Cualquier rincón de Bilbao tenía para Jorge Brassens la cualidad de activar el mecanismo de la memoria de los tiempos pasados. Y esa noche no iba a constituir una excepción. Había dejado su equipaje en un hotel y se dirigía a la cafetería Boulevard que presentaba un aspecto singular después de su reforma: unos sofás y sillones que más parecían destinados a un salón de casa burguesa acogían al visitante en el primer espacio del establecimiento y una barra más reducida de la habitual eran los cambios producidos en la decoración del local.
- Otro cambio a peor –masculló Brassens, que había dejado ya hacia tiempo de admirar las renovaciones que los nuevos propietarios traían inevitablemente de la mano.
Y es que el Boulevard, del que como representante de La Unión y el Fénix Español, fuera Jorge administrador, lo heredaba él en un estado de semi abandono que llegaría a un deterioro total después de las inundaciones de 1.983. Alquilado después por la empresa de Iñaki Aseguinolaza –personaje fallecido ya y cuya trayectoria empañaría un turbio episodio de negociación con ETA- emprendía una importante reconstrucción de la cafetería y del primero de sus pisos. Ese nuevo Boulevard se convertiría en punto obligado de reunión de los aseguradores “fenicios” y de sus clientes y visitantes o lugar de rápidos sándwiches para que Brassens hiciera un alto en el camino respecto de su jornada laboral. Y andando el tiempo había sido también lugar de encuentro de la asociación de poetas vizcainos, donde quien quisiera leía un texto de su invención o de algún versificador conocido y recibía los educados aplausos del público.
No daba para mucho más la cultura de provincias de un Bilbao capitidisminuido de negocios y de entendimiento. Habían quedado muy lejos las tertulias del Lyon D’Or, donde don Pedro Eguillor hablaba de España y el Doctor Areilza –el de la calle-, Gregorio Balparda y otros le contestaban.
Le ofrecían un sándwich, pero frío porque la cocina estaba cerrada -¡a las 9 y media de la noche!- así que Brassens declinaba la oferta y se iba hacia el bar Víctor Montes de la Plaza Nueva. Lo hizo por la antigua entrada al parking del Casco Viejo, en el que en su día fuera Jorge titular de una tarjeta mensual de estacionamiento. Eran los tiempos en que él y Lorsen habitaban un apartamento en el barrio más antiguo de la ciudad. Era la vida bohemia de los días laborables y el estrépito nocturno de las vísperas de festivos, cuando los Brasens-Lorensen huían de Bilbao con destino a su refugio pirenaico de Arrechea.
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2 comentarios:
"No daba para mucho más la cultura de provincias de un Bilbao capitidisminuido de negocios y de entendimiento. Habían quedado muy lejos las tertulias del Lyon D’Or, donde don Pedro Eguillor hablaba de España y el Doctor Areilza –el de la calle-, Gregorio Balparda y otros le contestaban." Que gran verdad es esta y que poco se comenta, como si no importara. Y Mourlane Michelena, y el Rafael Sánchez Mazas de Vaga Memoria de Cien Años. etc.
Me gustaria conocer todo éso y haberlo vivido, pero por fortuna o mi desgracia no he tenido el gusto. Ahora busco mis raices y no las tengo. Y para mi desgracia me gustaria vivir.
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