martes, 12 de julio de 2011

Intercambio de solsticios (211)

Pablo De Vicente recibía a su primo en su despacho –explicaría equis a Brassens, tratando de ambientar el episodio-. Vestía correctamente, pero sin chaqueta, a lo americano, aunque ya se podía decir que esa forma de arreglo indumentario había pasado a ser habitual en cualquier país occidental, con independencia del aire acondicionado que se pusiera en verano o de la calefacción que calentara el invierno. Sería una conversación clave para el desarrollo de nuestra historia –agregaba equis.
- Te había dicho que se trataba de una conversación personal –adelantó Leonardo Jiménez-. Se trata del tío Juan Carlos.
Leonardo describiría a su primo las circunstancias que su otro primo le había narrado, sin privarse de ninguno de los detalles.
Pablo se removía inquieto en su asiento, de modo que Leonardo prefería parar la historia en el momento en que había hablado con Raúl, sin mencionar el posible encargo a un detective para la investigación del asunto de la secretaria del tío Juan Carlos. Sólo le mencionó la posibilidad de una reunión familiar previa, en Madrid, entre una representación de las tres ramas de los de Vicente.
La respuesta de Pablo se produjo de forma entrecortada, aunque clara. Le dijo que él ponía la mano en el fuego sobre la honestidad de la secretaria. Añadió que la doncella había sido readmitida. Subrayó en todo momento que su común tío Juan Carlos se encontraba bien, con toda su capacidad mental perfecta.
- Si queréis, Salvador y tú, podéis ir a verle al tío –para Pablo, Juan Carlos de Vicente era el tío por antonomasia- y le contáis todo eso. El tío está perfectamente bien.
En ese momento sonaba el móvil de Pablo. Este contestaría, aunque pedía a su interlocutor al otro lado del teléfono que le dejara cortar, que le llamaría más tarde. Era una voz masculina que sonaba distorsionada por la metalicidad que le aportaba el apaarato. Le hablaba de un talón y le preguntaba sobre lo que se debía hacer con él.
- Siempre se puede anular –observaría Pablo de Vicente.
Luego, el señor que hablaba al otro lado del aparato preguntaría por cómo se encontraba. La conversación terminaba finalmente.
Resultaba difícil saberlo, pero Leonardo Jimenez colegía que se trataba de su padre y, de repente, se le encendían todas las luces de alarma.
- No creo que tengamos que hacer ninguna reunión –dijo Pablo-. Yo en la vda siempre hago lo que dice mi padre –observó-. ¿Y vosotros qué hacéis en relación con tu madre?
- Nosotros actuamos de la forma en que lo entendemos mejor y luego se lo decimos –contestaría Leonardo.
- Yo siempre hago lo que él me dice –repetía Pablo-. Y muchas veces me he arrepentido de eso.
- Pablo de Vicente había hablado bastante, quizás demasiado –observaría equis-. La implicación de la secretaria parecía ahora sólo una pieza más en el “puzzle”, la historia se hacía más compleja por momentos.

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