miércoles, 19 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (449)

Consciente del peligro que arrostraba su jefe, el homínido subordinado de Romualdez se interpuso entre este y la trayectoria que había de seguir la bala, recibiéndola él mismo a la altura de su pecho. Con ensordecedor estruendo, su organismo caía sobre las losetas que cubrían la entrada de la sede. Sus compañeros repelieron la agresión y, como si se tratara de un verdadero pelotón de ejecución, sobre Román Caldera caerían los impactos de seis armas, multiplicados estos porque procedían los disparos de sendas ametralladoras. Se hizo el silencio entre los atacados, que permanecieron inmóviles como si sus músculos hubieran perdido su capacidad de activar la marcha de sus organismos. Era como en algunas pesadillas, cuando a la necesidad de huir respondía el organismo con la inacción o, en el mejor de los casos, con una actividad poco menos que si se hubiera rodado la escena a cámara lenta. Fue un momento de gran tensión, que resolvía finalmente un Romualdez que se sabia milagrosamente devuelto a la vida: - ¡Tirad vuestras armas! ¡Estáis todos detenidos! Algunos de los aludidos miraron a Romerales, preguntándole con su expresión lo que debía hacer; otros hicieron lo mismo, pero esta ve en dirección a Damián Corted, que apenas hacia un momento que se había incorporado del suelo. - Jacobo. Vuelvo a ser Juan Andrés. - Tú dirás. - Estoy intentando localizar a Cristino Romerales, pero no me es posible... - ¿Crees que...? - ¿Que me ha traicionado? No, eso no es posible. En nuestro distrito no ocurren esas cosas... - Ya. - No me malinterpretes, Jacobo. Lo ultimo que quería era molestarte -se disculparía el presidente del Consejo de Chamberí-. En realidad, he tenido la suerte más bien de haber podido rodearme de gente leal. - No importa Juan Andrés. ¿Que me sugieres que haga? En realidad le importaba, por supuesto que sí. Ese fatuo y presuntuoso de Sánchez que siempre parecía emerger de la más temible de las tormentas sin apenas mojarse, ahora se las daba de gran seleccionador de equipos. Pero no era esa la hora de entablar dialécticas inútiles, además que Martos no era hombre para ese tipo de peleas. - Creo que deberíamos montar un operativo y acudir a Génova, a ver qué está ocurriendo exactamente. - ¿Dispones de algún efectivo para eso? - Si lo tuviera no te estaría llamando, Jacobo. Deberíamos contar con vuestras fuerzas. "¡Y eso que tenias un equipo tan bueno. Una noche entera y no sabes ni siquiera si hay alguien que esté contigo!", pensaría Martos para sus adentros. En realidad, lo que debería hacer era que se cocieran todos en su propia salsa. Pero, político de vieja raza como lo era, Jacobo Martos no dejaba de observar el carácter de oportunidad que existía detrás de esa situación. - Está bien, Juan Andrés. Estamos pasando una noche muy larga y complicada y no te puedo prometer más que una cosa: que haré lo que esté en mi mano. - Te estaré infinitamente agradecido, Jacobo.

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