martes, 2 de octubre de 2012

Intercambio de solsticios (457)

De lo que se trata ahora es saber qué debe hacer España en su futuro inmediato. Y, desde luego, su acción no debería quedar presidida por lo que otros hagan en nuestro favor. "España no puede esperar nada que no haya de venir de ella misma", decía don Antonio Maura en un discurso que pronunciara en el Congreso de los Diputados el pasado siglo. Y nos guste o no, ya se confirmen los pronósticos más catastrofistas o los más benévolos, solo si nos merecemos nosotros mismos el resultado que podamos obtener seremos conscientes de hasta qué punto el éxito o el fracaso ha dependido de nuestros ciudadanos y nuestros gobernantes. España hizo una transición que muchos comentaristas han reputado de modélica. Sin embargo, no toda ella merecería el mismo calificativo. En el debe de nuestra transición se encuentra el célebre Titulo VIII de nuestra Constitución que ha derivado, más de treinta y cinco años después, en una emulación permanente de unas autonomías respecto de otras y la duplicación, triplicación y hasta cuadruplicación de las mismas competencias entre las diferentes administraciones. Algún economista ha considerado que este sobrecoste alcanzaría la cifra de 120.000 millones € todos los años. Es urgente e importante poner fin a esta sangría económica que se sitúa en el origen de todos nuestros males. Una sangría que el partido de gobierno en España podría acometer con sus amplias mayorías en las diversas instituciones de nuestro Pais. Un partido mayoritario que podría pactar con una oposición débil de liderazgo, con alternativas difusas y sin ideas. ¿Cabe sin embargo esperar eso de nuestros políticos? Una grandeza de semejante tono resultaría improbable en la hora presente. El liderazgo en el partido que gobierna no está ni se le espera. Rajoy ha hecho de su presidencia de partido -u de gobierno, por ende- el resultado de una amalgama sin fin de pactos con sus barones territoriales y locales que no le permitiría a la postre la modificación de este montaje abusivo y exagerado. ¡Ni siquiera seria capaz el presidente de desmontar la estructura de las diputaciones provinciales, que solo tendría sentido en una España centralizada como la del régimen anterior! Y el partido de la oposición tampoco tiene otra pretensión en su horizonte inmediato sino la de recuperar algún día el terreno perdido. Y otros partidos, creados o por crear, van recogiendo el relevo de los que parecen haberse decidido por la inacción. Pero ese nuevo mapa político no se proyecta tampoco en el horizonte inmediato unas encuestas más serias nos hablan de un incremento de la abstención más que del refugio de ,os electores en otras siglas. En otros tiempos, quien impulsara la transición, contaba con el prestigio y una cierta reserva de legitimidad -si ien estrechada enormemente por la Constitución- para plantear nuevas iniciativas en el terreno del futuro. Hoy ya ni siquiera parece posible que desde esa alta institución quede reserva pata la actuación. Pero si alguna queda, seria la Corona la que debería implicaras nuevamente en su solución. "¡Por España, todo por España!", exclamó don Juan de Borbón antes de rendir pleitesía a su augusto hijo. Todo por España, en su hora más incierta.

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