miércoles, 27 de abril de 2011

Intercambio de solsticios (170)

Cristino Romerales le había entregado un enorme “Walkie-Talkie”, como esos que usaban en el ejército americano durante la Segunda Guerra Mundial. Disponía de una cobertura de al menos cinco kilómetros y una batería que podía durar al menos veinte horas.
- Ten por seguro que antes de que transcurra ese plazo os llamaré –le aseguró.
Se trataba de un procedimiento más fiable que otro cualquiera. Según la información de que disponían en la Junta de Chamberí, el Departamento de Policía de Chamartín carecía por el momento de un servicio de escuchas telefónicas. “No son un diez en tecnología, precisamente”, comentaba Cristino con sorna. Pero la cosa tenía sus riesgos y ellos no podrían acceder al código cifrado en el que se producirían las conversaciones entre Brassens y Romerales.
- Aún así convendrá que seamos precavidos –insistía el jefe de la policía de Chamberí-. Nada de nombres, todo lo que hablemos será en sentido figurado.
Como en la época de Franco, cuando “el mal tiempo” siempre venía de Galicia, pensaría entonces Vic Suarez.
Romerales la acompañó, un tanto ceremonioso como acostumbraba, hasta la puerta de salida de la sede de la Junta. Antes de despedirse hizo una seña a Sidi Ben Bachat, que se acercó hacia ellos.
- Sidi. Quiero que la lleves a su casa. Utiliza un coche que no sea oficial y que pase desapercibido. Es muy importante –le dijo.
El saharaui asentía disciplinadamente.
Se despidieron. La noche había caído pesadamente sobre el viejo Madrid y la calle Génova se iba vaciando a pasos forzados: esos tiempos del 2.013 parecían recuperar las viejas épocas medievales, en las que la ausencia de luz natural despojaba a las calles de su algarabía natural, porque la oscuridad traía consigo todas las perversidades y en su negrura sólo evolucionaban a satisfacción las peores gentes.
Bachat ordenaba a un agente que le acercara el vehículo que había elegido para la operación.
- Te dejaré en tu casa. Corres un peligro muy serio si te arriesgas a hacerlo sola –le explicó.
- ¿Y dejar mi coche en la embajada americana? ¡Ni hablar! –exclamó esta.
Pero Bachat era hombre avezado en la guerra y la resistencia, de modo que se mostraría inflexible.
- Hazme caso Vic. Tu coche está bien cuidado. Mañana lo recuperarás.
Parecía que no había otra opción, de modo que Vic Suarez esperó junto con el saharaui a que les trajeran el coche.
No debieron pasar muchos minutos antes de que emergiera de los bajos del edificio que fuera sede del Partido Popular un vetusto R-5 de un ya descascarillado color rojo mate. El motor, pasado de vueltas lo mismo que su carrocería, producía un rugido espectacular.
- ¿En ese trasto vamos a ir? Es como avisar a todo el mundo de que estamos pasando… -dijo Vic, a quien el disgusto se unía ahora la sensación de un nuevo peligro.
Bachat sonrió ampliamente antes de decir:
- Esto es como los escoltas en el País Vasco. Supongo que has oído hablar de eso. A veces es más importante que se noten a que pasen desapercibidos.

1 comentario:

Sake dijo...

¿Y si te digo que eres el centro del mundo?, sencillamente me llevarás al psiquiatra para pedirle que arregle mi incapacidad mental.