Cuesta quizás algún trabajo pensar en que Leonard Cohen compusiera canciones de cuna. Sin embargo, existen en su haber dos nanas, aunque de contenido muy diferente.
La primera, "La nana del cazador" (Hunter's lullaby) contenido en su disco “Various positions”, de 1984, es la historia de la canción que se dirige a un niño, el hijo de un cazador que se adentra el “bosque salvaje”, “a través de la plata y el cristal” -quizás los charcos, las lagunas, los ríos…-. Se trata de un terreno difícil, salpicado de “arenas movedizas o arcillosas”.
El espacio por el que se interna el cazador resulta solamente apto para la avaricia, no para el espíritu, que exige una determinada altura, una singular generosidad. Y se trata de un territorio al que no podrá acompañarle la madre del niño al que se canta la nana, aunque conozca el camino. Ella cuidará de su hijo.
Va, por lo tanto, el cazador hacia su presa, una bestia que jamás logrará encadenar, que no se deja dominar. Dejará atrás a un niño durmiente y a las bendiciones que le dedicaba antes de emprender su ruta.
Se trata de una expedición arriesgada, porque el cazador ha perdido su amuleto de la suerte, pero también el corazón guardián (una suerte de ángel de la guarda) que le protege de todo daño. De modo que, a través del narrador, se despide de su hijo y exige que no detengan su marcha.
La canción deja un rastro de amargura en la boca. En un primer plano, Cohen nos refiere esa historia habitual de la vida tradicional: el hombre sale de su casa en busca de sustento, dejando en ella a su mujer y a su hijo. La caza se hará en un territorio hostil, una jungla en realidad, pero al cabo eso mismo es la vida.
Pero nos quedaríamos cortos si detuviéramos aquí la más plausible de las explicaciones. Renunciando a comprender las últimas estrofas del poema caeríamos en una interpretación apenas banal del mismo. Porque, en realidad, el cazador se dirige hacia su propia destrucción. Existe algo en estos versos que se expresa con frecuencia en el universo poético de Cohen: el hombre que va hacia la muerte, como si la vida no consistiera sólo en una lucha cotidiana por la supervivencia, porque, al cabo, es tan breve, a veces tan triste y tan desprovista de significado que más vale acabar. Dignamente, por supuesto, peleando en ese territorio comanche con el que nos encontramos a diario.
No es ésta canción de Cohen similar a su otro tema "Avalanche" -al que dedicaré un comentario en otra ocasión-, respectó del cual alguien dijo que contenía una cuchilla de afeitar -algo así como una invitación al suicidio-, pero esta "nana del cazador" parece más bien la "nana de la zozobra”.
Muy diferente a ésta es la canción de cuna que se contiene en su álbum "Old Ideas" publicado en el año 2012, justo en el momento de la reaparición pública del poeta canadiense después de su desastre financiero.
Se trata de una nana de factura clásica, intimista y tranquilizadora. En ella, Cohen pretende relajar a un niño, quizás a su nieta Viva, a la que la hija de Cohen, Lorca -por Federico García Lorca- tuvo como madre soltera, ayudada para ello por el también cantante canadiense Rufus Wainwright -que tiene en su repertorio diversas canciones de Cohen-, y por la pareja de Lorca, el administrador de arte, Jōrn Weisbrodt.
La nana pide al bebé que se duerma. Los días se escapan más velozmente de lo que el niño sería capaz de advertir. Y el viento ulula en los arboles como si hablara en diferentes idiomas.
El estribillo regresa sin embargo a una sensación cara al poeta; la melancolía. Si tu corazón está triste -le dice-, no sé muy bien porqué; si la noche resulta muchas veces larga... te canto esta nana.
Y Cohen le narra un cuento. Es un ratón que se comió una migaja de pan, en tanto que el gato hizo lo mismo con la corteza. El ratón y el gato, animales complementarios, se han enamorado y ahora hablan en lenguas que se entienden, a pesar de que son distintos, como las que susurran las ramas de los árboles. Olvida niño eso de que los gatos se comen a los ratones…
Una armoniosa melodía sirve de acompañamiento equilibrado de los versos. Y las voces del coro femenino constituyen el contrapunto perfecto de los murmullos de Cohen.
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