lunes, 24 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (451)

Familias aparte, las preocupaciones fundamentales de Jorge Brassens se centraban en la suerte que muy bien podía correr España, sometida a dura presión desde hacia varios años. La eventualidad -agorera para muchos- de que el euro no se mantendría por mucho tiempo, se convertía, en su opinión, en una posibilidad más que probable. En esta época en que los ideales habían desaparecido largo tiempo atrás, en que los ciudadanos habían abdicado de su condición de tales para convertirse en meros consumidores a los que satisfacer, la economía presidía el centro de todas las preocupaciones sociales. Y a ese consumidor no le importaba ya la ideología, ni la ambición de Pais, ni la calidad de sus gobernantes y la competencia de la clase política que elegía cada cierto tiempo para los diversos mandatos representativos. Pedía de todos ellos solamente una cosa: garantía de que su puesto de trabajo se podría mantener en el peor de los casos. Y, a cambio de todo eso, había aceptado la esclavitud de las hipotecas y de los créditos, siempre y cuando le garantizaran, a cómodos plazos, seguir viviendo en su confortable piso, dotado de todos los adelantos modernos; disponer de una segunda vivienda junto al mar o pagarse las vacaciones de ensueño que sus modestos ingresos nunca le habían permitido. Un Pais dotado que podía tomar a diario su aperitivo de una caña pero que se había instalado en el "champagne" francés. Era un problema de España, desde luego, pero también el problema de otros. Con una ligera diferencia, sin embargo: que los otros países de nuestro ámbito europeo disponían de mejores y mayores recursos que los del nuestro. Pero su conducta política era la misma que la nuestra. Y la democracia no era sino el ropaje que adornaba esta civilización consumista. Una vestimenta que se podía cambiar por otra cualquiera. Y se iba a las urnas electorales comp se cambiaba de zapatos o se compraba una chaqueta o unos "jeans". Los políticos que funcionaban tenían derecho a continuar, a los que no se les daba puerta con la misma convicción de quien empuja una puerta y entra en una tienda. En esas condiciones, resultaría paradójico que nadie pidiera sacrificios a sus conciudadanos, menos aún, si esos sacrificios los deberían hacer como muestra de solidaridad para con los vecinos, esas gentes del sur que no saben más que gastar y que son incapaces de pagarse sus gastos. Avanzaba entonces en la Europa del norte una suerte de nueva xenofobia, donde los judíos habían sido sustituidos ahora por los recalcitrantes pueblos inferiores y los campos de exterminio y de concentración por la más civilizada disciplina presupuestaria y los técnicos del Banco Central Europeo. Y eso, solo por el momento. Bastaría con que los electores alemanes establecerán sus nuevos paradigmas políticos para que esa tímida solidaridad europea se desvaneciera como por suerte de un encanto pasajero. El tiempo ha llegado para que las fichas de dominó no caigan unas sobre otras, y a España le siga Italia, a esta Francia y seamos nosotros el ultimo en desfilar hacia la hoguera encendida por nuestra propia incompetencia. Volverían entonces a la etapa previa a la creación de la Comunidad Europea, en 1.957, cuando Adenauer impulsaría el Tratado de Roma y su responsable económico, Erhard, le aconsejaba que valía más hacerse fuertes en su entorno económico (hoy, derruido el imperio soviético, mucho más importante), dejar que los franceses resolvieran sus problemas agrarios en lugar de endosarlos a la PAC, o sea, a Europa y buscar un acuerdo privilegiado con el Reino Unido. En este escenario simplemente les sobraría el actual euro y la presente Union Europea y les bastaría solo con generar un espacio económico cercano y establecer acuerdos comerciales con otros terceros países. ¿Deberían soportar para ello los costes derivados de la cancelación de una deuda soberana de otros países que sus bancos han venido adquiriendo en los últimos años, cantidades que ya no podrían recuperar en toda su extensión? Cualquier cosa antes de verse arrastrados a la catástrofe económica, que es -no lo olvidemos- hoy por hoy, desterrados para siempre los conflictos bélicos entre europeos, la peor de las catástrofes posibles. Algunos economistas han cifrado este coste en un 10% del PIB alemán. Asumible.

No hay comentarios: