lunes, 19 de mayo de 2008

Epílogo

Había tomado la decisión de no dormirme hasta que tomara el vuelo hacia Budapest, a las 6 de la mañana, así que había que engañar al sueño. En contra de mis costumbres cené bastante y tomé un café. Luego me encerré en mi habitación, ley y escribí -probablemente alguno de los capítulos de esta narración- hasta las 11 de la noche en que empecé a hacer la maleta. Las maletas se hacen más fáciles cuando se regresa a alguna parte, aunque esta se llame ninguna parte. No era este el caso, sin embargo. Para mí, Madrid es una ciudad balsámica para todas las heridas interiores que inflige la vida. Pero la maleta se resistía a cerrarse, quizás como su dueño quería permanecer deambulando por las callejuelas de la parte vieja de Jerusalén, conversando con María, o con el señor Mustafá, con Saad o con la madre de los Aghazarian.
Me ducho y salgo de la habitación. Presento mi tarjeta de crédito, pero no me la aceptan –en realidad no aceptan ninguna tarjeta de crédito-. Con los euros de que dispongo y los shekels sobrantes consigo pagar la factura del hotel. Pero ya no tengo dinero para afrontar la carrera del taxi hasta Tel Aviv.
Se lo digo al taxista -un tipo fornido de unos 60 años que fue profesor de boxeo de Osha- y este se detiene junto a un cajero automático. Muy poco esperanzado introduzco mi tarjeta en la ranura y tecleo mi número en clave. Por fortuna funciona.
Ya en el aeropuerto de Tel Aviv, sobre la 1 de la mañana todas las ventanillas están cerradas y los asientos ocupados por pasajeros que esperan. De modo que me siento sobre mi maleta haciendo honor a la superstición rusa –antes de emprender un viaje hay que sentarse, preferiblemente sobre tu maleta-.
Sobre las 2’30 suenan unas risas, se oyen carreras y un grupo de muchachos derriban las delimitaciones interiores hechas con tiras de goma que conducen a los pasajeros a las diferentes ventanillas de embarque. La policía interviene. Hay un momento de caos incontrolado. Todo el mundo agacha la cabeza y algunas policías femeninas nos piden que nos alejemos de ahí. Cosa que hacemos.
Luego me dirijo a la ventanilla de mi compañía aérea, Malev, la húngara. Una policía comprueba mi pasaporte y mi billete y me formula las preguntas de rigor para ella.
- ¿Apellido.?
- Maura
- ¿Destino?
- Budapest y luego Madrid.
- ¿Lleva algo que le hayan regalado?
- No. He comprado alguna cosa, pero no llevo nada que me hayan regalado.
- ¿Sabe usted algo de hebreo?
Me quedo algo sorprendido ante esta última pregunta y le contesto que no.
Pasa la maleta principal por el detector de metales, Facturo y paso después hasta 5 controles distintos más antes de llegar a la puerta del avión.
Ya son algo más que las 6 de la mañana cuando pongo la cabeza en el repaldo de la butaca del avión antes de cabecear un sueño irregular durante 3 horas y media.
El viaje ha concluido.

5 comentarios:

Marta dijo...

Hola Fernando,
Le envié un correo sobre el Teaming a su correo,como me indicó.No sé si lo ha recibido.Jil estaba muy interesado en contactar con usted.Si lo desea puede escribirle a jil@teaming.info
Por cierto,me han encantado sus relatos sobre su viaje a Israel.Gracias.
Saludos,
Marta

Lois dijo...

Hola, mister.

¿Y no nos vas a contar a tus admiradores y seguidores sobre la apasionante conferencia que darás en Balamseda el jueves?

¡No seas tan tímido!

Lois dijo...

Perdón, Valmaseda, que cuando empezamos a trocar "uves" por "bes", me entra la dislexia.

Blanca Oraa Moyua dijo...

¿Por qué no volaste con Iberia que va directo desde tu Madrid a horas razonables?

Algunos pájaros errantes dijo...

@marta, ya me he puesto en contacto con jil. Muchas gracias.
@lois, te prometo escribir algo, pero después de la charla.