Como un informe tropel de ratas grisáceas, los mendigos abandonaban esa confluencia con el Paseo de la Castellana; sus cuerpos contraídos para ocultar sus caras, de la misma manera que los avestruces esconden sus cabezas para que el peligro pase tan inadvertido como su visión.
- No se les puede perseguir hasta sus guaridas –explicó Bachat-, pero al menos nos temen.
- Ya me gustaría que eso mismo ocurriera en Chamartín –comentó Vic, dibujando en su rostro una amarga mueca.
- Chamartín es como una de esas películas que habrás visto a cientos: los policías corruptos, los agentes del desorden…
- Lo que pasa es que en las películas…
- Sí –dijo el saharaui para terminar la frase-. Las películas suelen terminar bien, esta es a realidad de la vida. Y es muy distinta.
No tardarían mucho tiempo en llegar a la antigua sede del Partido Popular. Aparcados en batería, vehículos oficiales que delataban las más heterogéneas procedencias: Policía Nacional, Guardia Civil, Mossos de Escuadra e –incluso- vehículos particulares… todos lucían una pegatina de color magenta que rezaba “POLICIA DE DISTRITO. CHAMBERÍ”.
De manera educada, Bachat intentaría ayudar a Vic a descender del todo-terreno, pero esta, con su característica agilidad, dio un gracioso salto y esperó al antiguo delegado polisario junto a la puerta del vehículo.
La proximidad del edificio oficial se ponía de evidencia en el número de personas que circulaban por la calle Génova a esas horas de la tarde. Algunos bares ocupaban los bajos comerciales de las otrora sucursales bancarias, destrozadas por los primeros tumultos populares, ahora transformados en establecimientos para el ocio que distribuían refrescos de elaboración poco menos que casera: la “Chambe-cola” o el “Chambe-limón”. Pero triunfaban ahora en ese lugar de lo que antes era Madrid las bebidas tradicionales: el limón granizado o la horchata. Los clientes pagaban generalmente con papel moneda que el gobierno municipal había logrado imprimir, puestos de acuerdo con los antiguos funcionarios de la fábrica de moneda y timbre. Esos billetes, sin embargo, no podían aún desplazar la más asentada y tradicional fórmula de intercambio comercial que era el trueque, de modo que todos las tiendas eran algo así como un mercadillo, y en ellos sse depositaban toda suerte de mercancías: sacos de patatas, baterías de automóviles, zapatos, relojes… una especie de bazar árabe muy cerca de los locales que un día vieron entrar y salir a los Aznar, Rajoy o Arenas.
Todo eso explicaba Bachat a Vic en tanto que ambos hacían antesala en un par de sillas de aceptable comodidad junto al despacho de Cristino Romerales, después de pasar por un control de seguridad; básico, pero control al cabo.
De pronto se abría la puerta, de la que emergía la robusta figura del responsable de interior del distrito.
- ¿Vic! Me han dicho que estabas por aquí. ¿Cómo es eso?
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1 comentario:
¿Cual el la mayor felicidad del Mundo?, poder comer, beber, orinar y defecar y abrazar y besar, en cualquier lugar del mundo, y éso amigos sólo lo puede hacer un Europeo. :) .
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