jueves, 10 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (266)

- Bien, estoy bien –respondía Jorge Brassens, cuya voz era aún temblorosa para Romerales, pero que a su propio emisor le parecía ya vigorosa.
Cristino Romerales no esperaba esta llamada. Estaba preparando una estrategia en la que su viejo amigo había pasado a un segundo plano. y eso que el jefe de interior de Chamberí era consciente de que su presidente, Juan Antonio Sánchez, no era más que un tipo engolado y pagado de sí mismo; pero Romerales entendía el servicio público como una especie de milicia: no se trataba de analizar si tu jefe tenía razón en lo que ordenaba, el jefe mandaba y él obedecía.
- Me alegro de oír eso Jorge… después de la paliza que te han dado –declaró Romerales.
- Bueno… no estamos en una hora de grandes delicadezas –dijo Brassens, anunciando con estas palabras su intención de ir al grano.
- Tú dirás –dijo Cristino.
- Bien. Te llamo para decirte que tu obligación es actuar en la forma que debes…
Romerales no supo muy bien qué decir, así que Brassens proseguía.
- … Quiero decir que ya me imagino que habrá pasado muchas veces por tu imaginación la idea de rescatarnos. Pues bien. Eso es precisamente lo que no debes hacer…
- Pero…
Vic Suárez proseguía atenta la conversación de su marido, el gesto torcido.
- No hay pero que valga, Cristino. Lo primero es que preservéis la soberanía de Chamberí, la vida de sus habitantes, la de Bachat… todo eso.
Cristino Romerales podía haberle dicho que esas eran precisamente las instrucciones de su jefe y que no sabía muy bien cómo sosrtearlas y así conseguir la liberación de Bachat y de ellos dos. Pero le pareció excesivamente egoísta para ser comunicado a un amigo como Brassens, de modo que continuaría con el hilo de la conversación.
- ¿Y qué pasará con vosotros?
- No lo sé. De momento no nos están tocando el pelo –comunicaría Brassens-. Ya veremos.
- En todo caso, Jorge, creo que estoy en deuda contigo. No sólo por todo lo que hemos hecho juntos…
- Te insisto, Cristino –le cortó Brassens-. Más allá de ti y de mí, de Vic y de mí mismo, Chamberí se ha convertido en la misma esencia de la libertad, en el único vestigio que nos queda de civilización… y eso no se puede perder.
- Pero te insisto, Jorge, en que por una torpeza de mis propios servicios de seguridad os habéis quedado sin coche.
- Ya. Pero ya nada se puede hacer con eso –observó Brassens.
- Supongo que corregirlo –declaró con gravedad Romerales.
- No se. Supongo que Vic es la única que está de acuerdo contigo –observó Brassens, mirando a su mujer de reojo, a la vez que esbozaba una tímida sonrisa.
- Déjalo de mi cuenta, Jorge.

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