Mi despertador me juega una mala pasada y no suena. De modo que la hora de encuentro en el comedor del hotel convenida la noche anterior "a partir de las 7,30" resulta bastante laxa en su concreción: llego a las 8,15.
Hay un rumor en el sentido de que el puesto fronterizo de Rafah va a abrirse de nuevo con ocasión de la prúxima visita de Bush a la zona. María está inquieta, no obtiene información de fuentes de la Unión Europea y las busca en otros paraderos. En su opinión, es posible que se trate de un acuerdo entre los Estados Unidos y Egipto. La Unión Europea cuenta muy poco en esta zona. Llega Solana, hace una declaración; llega otro líder europeo y hace otra de signo distinto. Y no pasa nada.
Hablamos de lo que significa la frontera y de su carencia. Y es que la vida sigue fluyendo, aún con dificultades. Existen más de 2.000 túneles por los que circulan personas, animales y mercancías. Todos incontrolados. Es evidente que sería mejor abrir el puesto fronterizo pero eso tiene su dificultad: a pesar de su victoria electoral, la Unión Europea no quiere reconocer a Hamás como interlocutor y todos los actores en esa escena se observan con recelo.
Hoy se celebra el 60º aniversario de la creación del Estado de Israel. Cuando llega el taxi al recinto del museo la verja está cerrada, lo que me parece una manera peculiar de celebrar tan importante fecha para los judíos. Por las calles de la ciudad proliferan las banderitas con la estrella de David ondeando desde las ventanillas de los coches. Vuelvo a la ciudad vieja donde me abandono en sus calles durante una hora larga. Míster Mustafá, uno de los comerciantes amigos de María me invita a un té.
Antes de la comida tomo un zumo de naranja en el bar Samara, mi establecimiento de referencia -todos los españoles disponemos de al menos un bar donde realizar nuestras habituales consumiciones-. A 2 pasos de mí se sientan 2 hombres que conversan en español. Vagamente escucho que se refieren a Pamplona y al "lauburu". Un aire vecino a mi tierra se ha colado en esa parte del medio oriente.
Me dirijo al restaurante armenio donde vamos a comer. Casi al mismo tiempo entran los 2 hombres españoles que había visto en el bar. No era muy difícil colegir que se trata de 2 de los miembros españoles de la misión europea en Rafah.
Llega María. No ha recibido los mensajes en que le decía que el museo estaba cerrado y que me encontraba ya en ese restaurante.
Nos sentamos a la mesa. Las 2 personas con las que me había encontrado son Francisco Vidal -"Curro"- que es Jefe de Operaciones de la misión y Alfonso Díaz, miembro de la Guardia Civil. Luego llegará el portavoz de la misión de la UE en Ramala.
La comida tiene sabor a despedida. Para finales de este mes la misión se reducirá a 18 personas, aunque todo el mundo piensa en que tendrá continuidad.
El ambiente es más que cordial y observo que Palestina ha entrado en el corazón de todos los comensales para quedarse. "Hay muchas maneras de trabajar por esta gente", dice Alfonso, que volverá a Lanzarote a mantener el orden en las algaradas nocturnas de su Puerto del Carmen.
La despedida es larga. Y muy cerca de donde el General británico Allemby pasaba revista a sus tropas cuando llegó a Jerusalén vemos al armenio Aghasarian que es hombre extrovertido. Luego nos tomamos un café al aire libre.
Después María y yo nos vamos al museo armenio. Una cultura enraizada en la historia de esta ciudad, de un grupo poblacional que declina suavemente.
Y nos volvemos a dejar llevar por las callejuelas de Jerusalén. Los paseos por esta ciudad abigarrada tienen la cualidad de lo interminable, de lo circular. Una representación de ese mundo de nuestro siglo que coincide, pero no siempre convive. Los turistas con su pretensión de cumplir un agotador programa; los judíos ortodoxos, tocados con sus ridículos sombreros y asfixiados dentro de sus abrigos y trajes de paupérrima calidad, cuya mirada jamás se cruza con la tuya... Y los demás, cristianos de los diversos ritos, descreídos... Los demás, que deseamos una solución de paz, por lo menos eso, en un siglo que ya se adentra en el final de su primera década y ya va amortiguando la esperanza que algunos ponían en él.
El presidente de la asociación de comerciantes tiene una tienda de ropa en la que se surte María. Durante el inevitable café esta le propone que utilice Internet para comercializar sus productos. "Lo tengo todo a punto -asevera-. Pero haría falta utilizar un banco israelí para las transacciones"..
El recelo es la más pequeña de las posibilidades en esta tierra de odios recalcitrantes y cabe perfectamente además en esta última posibilidad.
Torciendo la callejuela está la tienda de Osha, un palestino que vive junto a su amplísima familia junto a la Puerta de Damasco, en la ciudad antigua. Osha me habla de los salvoconductos que se ven obligados a utilizar los palestinos. El que me muestra es de color azul y se emite para los que viven en esa ciudad. Los que habitan en la franja oeste tienen un documento de color naranja y los reputados como "peligrosos" por las autoridades israelíes disponen de un documento de color verde. Los palestinos carecen de pasaporte. En el caso de que se vean precisados a abandonar el Estado de Israel deberán solicjtar un "laissez passer" válido sólo a los efectos del viaje solicitado.
Cuando María y yo nos volvemos a sumergir en la diversidad cultural de la calle pienso en clasificaciones. En su "mundo feliz", Huxley estsblecía números de orden para las distintas clases de seres genéticamente condicionados y en "Blade Runner" la Tyrrell Corporation creaba también robots en serie para propósitos diferentes. También los ganaderos marcan a sus animales.
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