino.
Sé que mi voz sonaba entrecortada. Yo mismo la escuché.
Inclán me volvía a interrumpir.
- Eso no tiene nada que ver -observó-. Será porque te has pinchado con más insulina de la necesaria...
- Todo tiene que ver -observó Hermana, en un gesto que agradecí. No en vano, hace bastantes años, me daba una lipotimia en su presencia, cuando nos referíamos al futuro de Pilar. ¿Te acuerdas?
Seguí diciendo que todo el mundo coincidía en que se trataba de un caso excepcional, desde íñaki Viar hasta el Comité de Ética...
Teresa Hermana saltó como una pantera.
- No creo que debamos tener en cuenta ese informe -afirmó indignada-. Además que dice bastante del sentido ético de un médico que hace un reconocimiento sin avisar al centro y escribe un papel con apenas media hora de tiempo de exámen del paciente.
insistí entonces en que no me refería al informe sino a que existía un común acuerdo sobre la singularidad del caso.
Esta vez no fui interrumpido.
Así que continué explicando que, de acuerdo con el "principio de beneficencia", citado por el Comité de Ética, todos los afectados deben participar en la decisión. Y que esta era mi queja principal: que no se había tenido en cuenta a la familia, ni en la decisión; ni en el momento, que era el peor; ni siquiera había sido llamado por el Comité de Ética.
Pero esto todavía tenía solución -continué.
Para mí, el asunto debía contemplarse en el corto, medio y largo plazo.
En lo que se refería al corto plazo tendría una reunión con la Doctora Hermana, ya que entendía que el tratamiento no era el mismo que en la UCI, como decía el informe del Comité.
Teresa Hermana me volvía a interrumpir.
- El tratamiento es el mismo -aseguró.
Yo le dije que no, pero que ya lo trataríamos en su momento.
A medio y largo plazo -seguí- un cambio tan importante exigía de un plan individualizado -el Comité de Ética dice: "concretar de nuevo con la familia el tratamiento y los objetivos"-. Un plan en el que se expliciten los medios médicos, psicológico-psiquiátricos,de enfermería, atención a la enferma, apoyo institucional y de voluntariado a Pilar y a la familia...
Había que definir la transitoriedad.
¿Va a existir una unidad para este tipo de casos?
La situación ideal sería que hubiera una unidad con más gente que tuviera unas características similares a las de la UVI..
Nuestra hija interactúa con el medio en que se encuentra.
Una vez superado el primer impacto del cambio, el peligro es la pérdida de vitalidad. Se puede ir apagando. La evaluación debe hacerse en el término de unos meses.
Y todo lo que pedía debía hacerse con la participación de la familia.
- Y esto es lo que quería decir -terminé.
Debo contarte que el Consejero se ausentó en dos momentos a lo largo de mi exposición, de modo que tuve que repetir las partes que él no había escuchado, especialmente la última, que era la que más le concernía.
Era el turno de la doctora Hermana.
Tere empezó mostrando su extrañeza por el giro que había tomado el asunto. Dijo que sentía mucho cariño por Pilar y por mí.
- Estas decisiones no se consensúan con la familia -continuó-. Lo que está claro es que Pilar no precisa de la UCI.
Añadió que se la había mantenido ahí por razones que no eran del caso -imagino que se estaba refiriendo a tus depresiones.
Añadió que había solicitado su opinión ante el Comité de Ética dada mi reacción. Y que junto al "principio de beneficencia" está el de autonomía, que debe ser prestado por la familia.
En su opinión, el consenso con la familia en cuanto al tratamiento, se refiere a hasta dónde se debe llegarse en el ámbito médico en un caso excepcional. -No es eso exactamente lo que decía el informe.
Según ella, Pilar está muy contenta y recibe el mismo tratamiento que en la UCI.
Para terminar vino a decir que yo debería estar muy agradecido, porque la decisión habitual en estos casos era llevarla al domicilio familiar. Que se había tomado esa decisión, y no sin resistencia.
Estaba claro que la doctora Astigarraga no venía de comparsa. Había llegado su momento e iba a utilizarlo de acuerdo con mi suposición: iba a ejercer de mamporrera.
Empezó diciendo que, aparte de los principios que habíamos enunciado Teresa Hermana y yo, estaba el de igualdad.
- Se pide el acompañamiento de la familia -añadió.
- El hospital de Cruces es para agudos y estos casos deben situarse en el domicilio familiar -insistió..
Dijo que la familia debe acompañar a la paciente durante las 24 horas.
- También por la noche, entonces -observé yo.
Astigarraga movió la cabeza en señal de afirmación.
Yo moví también la cabeza para expresar mi perplejidad. No había entendido nada. Se creía que por llevar como segundo apellido el de "Lorensen", la niña tenía acceso a todos los recursos del mundo. Podía haberle contado que tu padre iba a ver a su nieta, todos los días, en autobús.
La doctora Hermana debió percibir mi gesto,, porque terció diciendo que siempre pueden pasar cosas muy graves, incluso si el paciente vive con su familia. Y contó algún caso que ella había conocido. Yo evoqué el suceso del hijo del Consejero de Educación, que había fallecido recientemente de muerte súbita, a cuya cuestión se agregó Inclán.
Ahora era el turno del Consejero. Dijo que, para él, se unían el medio y el largo plazo.
Había que valorar las circunstancias personales, que yo vivía solo y soy diabético. No cabía entonces la posibilidad de llevarla a casa.
Tampoco se podía pedir que la familia pagara una asistencia permanente, de modo que casi ni hiciera falta que la visitaran. No todo el mundo estaba en condiciones de hacerlo.
Se comprometió a mirar si existía algún otro centro. Hasta ahora no había otra posibilidad, pero a partir de los 18 se abrían otras expectativas.
Hablaría con el Diputado de Bienestar Social de Vizcaya. Para él, el asunto se refería más a ese aspecto que al médico.
Había terminado la reunión. Me despedí como al principio, con dos besos para Tere y la mano para la mamporrera. A la primera le anuncié visita, a la segunda le dije un "encantado" que para nada sentía.
Inclán me acompañó hasta la salida. Me encontraba un tanto aturdido. El Consejero repitió alguna de las consideraciones que había hecho durante la reunión.
Volvía a la sala, debía tratar otros asuntos con las médicas.
Cuando llegué a la calle, el aturdimiento se transformó en un leve mareo. Aún así encontré alguna fuerza para llegarme a pie hasta casa y una razón para hacerlo: quería que la brisa fresca de esa mañana de verano me diera en la cara.
Tenía sentimientos encontrados en relación con la entrevista que acababa de concluir. Había un compromiso de trabajo, era cierto; pero era cuestión de tiempo. ¿Lo soportaría Pilar? Hasta ahora parecía que sí. ¿Y yo? Empezaba a tener mis dudas.
Seguiré informando.
Un beso.
lunes, 26 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (338)
Román Caldera colgaba el aparato telefónico rojo con una expresión de aparente seguridad.
- ¿Qué te han dicho? –le preguntó Romerales.
- Que vienen para aquí.
- ¿Cuánto tiempo tenemos?
- Una hora, quizás hora y media. Tienen que reagruparse.
- Les esperaremos –aseguró el Consejero de Interior de Chamberí un segundo antes de conectarse con su “walkie”.
- ¿Cristino?
- Soy yo, mi coronel. ¿Cómo lo llevas?
- Tengo cinco tipos bien preparados…
- ¿Cuánto de bien preparados, Damián?
- Proceden de los GEOS…
- OK. ¿Mercenarios?
- Nos van a costar una pasta, desde luego.
- ¿Mucha pasta?
- El equivalente a mil de los antiguos euros. Pero admiten un trueque… o lo prefieren, por así decirlo –informó Corted.
- ¿Un trueque?
- Sí, cocaína, preferentemente; hachís, como alternativa…
- ¿Y no podría ser alcohol? Tengo una buena reserva de Johnnie etiqueta negra…
- Quizás valga eso para empezar –admitió el ex coronel del CESID.
- Bueno. Venid para acá…
- ¿Qué tiempo tenemos?
- Media hora todo lo más. Han cambiado los planes –dijo Romerales con gravedad.
- ¿Qué ha pasado?
- Que ahora se trata de defender la sede del gobierno local…
- ¿Van a por nosotros?
- Eso es. Y tenemos muy poco tiempo.
- Bueno. Espero que podamos llegar a tiempo.
- ¿Estáis armados?
- Poca cosa. Dos disponen de su vieja arma reglamentaria. Los demás tienen buenos cuchillos, nada más.
- Veremos lo que se puede hacer –repuso Romerales-. Recuerda, Damián. Antes de las cinco tenéis que estar aquí…
- Vale.
Romerales desconectó el aparato y anunció al espía:
- Ahora nos vamos, tú y yo, a la Santabárbara.
- Lo que ordenes –dijo Caldera.
El “walkie” de Vic Suáres emitía su zumbido característico.
- Podéis bajar. Yo ya estoy en el portal.
- ¡Paco! –ahora vamos.
- ¿Qué te han dicho? –le preguntó Romerales.
- Que vienen para aquí.
- ¿Cuánto tiempo tenemos?
- Una hora, quizás hora y media. Tienen que reagruparse.
- Les esperaremos –aseguró el Consejero de Interior de Chamberí un segundo antes de conectarse con su “walkie”.
- ¿Cristino?
- Soy yo, mi coronel. ¿Cómo lo llevas?
- Tengo cinco tipos bien preparados…
- ¿Cuánto de bien preparados, Damián?
- Proceden de los GEOS…
- OK. ¿Mercenarios?
- Nos van a costar una pasta, desde luego.
- ¿Mucha pasta?
- El equivalente a mil de los antiguos euros. Pero admiten un trueque… o lo prefieren, por así decirlo –informó Corted.
- ¿Un trueque?
- Sí, cocaína, preferentemente; hachís, como alternativa…
- ¿Y no podría ser alcohol? Tengo una buena reserva de Johnnie etiqueta negra…
- Quizás valga eso para empezar –admitió el ex coronel del CESID.
- Bueno. Venid para acá…
- ¿Qué tiempo tenemos?
- Media hora todo lo más. Han cambiado los planes –dijo Romerales con gravedad.
- ¿Qué ha pasado?
- Que ahora se trata de defender la sede del gobierno local…
- ¿Van a por nosotros?
- Eso es. Y tenemos muy poco tiempo.
- Bueno. Espero que podamos llegar a tiempo.
- ¿Estáis armados?
- Poca cosa. Dos disponen de su vieja arma reglamentaria. Los demás tienen buenos cuchillos, nada más.
- Veremos lo que se puede hacer –repuso Romerales-. Recuerda, Damián. Antes de las cinco tenéis que estar aquí…
- Vale.
Romerales desconectó el aparato y anunció al espía:
- Ahora nos vamos, tú y yo, a la Santabárbara.
- Lo que ordenes –dijo Caldera.
El “walkie” de Vic Suáres emitía su zumbido característico.
- Podéis bajar. Yo ya estoy en el portal.
- ¡Paco! –ahora vamos.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (337)
- En que todos los hermanos contribuyeran por igual en el mantenimiento de la casa de Valladolid, o al menos, según aseveraba Santiago, a reducir los gastos. Esta es una solución que, siempre a decir del menor de los hermanos –prosegía equis- le gustaba más, pero que también tenía sus problemas.
- No dejaba títere con cabeza –comentaría Brassens.
- Poco más o menos, eso era lo que estaba haciendo Santiago –repuso equis-. Pues bien, para que esa solución funcionara, haría falta que la contribución fuera de una cantidad mínima que ayudara de verdad. En ese sentido, 100 euros mensuales por hermano les daría 800 cuando los gastos eran de 6.000. por lo tanto, su solución era que no se resolvía el problema. Con lo cual harían falta del orden de 500 euros por hermano al mes. Y la situación económica de cada uno era muy distinta, unos podían y otros no.
- ¡500 euros! Eso sobre la base de que no se redujeran los gastos –observaría Brassens.
- Claro –repuso equis-. Esa opción ya la había descartado Salvador. De modo que seguía con su desarrollo del asunto. Para que funcionara la opción que él mismo definía como del pago igualitario, se debería recaudar una cantidad suficiente y que fuera considerada por todos como algo justo y equitativo. Y Salvador seguía diciendo que si alguien se oponía a la solución esta no funcionaría y, en su opinión, no iba a funcionar.
- Con esa cifra y según las circunstancias económicas de los hermanos parecía difícl, en efecto.
- Como tú dices, Salvador estaba llevando las cosas a lo imposible –dijo equis-. Pero el menor de los hermanos seguía desenredando su madeja argumental. Y lo siguiente era la solución de la venta dek piso en la localidad contigua a Valladolid y no hacer nada más. En ese punto Salvador constataba que su madre gastaba 100.000 euros al año…
- No me cuadra, ¿no gastaba 6.000 al mes?
- Pero déjame seguir. Te estoy contando lo que decía Salvador.
- Está bien. Adelante.
- Como le iban a dar por la venta 400.000, eso le daría una autonomía de 4 años. Dentro de ese plazo, en el 2.014, se podría poner a la venta el apartamento de Madrid, al que le podrían sacar unos 470.000 euros y 500.000, lo cual le proporcionaría una autonomía adicional de 5 años más. Y si el problema se volvía a plantear en ese momento, en 2.019, ese sería el momento de incrementar los ingresos y/o reducir los gastos. Pero que, en ese momento, no era necesario, porque por suerte el problema estaba ya resuelto.
- El problema estaba resuelto –dijo Brassens con un gesto que no ocultaba su incredulidad.
- Era así –declaró equis-. Para él era la mejor de las soluciones. Y detallaba las razones.
- No dejaba títere con cabeza –comentaría Brassens.
- Poco más o menos, eso era lo que estaba haciendo Santiago –repuso equis-. Pues bien, para que esa solución funcionara, haría falta que la contribución fuera de una cantidad mínima que ayudara de verdad. En ese sentido, 100 euros mensuales por hermano les daría 800 cuando los gastos eran de 6.000. por lo tanto, su solución era que no se resolvía el problema. Con lo cual harían falta del orden de 500 euros por hermano al mes. Y la situación económica de cada uno era muy distinta, unos podían y otros no.
- ¡500 euros! Eso sobre la base de que no se redujeran los gastos –observaría Brassens.
- Claro –repuso equis-. Esa opción ya la había descartado Salvador. De modo que seguía con su desarrollo del asunto. Para que funcionara la opción que él mismo definía como del pago igualitario, se debería recaudar una cantidad suficiente y que fuera considerada por todos como algo justo y equitativo. Y Salvador seguía diciendo que si alguien se oponía a la solución esta no funcionaría y, en su opinión, no iba a funcionar.
- Con esa cifra y según las circunstancias económicas de los hermanos parecía difícl, en efecto.
- Como tú dices, Salvador estaba llevando las cosas a lo imposible –dijo equis-. Pero el menor de los hermanos seguía desenredando su madeja argumental. Y lo siguiente era la solución de la venta dek piso en la localidad contigua a Valladolid y no hacer nada más. En ese punto Salvador constataba que su madre gastaba 100.000 euros al año…
- No me cuadra, ¿no gastaba 6.000 al mes?
- Pero déjame seguir. Te estoy contando lo que decía Salvador.
- Está bien. Adelante.
- Como le iban a dar por la venta 400.000, eso le daría una autonomía de 4 años. Dentro de ese plazo, en el 2.014, se podría poner a la venta el apartamento de Madrid, al que le podrían sacar unos 470.000 euros y 500.000, lo cual le proporcionaría una autonomía adicional de 5 años más. Y si el problema se volvía a plantear en ese momento, en 2.019, ese sería el momento de incrementar los ingresos y/o reducir los gastos. Pero que, en ese momento, no era necesario, porque por suerte el problema estaba ya resuelto.
- El problema estaba resuelto –dijo Brassens con un gesto que no ocultaba su incredulidad.
- Era así –declaró equis-. Para él era la mejor de las soluciones. Y detallaba las razones.
martes, 20 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (336)
Cruces (Barakaldo), 8-12 de julio de 2.007
Querida Lorsen,
Hemos llegado al martes 19 de junio. Apenas cuatro semanas después de haberme dado la noticia se producía el traslado. Dentro de su preocupación -iba a cambiar todo su mundo de referencias cotidianas-, Pilar se encontraba serena. Pero... ¿qué sensaciones le produciría ese cambio? ¿Lo haría suyo -lo "asumiría", en palabras de la ínclita doctora Hermana- o lo iba a afrontar como algo que se le imponía, lo mismo que al cabo le ocurría a su padre?
La pasada semana había conocido yo la habitación en la que iba a transcurrir en el futuro inmediato la vida de nuestra hija. Un cuarto para dos niños -reservado para ella sola- contiguo a la sala de enfermeras-. Estaría dotado de timbre de alarma -como el resto-, una conexión por cámara con las enfermeras y una alarma -que instalarían más tarde- conectada con la UCI. También con posterioridad estudiarían un dispositivo para inmovilizar un ascensor, de modo que en caso de urgencia se condujera a Pilar rápidamente a la planta baja.
A mí me pareció que el cambio la iba a poner muy nerviosa, aunque reconozco que me encontraba predispuesto para eso.
La trasladaron en su misma cama, que sería también la que ocuparía en su nuevo recinto. Estaba flanqueada por médicos, enfermeras, celadores y por su tía Carmen y yo mismo. La emoción del acontecimiento superaba con mucho cualquier tentación que tuviera de caer en el abatimiento.
Para las próximas siete noches contraté el servicio de una persona externa, una colombiana llamada Luz, que al principio apenas le resultó agradable a Pilar -tu amiga Inés Obieta dice que es racista, como su madre, y le doy bastante la razón-. Ese servicio tendría continuidad en la semana siguiente.
La suerte estaba echada. Sólo el tiempo nos diría cómo lo iba a soportar.
En medio de esas estaba cuando me devolvía llamada el Consejero. Fue una conversación algo tormentosa.
- Esa reunión con la Doctora Hermana no va a servir para nada -dijo.
Me quedé muy sorprendido. Era el "día d". El día en que todas mis estrategias quedaban hechas trizas, como ocurre con las gavillas lanzadas al aire por los campesinos. Y en ese día, el mismo Consejero en cuya gestión había puesto yp alguna esperanza, parecía evaporarse en el aire, desdiciéndose de su anterior palabra..
Sin embargo, aún conseguía yo que la puerta continuara abierta.
Esa tarde tendría lugar mi reunión con Natalia y su hermano Luis. Apenas le había tratado y me causó muy buena impresión.
A lo largo de la entrevista, se me ocurrió que sería conveniente abordar la cuestión desde todos los puntos de vista: el psiquiátrico, con iñaki Viar; el jurídico, con Luis Infante y el bio-médico, con Ana Baruque -una amiga de Natalia.
La reunión a tres, con la Doctora Hermana y el Consejero le pareció a Luis positiva.
A la.salida del despacho nos fuimos Natalia y yo a tomar una cerveza. Hacía mucho que no nos veíamos -desde la última semana santa.
Repetimos la conversación recurrente que manteníamos desde que ella volvió a romper el hielo, cuando ETA decidía cerrar su "alto el fuego permanente", que no era otro más que Pilar y sus múltiples derivaciones.
Esa noche me encontraba muy preocupado. No habían transcurrido aún veinticuatro horas desde que nuestra hija había pasado a su nuevo destino, pero yo había atravesado ya un larguísimo mes repleto de tensión..
En un momente determinado le hice una confesión:
- Desde hace tiempo, quizás desde que nació, tengo asumido que mi hija se puede ir en cualquier momento. Pero no a causa de una depresión. Ahora, ese pensamiento aviva mis peores recuerdos. No quisiera que se muriera sin que yo haya hecho por ella todo lo posible, el máximo. Por lo menos para compensar lo que no hice por su madre.
Se quedó impresionada.
Cuando la acompañaba a medio camino entre su casa y la mía, me insistía en que estaba segura de que hacía el máximo de lo que podía hacerse. Y que si luego se moría tenía que estar tranquilo. Incluso dijo -ella, que ni siquiera es creyente:
- Una vez que has hecho todo... ¡que sea lo que Dios quiera!
En plena calle me abrazó dos veces y me hizo prometer que la llamaría.
El siguiente día -miércoles- me había citado con Iñaki Viar para que me diera su informe. Era confirmatorio de todas mis especulaciones. Iñaki estaba dispuesto a mantener la reunión de que habíamos hablado apenas veinticuatro horas antes.
Con el original del informe en la mano me fui a hablar con Hermana. Se lo di. Por toda respuesta me dijo:
- Lo integraré en el expediente.
- No esperaba que me dijeras eso. Creía que lo ibas a leer y me comentarías algo -contesté, quizás de manera un tanto desabrida..
Pero no hizo ninguna observación.
Luego, de acuerdo con lo que me había sugerido Iñaki Viar, le pedí que un psiquiatra del hospital visitara a Pilar, para prevenir en todo caso una posible depresión.
Me dijo que pasaría la nota. Sé que Pilar recibió la visita, aunque no me comentaron nada al respecto.
Tere Hermana le entregó el original del informe a mi hermana Carmen. Le dijo que no le había gustado que le hiciera visitar a Pilar a un psiquiatra sin su conocimiento. Desde su cama, Pilar le lanzó una pedorreta.
Ese viernes 22 esperaba a que apareciera Inclán en el salón de plenos del Parlamento.
Nada más que lo hizo me llegué a su escaño. No estuvo muy cordial.
- Sólo quieres que los médicos te den la razón -dijo.
Yo esgrimía el sobre con el informe de Iñaki.
- ... Pero sí tú me pides la reunión, la tendrás.
Le estreché la mano y le expliqué el papel que le daba y quién lo había firmado.
Un momento después era el Consejero el que se llegaba al escaño contiguo al mío.
- Este informe está muy bien escrito -me dijo.
El sábado 23 de junio -en esa fecha tú habrías cumplido 49- Natalia conocía a Pilar. Esta me hacía bajar a la entrada del hospital a esperarla. Ya tenía su habitación bastante decorada; sus fotos, sus cuadros y dos espejos que la ayudan a controlar el espacio breve de su reducido mundo.
No fue corto este primer contacto. Cuando daban las dos y nos debíamos marchar, Pilar se puso nerviosa. Natalia se ofreció a quedarse mientras que yo comía. Ante mi sorpresa nuestra hija aceptaba quedarse a solas con una desconocida.
Llegaba el jueves 28 de junio. En el salón de reuniones del despacho de los abogados Infante -donde Natalia también trabaja, en sus traducciones- nos sentábamos Natalia y Luis, Ana Baduque, Iñaki Viar y yo.
Después de agradecer la presencia y el apoyo de todos, les informé que Eugenia había superado el primer golpe. Añadí que el Consejero de Sanidad había aceptado finalmente nuestra reunión "a tres" con la doctora Hermana -a quien los Infante reapellidan permanentemente como "Hermano"- y que convenía confrontar todas las ideas para el mejor fin de la entrevista. Acabé diciendo que yo no estaba cerrado a nada y que iba a colaborar para que Pilar se encontrara bien, sólo en el caso de que no se adaptase pediría que volviera a la UCI.
Iñaki subrayó la excepcionalidad del caso, la conveniencia de que hubiera un centro para este tipo de enfermos y el hecho de que Pilar debe seguir pudiendo interactuar con otra gente.
Ana estuvo muy bien. Se quejó ante la ausencia de involucración de la familia en el asunto y consideró que cabía preparar un plan específico para Pilar.
Luis dijo que se debía definir la transición y que había un plazo de hasta 12 meses para recurrir la decisión del centro -que era del día del traslado.
Yo salí muy.contento de esa reunión: estaba bien provisto de equipaje con estrategia y argumentos.
Toda vez que hubimos despedido a Ana y a Iñaki -Luis se fue nada más concluida la reunión- Natalia y yo nos fuimos a tomar una cerveza, que como es habitual con ella resultaron unas cuantas.
Me insistió mucho en que me hiciera tratar por un psiquiatra. Le dije que en realidad yo no me encontraba mal. Le expliqué que el anterior verano tuve una ligera depresión que me obligaría a suspender un viaje a la India. Le recordé que la había combatido con la ayuda del texto que había escrito a lo largo de esas fechas, "La tercera muerte de Federico Barrientos", en la que Federico-Jorge moría en el atentado del 11-m -un atentado que, por fortuna, tú no conociste- después de haber sufrido por dos veces la muerte: una especie de suicidio en su infancia y la pérdida de su mujer. ¿A que te suena?
La primera semana de julio la pasé casi entera con Pilar. Ocurre a menudo que, cuando las cosas se tuercen, esa mala situación la debes soportar prácticamente solo.
Fue una auténtica desbandada: Carmen estaba con mi madre y mi hermano Gonzalo, en Menorca Eugenia en Marbella, con Jujo; Marisa desaparecía por tres lunes y hasta Maika -la voluntaria de la Cruz Roja- decidía acompañar a su padre a que conociera Madrid.
Resulta especialmente duro que tu madre carezca de la sensibilidad de alterar sus planes, siquiera para liberar a su hija y permitirla acompañar a su nieta. Yo ya sabía que tengo por madre a una señora egoísta a la que la vida no ha alcanzado nunca, como esos rayos de sol que golpean sobre los cristales que esconden algunas flores.
Todavía hoy en día -22 de julio- cuando repaso estas líneas, casi cinco semanas después del cambio, dudo que mi madre se haya presentado en la nueva habitación de Pilar.
Resultaría una semana dura para los dos. Yo desplazaba a mejores fechas todos mis compromisos -afortunadamente había terminado ya el período de sesiones del Parlamento- y me concentraba en esa habitación de hospital. Nunca había pasado tanto tiempo seguido con Pilar y había momentos en que ni ella ni yo sabíamos muy bien qué hacer.
Aún hoy seguimos negociando una relación civilizada. Debo reconocer que no siempre la conseguimos.
El viernes 6 había decidido que Pilar estuviera sola durante las horas centrales de la noche. Luz -su cuidadora colombiana- me decía que nuestra hija dormía como una bendita. Así que ella la acompañaría hasta que conciliara el sueño y estaría con ella cuando se despertara por la mañana.
Eran como las 10 de la noche. Yo me estaba fumando un "porro" mientras veía una película de Tarantino. De pronto sonó mi móvil. Era Luz.
- Les acabo de decir a las enfermeras que me voy. Ellas me han dicho que no soy yo quien las tiene que informar de eso. No están muy contentas. Me han dicho también que si ellas, por lo que fuera, no están en la sala y suena alguna alarma, no se hacen responsables si no la oyen y pasa algo.
Luz venía a decirme que estaba dispuesta a quedarse con Pilar esa noche, pero había que establecer la desconexión en algún momento. Si hacía coincidir esa decisión con el retorno de mi hermana, seguro que ella me haría alguna reserva.
De modo que no ordenaba ningún cambio. Pero me quedé muy inquieto. ¿Qué hacer? ¿Presentarme yo mismo en Cruces? ¿Quedarme adormilado en el sofá a la espera del amanecer o de alguna llamada urgente de la UCI?
Resolví tumbarme vestido sobre la cama. No pegué ojo.
Una vez más, el sistema operaba sobre la base de transferir a la familia -a mí- toda la responsabilidad, toda la preocupación.
Este es el resumen de lo ocurrido durante esos días. El lunes siguiente Inclán me citaba para el miércoles de esa misma semana a la reunión con Teresa Hermana.
Pero eso da por lo menos para una tercera carta.
Querida Lorsen,
Hemos llegado al martes 19 de junio. Apenas cuatro semanas después de haberme dado la noticia se producía el traslado. Dentro de su preocupación -iba a cambiar todo su mundo de referencias cotidianas-, Pilar se encontraba serena. Pero... ¿qué sensaciones le produciría ese cambio? ¿Lo haría suyo -lo "asumiría", en palabras de la ínclita doctora Hermana- o lo iba a afrontar como algo que se le imponía, lo mismo que al cabo le ocurría a su padre?
La pasada semana había conocido yo la habitación en la que iba a transcurrir en el futuro inmediato la vida de nuestra hija. Un cuarto para dos niños -reservado para ella sola- contiguo a la sala de enfermeras-. Estaría dotado de timbre de alarma -como el resto-, una conexión por cámara con las enfermeras y una alarma -que instalarían más tarde- conectada con la UCI. También con posterioridad estudiarían un dispositivo para inmovilizar un ascensor, de modo que en caso de urgencia se condujera a Pilar rápidamente a la planta baja.
A mí me pareció que el cambio la iba a poner muy nerviosa, aunque reconozco que me encontraba predispuesto para eso.
La trasladaron en su misma cama, que sería también la que ocuparía en su nuevo recinto. Estaba flanqueada por médicos, enfermeras, celadores y por su tía Carmen y yo mismo. La emoción del acontecimiento superaba con mucho cualquier tentación que tuviera de caer en el abatimiento.
Para las próximas siete noches contraté el servicio de una persona externa, una colombiana llamada Luz, que al principio apenas le resultó agradable a Pilar -tu amiga Inés Obieta dice que es racista, como su madre, y le doy bastante la razón-. Ese servicio tendría continuidad en la semana siguiente.
La suerte estaba echada. Sólo el tiempo nos diría cómo lo iba a soportar.
En medio de esas estaba cuando me devolvía llamada el Consejero. Fue una conversación algo tormentosa.
- Esa reunión con la Doctora Hermana no va a servir para nada -dijo.
Me quedé muy sorprendido. Era el "día d". El día en que todas mis estrategias quedaban hechas trizas, como ocurre con las gavillas lanzadas al aire por los campesinos. Y en ese día, el mismo Consejero en cuya gestión había puesto yp alguna esperanza, parecía evaporarse en el aire, desdiciéndose de su anterior palabra..
Sin embargo, aún conseguía yo que la puerta continuara abierta.
Esa tarde tendría lugar mi reunión con Natalia y su hermano Luis. Apenas le había tratado y me causó muy buena impresión.
A lo largo de la entrevista, se me ocurrió que sería conveniente abordar la cuestión desde todos los puntos de vista: el psiquiátrico, con iñaki Viar; el jurídico, con Luis Infante y el bio-médico, con Ana Baruque -una amiga de Natalia.
La reunión a tres, con la Doctora Hermana y el Consejero le pareció a Luis positiva.
A la.salida del despacho nos fuimos Natalia y yo a tomar una cerveza. Hacía mucho que no nos veíamos -desde la última semana santa.
Repetimos la conversación recurrente que manteníamos desde que ella volvió a romper el hielo, cuando ETA decidía cerrar su "alto el fuego permanente", que no era otro más que Pilar y sus múltiples derivaciones.
Esa noche me encontraba muy preocupado. No habían transcurrido aún veinticuatro horas desde que nuestra hija había pasado a su nuevo destino, pero yo había atravesado ya un larguísimo mes repleto de tensión..
En un momente determinado le hice una confesión:
- Desde hace tiempo, quizás desde que nació, tengo asumido que mi hija se puede ir en cualquier momento. Pero no a causa de una depresión. Ahora, ese pensamiento aviva mis peores recuerdos. No quisiera que se muriera sin que yo haya hecho por ella todo lo posible, el máximo. Por lo menos para compensar lo que no hice por su madre.
Se quedó impresionada.
Cuando la acompañaba a medio camino entre su casa y la mía, me insistía en que estaba segura de que hacía el máximo de lo que podía hacerse. Y que si luego se moría tenía que estar tranquilo. Incluso dijo -ella, que ni siquiera es creyente:
- Una vez que has hecho todo... ¡que sea lo que Dios quiera!
En plena calle me abrazó dos veces y me hizo prometer que la llamaría.
El siguiente día -miércoles- me había citado con Iñaki Viar para que me diera su informe. Era confirmatorio de todas mis especulaciones. Iñaki estaba dispuesto a mantener la reunión de que habíamos hablado apenas veinticuatro horas antes.
Con el original del informe en la mano me fui a hablar con Hermana. Se lo di. Por toda respuesta me dijo:
- Lo integraré en el expediente.
- No esperaba que me dijeras eso. Creía que lo ibas a leer y me comentarías algo -contesté, quizás de manera un tanto desabrida..
Pero no hizo ninguna observación.
Luego, de acuerdo con lo que me había sugerido Iñaki Viar, le pedí que un psiquiatra del hospital visitara a Pilar, para prevenir en todo caso una posible depresión.
Me dijo que pasaría la nota. Sé que Pilar recibió la visita, aunque no me comentaron nada al respecto.
Tere Hermana le entregó el original del informe a mi hermana Carmen. Le dijo que no le había gustado que le hiciera visitar a Pilar a un psiquiatra sin su conocimiento. Desde su cama, Pilar le lanzó una pedorreta.
Ese viernes 22 esperaba a que apareciera Inclán en el salón de plenos del Parlamento.
Nada más que lo hizo me llegué a su escaño. No estuvo muy cordial.
- Sólo quieres que los médicos te den la razón -dijo.
Yo esgrimía el sobre con el informe de Iñaki.
- ... Pero sí tú me pides la reunión, la tendrás.
Le estreché la mano y le expliqué el papel que le daba y quién lo había firmado.
Un momento después era el Consejero el que se llegaba al escaño contiguo al mío.
- Este informe está muy bien escrito -me dijo.
El sábado 23 de junio -en esa fecha tú habrías cumplido 49- Natalia conocía a Pilar. Esta me hacía bajar a la entrada del hospital a esperarla. Ya tenía su habitación bastante decorada; sus fotos, sus cuadros y dos espejos que la ayudan a controlar el espacio breve de su reducido mundo.
No fue corto este primer contacto. Cuando daban las dos y nos debíamos marchar, Pilar se puso nerviosa. Natalia se ofreció a quedarse mientras que yo comía. Ante mi sorpresa nuestra hija aceptaba quedarse a solas con una desconocida.
Llegaba el jueves 28 de junio. En el salón de reuniones del despacho de los abogados Infante -donde Natalia también trabaja, en sus traducciones- nos sentábamos Natalia y Luis, Ana Baduque, Iñaki Viar y yo.
Después de agradecer la presencia y el apoyo de todos, les informé que Eugenia había superado el primer golpe. Añadí que el Consejero de Sanidad había aceptado finalmente nuestra reunión "a tres" con la doctora Hermana -a quien los Infante reapellidan permanentemente como "Hermano"- y que convenía confrontar todas las ideas para el mejor fin de la entrevista. Acabé diciendo que yo no estaba cerrado a nada y que iba a colaborar para que Pilar se encontrara bien, sólo en el caso de que no se adaptase pediría que volviera a la UCI.
Iñaki subrayó la excepcionalidad del caso, la conveniencia de que hubiera un centro para este tipo de enfermos y el hecho de que Pilar debe seguir pudiendo interactuar con otra gente.
Ana estuvo muy bien. Se quejó ante la ausencia de involucración de la familia en el asunto y consideró que cabía preparar un plan específico para Pilar.
Luis dijo que se debía definir la transición y que había un plazo de hasta 12 meses para recurrir la decisión del centro -que era del día del traslado.
Yo salí muy.contento de esa reunión: estaba bien provisto de equipaje con estrategia y argumentos.
Toda vez que hubimos despedido a Ana y a Iñaki -Luis se fue nada más concluida la reunión- Natalia y yo nos fuimos a tomar una cerveza, que como es habitual con ella resultaron unas cuantas.
Me insistió mucho en que me hiciera tratar por un psiquiatra. Le dije que en realidad yo no me encontraba mal. Le expliqué que el anterior verano tuve una ligera depresión que me obligaría a suspender un viaje a la India. Le recordé que la había combatido con la ayuda del texto que había escrito a lo largo de esas fechas, "La tercera muerte de Federico Barrientos", en la que Federico-Jorge moría en el atentado del 11-m -un atentado que, por fortuna, tú no conociste- después de haber sufrido por dos veces la muerte: una especie de suicidio en su infancia y la pérdida de su mujer. ¿A que te suena?
La primera semana de julio la pasé casi entera con Pilar. Ocurre a menudo que, cuando las cosas se tuercen, esa mala situación la debes soportar prácticamente solo.
Fue una auténtica desbandada: Carmen estaba con mi madre y mi hermano Gonzalo, en Menorca Eugenia en Marbella, con Jujo; Marisa desaparecía por tres lunes y hasta Maika -la voluntaria de la Cruz Roja- decidía acompañar a su padre a que conociera Madrid.
Resulta especialmente duro que tu madre carezca de la sensibilidad de alterar sus planes, siquiera para liberar a su hija y permitirla acompañar a su nieta. Yo ya sabía que tengo por madre a una señora egoísta a la que la vida no ha alcanzado nunca, como esos rayos de sol que golpean sobre los cristales que esconden algunas flores.
Todavía hoy en día -22 de julio- cuando repaso estas líneas, casi cinco semanas después del cambio, dudo que mi madre se haya presentado en la nueva habitación de Pilar.
Resultaría una semana dura para los dos. Yo desplazaba a mejores fechas todos mis compromisos -afortunadamente había terminado ya el período de sesiones del Parlamento- y me concentraba en esa habitación de hospital. Nunca había pasado tanto tiempo seguido con Pilar y había momentos en que ni ella ni yo sabíamos muy bien qué hacer.
Aún hoy seguimos negociando una relación civilizada. Debo reconocer que no siempre la conseguimos.
El viernes 6 había decidido que Pilar estuviera sola durante las horas centrales de la noche. Luz -su cuidadora colombiana- me decía que nuestra hija dormía como una bendita. Así que ella la acompañaría hasta que conciliara el sueño y estaría con ella cuando se despertara por la mañana.
Eran como las 10 de la noche. Yo me estaba fumando un "porro" mientras veía una película de Tarantino. De pronto sonó mi móvil. Era Luz.
- Les acabo de decir a las enfermeras que me voy. Ellas me han dicho que no soy yo quien las tiene que informar de eso. No están muy contentas. Me han dicho también que si ellas, por lo que fuera, no están en la sala y suena alguna alarma, no se hacen responsables si no la oyen y pasa algo.
Luz venía a decirme que estaba dispuesta a quedarse con Pilar esa noche, pero había que establecer la desconexión en algún momento. Si hacía coincidir esa decisión con el retorno de mi hermana, seguro que ella me haría alguna reserva.
De modo que no ordenaba ningún cambio. Pero me quedé muy inquieto. ¿Qué hacer? ¿Presentarme yo mismo en Cruces? ¿Quedarme adormilado en el sofá a la espera del amanecer o de alguna llamada urgente de la UCI?
Resolví tumbarme vestido sobre la cama. No pegué ojo.
Una vez más, el sistema operaba sobre la base de transferir a la familia -a mí- toda la responsabilidad, toda la preocupación.
Este es el resumen de lo ocurrido durante esos días. El lunes siguiente Inclán me citaba para el miércoles de esa misma semana a la reunión con Teresa Hermana.
Pero eso da por lo menos para una tercera carta.
viernes, 16 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (335)
Juan Carlos Sotomenor interrumpía su marcha hacia la sala de reuniones, golpeando levemente a su número dos.
- ¿No has notado algo raro? –preguntaría de repente.
- ¿Qué cosa? –inquirió Santiuste a su vez.
- Nos ha llamado como si estuviera en su casa, con toda tranquilidad…
- ¿Cómo lo iba a hacer, entonces? ¡Si al único que se lo podía impedir lo tiene bajo control!
- Sí –manifestó Sotomenor-. Bajo control… pero no lo puede mover de allí.
El jefe de la policía de Chamartín reemprendía la marcha, justo para detenerse sólo unos pasos más allá.
- ¿Y piensa que lo va a tener así toda la noche? ¿Hasta que nos sea posible llegar a por él?
- ¿Piensas que…?
- Pienso que, definitivamente, lo ha capturado Romerales. Y que está jugando un doble juego…
- No. Si a desconfiado no te gana nadie –observaría Santiuste.
Sotomenor observó atentamente a su inmediato subordinado, alzóla barbilla como acostumbraba cuando estaba a punto de pontificar y dijo:
- Mira, querido. Aquí no hay nadie que engañe. Todos estamos aquí por el interés. Sea por el dinero o por lo que fuera. Este tinglado no sería posible si no fuera por eso.
- Y Caldera no es una excepción a esa regla…
- ¡Figurate! ¡Lo hemos reclutado de entre ese grupo que asaltaba la embajada de Cuba y se hacía fuerte en sus despachos… -recordaría Sotomenor.
- Pero decía que él era uno de los manifestantes del 15 M…
- ¡Te vas a creer que todos los del 15 M eran unos santos por el hecho de serlo… Mira, yo no me creo de la misa la media.
Santiuste miró gravemente a su jefe, pero no contestaría a sus últimas palabras.
- Bueno. Tenemos una ventaja en todo esto. Nosotros sabemos lo que está ocurriendo, pero Romerales se cree que nos hemos tragado el anzuelo.
- ¿Y?
- Tenemos que soltar un poco de cuerda. Como cuando nos íbamos de pesca los veranos.
- ¿Y cómo se hace esto en este caso?
- Primero vamos a decirle que nos disponemos a organizar un grupo que recoja a Romerales y a Caldera… pero les vamos a decir que todavía no los tenemos en la comisaría, de modo que nos harán falta de media hora a hora y media para establecer el dispositivo…
- ¿Y se lo va a creer?
- Me da igual si se lo cree o no –proclamó Sotomenor después de mover nuevamente su barbilla-. Lo cierto es que, antes de que concluya el plazo, daremos buena cuenta de ellos.
- ¿No has notado algo raro? –preguntaría de repente.
- ¿Qué cosa? –inquirió Santiuste a su vez.
- Nos ha llamado como si estuviera en su casa, con toda tranquilidad…
- ¿Cómo lo iba a hacer, entonces? ¡Si al único que se lo podía impedir lo tiene bajo control!
- Sí –manifestó Sotomenor-. Bajo control… pero no lo puede mover de allí.
El jefe de la policía de Chamartín reemprendía la marcha, justo para detenerse sólo unos pasos más allá.
- ¿Y piensa que lo va a tener así toda la noche? ¿Hasta que nos sea posible llegar a por él?
- ¿Piensas que…?
- Pienso que, definitivamente, lo ha capturado Romerales. Y que está jugando un doble juego…
- No. Si a desconfiado no te gana nadie –observaría Santiuste.
Sotomenor observó atentamente a su inmediato subordinado, alzóla barbilla como acostumbraba cuando estaba a punto de pontificar y dijo:
- Mira, querido. Aquí no hay nadie que engañe. Todos estamos aquí por el interés. Sea por el dinero o por lo que fuera. Este tinglado no sería posible si no fuera por eso.
- Y Caldera no es una excepción a esa regla…
- ¡Figurate! ¡Lo hemos reclutado de entre ese grupo que asaltaba la embajada de Cuba y se hacía fuerte en sus despachos… -recordaría Sotomenor.
- Pero decía que él era uno de los manifestantes del 15 M…
- ¡Te vas a creer que todos los del 15 M eran unos santos por el hecho de serlo… Mira, yo no me creo de la misa la media.
Santiuste miró gravemente a su jefe, pero no contestaría a sus últimas palabras.
- Bueno. Tenemos una ventaja en todo esto. Nosotros sabemos lo que está ocurriendo, pero Romerales se cree que nos hemos tragado el anzuelo.
- ¿Y?
- Tenemos que soltar un poco de cuerda. Como cuando nos íbamos de pesca los veranos.
- ¿Y cómo se hace esto en este caso?
- Primero vamos a decirle que nos disponemos a organizar un grupo que recoja a Romerales y a Caldera… pero les vamos a decir que todavía no los tenemos en la comisaría, de modo que nos harán falta de media hora a hora y media para establecer el dispositivo…
- ¿Y se lo va a creer?
- Me da igual si se lo cree o no –proclamó Sotomenor después de mover nuevamente su barbilla-. Lo cierto es que, antes de que concluya el plazo, daremos buena cuenta de ellos.
jueves, 15 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (334)
- Aquí se han planteado dos posibilidades –seguía equis, desarrollando la relación del correo que enviaba Santiago Jiménez a sus hermanos-. Se refería al capítulo de los ingresos…
- Ya –confirmó Brassens.
- La posibilidad por la cual el que usa paga. El concepto sugerido por Raúl, seguía Santiago, no le gustaba a este último. Le parecía apropiado para un establecimiento comercial, pero no para la casa de Valladolid. Según él, planteaba muchos problemas, como concepto y en la práctica.
- ¿Vamos a ellos?
- A ellos vamos, en efecto. Como concepto: Santiago no consideraba que él “usara” la casa de Valladolid. Lo que él hacía era ver a su Madre, y lo ponía así, con mayúscula.
- Pero no se trataba de eso…
- Espera –atajaba equis a Brassens- que la cosa sigue: según Santiago era posible que Raúl considerase que utilizaba Valladlid en sustitución de un hotel o de un restaurante en sus viajes de trabajo y que piense, por lo tanto, que debía contribuir…
- ¿Pero Raúl no visitaba también a su madre?
- Desde luego, pero es que la cosa sigue –continuaría equis en tono de un cierto disgusto ante las nterrupciones de su interlocutor-. Correspondía ahora el turno de revista a Leonardo, de quien decía, mantenía su despacho en Valladolid, y que era también posible que considerara, al igual que su hermano mayor que él “usaba” de la casa de Valladolid y que también tenía la obligación de contribuir. Él, Santiago, consideraba que “no” usaba la referida casa. Su estimación era que en esa casa, en tanto que su madre viviera, se les recibía a todos y que todos tenían derecho a ir cuando buenamente se les pudiera recibir.
- O sea, que Santiago no estaba dispuesto a pagar…
- Más o menos.
- ¿Y que venía después de esa enmienda a la totalidad? –preguntaría Brassens.
- Venía el aspecto práctico. En su opinión resultaría difícil el control en la práctica de quién pagaba, cuánto se pagaba, si se retrasaba el pago… Se preguntaba Santiago si se le pensaba encomendar ese trabajo a Gonzalo y decía que, con la mejor de las voluntades, que era injusto pedirle eso.
- Bueno. No sé si injusto, ya que era uno de los que habían creado el problema –observó Brassens-. Pero no le faltaba razón en que el control de los pagos tenía su dificultad.
- En resumen, decía Santiago que la idea de Raúl era magnífica en una situación comercial, pero que no funcionaría para la casa de Valladolid.
- Y así concluía el correo…
- No. Abría Santiago a continuación un apartado que se refería a la posibilidad de un pago igualitario de todos los hermanos.
- ¿En qué consistía este?
- Ya –confirmó Brassens.
- La posibilidad por la cual el que usa paga. El concepto sugerido por Raúl, seguía Santiago, no le gustaba a este último. Le parecía apropiado para un establecimiento comercial, pero no para la casa de Valladolid. Según él, planteaba muchos problemas, como concepto y en la práctica.
- ¿Vamos a ellos?
- A ellos vamos, en efecto. Como concepto: Santiago no consideraba que él “usara” la casa de Valladolid. Lo que él hacía era ver a su Madre, y lo ponía así, con mayúscula.
- Pero no se trataba de eso…
- Espera –atajaba equis a Brassens- que la cosa sigue: según Santiago era posible que Raúl considerase que utilizaba Valladlid en sustitución de un hotel o de un restaurante en sus viajes de trabajo y que piense, por lo tanto, que debía contribuir…
- ¿Pero Raúl no visitaba también a su madre?
- Desde luego, pero es que la cosa sigue –continuaría equis en tono de un cierto disgusto ante las nterrupciones de su interlocutor-. Correspondía ahora el turno de revista a Leonardo, de quien decía, mantenía su despacho en Valladolid, y que era también posible que considerara, al igual que su hermano mayor que él “usaba” de la casa de Valladolid y que también tenía la obligación de contribuir. Él, Santiago, consideraba que “no” usaba la referida casa. Su estimación era que en esa casa, en tanto que su madre viviera, se les recibía a todos y que todos tenían derecho a ir cuando buenamente se les pudiera recibir.
- O sea, que Santiago no estaba dispuesto a pagar…
- Más o menos.
- ¿Y que venía después de esa enmienda a la totalidad? –preguntaría Brassens.
- Venía el aspecto práctico. En su opinión resultaría difícil el control en la práctica de quién pagaba, cuánto se pagaba, si se retrasaba el pago… Se preguntaba Santiago si se le pensaba encomendar ese trabajo a Gonzalo y decía que, con la mejor de las voluntades, que era injusto pedirle eso.
- Bueno. No sé si injusto, ya que era uno de los que habían creado el problema –observó Brassens-. Pero no le faltaba razón en que el control de los pagos tenía su dificultad.
- En resumen, decía Santiago que la idea de Raúl era magnífica en una situación comercial, pero que no funcionaría para la casa de Valladolid.
- Y así concluía el correo…
- No. Abría Santiago a continuación un apartado que se refería a la posibilidad de un pago igualitario de todos los hermanos.
- ¿En qué consistía este?
jueves, 8 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (333)
Cruces (Barakaldo), 1-8 de julio de 2.007
Querida Lorsen,
ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez que te escribí. Ese tiempo que ya no existe para ti, que ha quedado estancado o, mejor dicho, discurre aún -como tus cenizas- por los campos de Arrechea, empujado por las aguas del río en que tan a menudo te bañabas en los días más calurosos del verano. Esa medida no existe para los muertos; sin embargo, para los que permanecemos aquí a veces pasa como un verdadero torbellino, como quisiera explicarte en esta que será una larga carta.
No te voy a hablar de mí, sino de nuestra hija.
Hace algo más de cinco semanas -la fecha exacta fue el 17 de mayo-, un jueves, me llamaba la doctora Hermana. Fui a verla y me dijo:
- Como sabes va a haber obras en la UCI. Por ese motivo ha vuelto a salir el caso de Pilar. La vamos a llevar a la quinta planta, a la unidad de la escuela infantil, a la espera de saber dónde dejarla definitivamentele, porque no hay ningún otro sitio.
Escuché sus palabras materialmente lívido. El momento que tantas veces tú y yo habíamos temido, se hacía por fin realidad. ¿Una decisión del hospital, quizás? Se lo tenía que preguntar.
- No lo hemos decidido nosotros, pero lo asumimos.
- Pues yo no estoy de acuerdo -le dije-. Lo voy a pelear. Si hiciera falta llegaría incluso a organizar una campaña de prensa. De momento voy a hablar con el Consejero de Sanidad.
Le hice ver que Pilar vivía gracias a ese ambiente, que aunque muy duro para cualquiera de nosotros, había sido su casa durante casi veinte años. Recibiendo en ese inusual ambiente muchísimo cariño por parte de todo el personal a lo largo de todo ese tiempo.
- Ha sido la familia la que lo ha conseguido -repuso ella entonces-. Y debe seguir siendo la familia la que continúe haciéndolo.
- ... Y no te olvides cómo murió su madre, lo mismo que su abuela paterna -continuaba yo, prescindiendo de sus para mí incomprensibles palabras.
Estaba a punto de abandonar el reducido despacho interior de la UCI, sin despedirme. No me había gustado la noticia ni el modo en que me la daba. Esta no era la médico-amiga que habíamos frecuentado a lo largo de muchos años.
- Manténme informada -dijo.
- Por supuesto -contesté.
Pilar barruntaba ya que pasaba algo. Ni siquiera quería que hablara con la jefa del servicio. Aún me batía apresuradamente el corazón cuando volvía a despedirme de ella. Nuestra hija me esperaba, el gesto preocupado y muy atento.
- No pasa nada, hija -le dije con la expresión más serena que me fue posible componer en esos instantes-. Ya sabías que todos los niños vais a salir de aquí, por las obras. Nada más..
Era la primera impostura que cometía en este asunto: la responsable de la UCI de pediatría del hospital de Cruces me obligaba a mentir a nuestra hija. Yo no la informaba acerca de la permanencia de su nuevo destino, sin decírselo claramente dejaba abierta la posible temporalidad del cambio. ¿O así lo creía yo en realidad?
Pilar se quedó tranquila, al menos en apariencia. Tu padre, que había esperado a que terminara mi conversación con la médica, me pidió que le informara. Le conté lo que sabía.
Nuestra conversación concluía en la entrada principal del centro hospitalario. Allí, al menos mis voces pudieron desafiar su sordera sin que nuestra hija se enterase.
- Eso la puede matar -me dijo. Y me puso su manaza sobre el hombro. Yo asentí..
Y me fui al "Bodegón Rosario", donde alguna vez comíamos tú y yo. Mientras esperaba a que me sirvieran el primer plato le puse un mensaje a Natalia Infante:
"Problemas. A Pilar la sacan de la UVI".
(Creo que en este momento conviene abrir un breve paréntesis: Conociste a Natalia en la fiesta de Navidad que organizó Mariló Ygartua cuando vivíamos en el Casco Viejo. Natalia se ha convertido en mi mejor amiga desde hace ya tres primaveras).
Esa misma tarde le llamaba al Consejero de Sanidad. No tardó mucho tiempo en ponerse al teléfono.
- Tengo que contarte una cosa sobre mi hija.
- ¿Ha pasado algo?
- Sí, pero no te lo quiero contar por teléfono.
Me aseguró que me daría una cita tan pronto como pudiera.
Le llamé a mi hermano Raúl y le conté el caso. Me insistió en que pidiera un informe por escrito sobre las causas que habían motivado esa decisión. Él pensaba que no estaba justificada.
Hablé también con Carlos Urquijo. Le propuse una reunión con él y con el jefe de prensa del PP del País Vasco, José Luis López. Quería montar con los dos una especie de comité de comunicación.
Tiempo atrás había decidido modificar mi testamento, quería que Raul fuera el tutor de Pilar además de dejarle mis cosas para el caso de que me vaya antes que nuestra hija. Así que me había citado con Vicente Arenal, mi notario. Como sabes, confío mucho en su criterio, de modo que le coloqué el "rollo". A propósito de la campaña de comunicación me dijo:
- Es mejor que no aparezcas tú. Algunos podrían pensar que te estás valiendo de tu cargo para obtener un trato de favor.
Pensé en la conveniencia de contárselo a mis hermanas, pero concluí que de hacerlo así me someterían a sus acostumbradas presiones. Así que esperaría a que el asunto estuviera algo más claro.
El miércoles siguiente hablé con Teresa Hermana. Le pedí el informe que mi hermano Raúl me había sugerido y le dije que había hablado con el Consejero, que me iba a recibir. La médico-jefe accedía a entregarme un papel sobre el asunto. Luego me dijo:
- Como he visto tu reacción, he pedido que el Comité de Ética de Cruces se pronuncie sobre este tema.
No sabía de la existencia de ese organismo, así que se lo pregunté. Me dijo que analizaban casos un tanto límites, como los relativos a realizar o no transfusiones para los pacientes que fueran testigos de Jehová y otros supuestos en que el criterio estrictamente médico no es el único aplicable.
- No es un informe resolutivo -me explicó.
Esa misma tarde convocaba una reunión en el Parlamento vasco con José Luis y Carlos. El primero atendía constantes llamadas: esa noche tendría lugar una cena en Vitoria, que presidiría Mariano Rajoy.
Carlos intervino:
- Antes que digas algo me gustaría comentar una cosa.
Le animé a que lo hiciera.
- Creo que sería bueno que hablaras con el Ararteko -el Defensor del Pueblo en el País Vasco-. A los políticos siempre les molesta que les planteen problemas por ese lado.
"A los políticos", me dije. "¿Y qué éramos nosotros: 'amateurs'?"
Le dije que lo tendría en cuenta. A continuación expuse las consideraciones que me hacía Vicente Arenal.
- Yo no tengo ninguna duda -dijo José Luis-. Debes ser tú mismo el que lo comuniques. Y en una rueda de prensa, además, porque eso permite después hacer unos cortes en las radios.
Carlos también estaba de acuerdo, de modo que debía dejar a un lado las reservas que me hacía Vicente.
Era ya el viernes 25 de mayo. El siguiente domingo se celebrarían las elecciones municipales, de modo que no teníamos pleno en el Parlamento. Era la fecha en que me había citado el Consejero de Sanidad.
Como me ha ocurrido con las intervenciones más importantes que he tenido que hacer a lo largo de mi vida, ensayé las palabras que iba a pronunciar varias veces en casa. Mi mirada vagaba por entre los muebles y los cuadros que decoran las paredes -los últimos cuadros que pintaste-. Sin embargo, en esta ocasión no quise cerrar la intervención: se trataba de un diálogo, no de un discurso, así que debía dejar un espacio a la improvisación.
Inclán, el Consejero, no se había informado del asunto. Eso manifestaba un cierto desinterés por su parte -¿o un desinterés cierto?-, aunque por lo menos me permitiría contárselo todo. Y así lo hice. No quedó nada en el tintero.
- No te preocupes -me dijo-. Hablaré con Teresa Hermana y luego te diré.
También me informó que no iba a intervenir si es que la decisión la había tomado el profesional a cargo del paciente. "No lo he hecho nunca y tampoco lo haré en este caso", me dijo.. Yo deduje que había un espacio de maniobra para el Consejero. No en vano se había acordado sacar a nuestra hija de la UCI no porque lo quisiera el equipo médico responsable.
Salí por lo tanto muy bien impresionado de la reunión. Así se lo puse de manifiesto a mi hermano Raúl y a Carlos Urquijo. También hablé con la doctora Hermana:
- Me ha dicho que hablará contigo -le informé.
- Pues a ver qué dice -fue su respuesta.
Se establecía entonces un compás de espera hasta el jueves 31 de mayo. Esa tarde, nuestra amiga Chelo Aparicio moderaba una mesa redonda de periodistas para la Fundación para la Libertad.
Cuando terminó el acto la abordé y le referí mi preocupación. También le dije a Iñaki Viar, su marido y psiquiatra, que a lo mejor tenía que contar con él.
El viernes, 1, debutaban las sesiones plenarias en el Parlamento después de las elecciones. Ya entrada la mañana aparecía Inclán. Salté hacia su escaño.
- He hablado con Tere Hermana -empezó-. Yo creo que la decisión es suya, porque no viene del centro.
Torcí el gesto.
- Pero no te preocupes. Estoy contigo. Si quieres estoy dispuesto a montar una reunión en la que nos encontremos los tres.
Me extrañó su afirmación de que se trataba de un acuerdo adoptado por el servicio médico que atendía a Pilar. Así que le dije:
- Si te parece hablo con Tere y luego te lo cuento.
El martes siguiente volví a hablar con la doctora Hermana.
Abordé el asunto sin demasiados preámbulos. No tenía ninguna gana de mostrarme simpático.
- El Consejero me dice que la decisión no la ha tomado el hospital.
La noté nerviosa y me contestó de forma entrecortada, insistiendo en los mismos argumentos que había empleado la primera vez. En esta oportunidad asumía definitivamente la decisión. Me confirmó que partía de uno de los miembros de su equipo.
- Se le encendió la lucecita -explicó.
Entonces le dije que yo me mantenía en el desacuerdo. Después indagué acerca de su disposición a reunirnos los dos con el Consejero. No había nada que objetar por su parte.
Esa tarde, entregado a la evasión en la escritura que acostumbro practicar, me encontraba sentado ante el ordenador.
Hay veces en que un incierto sentido te dice que te va a llamar alguien. Cuando sonó el teléfono miré el nombre de la persona que me llamaba, era Natalia. Precisamente estaba pensando en ella.
Por dignidad no quería llamarla. Ya le había puesto un mensaje del que no había recibido respuesta.
- Te llamaba por lo de la ruptura de la tregua -me dijo.
Hacía poco que ETA había decretado el enésimo fin de su enésimo alto el fuego, en esa inacabable secuencia que vienen administrando los terroristas desde hace ya demasiado tiempo.
- Eso me preocupa relativamente -le dije-. Me inquieta más lo que está pasando con mi hija.
Supongo que entonces, Natalia ligaba esas palabras con mi mensaje del día a partir del cual se desencadenarían los acontecimientos.
- ¿Y qué quiere decir eso? -preguntó.
Le expliqué todo. Estaba confundida y no entendía nada.
Verdaderamente, se trataba de una situación inusual. Me pidió que la mantuviera informada. Por supuesto que así lo haría.
Creo que esa conversación constituyó un punto y aparte en toda esta historia.
Era ya la tarde del día 12. Iñaki Viar había vuelto de su viaje a Moscú con los Ibarrola y otros amigos. Me citaba en su despacho, una reducida pieza con una biblioteca, mesa, dos sillas y la butaca del médico, y el inevitable diván de todo psiquiatra que se precie de tal.
Me escuchó con atención. Hizo alguna pregunta y me dijo que para hacer el informe resultaba necesario realizar una visita a Pilar. Como el traslado era ya inminente determinamos que si no había especial urgencia podíamos organizar el encuentro para el sábado siguiente.
Esa misma noche hablaba con Natalia. Le puse al corriente de los últimos acontecimientos. Me dijo que el asunto le parecía muy interesante, porque se trataba de un caso que se encontraba a caballo entre el tratamiento médico y la salud psicológica del paciente, incorporando por lo tanto la situación integral del paciente.
La mañana siguiente me iba otra vez al hospital de Cruces, en el deambular inacabable que me estaba correspondiendo en esta época. Mi conversación con Tere Hermana la quería plantear en términos amables: se trataba de franquear la entrada de Iñaki Viar a la UCI.
- ¿Para cuando está previsto el traslado? -le pregunté.
- Te íbamos a llamar. La verdad es que se ha retrasado todo, pero va a ser para el martes -me informó.
Eso permitía la visita del psiquiatra a Pilar sin necesidad de modificar nuestras apretadas agendas.
- Tengo el informe del Comité de Ética. Cree que la medida está bien adoptada -me informó. Aunque insistía en que el dictamen no era resolutivo.
Mi hermana Carmen me llamaba con alguna frecuencia. Yo no le decía casi nada. En realidad esperaba a que llegara el viernes, cuando había citado a todas las visitantes de Pilar. Pero Carmen tenía razón: había que sondear las disponibilidades que teníamos.
Yo había hablado ya con Mari Jose -una amiga, que me había presentado José Luis Ainsúa-, que estaba haciendo una sustitución: no podía contar gran cosa con ella, por lo tanto.
Esa tarde me citaba con Maika, la voluntaria de la Cruz Roja que la solía visitar los sábados por la tarde.
Fue una conversación bastante tormentosa. En primer lugar, ella carecía de disponibilidad adicional: tenía mucho que hacer y de quienes cuidar, y además tenía que atender a su "vida social". Luego dedicó sus comentarios a justificar la decisión del personal de Cruces y a decirme que Pilar afrontaría muy bien el cambio. Después señaló los lugares a donde se le podía llevar, todos imposibles para su atención por mi parte -Mondragón, Toledo...- Terminó diciendo que ella se la hubiera llevado a casa, lo que constituía toda una enmienda a la totalidad a nuestra actuación como padres y -supongo- que también a la felicidad de nuestra hija.
Creo que había un cierto resentimiento por su parte, un resentimiento que yo no comprendía en absoluto y que provocó en mí otro semejante hacia ella.
Ese viernes, 15 había convocado la reunión con el equipo de visitas -mejor que "visitadoras", que recuerda el título de una novela de Vargas Llosa en que denominaba con ese apelativo a las ejercientes del más viejo oficio del mundo.
La verdad es que encontré mucho espíritu de colaboración entre ellas. Tu amiga Inés Obieta y María Acha, especialmente. Carmen pediría vacaciones para ocuparse de Pilar. Nadie iba a cambiar, sin embargo, sus planes: Carmen se iría con mi madre a Menorca, Eugenia con Jujo -¿resucitado?- a Marbella y Marisa estaría "missing" durante tres lunes consecutivos del mes de julio.
Especialmente sintomático fue el caso de mi madre. Después de una llamada en que ofrecía su casa para alojar a nuestra hija, le costó menos coger un avión con destino a las Baleares que un taxi que la llevara a Cruces para darle un beso a su nieta.
Llegaba el sábado, y con él la visita de Iñaki Viar a Pilar. En el "hall" del hospital le entregué una copia del informe del Comité de Ética. Nuestra hija no entendía gran cosa de lo que estaba pasando. Estaba de guardia Marian -"la peque"- que se hizo cargo inmediato del asunto. Le informó a Iñaki de la personalidad de nuestra hija, que tan bien ella conoce. Luego llamó por teléfono mi hermana Carmen, produciéndose una conversación entre la enfermera, ella y yo. Iñaki observaba y sacaba sus conclusiones.
Como yo observé que Iñaki tendría que irse pronto, Pilar decidía -como es habitual en ella- que ese "pronto" había llegado ya. Viar salía de la UCI. Por lo que parecía, le bastaba con lo visto y oído.
Cuando se marchó Iñaki volví al despacho de Tere Hermana, que estaba de guardia. Nuestra relación parecía haber capotado definitivamente. Prueba de ello fueron sus palabras, que no venían a cuento con lo que yo iba a preguntarle y que no era otra cosa que saber a qué hora se iba a producir el traslado.
- Te recuerdo lo que teníamos consensuado en su día -me dijo.
- ¿A qué te refieres? -le pregunté, bastante intrigado.
- A que no vamos a.utilizar ningún procedimiento extraordinario -explicó.
Hermana se refería a que -de lo que te voy a contar va a hacer como tres años- Pilar se puso muy grave. Entonces, de acuerdo con una conversación que tuvimos tú y yo, dije a la médico que lo que no aceptaba era que nuestra hija sufriera.
El hecho de que la médico-jefe evocara esa conversación en estos momentos me pareció, además de muy poco considerado, de verdadero mal gusto. Era como si me dijera: "La trasladamos a la quinta planta a esperar a que se muera".
La cita era para el martes a las 10 de la mañana.
Esa misma noche hablaba con Natalia de mi extrañeza ante la actitud de la médica. Natalia me hacía toda clase de preguntas. Era evidente que le interesaba el asunto. Después me dijo:
- Como me dices que vas a necesitar gente para visitar a Pilar, me presento como voluntaria.
Se lo agradecí muchísimo y acepté por supuesto el ofrecimiento.
- Me la tendrás que presentar. -Luego me dijo que había hablado con su hermano Luis, que es abogado.
- Espero que no te moleste -no me molestaba-. Ya sé que te está asesorando un hermano tuyo, pero no estaría de más que hables con él. Es un abogado muy minucioso, como era mi padre. Ha ganado varios casos contra Osakidetza.
Le confirmé que así lo haríamos. La semana siguiente.
Concluyo así esta primera carta. La siguiente empezará con el traslado y la nueva situación.
Un beso.
Querida Lorsen,
ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez que te escribí. Ese tiempo que ya no existe para ti, que ha quedado estancado o, mejor dicho, discurre aún -como tus cenizas- por los campos de Arrechea, empujado por las aguas del río en que tan a menudo te bañabas en los días más calurosos del verano. Esa medida no existe para los muertos; sin embargo, para los que permanecemos aquí a veces pasa como un verdadero torbellino, como quisiera explicarte en esta que será una larga carta.
No te voy a hablar de mí, sino de nuestra hija.
Hace algo más de cinco semanas -la fecha exacta fue el 17 de mayo-, un jueves, me llamaba la doctora Hermana. Fui a verla y me dijo:
- Como sabes va a haber obras en la UCI. Por ese motivo ha vuelto a salir el caso de Pilar. La vamos a llevar a la quinta planta, a la unidad de la escuela infantil, a la espera de saber dónde dejarla definitivamentele, porque no hay ningún otro sitio.
Escuché sus palabras materialmente lívido. El momento que tantas veces tú y yo habíamos temido, se hacía por fin realidad. ¿Una decisión del hospital, quizás? Se lo tenía que preguntar.
- No lo hemos decidido nosotros, pero lo asumimos.
- Pues yo no estoy de acuerdo -le dije-. Lo voy a pelear. Si hiciera falta llegaría incluso a organizar una campaña de prensa. De momento voy a hablar con el Consejero de Sanidad.
Le hice ver que Pilar vivía gracias a ese ambiente, que aunque muy duro para cualquiera de nosotros, había sido su casa durante casi veinte años. Recibiendo en ese inusual ambiente muchísimo cariño por parte de todo el personal a lo largo de todo ese tiempo.
- Ha sido la familia la que lo ha conseguido -repuso ella entonces-. Y debe seguir siendo la familia la que continúe haciéndolo.
- ... Y no te olvides cómo murió su madre, lo mismo que su abuela paterna -continuaba yo, prescindiendo de sus para mí incomprensibles palabras.
Estaba a punto de abandonar el reducido despacho interior de la UCI, sin despedirme. No me había gustado la noticia ni el modo en que me la daba. Esta no era la médico-amiga que habíamos frecuentado a lo largo de muchos años.
- Manténme informada -dijo.
- Por supuesto -contesté.
Pilar barruntaba ya que pasaba algo. Ni siquiera quería que hablara con la jefa del servicio. Aún me batía apresuradamente el corazón cuando volvía a despedirme de ella. Nuestra hija me esperaba, el gesto preocupado y muy atento.
- No pasa nada, hija -le dije con la expresión más serena que me fue posible componer en esos instantes-. Ya sabías que todos los niños vais a salir de aquí, por las obras. Nada más..
Era la primera impostura que cometía en este asunto: la responsable de la UCI de pediatría del hospital de Cruces me obligaba a mentir a nuestra hija. Yo no la informaba acerca de la permanencia de su nuevo destino, sin decírselo claramente dejaba abierta la posible temporalidad del cambio. ¿O así lo creía yo en realidad?
Pilar se quedó tranquila, al menos en apariencia. Tu padre, que había esperado a que terminara mi conversación con la médica, me pidió que le informara. Le conté lo que sabía.
Nuestra conversación concluía en la entrada principal del centro hospitalario. Allí, al menos mis voces pudieron desafiar su sordera sin que nuestra hija se enterase.
- Eso la puede matar -me dijo. Y me puso su manaza sobre el hombro. Yo asentí..
Y me fui al "Bodegón Rosario", donde alguna vez comíamos tú y yo. Mientras esperaba a que me sirvieran el primer plato le puse un mensaje a Natalia Infante:
"Problemas. A Pilar la sacan de la UVI".
(Creo que en este momento conviene abrir un breve paréntesis: Conociste a Natalia en la fiesta de Navidad que organizó Mariló Ygartua cuando vivíamos en el Casco Viejo. Natalia se ha convertido en mi mejor amiga desde hace ya tres primaveras).
Esa misma tarde le llamaba al Consejero de Sanidad. No tardó mucho tiempo en ponerse al teléfono.
- Tengo que contarte una cosa sobre mi hija.
- ¿Ha pasado algo?
- Sí, pero no te lo quiero contar por teléfono.
Me aseguró que me daría una cita tan pronto como pudiera.
Le llamé a mi hermano Raúl y le conté el caso. Me insistió en que pidiera un informe por escrito sobre las causas que habían motivado esa decisión. Él pensaba que no estaba justificada.
Hablé también con Carlos Urquijo. Le propuse una reunión con él y con el jefe de prensa del PP del País Vasco, José Luis López. Quería montar con los dos una especie de comité de comunicación.
Tiempo atrás había decidido modificar mi testamento, quería que Raul fuera el tutor de Pilar además de dejarle mis cosas para el caso de que me vaya antes que nuestra hija. Así que me había citado con Vicente Arenal, mi notario. Como sabes, confío mucho en su criterio, de modo que le coloqué el "rollo". A propósito de la campaña de comunicación me dijo:
- Es mejor que no aparezcas tú. Algunos podrían pensar que te estás valiendo de tu cargo para obtener un trato de favor.
Pensé en la conveniencia de contárselo a mis hermanas, pero concluí que de hacerlo así me someterían a sus acostumbradas presiones. Así que esperaría a que el asunto estuviera algo más claro.
El miércoles siguiente hablé con Teresa Hermana. Le pedí el informe que mi hermano Raúl me había sugerido y le dije que había hablado con el Consejero, que me iba a recibir. La médico-jefe accedía a entregarme un papel sobre el asunto. Luego me dijo:
- Como he visto tu reacción, he pedido que el Comité de Ética de Cruces se pronuncie sobre este tema.
No sabía de la existencia de ese organismo, así que se lo pregunté. Me dijo que analizaban casos un tanto límites, como los relativos a realizar o no transfusiones para los pacientes que fueran testigos de Jehová y otros supuestos en que el criterio estrictamente médico no es el único aplicable.
- No es un informe resolutivo -me explicó.
Esa misma tarde convocaba una reunión en el Parlamento vasco con José Luis y Carlos. El primero atendía constantes llamadas: esa noche tendría lugar una cena en Vitoria, que presidiría Mariano Rajoy.
Carlos intervino:
- Antes que digas algo me gustaría comentar una cosa.
Le animé a que lo hiciera.
- Creo que sería bueno que hablaras con el Ararteko -el Defensor del Pueblo en el País Vasco-. A los políticos siempre les molesta que les planteen problemas por ese lado.
"A los políticos", me dije. "¿Y qué éramos nosotros: 'amateurs'?"
Le dije que lo tendría en cuenta. A continuación expuse las consideraciones que me hacía Vicente Arenal.
- Yo no tengo ninguna duda -dijo José Luis-. Debes ser tú mismo el que lo comuniques. Y en una rueda de prensa, además, porque eso permite después hacer unos cortes en las radios.
Carlos también estaba de acuerdo, de modo que debía dejar a un lado las reservas que me hacía Vicente.
Era ya el viernes 25 de mayo. El siguiente domingo se celebrarían las elecciones municipales, de modo que no teníamos pleno en el Parlamento. Era la fecha en que me había citado el Consejero de Sanidad.
Como me ha ocurrido con las intervenciones más importantes que he tenido que hacer a lo largo de mi vida, ensayé las palabras que iba a pronunciar varias veces en casa. Mi mirada vagaba por entre los muebles y los cuadros que decoran las paredes -los últimos cuadros que pintaste-. Sin embargo, en esta ocasión no quise cerrar la intervención: se trataba de un diálogo, no de un discurso, así que debía dejar un espacio a la improvisación.
Inclán, el Consejero, no se había informado del asunto. Eso manifestaba un cierto desinterés por su parte -¿o un desinterés cierto?-, aunque por lo menos me permitiría contárselo todo. Y así lo hice. No quedó nada en el tintero.
- No te preocupes -me dijo-. Hablaré con Teresa Hermana y luego te diré.
También me informó que no iba a intervenir si es que la decisión la había tomado el profesional a cargo del paciente. "No lo he hecho nunca y tampoco lo haré en este caso", me dijo.. Yo deduje que había un espacio de maniobra para el Consejero. No en vano se había acordado sacar a nuestra hija de la UCI no porque lo quisiera el equipo médico responsable.
Salí por lo tanto muy bien impresionado de la reunión. Así se lo puse de manifiesto a mi hermano Raúl y a Carlos Urquijo. También hablé con la doctora Hermana:
- Me ha dicho que hablará contigo -le informé.
- Pues a ver qué dice -fue su respuesta.
Se establecía entonces un compás de espera hasta el jueves 31 de mayo. Esa tarde, nuestra amiga Chelo Aparicio moderaba una mesa redonda de periodistas para la Fundación para la Libertad.
Cuando terminó el acto la abordé y le referí mi preocupación. También le dije a Iñaki Viar, su marido y psiquiatra, que a lo mejor tenía que contar con él.
El viernes, 1, debutaban las sesiones plenarias en el Parlamento después de las elecciones. Ya entrada la mañana aparecía Inclán. Salté hacia su escaño.
- He hablado con Tere Hermana -empezó-. Yo creo que la decisión es suya, porque no viene del centro.
Torcí el gesto.
- Pero no te preocupes. Estoy contigo. Si quieres estoy dispuesto a montar una reunión en la que nos encontremos los tres.
Me extrañó su afirmación de que se trataba de un acuerdo adoptado por el servicio médico que atendía a Pilar. Así que le dije:
- Si te parece hablo con Tere y luego te lo cuento.
El martes siguiente volví a hablar con la doctora Hermana.
Abordé el asunto sin demasiados preámbulos. No tenía ninguna gana de mostrarme simpático.
- El Consejero me dice que la decisión no la ha tomado el hospital.
La noté nerviosa y me contestó de forma entrecortada, insistiendo en los mismos argumentos que había empleado la primera vez. En esta oportunidad asumía definitivamente la decisión. Me confirmó que partía de uno de los miembros de su equipo.
- Se le encendió la lucecita -explicó.
Entonces le dije que yo me mantenía en el desacuerdo. Después indagué acerca de su disposición a reunirnos los dos con el Consejero. No había nada que objetar por su parte.
Esa tarde, entregado a la evasión en la escritura que acostumbro practicar, me encontraba sentado ante el ordenador.
Hay veces en que un incierto sentido te dice que te va a llamar alguien. Cuando sonó el teléfono miré el nombre de la persona que me llamaba, era Natalia. Precisamente estaba pensando en ella.
Por dignidad no quería llamarla. Ya le había puesto un mensaje del que no había recibido respuesta.
- Te llamaba por lo de la ruptura de la tregua -me dijo.
Hacía poco que ETA había decretado el enésimo fin de su enésimo alto el fuego, en esa inacabable secuencia que vienen administrando los terroristas desde hace ya demasiado tiempo.
- Eso me preocupa relativamente -le dije-. Me inquieta más lo que está pasando con mi hija.
Supongo que entonces, Natalia ligaba esas palabras con mi mensaje del día a partir del cual se desencadenarían los acontecimientos.
- ¿Y qué quiere decir eso? -preguntó.
Le expliqué todo. Estaba confundida y no entendía nada.
Verdaderamente, se trataba de una situación inusual. Me pidió que la mantuviera informada. Por supuesto que así lo haría.
Creo que esa conversación constituyó un punto y aparte en toda esta historia.
Era ya la tarde del día 12. Iñaki Viar había vuelto de su viaje a Moscú con los Ibarrola y otros amigos. Me citaba en su despacho, una reducida pieza con una biblioteca, mesa, dos sillas y la butaca del médico, y el inevitable diván de todo psiquiatra que se precie de tal.
Me escuchó con atención. Hizo alguna pregunta y me dijo que para hacer el informe resultaba necesario realizar una visita a Pilar. Como el traslado era ya inminente determinamos que si no había especial urgencia podíamos organizar el encuentro para el sábado siguiente.
Esa misma noche hablaba con Natalia. Le puse al corriente de los últimos acontecimientos. Me dijo que el asunto le parecía muy interesante, porque se trataba de un caso que se encontraba a caballo entre el tratamiento médico y la salud psicológica del paciente, incorporando por lo tanto la situación integral del paciente.
La mañana siguiente me iba otra vez al hospital de Cruces, en el deambular inacabable que me estaba correspondiendo en esta época. Mi conversación con Tere Hermana la quería plantear en términos amables: se trataba de franquear la entrada de Iñaki Viar a la UCI.
- ¿Para cuando está previsto el traslado? -le pregunté.
- Te íbamos a llamar. La verdad es que se ha retrasado todo, pero va a ser para el martes -me informó.
Eso permitía la visita del psiquiatra a Pilar sin necesidad de modificar nuestras apretadas agendas.
- Tengo el informe del Comité de Ética. Cree que la medida está bien adoptada -me informó. Aunque insistía en que el dictamen no era resolutivo.
Mi hermana Carmen me llamaba con alguna frecuencia. Yo no le decía casi nada. En realidad esperaba a que llegara el viernes, cuando había citado a todas las visitantes de Pilar. Pero Carmen tenía razón: había que sondear las disponibilidades que teníamos.
Yo había hablado ya con Mari Jose -una amiga, que me había presentado José Luis Ainsúa-, que estaba haciendo una sustitución: no podía contar gran cosa con ella, por lo tanto.
Esa tarde me citaba con Maika, la voluntaria de la Cruz Roja que la solía visitar los sábados por la tarde.
Fue una conversación bastante tormentosa. En primer lugar, ella carecía de disponibilidad adicional: tenía mucho que hacer y de quienes cuidar, y además tenía que atender a su "vida social". Luego dedicó sus comentarios a justificar la decisión del personal de Cruces y a decirme que Pilar afrontaría muy bien el cambio. Después señaló los lugares a donde se le podía llevar, todos imposibles para su atención por mi parte -Mondragón, Toledo...- Terminó diciendo que ella se la hubiera llevado a casa, lo que constituía toda una enmienda a la totalidad a nuestra actuación como padres y -supongo- que también a la felicidad de nuestra hija.
Creo que había un cierto resentimiento por su parte, un resentimiento que yo no comprendía en absoluto y que provocó en mí otro semejante hacia ella.
Ese viernes, 15 había convocado la reunión con el equipo de visitas -mejor que "visitadoras", que recuerda el título de una novela de Vargas Llosa en que denominaba con ese apelativo a las ejercientes del más viejo oficio del mundo.
La verdad es que encontré mucho espíritu de colaboración entre ellas. Tu amiga Inés Obieta y María Acha, especialmente. Carmen pediría vacaciones para ocuparse de Pilar. Nadie iba a cambiar, sin embargo, sus planes: Carmen se iría con mi madre a Menorca, Eugenia con Jujo -¿resucitado?- a Marbella y Marisa estaría "missing" durante tres lunes consecutivos del mes de julio.
Especialmente sintomático fue el caso de mi madre. Después de una llamada en que ofrecía su casa para alojar a nuestra hija, le costó menos coger un avión con destino a las Baleares que un taxi que la llevara a Cruces para darle un beso a su nieta.
Llegaba el sábado, y con él la visita de Iñaki Viar a Pilar. En el "hall" del hospital le entregué una copia del informe del Comité de Ética. Nuestra hija no entendía gran cosa de lo que estaba pasando. Estaba de guardia Marian -"la peque"- que se hizo cargo inmediato del asunto. Le informó a Iñaki de la personalidad de nuestra hija, que tan bien ella conoce. Luego llamó por teléfono mi hermana Carmen, produciéndose una conversación entre la enfermera, ella y yo. Iñaki observaba y sacaba sus conclusiones.
Como yo observé que Iñaki tendría que irse pronto, Pilar decidía -como es habitual en ella- que ese "pronto" había llegado ya. Viar salía de la UCI. Por lo que parecía, le bastaba con lo visto y oído.
Cuando se marchó Iñaki volví al despacho de Tere Hermana, que estaba de guardia. Nuestra relación parecía haber capotado definitivamente. Prueba de ello fueron sus palabras, que no venían a cuento con lo que yo iba a preguntarle y que no era otra cosa que saber a qué hora se iba a producir el traslado.
- Te recuerdo lo que teníamos consensuado en su día -me dijo.
- ¿A qué te refieres? -le pregunté, bastante intrigado.
- A que no vamos a.utilizar ningún procedimiento extraordinario -explicó.
Hermana se refería a que -de lo que te voy a contar va a hacer como tres años- Pilar se puso muy grave. Entonces, de acuerdo con una conversación que tuvimos tú y yo, dije a la médico que lo que no aceptaba era que nuestra hija sufriera.
El hecho de que la médico-jefe evocara esa conversación en estos momentos me pareció, además de muy poco considerado, de verdadero mal gusto. Era como si me dijera: "La trasladamos a la quinta planta a esperar a que se muera".
La cita era para el martes a las 10 de la mañana.
Esa misma noche hablaba con Natalia de mi extrañeza ante la actitud de la médica. Natalia me hacía toda clase de preguntas. Era evidente que le interesaba el asunto. Después me dijo:
- Como me dices que vas a necesitar gente para visitar a Pilar, me presento como voluntaria.
Se lo agradecí muchísimo y acepté por supuesto el ofrecimiento.
- Me la tendrás que presentar. -Luego me dijo que había hablado con su hermano Luis, que es abogado.
- Espero que no te moleste -no me molestaba-. Ya sé que te está asesorando un hermano tuyo, pero no estaría de más que hables con él. Es un abogado muy minucioso, como era mi padre. Ha ganado varios casos contra Osakidetza.
Le confirmé que así lo haríamos. La semana siguiente.
Concluyo así esta primera carta. La siguiente empezará con el traslado y la nueva situación.
Un beso.
miércoles, 7 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (332)
- ¿Sí? –preguntó Vic Suarez, la expresión contenida.
- Soy Francisco de Vicente, Vic. ¿Dónde estáis?
- ¡Me habías dado un buen susto, Paco –contestó la aludida-. ¿Es segura esta comunicación?
- Supongo que sí. Por lo menos es lo que me ha asegurado Cristino… aunque, en estos tiempos que corren, no hay nada que sea seguro.
- ¿Y dónde estás tú, si se puede saber?
Precavida, Vic Suarez sólo quería asegurarse de la situación.
- En el portal de tu casa.
- Ya. ¿Y no notas nada raro?
- Aquí no hay ningún movimiento –dijo Francisco de Vicente. Y después de cerciorarse, efectuando otro breve reconocimiento visual, dijo-: No hay nadie.
- Pues a nosotros han estado a punto de detenernos… Pero, supongo que debemos actuar con prisa –dijo con su resolución acostumbrada-. ¿Qué instrucciones tienes?
- Llevaros a Chamberí. ¿Qué tal está mi primo?
- Agotado. Pero supongo que podrá resistir el viaje.
- Bueno.
- Tienes que bajar por el Paseo de la Habana, y una vez que hayas dejado atrás la plaza de los Sagrados Corazones, me vuelves a llamar.
- OK. No me esperéis en el portal…
- Desde luego.
Anabel Rojo dio un buen sorbo a su cola con ron antes de preguntar.
- ¿Quién era?
- Paco de Vicente. Un primo de Jorge. Es médico y el Consejero de Sanidad de Chamberí –contestó Vic.
- ¿Viene para aquí?
- Eso me ha dicho –asintió Vic. Que ya se había puesto de pie y zarandeaba a su marido-. Tengo que reanimarlo.
Jorge Brassens contestó a los movimientos de su mujer con un gemido que paecía no proceder de su organismo.
- ¡Cariño! ¡Despiértate! ¡Nos tenemos que marchar!
- Me parece que a este sólo le levantas para llevarle a la cama… -dijo Anabel con tono juicioso.
- ¡Pobre! Le voy a dejar que duerma hasta que llegue Paco.
- Está bien. Así me cuentas el resto de la historia.
- ¿Y dónde estábamos?
- En que te fuiste a Chamberí, a ver a ese Romerales…
- ¡Ah, sí! Tuve algún percance, pero conseguí llegar… el caso es que perdí el coche a la altura de la embajada de los Estados Unidos. Y luego no lo recuperé. Volví a casa con el número dos de interior de Chamberí, los de Cardidal lo detuvieron y nosotros conseguimos escapar… Eso es todo, más o menos.
- Lo has contado muy deprisa. Pero supongo que ya me lo dirás más despacio en otro momento –repuso quejosa Anabel.
- Soy Francisco de Vicente, Vic. ¿Dónde estáis?
- ¡Me habías dado un buen susto, Paco –contestó la aludida-. ¿Es segura esta comunicación?
- Supongo que sí. Por lo menos es lo que me ha asegurado Cristino… aunque, en estos tiempos que corren, no hay nada que sea seguro.
- ¿Y dónde estás tú, si se puede saber?
Precavida, Vic Suarez sólo quería asegurarse de la situación.
- En el portal de tu casa.
- Ya. ¿Y no notas nada raro?
- Aquí no hay ningún movimiento –dijo Francisco de Vicente. Y después de cerciorarse, efectuando otro breve reconocimiento visual, dijo-: No hay nadie.
- Pues a nosotros han estado a punto de detenernos… Pero, supongo que debemos actuar con prisa –dijo con su resolución acostumbrada-. ¿Qué instrucciones tienes?
- Llevaros a Chamberí. ¿Qué tal está mi primo?
- Agotado. Pero supongo que podrá resistir el viaje.
- Bueno.
- Tienes que bajar por el Paseo de la Habana, y una vez que hayas dejado atrás la plaza de los Sagrados Corazones, me vuelves a llamar.
- OK. No me esperéis en el portal…
- Desde luego.
Anabel Rojo dio un buen sorbo a su cola con ron antes de preguntar.
- ¿Quién era?
- Paco de Vicente. Un primo de Jorge. Es médico y el Consejero de Sanidad de Chamberí –contestó Vic.
- ¿Viene para aquí?
- Eso me ha dicho –asintió Vic. Que ya se había puesto de pie y zarandeaba a su marido-. Tengo que reanimarlo.
Jorge Brassens contestó a los movimientos de su mujer con un gemido que paecía no proceder de su organismo.
- ¡Cariño! ¡Despiértate! ¡Nos tenemos que marchar!
- Me parece que a este sólo le levantas para llevarle a la cama… -dijo Anabel con tono juicioso.
- ¡Pobre! Le voy a dejar que duerma hasta que llegue Paco.
- Está bien. Así me cuentas el resto de la historia.
- ¿Y dónde estábamos?
- En que te fuiste a Chamberí, a ver a ese Romerales…
- ¡Ah, sí! Tuve algún percance, pero conseguí llegar… el caso es que perdí el coche a la altura de la embajada de los Estados Unidos. Y luego no lo recuperé. Volví a casa con el número dos de interior de Chamberí, los de Cardidal lo detuvieron y nosotros conseguimos escapar… Eso es todo, más o menos.
- Lo has contado muy deprisa. Pero supongo que ya me lo dirás más despacio en otro momento –repuso quejosa Anabel.
lunes, 5 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (331)
- El problema de la casa de Valladolid, seguía Santiago Jiménez, es y ha sido en los últimos 20 años, que hay muchos gastos y muy pocos ingresos –continuaba equis-. Desde la muerte de papá no ha habido ingresos importantes, pero el tren de vida se ha mantenido, como si no pasara nada…
- Había una cierta regañina en esas palabras –observaría Brassens.
- Se puede decir que sí –asintió equis-. Pero ese párrafo termianaba diciendo que, como el ya sabido “quita y no pon, se acaba el montón” y que esta era la realidad.
- No se refería a la gestión emprendida por los hermanos…
- No. Y seguía diciendo que en un establecimiento comercial, la receta era clara: incrementar los ingresos y/o reducir los gastos. El problema, seguía diciendo, era que Valladolid no era un hotel, un restaurante o un local comercial. Esa casa era la casa de la madre de todos y el lugar de refugio de todos, sin excepciones. Creía que la memoria de todos era lo suficientemente clara para que no tuviera Santiago que dar detalles. Todos habían usado cualquiera de las tres casas de la familia cuando nos ha hecho falta.
- De modo que… ¡a callar todo el mundo!
- Bien. Seguía con la cuestión de la reducción en los gastos. En este sentido decía que si trataban de reducir gastos de forma drástica, en su opinión se iba a plantear lo siguiente: crear una situación de ansiedad en su madre, lo que Santiago no quería y creía que ningún otro tampoco, y que además no era necesario. Insistía en que eso podía crear una sensación de preocupación, miedo, stress y ansiedad por el futuro. Y no era necesario porque su madre tenía dinero en esos momentos…
- Siempre pasa igual –observó Brassens-: los hijos piensan que cuando sus padres se han hecho mayores han perdido su capacidad de comprensión. Y no hay nada más lejos de la verdad que esa apreciación.
- Y Santiago seguía diciendo que si se despedía a la doncella, habría que indemnizarla, con lo que la economía que se podía generar se iba con esa indemnización.
- Ya.
- En cuanto al caso de Eugenia, su herímana, observaba Santiago que no la veía pasando todas las noches cuidando de su madre para ahorrar un salario. Porque Eugenia tenía su trabajo y en el mensaje de ella dejaba muy claro que no estaba de acuerdo con esa propuesta. Además que si Eugenia hacía ese trabajo habría que pagarla. Y se preguntaba: ¿dónde está entonces la economía?
- Una vez que se cargaba la idea de Raúl, su hermano, de operar como un hotel, una buena parte de las soluciones se evaporaban –opinó Brassens.
- De modo que terminaba diciendo que, en cuanto a este epígrafe, una reducción de gastos en la práctica iba a ser muy difícil.
- Se quedaba tan ancho…
- Y pasaba entonces al incremento de los ingresos.
- Había una cierta regañina en esas palabras –observaría Brassens.
- Se puede decir que sí –asintió equis-. Pero ese párrafo termianaba diciendo que, como el ya sabido “quita y no pon, se acaba el montón” y que esta era la realidad.
- No se refería a la gestión emprendida por los hermanos…
- No. Y seguía diciendo que en un establecimiento comercial, la receta era clara: incrementar los ingresos y/o reducir los gastos. El problema, seguía diciendo, era que Valladolid no era un hotel, un restaurante o un local comercial. Esa casa era la casa de la madre de todos y el lugar de refugio de todos, sin excepciones. Creía que la memoria de todos era lo suficientemente clara para que no tuviera Santiago que dar detalles. Todos habían usado cualquiera de las tres casas de la familia cuando nos ha hecho falta.
- De modo que… ¡a callar todo el mundo!
- Bien. Seguía con la cuestión de la reducción en los gastos. En este sentido decía que si trataban de reducir gastos de forma drástica, en su opinión se iba a plantear lo siguiente: crear una situación de ansiedad en su madre, lo que Santiago no quería y creía que ningún otro tampoco, y que además no era necesario. Insistía en que eso podía crear una sensación de preocupación, miedo, stress y ansiedad por el futuro. Y no era necesario porque su madre tenía dinero en esos momentos…
- Siempre pasa igual –observó Brassens-: los hijos piensan que cuando sus padres se han hecho mayores han perdido su capacidad de comprensión. Y no hay nada más lejos de la verdad que esa apreciación.
- Y Santiago seguía diciendo que si se despedía a la doncella, habría que indemnizarla, con lo que la economía que se podía generar se iba con esa indemnización.
- Ya.
- En cuanto al caso de Eugenia, su herímana, observaba Santiago que no la veía pasando todas las noches cuidando de su madre para ahorrar un salario. Porque Eugenia tenía su trabajo y en el mensaje de ella dejaba muy claro que no estaba de acuerdo con esa propuesta. Además que si Eugenia hacía ese trabajo habría que pagarla. Y se preguntaba: ¿dónde está entonces la economía?
- Una vez que se cargaba la idea de Raúl, su hermano, de operar como un hotel, una buena parte de las soluciones se evaporaban –opinó Brassens.
- De modo que terminaba diciendo que, en cuanto a este epígrafe, una reducción de gastos en la práctica iba a ser muy difícil.
- Se quedaba tan ancho…
- Y pasaba entonces al incremento de los ingresos.
jueves, 1 de marzo de 2012
Intercambio de solsticios (330)
Bilbao, 15 de enero de 2006.
Querida Lorsen:
Felizmente han concluido ya las navidades y con esa situación la vida de las rutinas vuelve por sus fueros. No han sido unas fechas gratas y el recuerdo de tu ausencia se ha producido en una forma lacerante. No era capaz de poner un solo disco, por ejemplo, por el miedo de que tal actitud pudiera provocar en mí un sufrimiento extraordinario además de innecesario –la vida ya contiene en sí su buena ración de pesares que no conviene acrecentar por el único placer de experimentar nuevas dosis de esa especie.
Pero llegaba el principio del año y como mi hermano Raúl renunciaba a su viaje a Florianópolis –Brasil- para sus vacaciones de Navidad, yo me integraba en un viaje organizado para conocer los lugares donde transcurrieron aspectos de la vida de Lawrence de Arabia.
Y me fui a Siria. Damasco, Palmyra y Aleppo fueron las ciudades que visité, sus exteriores y las ruinas maravillosas que se prodigan en ese país, fronterizo con Irak y con Israel.
Fue en el camino desde Palmyra, que contiene los restos de una población a caballo entre la cultura romana y la bizantina, en un autobús en plena noche, donde experimementé una sensación de paz de tal manera intensa que me produjo un bienestar que aún permanece en mí. Quizás rodeado de la espiritualidad del ambiente, el choque o la integración de religiones, el conjunto de episodios sagrados que se produjeron en su historia, los espíritus de tantas personas que hicieron de sus vidas testimonios de su fe... Todos esos seres perdidos en las nieblas de los recuerdos, o los mismos seres vivos que persiguen como a su sombra un rincón de trascendencia me gritaban con sus voces silentes que había una especie de destino en tu vida, que lo hay en la mía. Y que ese destino no hay quien lo tuerza, apenas ha comenzado a desenvolver sus efectos. De tal manera, el sentimiento de culpa que anidaba en mí por tu enfermedad y tu muerte no tenía sentido ya, quizás porque nunca lo había tenido. Si San Pablo cayó de su caballo convencido de que su tarea de acabar con los cristianos era inútil y debía dedicar su vida a favorecerlos e integrarse en esa comunidad, yo, en el autobús, viendo cómo se desplegaban ante mí las luces de los pueblos que existen entre Palmyra y Aleppo, me veía desalojado de esa montura que era para mí una especie de potro de tortura, una línea directa permanente con el sufrimiento, con la insatisfacción. Un sentimiento que teñía casi todos los actos de los que era consciente, cuando mi juego al escondite con la soledad fallaba y empezaban a formularse esas terribles preguntas que siempre dicen “¿por qué?” y nunca sabes contestar.
Claro que se trata solo de una aproximación. Nunca sé si todo eso ha terminado definitivamente o se trata sólo de un alivio pasajero, como esas enfermedades que deben alejarse por un tiempo del enfermo, para que así este disponga de la oportunidad de un respiro que le permita a su enfermedad continuar posesionándose del objeto de sus inquinas. Sólo el paréntesis entre las frases dolorosas. Aunque, después de todo, ahora me encuentro mucho mejor y espero que se mantenga esta situación durante mucho tiempo, pero bien sé que no depende sólo de mí.
Un beso.
Querida Lorsen:
Felizmente han concluido ya las navidades y con esa situación la vida de las rutinas vuelve por sus fueros. No han sido unas fechas gratas y el recuerdo de tu ausencia se ha producido en una forma lacerante. No era capaz de poner un solo disco, por ejemplo, por el miedo de que tal actitud pudiera provocar en mí un sufrimiento extraordinario además de innecesario –la vida ya contiene en sí su buena ración de pesares que no conviene acrecentar por el único placer de experimentar nuevas dosis de esa especie.
Pero llegaba el principio del año y como mi hermano Raúl renunciaba a su viaje a Florianópolis –Brasil- para sus vacaciones de Navidad, yo me integraba en un viaje organizado para conocer los lugares donde transcurrieron aspectos de la vida de Lawrence de Arabia.
Y me fui a Siria. Damasco, Palmyra y Aleppo fueron las ciudades que visité, sus exteriores y las ruinas maravillosas que se prodigan en ese país, fronterizo con Irak y con Israel.
Fue en el camino desde Palmyra, que contiene los restos de una población a caballo entre la cultura romana y la bizantina, en un autobús en plena noche, donde experimementé una sensación de paz de tal manera intensa que me produjo un bienestar que aún permanece en mí. Quizás rodeado de la espiritualidad del ambiente, el choque o la integración de religiones, el conjunto de episodios sagrados que se produjeron en su historia, los espíritus de tantas personas que hicieron de sus vidas testimonios de su fe... Todos esos seres perdidos en las nieblas de los recuerdos, o los mismos seres vivos que persiguen como a su sombra un rincón de trascendencia me gritaban con sus voces silentes que había una especie de destino en tu vida, que lo hay en la mía. Y que ese destino no hay quien lo tuerza, apenas ha comenzado a desenvolver sus efectos. De tal manera, el sentimiento de culpa que anidaba en mí por tu enfermedad y tu muerte no tenía sentido ya, quizás porque nunca lo había tenido. Si San Pablo cayó de su caballo convencido de que su tarea de acabar con los cristianos era inútil y debía dedicar su vida a favorecerlos e integrarse en esa comunidad, yo, en el autobús, viendo cómo se desplegaban ante mí las luces de los pueblos que existen entre Palmyra y Aleppo, me veía desalojado de esa montura que era para mí una especie de potro de tortura, una línea directa permanente con el sufrimiento, con la insatisfacción. Un sentimiento que teñía casi todos los actos de los que era consciente, cuando mi juego al escondite con la soledad fallaba y empezaban a formularse esas terribles preguntas que siempre dicen “¿por qué?” y nunca sabes contestar.
Claro que se trata solo de una aproximación. Nunca sé si todo eso ha terminado definitivamente o se trata sólo de un alivio pasajero, como esas enfermedades que deben alejarse por un tiempo del enfermo, para que así este disponga de la oportunidad de un respiro que le permita a su enfermedad continuar posesionándose del objeto de sus inquinas. Sólo el paréntesis entre las frases dolorosas. Aunque, después de todo, ahora me encuentro mucho mejor y espero que se mantenga esta situación durante mucho tiempo, pero bien sé que no depende sólo de mí.
Un beso.
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