jueves, 26 de noviembre de 2009

Intercambio de solsticios (43)

Llegaron a la antigua calle del general López Pozas. Transcurridos unos metros se encontrarían junto a un ahora espacio abierto del que un día fuera una gasolinera situada frente a un establecimiento de "Opencor".
El color amarillento con destellos rojizos y el humo que se desprendía les hizo notar la presencia de una fogata. Un informe grupo de vagabundos vestidos de ropajes oscuros observaba al grupo que acompañaba a Jorge Brassens. Tenían puestas en sus ojos las desconfiadas miradas de los animales dispuestos a defenderse con ferocidad si las circunstancias lo hicieran necesario.
El comandante del servicio de orden se dirigió a Jorge Brassens después de dedicar al grupo una despreciativa mirada.
- Podríamos ir a por ellos y echarlos de ahí. Pero, antes o después, volverían a dar por saco. Tendríamos que disponer de cárceles.
Las cárceles... Una alternativa para aquellos desharrapados sujetos que producían todo tipo de delitos. En especial, otra respuesta que no fuera la pena de muerte decidida y ejecutada en un solo acto por estos policías sin escrúpulos del barrio de Chamartín. Las mañanas de los días fríos alternaban los cadáveres de los seres desamparados sin techo o de los delincuentes ajusticiados por los nuevos escuadrones de la muerte. Cárceles, sí. Podrían convertirse en una solución. ¿Pero, con qué dinero? Estaba claro que gobernar era elegir, aunque nadie sabía muy bien situar las prioridades en el orden más riguroso que correspondiera.
Las instalaciones de la gasolinera y el "Opencor" se habían convertido en guarida de seres proto-humanos; espectros deambulantes como fantasmas; mitad ratas de subsuelo, mitad depredadores reptiles. Pero habían sido negocios florecientes en los "tiempos normales", antes de que la crisis se hubiera llevado por delante los últimos vestigios de civilización que conservaba ese antiguo barrio de Madrid. Allí compraban, Vic y él, las cosas para el desayuno después del cine del Palacio de Hielo y repostaban la gasolina necesaria cuando aún ese combustible no había entrado en el mercado negro.
La civilización... ¿Cómo retornar a ella? ¿Cómo convertir a estos despojos animales que habían arrojado su dignidad a la cuneta de la historia, aunque la historia sólo tuviera uno o dos años de vigencia, en seres humanos dotados de educación y de alguna escala de valores? Unos más que otros, todos ellos chapoteaban en el fango de aquella inmundicia peleando por un mendrugo de pan, por un rincón junto al calor de una hoguera o por unas ropas que les abrigaran de ese horrible frío de los inviernos. La degradación humana se hacía cuerpo en las bandas deambulantes, como aquellos vagabundos que se apiñaban cerca de las llamas de la vieja gasolinera, quizás no demasiado conscientes de que algún gas viejo procedente de los antiguos depósitos no vaciados por nadie, podía mezclarse con el fuego y provocar una explosión que se los llevara por delante. Esa banda que se convertía como otras tantas en una empresa o agrupación andante, parecida a las comunas "hippies" o "engagées" de los estudiantes revolucionarios de finales de los ´60. Las parejas abolidas, cualquier tipo de orden familiar -tradicional o nuevo- periclitado, todos servían para todo sin respetar nada más que el mando del jefe basado simplemente en la fuerza y el terror. Esas bandas que fueran el principio de la humanidad y que hoy eran casi su conclusión.
Sostuvieron, policías y delincuentes, cualquiera que fueran unos y otros, sus facinerosas miradas, hasta que dejaron atrás los despojos de la gasolinera. Quizás, Jorge Brassens sintiera relajar la tensión de sus rígidos músculos muy poco después. Y es que el miedo se había convertido en la moneda de uso más corriente en aquel año del No-Señor de 2.013 y se confundía con un simple escalofrío o con la sola representación de una vida que había perdido buena parte de su valor y se cambiaba en un instante por no importara qué capricho del momento.

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