miércoles, 26 de diciembre de 2012
Cecilia entre dos mares (26). Un amor en el otoño de Bilbao (II)
- Miguel. ¿Te puedo hablar con franqueza?
Podía haberle dicho que no. ¿Qué es eso de hablar con franqueza a tu marido? La relación conyugal se hacia de enormes silencios, sin apenas preguntas importantes. Pero le dijo que sí. Miguel Iturregui era un hombre siempre abierto, de opiniones amplias; de esos que mantienen no ya una posición liberal, sino un espíritu plenamente dispuesto y que no admite contradicciones en este punto.
- Por supuesto, Begoña. ¿Qué es eso?
- Mira Miguel. Yo supongo que para ti no tendrá mayor importancia, pero Bilbao, por lo menos nuestro Bilbao, es muy pequeño. Y ya hay mucha gente que anda diciendo cosas...
- ¡No entiendo! ¿Qué cosas son esas?
Begoña Tellechea contestaba con un rictus de amargura.
- Ya supongo que sabes lo que hay, Miguel. Esas cosas se refieren siempre a una mujer.
Iturregui golpeó con fuerza sus cubiertos de pescado sobre el plato. Vajilla inglesa, con un dibujo de letras azules entrecruzadas. "IT", "Iturregui- Tellechea".
- ¿Qué te pasa, Miguel?
- Que entre los curas y tú me vais a volver loco. No entiendo nada de esa historia...
- Pues no sé si decírtelo...
Dignamente, Iturregui dirigió su mirada hacia la pared, decorada con profusión de naturalezas muertas con motivos de frutas.
- Ya sabes que puedes decirme lo que quieras.
- Bien... El otro día... En el Lion D'Or... Que fue la cafetería donde nos arreglamos... ¿Te acuerdas?
Pero Iturregui no estaba para recuerdos sentimentales, menos aún los que se referían a su mujer.
- ¿Qué pasó en el Lion D'Or? -preguntó, casi con agresividad.
- Ella... Esa chica peruana... Te besó...
Iturregui dirigía ahora su mirada hacia el techo.
- Eso es ridículo, sencillamente ridículo.
- Pues eso me han contado, Miguel.
- Siempre te he dicho que deberías ocuparte de cosas verdaderamente importantes. No me extraña que con la organización de curas que te rodean tengas la cabeza tan llena de pájaros.
- Pero... ¿Es verdad o no?
- Yo no me acuerdo de eso.
Begoña bajó los ojos hacia la mesa. No quiso preguntar nada más.
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1 comentario:
Un beso robado, un alma herida en ésta jungla de sentimientos ¿dónde encontrar la paz?, quizás deberiamos olvidarnos de las mujeres y de de los hombres y vivir enclaustrados.
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