martes, 28 de junio de 2011

Intercambio de solsticios (203)

Juan Antonio Sánchez observó con la serenidad en él característica la sala de juntas en que se congregaba el gabinete de crisis del Distrito de Chamberí: una mesa en U, cuya base estaba ocupada por él mismo y por Cristino Romerales y a cuyos brazos se sentaban el responsable de exterior y el de abastos, y toda vez que Sidi Ben Bachat había sido arrestado por la policía de Chamartín, por aquel pintoresco saharaui que guiaba los coches sin necesidad de referencia alguna, y que por supuesto no haría uso de la palabra en ningún momento de la reunión.
La sala apenas había modificado su austera decoración, más allá de los carteles que denotaban el espacio político de su influencia territorial y una bandera que no podía ser otra que la española, eso sí, desprovista esta de cualquier escudo, dado que ya había quedado descontado que la monarquía tenía difícil regreso a la actualidad española, tal vez porque ya nadie era su valedor.
Y había una especie de pizarra en el lado en el que se sentaban los principales dirigentes de la junta, quizás para que ellos mismos ejemplificaran en ella los desarrollos esquemáticos de sus argumentos.
Todo muy básico.
Pero junto a sus folios y bolígrafos unas tazas de té o café que procedían de hierbas e instantáneos que a su vez alguien había podido requisar en algún intento de distracción de esos productos al comercio normal, el que se encontraba gravado con tasas y aranceles.
Sánchez había pedido el parecer de sus consejeros, pero todos observaron a Romerales. Era este quien debía explicar su opinión.
- Si me lo permites, Presidente –empezaría este.
- Adelante –le animaba Sánchez.
- Has planteado muy bien la disyuntiva –dijo el consejero de interior-: tenemos que trabajar sobre dos hipótesis, no tres. Ojalá que tuviéramos la intermedia. En realidad, y no me gusta decirlo, no tenemos más que una…
Romerales hizo un silencio para observar desde él la atenta mirada de sus compañeros.
- Y esa única posibilidad es la de actuar. En primer lugar porque se ha producido la detención de nuestro jefe de policía por parte de la gente de Chamartín…
- ¿Lo tenemos acreditado? –preguntaría Carmelo Mosquera, el responsable de abastos.
- Hemos recibido una llamada de Vic Suarez, la esposa de Jorge Brassens, en la que me dice que lo ha visto ella con sus propios ojos: se lo llevaron después de que Bachat visitaba al matrimonio… -explicó Romerales.
- Sí. Eso parece que está fuera de toda duda, realmente –aseveró el presidente de la junta.
- … Y no existe duda, supongo que nadie la tendrá, de que Bachat tiene mucha información acerca de nuestras fortalezas y debilidades, sobre todo en materia de defensa. Y que esa gente no tiene demasiados escrúpulos…
- ¡Bah! Bachat es un hombre fuerte -dijo el viejo coronel Jacinto Perdomo-. Está acostumbrado al desierto y allí todos resisten a lo que les echen…
- Nunca sabremos los límites a partir de los cuales un ser humano concreto puede verse obligado a confesar –repuso con seriedad el responsable de interior.

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