De común acuerdo con el director del programa de Informa Radio, “Análisis Internacional”, decidimos realizar un homenaje al diplomático español Jaime de Piniés, que contribuyó con éxito a la defensa de los intereses de España en cuantos destinos le fueron encomendados, principalmente en la Organización de Naciones Unidas. Y lo hizo, además, tanto en la dictadura del general Franco como durante la transición (en 1985, el gobierno presidido por Felipe González le nombraría embajador permanente ante la ONU). Quizás por eso que decía Lord Palmerston, que las naciones no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes, y podríamos añadir que con independencia de los regímenes políticos que tengan.
Ausente -por motivo de afonía- el coronel Camacho, oficiaría Ana Camacho (que no tiene relación de parentesco con aquél, y que no es mala oficiante en absoluto: periodista y profesora de universidad, Ana conoció al diplomático y valoró su experiencia y criterios respecto de la crucial, para España, cuestión del Estrecho, ese lugar geográfico en el que se entrecruzan los intereses de nuestro país con nuestras obligaciones históricas y nuestras inveteradas reclamaciones (el Magreb, Ceuta y Melilla, el Sáhara Occidental y Gibraltar).
Y estaba, en cabal representación de Piniés, su hijo del mismo nombre, miembro del foro LVL de política exterior, y economista que lo fue del Banco Mundial.
Se suscitaría a lo largo del programa el trabajo de quienes precedieron a Piniés. Y saldría a colación el nombre de Lequerica. No tenía el menor sentido que yo evocara la trayectoria del diplomático bilbaino en el contexto de un homenaje a otra persona. Ésa es la razón de este comentario.
José Félix de Lequerica (Bilbao, 1890 - Guecho, 1963), fue un diplomático y político que llegaría a desempeñar el cargo de alcalde de Bilbao (1938-39) y ministro de Asuntos Exteriores (1944-45), entre otros puestos de representación, como el de embajador en Washington, antes y después del reconocimiento por los EEUU del régimen franquista, que se conseguiría en gran medida gracias a su trabajo.
A la vista de estos breves datos (que son los de la escasa gente que tiene algún recuerdo del personaje), Lequerica sería un franquista, un “facha” más de esos que persiguen con saña nuestros bienpensantes dirigentes que rechazan a los herejes, armados de sus martillos inquisitoriales, insertados de manera temible en los párrafos legales de la llamada memoria democrática.
Pero a Lequerica -como a tantos otros personajes de la época- habría que pasarlos por el tamiz de su propia historia. Y aunque en una parte significativa de la misma hubieran adoptado conductas que, en el día de hoy, nos parecen reprobables, deberíamos conceder que no fue sólo Lequerica -ni tantos otros- quienes optaron por un bando concreto en nuestra contienda (in)civil, sino que sería toda una generación de españoles la que se abrió a sí misma en canal, mostrando al mundo entero el rostro de una España atrapada en su arrogancia y arrojada a sus propios abismos por su incapacidad de entenderse.
Decía que convendría saber algo más de Lequerica que sus puestos de responsabilidad desempeñados en la dictadura de Franco. Porque el bilbaino sería en su juventud uno de los pasantes en el despacho de don Antonio Maura, junto a otros brillantes abogados que, andando el tiempo, fueron políticos prominentes en la época de la II República, como, por ejemplo, Ángel Ossorio o el hijo del político mallorquín, Miguel.
Fue, por lo tanto, Lequerica eso que en su tiempo se dio en llamar “maurista”. Miembro de un movimiento sin liderazgo (don Antonio se negó siempre a protagonizarlo) que nació para renovar en profundidad la política de la época, con el afán de realizar una reforma de características tan significativas que su inspirador había calificado como “la revolución desde arriba”. Tuvo la iniciativa su nacimiento cuando el Rey Alfonso XIII se decidió por optar por los conservadores “idóneos”, capitaneados por don Eduardo Dato, en lugar de por don Antonio, allá por el año 1913. Consumada la ruptura en el partido conservador, los seguidores del político mallorquín darían comienzo a un interesante proyecto que reposaría fundamentalmente sobre dos pies en su andadura: la ley y el orden, por un lado, y el ensanchamiento de las instituciones que derivaría hacia un sistema democrático similar al de otros países de nuestro entorno.
Pero los deseos de la juventud maurista se quebraron como consecuencia de las inercias del sistema político, los constantes devaneos del Rey con los líderes de los partidos políticos, la Primera Guerra Mundial, la revolución de 1917, la incapacidad de la integración en el sistema del partido socialista (que este mismo haría por cierto imposible), y otros tantos elementos que no son del caso enumerar, desembocando todo ello en la dictadura del general Primo de Rivera, verdadero final del régimen de la Restauración ideado por Cánovas.
Llegado el pronunciamiento en el año 1923 (que por cierto sería recibido de forma abiertamente positiva en amplios sectores de la sociedad española, y aún por el partido socialista), resultaba inevitable que el maurismo se rompiera por sus dos partes constitutivas. Era como si el general Primo de Rivera hubiera ejercido de leñador de ese tronco común y hubiera pretendido llevarse del discurso de don Antonio sus ideas regeneracionistas, dejando en la cuneta de los sueños perdidos todas sus posiciones civilistas, parlamentarias e institucionales.
Hubo, en efecto, mauristas que no siguieron al general, como Ángel Ossorio (una carta entre éste y su jefe político estuvo a punto de dar con sus huesos en la cárcel a don Antonio) o Miguel Maura. Pero hubo también mauristas como Goicoechea, Calvo Sotelo o Lequerica que optarían por el marqués de Estella.
Advino la convulsa República, la guerra y volvió de nuevo la dictadura. Como he relatado, en ella sería ministro de Exteriores el bilbaino. Pero sus amistades fraternales no quedaron empañadas por la situación política, por muy enfrentados que estuvieran sus protagonistas. Se cuenta que, encarcelado Jorge Semprún -sobrino carnal de Miguel Maura- en el campo de concentración de Buchenwald, Lequerica intervino, cerca de las autoridades nazis, para que al nieto de su otrora jefe político “no se le tocara un pelo”. De este modo, el que llegaría a ser ministro de Cultura con Felipe González, tendría una triple protección en ese inhóspito lugar: la de la red de apoyo del partido comunista a sus militantes, la de su educación y el alemán que aprendiera en su infancia y la de un dirigente político de la ominosa dictadura franquista.
Paradojas de la historia y de la vida…
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