Alguien se fijó en Ramón Escalante un día de marzo del año 2.004 cuando participaba en las algaradas montadas en la calle Génova frente a la sede del Partido Popular para exigir al Gobierno de Aznar que dijera la verdad sobre lo que sabía que había ocurrido en los atentados de aquel terrible 11 del mismo mes. Y es que Escalante había conocido muy poco antes de aquellas manifestaciones a una chica, Teresa, que tenía el pelo cobrizo, unos ojos verdes tan intensos como sólo producen las esmeraldas más grandes y una figura preciosa de dieciocho años en la que todo está en su sitio y tiene las proporciones adecuadas.
Ramón se había enamorado de ella. Esa misma mañana, un SMS que le enviaba Teresa le comunicaba que iba a participar en una concentración, que se uniera a ella. Se trataba de un mensaje colectivo, esa chica había citado a todos los jóvenes que conocía, pero Escalante debió pensar que él era un destinatario especial para ella -¡así de ciego es el amor!- o que en todo caso merecía la pena hacer el tortuoso viaje entre Tres Cantos y la calle Génova con tal de verla, de estrujarse si fuera posible en la amalgama de seres humanos y de tomarse unas cervezas con ella –la chica trasegaba de lo lindo- una vez que todo hubiera acabado.
Después de todo, a Escalante no le interesaba la política, pero puestos a ser apolítico, lo prefería del género “progre” antes que del “carca”. En sus cercanos diecinueve años, Ramón no había tenido la oportunidad de votar, y no sabía muy bien si lo iba a hacer el domingo siguiente, seguramente que no.
Y cuando se encontraba frente a las oficinas generales de ese partido que le resultaba indiferente, después de localizar a Teresa, pudo advertir que le hervía la sangre más por el contagio con la que borboteaba en las venas de su amiga que por otra cosa. Aún así pudo comprender que nadie tenía derecho de tomar ventaja política del sufrimiento de otros, y eso lo estaba haciendo ese señor del bigote que aún residía en La Moncloa.
Ha pasado el tiempo. Ramón Escalante concluía sus estudios de periodismo y hacía tiempo que se había olvidado de Teresa, una chica complicada como pocas. Pero de sus recuerdos de esa tarde de marzo y del día siguiente quedaba el contacto con otro personaje al que Ramón Escalante frecuentaría durante un tiempo y que poco menos que le metía el carné del PSOE en la boca.
Hoy Escalante es un periodista que presta sus servicios en La Moncloa. Su responsabilidad consiste en preparar todos los días un dossier de prensa sobre lo que aparece en los medios internacionales en relación con España. La indicación es que recoja las noticias en dos bloques: el primero debe contener las informaciones positivas sobre nuestro país y sus políticas, el segundo las que son simplemente negativas.
En su trabajo diario recorre los medios más importantes de la prensa internacional: Le Monde, The New York Times, Financial Times, Corriere della Sera… pero allí todo lo que se dice de España –poco, en todo caso- es negativo, por mucho que intente buscar alguna referencia que no incite al desánimo. Y cuando entregaba su informe a su jefe –todo un secretario de Estado- este negaría con la cabeza:
- No, este informe yo no se lo presento al Ministro, que luego este no lo lee y se lo pasa directamente al Presidente…
Así que Ramón Escalante ha tenido que extender más su campo de atención. Y donde nunca había existido idea de sumar otros medios de la prensa escrita, el joven periodista asoma sus narices en los medios polacos, albaneses, marroquíes, neozelandeses, islandeses y aún procedentes de Senegal o de Chile y Bolivia, sin olvidarse del Gramma que le proporciona solícita la embajada de Cuba. Y practica también excursiones a la prensa digital, donde sus resultados no son mejores.
Ramón Escalante dedica muchas horas de trabajo a ese cometido, pero su productividad en términos de rentabilidad política para sus superiores, es más bien escasa. Quizás por eso Escalante prefiera antes que nada que su salario se acomode al crecimiento de la inflación que a otros parámetros, aunque sean bien queridos por los líderes europeos.
Pero también en eso parece que Ramón Escalante tendrá mala suerte.
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1 comentario:
Yo subia, subia, abanzaba y esperaba a mi dueño, porque él era lento y no veia nada. Y yo esperaba en los cruces para adivinar qué queria. Ahora no soy nada y me han olvidado, pero yo sé que cumplí con mi deber y mi obligación hasta el final.
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