lunes, 8 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (1). El poema de Cecilia (I)

- Hágame el favor, Astondo -dijo Iturregui, mientras le tendía un pedazo de papel sepia repleto de tachaduras y borrones-. Páseme esta carta a limpio, que la firmaré por la tarde. - Muy bien, don Miguel -respondió el escribiente, recogiendo el escrito. Iturregui se dirigió hacia la puerta en la que una placa de latón dorada decía "PRIVADO", detrás de la cual se encontraba su lavabo particular. Introducido en este, después de cerrar y de girar el interruptor de la luz hacia la derecha, se lavó cuidadosamente las manos y destapó el frasco de su habitual colonia habitual, Alvarez Gómez, administrándose una moderada dosis en los escasos pelos que le caían por la frente y en su cuidada barba. Luego, dio un paso hacia atrás para comprobar su aspecto: corbata de seda bien anudada; un magnifico traje gris oscuro de la sastrería inglesa, hecho de paño importado desde Inglaterra; zapatos a la medida, de Villarejo... Todo perfecto. Consultó su reloj: las dos menos cinco minutos. Justo el tiempo para atravesar el puente de la Estación y llegar hasta el edificio de la Sociedad Bilbaina, donde tendría lugar el almuerzo. Era un día lluvioso, de clásico "sirimiri", en aquel otoño de 1926. Así que se protegió con el impermeable, comprado por él en Londres la pasada primavera, se armó de su paraguas y salió a la calle. Santiago Urdaneta, propietario del periódico "Noticias del Norte", había organizado un almuerzo en honor de una tal señorita Llosa, poetisa peruana que estaba de paso por Bilbao, para dar a conocer su obra, varias veces premiada en su país de origen. Iturregui avanzaba pesadamente, pensando en que más le habría valido carecer de este compromiso. Al fin y al cabo, siempre hay gente dispuesta a asistir a los convites, y él tenía una preocupación aún no resuelta: uno de sus socios le apremiaba a que entrara en la constitución de una sociedad eléctrica, y se lo estaba pensando. Tenía todos los papeles sobre la mesa de su despacho y le faltaba tiempo para hacer sus números. "Iturregui. No quisiera que se quedara usted fuera de este proyecto", le insistía Miranda, el duque, "Tome usted pronto su decisión". No, a él no le interesaba mucho el asunto del almuerzo, pero en su condición de principal accionista de "El porvenir de Bilbao" no debía quedar ausente de ese acto.

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