martes, 25 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (452)

Jacobo Martos se puso en contacto inmediato con Román Santiuste. Este se encontraba ya en la estación de Chamartín, por si sus servicios le eran requeridos. No, Santiuste no era un hombre particularmente ambicioso, pero sabia que quizás estaba llegando un momento que no podía dejar pasar de largo. E intuía también que en la vida rechazar una oportunidad era lo mismo que quedarse atrás. Atendió la llamada del presidente del Consejo y admitió lo que le pedía este. Eran solo dos coches lo que podía reunir como expedición para acercarse a Chamberí, pero lo haría. Y él mismo dirigiría la operación, le dijo. Y Martos se quedaría pensando en que quizás, esa misma mañana, muy pocas horas después, debería cambiar a toda la cúpula de interior de su distrito, incluido Santiuste, abatido a lo mejor por el fuego enemigo. ¿Y qué más daba al fin y al cabo? No, no se trataba de un pensamiento muy cristiano -quizás más democristiano que católico- pero es que las cosas a veces ocurren de ese modo..., se decía Martos para sí. La orden de Romualdez fue obedecida con carácter inmediato. Corted pidió al asaltante que le permitiera una explicación. Lo cual hizo aproximando si boca al oído del jefe de la banda. Este murmuró en un hilo de voz, mover entibe para todos, con la excepción del coronel retirado: - Está bien. Hazte entonces cargo. Pero ándate con cuidado, que no te voy a quitar el ojo de encima. Corted asintió y ordenó a sus hombres que desarmaran a los pocos hombres de Romerales. Solo uno de los suyos, Ladrón de Ajanguiz, observaría al oído de Brassens: - ¿Y yo qué hago? - Quédate con quien te ha traído -dijo Jorge significativamente. Así lo hizo el pequeño compañero de fatigas de Brassens. Román Santiuste había decidido tomar por el camino más corto. Optaría por el Paseo de la Castellana y, todo recto, hasta la Plaza de Colón. Llegados a esta, mandó que los conductores hicieran sonar las bocinas de sus coches como si se tratara de alguna de esas manifestaciones, habituales en tiempos cercanos, en que los agraviados por los recortes del PP, se congregaban a las puertas de su sede para afearles por lo que no era sino toda una anti-estrategia. Al mismo tiempo, ordenaría a los ocupantes a que abrieran las ventanillas de los vehículos e hicieran fuego de fogueo. El estrépito se hizo notar sin lugar a dudas en el interior de la sede de Chamberí. Allí todo ocurrió.a una celeridad extraordinaria. Brassens hizo una seña a López de Ajanguiz, que puso el cañón de su arma sobre la sien de Celestino Romualdez. - Esta vez seguro que no vamos a fallar -dijo. Y el jefe de los asaltantes pidió que todos los suyos depusieran sus armas. Romerales volvía a derribar a Corted por tierra de otro severo puñetazo. Hecho lo cual salió hacia la calle Génova h aulló con su voz tonitruante: - ¡No disparéis. La situación está ya controlada! Santiuste pidió que cesara la algarabía. Salió de su vehículo y saludó a Brassens. -Ha sido una noche muy larga, Jorge -.explicaría-. Pero Martos ha tomado de nuevo el mando... Preguntado por este acerca de la situación de Sotomenor, el actual responsable de interior explicó lo sucedido. Una berlina de color azul marino aparcó entonces junto a la puerta de la sede. Del vehículo emergía la figura triunfante de Juan Carlos Sánchez.

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