Sidi Ben Bachat se desplazó hacia el interior de la embajada americana, ahora convertida en puesto de guardia fronterizo de la policía de Chamberí. Se movía de forma armoniosa, se diría que sus pies resbalaran por el suelo, como un patinador experto sobre una pista de hielo. Murmuró alguna palabra al oído de otro de los agentes del orden y este hizo uso del pito que colgaba de una cuerda sobre su pecho. De él se produjo un estridente sonido y un 4X4 blanquiverde con el antiguo escudo del Gobierno vasco surgió de alguna profundidad de ese interior pilotado por un sujeto de tez oscura, edad madura y apariencia de absoluta reserva.
Bachat se dirigía ahora a Vic.
- Deja tu coche aquí. Te lo vigilaremos –declaró.
El saharaui no era hombre de muchas palabras, y las pocas que decía quedaban muchas vece sepultadas en su acento hassaní. Desconfiada por naturaleza, Vic Suarez no era partidaria de abandonar su coche en manos de nadie, y así se lo hizo saber a Bachat. Pero este negó con la cabeza de manera más que categórica.
- Si vamos en nuestro coche iremos más seguros. No te preocupes, tu coche y tú estaréis en buenas manos -aseguraría.
Vic Suarez, haciendo de tripas corazón, entregó las llaves de su Volkswagen al guardia del pito y se montó en el todo-terreno bajo la atenta mirada de Bachat, que subía al vehículo toda vez que lo hacía aquella mujer.
- Es Sufarami. El piloto. Conoce a tu marido. Le llevó por todo el desierto en el año 2.009.
Vic le dirigió un saludo. Sufarami movió su cabeza hacia delante para corresponder. Después soltaría una parrafada en hassanía a la que Bachat respondió en el mismo idioma, pero con menos palabras.
- Le he dicho que vamos al palacio presidencial –comunicó en español.
Y se pusieron en marcha. El experto conductor en el desierto, capaz de interpretar la posición de los campamentos con la referencia de las estrellas que brillaban en el cielo y que había ejercido de militar en la guerra que el Polisario mantuvo contra Marruecos, de manera impasible superaba todo tipo de obstáculos en su recorrido: subía aceras y las bajaba, evitaba socavones, frenaba abruptamente ante una mujer que caminaba en u arcén con una voluminosa bolsa de plástico negra sujeta a su mano…
Vic Suarez estuvo a punto de perder el equilibrio en la cabina del coche. Estaba más acostumbrada a conducir que a ser conducida.
- Agárrate –sugirió Bachat, cuando la mujer prácticamente se pegaba de narices con el asiento delantero.
Bachat le preguntaría por Jorge Brassens. Vic prefirió ofrecer un resumen de la situación del Distrito de Chamartín sin ofrecer excesivos detalles acerca de la posición de cada uno de los contendientes.
Bachat asintió antes de decir:
- Martos no ha sabido imponerse, Cardidal es el hombre fuerte. Eso camina hacia una dictadura.
A Vic le impresionó la concisión y el acierto en el análisis del saharaui.
- Así es la vida –dijo sólo por decir algo.
El conductor del desierto torcía a su derecha. Al fondo estaba la antigua
plaza de Colón, aunque la estatua del descubridor de las Américas había desaparecido totalmente. A un lado de la calle un grupo de unos diez mendigos con aspecto de facinerosos los miraba con atención.
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1 comentario:
D. Fernando, la envidia me atormenta, la idea de que usted siempre vaya por delante de mi hace que mis venas se inflamen y la ira y la rabia de no ser nadie me atormenta. ¡por que no me gana!, ¿por favor supéreme?.
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