miércoles, 30 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (279)

Bilbao, 24 de Enero de 2004.

Querida Lorsen:

Te escribo a mi regreso de Argentina. Poco a poco voy recuperando el tiempo no perdido, pero sí que dedicado a otros asuntos.
Antes de irme tuve un sueño. Estaba en una calle de Bilbao. Caminaba solo. De pronto descubrí que delante marchaba Carmelo López, que saludaba a un amigo y continuaba. Fue entonces cuando le abordé. Se mostraba algo conspicuo, como asombrado de que le hubiera advertido. La conversación transcurrió de la siguiente forma:
- ¡Hombre, Carmelo! ¡Cómo así por aquí! ¿Dando una vuelta?
- Ya ves...
- ¿Y cómo es eso, ahí arriba? ¿Te ves con la gente?
- No. Yo no soy de esos que anda de esa manera. Pero hay quien lo hace.
Entonces era cuando le iba a preguntar por ti. Pero ¡ay! fue el momento en que percibí que me encontraba en un sueño y me desperté.
Es la obsesión por el reencuentro. Para mí en todo lo que tenga que ver con lo que pueda existir más allá de esto carece de significación la idea de Dios, que se convierte solamente en un instrumento para que podamos volvernos a ver. La certeza, por ejemplo, de la muerte de Pilar –luego nos matará a todos- y la necesidad de esa reunión, algún día, de mi familia. Todo eso me persigue y -a veces- me conforta pensando en que es posible, aunque mi sentido de lo probabilidad me dice que no ocurrirá.
Poco antes de llegar a Buenos Aires, según me contó mi hermano Pedro, se armó el escándalo en una quinta que es de la pareja de otra Claudia –allí todo el mundo se llama de esa forma, por lo visto-. Claudia, la nuestra, llegó a romper un espejo de la casa.
La sensación que tengo es que se trata de una familia de clase media y muy italiana, además. En familia se cantan las cuarenta de una manera que yo no entendería para la mía. Luego vuelven a una paz, sólo aparente. A veces se diría que están agazapados para saltar a la yugular a la primera de cambio.
Claro que la cosa no va conmigo... Ni con Pedro, a quien no sé muy bien si admiran o quieren todos utilizar. Y es que la vida en Argentina está muy cara. El dinero ha perdido un tercio de su valor, pero los sueldos siguen donde siempre. Cuando el padre de Claudia me invitó a comer, no queria hacerlo en el restaurante que se nos sugería, por lo caro que era. Después no nos ofrecía ni primer plato ni postre. Y en cuanto al vino... de la casa y una botella para cuatro. Un café y a casa.
Yolanda, la madre de Claudia, estuvo amable, pero no da de sí. Nos contaban que estuvieron –ella y su hermana- en un espectáculo de “stripping” para mujeres. Verdaderamente que no me imagino hacer eso a nadie de nuestras familias, sobre todo de contarlo: esos son siempre vicios privados. Además es una binguera y jugadora peligrosa, de las que no saben cuándo tienen que retirarse. Según me contaba su ex marido esa fue la causa de su ruptura matrimonial. Como ves esta gente lo cuenta todo.
Él, Antonio Verdún, es un hombre curioso. Patético y simpático. Aún trabaja a pesar de sus más de setenta, porque no se puede jubilar. El día en que visitamos la Casa Rosada –sede la presidencia de la República- le dedicó una filípica a la funcionaria que nos la estaba enseñando. Le preguntaba por el Presidente y le decía que ya no se convocaban premios culturales, que a él le hubiera correspondido no sé cuál, y que por eso no tenía jubilación. “Es un tipo listo, ese Kirchner –me dijo-. Si un día platicamos me ofrece seguro la secretaría de cultura”. Sale con una señora muy tranquila que también se llama Claudia –para variar- y que tiene la edad de su hija. Y amenaza, por supuesto –se trata de un vicio nacional- con venirse a España, lugar en que todos sus merecimientos le serán reconocidos.
Nadie cree en Argentina. Todos andan mirándose el ombligo, preguntándose qué cosa son en realidad, pero luego le eligen al presunto corrupto de Menem para la segunda vuelta electoral. De todas formas el país está mejor de lo que pensaba, hay seguridad en las calles y la gente tiene más confianza en el futuro. Por lo visto el presidente actual –el pingüino, porque viene de la Patagonia- es un hombre honrado.
Natalia mi sobrina, a quien no conocía, es una niña ineducada y que no para de hacer travesuras, nadie le dice nada. Alexia, por el contrario, es mucho más Brassens, una chica reposada y silenciosa, pero cuando habla no dice ninguna tontería.
Un día fui al mercado de San Telmo, que es una especie de rastro de antigüedades en Buenos Aires. Allí encontré un crucifijo que me gustó y que estaba muy bien de precio. Le llamé el “Cristo del reencuentro”, también para variar. Lo he colgado de una de las vigas del salón.
Poco después de eso advertía que tenía una llamada de Alfonso Masiá. Se ha muerto Pilar Riera. De vuelta de su funeral, y de un infarto, murió Pato. Creo que es impresionante lo último. Escribí a Cuca unas letras desde el hotel, aunque como no tengo el código postal de su casa es más que posible que no llegue. De todas formas he hablado con ella porque el próximo lunes estaré en Barcelona y cenaré con ellos. La he encontrado relativamente bien. “Hay que seguir”, me dijo. “Ya lo sabes tú”.
He cenado con los urquijos en la delegación de Gobierno. Sólo con ellos y presidiendo la mesa. Carlos ha dicho que quiere que mantengamos la tradición de nuestras comidas de los plenos. Por mí no hay dificultad. Luego, el día de su toma de posesión, me dedicó un “Por mí no quedará”, que a todo el mundo le pasó desapercibido. Es un buen amigo, aunque no tengo duda de que el cargo le hará más difícil frecuentar nuestra amistad, pese a toda su magnífica intención y a que pronto sea yo el padrino de su próxima hija.
He visto a Pilar bien, aunque justamente hoy tenía unas décimas y estaba un poco incómoda. También a tu padre. Y a Bècaud, cuyo clarear de su pelo me lo presenta cada vez más “vecchio”.
Hablando de “vecchios” ya he recogido el cuadro de Bona enmarcado. Efectivamente cabe en nuestro cuarto.
¡Ah, se me olvidaba! En ese espacio mágico que atravesaba nuestro catamarán cuando nos dirigíamos a la isla de los pingüinos, en el canal Beagle, recé un avemaría pensando en vosotras dos –tú y Pilar-. Ya ves, de vez en cuando enciendo una vela a la Virgen de Roncesvalles.

Un beso, guapa.

No hay comentarios: