domingo, 13 de abril de 2008

Una velada en Madrd

Iba a ser una cena política pero se quedó en una narración de cuentos que bien pudiera convertirse en una nueva edición de la "sonrisa vertical", en el caso de que se hubiera escrito -como decía Juan, el marido de Lolita- ante la ofensiva explicativa de Nacho.
Ocurrió de una manera pretendida, una provocación en toda regla. Nacho esperaba a que todos los convocados estuviéramos presentes -sedentes y servidos- para hacerse con el control de la reunión. Y había que verlo. Toda una humanidad desborfante -hacia dentro y hacia fuera- al servicio de su historia. Bien contada y aderezada con los detalles suficientes para elevar a la categoría de creíble lo que sólo era una farsa.
León Felipe era el gran poeta español que supo explicarnos la necesidad de los cuentos para el ser humano en aquéllos memorables versos:

"Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han contado muchos cuentos
Y sé todos los cuentos".

Y es verdad que necesitamos de ellos, lo mismo que de buenos explicadores de cuentos. Conrad, Kipling o el propio Borges lo eran principalmente. ¿Los oyentes de Nacho? Montse, que para variar se conoce bien la distancia que existe entre lo real y la imaginación; Lolita, que estaba entregada a creerse la fábula y cuanto más delirante fuera esta, mejor; Piluca, que sería la primera y única víctima de la reunión; Juan, el marido de Lolita, cuyo solo objetivo de la noche consistía en desconectar de su semana de trabajo; Eduardo, circunspecto catedrático de sociología y afiliado a UPyD y yo mismo.
Se trataba de un relato erótico, no pornográfico -en cuanto se cerraba la puerta del dormitorio ya no se conocían más detalles. Y Nacho iniciaba su historia con una pregunta que sonaba con la fuerza de un disparo. Lo hacía con Montse, que es chica rápida en recoger el guante y arrojarlo a su interlocutor.
- ¿Sabes por qué cuando una mujer acude a una cita -y me refiero a una cita seria- va con 2 juegos de ropa interior?
No estaba del todo mal, para empezar. Montse arriesgó una respuesta en la misma longitud de onda que el agente provocador -no es esta chica que se amilane con facilidad.
- Será porque, en el frenesí que venga después, le pueden romper el juego que lleva puesto..
Nacho sonríe con socarronería y contesta -en este punto debo decir que prescindiré de los comentarios, descalificaciones, interjecciones e insultos que jalonaron la intervención del fabulista. Ustedes mismos podrán hacerlo a su antojo. Sólo incluiré las más significativas para la comprensión del cuento.
- Estoy en el hotel Tryp, con un amigo -empieza Nacho-. Este me dice que me va a presentar a una tía, a la que se está tirando. Yo me digo: como esa chica me mire a los ojos, se la levanto.
- Pues en mi grupo de amigos había un principio básico -le reprocha Juan-: si alguno tenía un ligue, este se respetaba mientras durara.
- No era el caso -objetaría Nacho con rapidez-. Mi amigo, o lo que fuera, era un gilipollas. Presumía de tirarse a una tía pero no era así. Baja la tía con una minifalda por aquí -Nacho hace un dibujo con el dedo hacia la mitad del muslo-. Nos ponemos a comer y al poco tiempo ya estamos haciendo manitas sobre la mesa, en presencia de mi amigo, por supuesro. Luego nos cruzamos los teléfonos. Ella vivía en Barcelona, yo en Madrid, y nos llamábamos de vez en cuando. Pronto llegó el momento de concertar una cita, y claro, tenía que ser en Barcelona. El caso es que me fui para allá y me porté como un señor: la invité a cenar a un buen "restaurant", nos fuimos al Up & Down... Y no pasaba nada de particular, vamos, unas manitas, unos piquitos, nada. Hasta que le pregunté si quería que nos fuéramos a su casa -yo no había ni siquiera reservado un hotel-. "La verdad es que sí", me contestó. Así fue y ahí pasó. Me acuerdo que tenía un "souti" azul brillante con lunares -Nacho corre ahora un velo de censura a lo que sin duda adquiriría ribetes de pornografía-. Cuando salí de la ducha su ropa interior era morada.
El barullo que siguió a esta explicación no me ha permitido retener el comentario del orador respecto al posible segundo revolcón provocado por la nueva ropa interior. Pero Nacho tenía enganchado, febril y puesto al auditorio. Tenía que seguir.
- Esta segunda historia ocurrió en Zaragoza. Había quedado con una amiga, pero aparecieron 2. Llevaban puestos unos trajes de chaqueta negros... estaban buenísimas. El caso es que las invité a cenar, a las 2. Al cabo de un rato dicen que tienen calor y se quitan la chaqueta. Se quedan con las tetas al aire -explica Nacho de manera sospechosamente imperturbable-. Una tiene la teta poderosa y otra la teta leve, como la de Piluca...
La cara de la aludida era todo un poema. Si Piluca asistía a la apabullante historia de Nacho con un cierto rictus de sonrisa contenida, esa expresión se quebraría en una mueca, los ojos hacia el techo del establecimiento, como si quisiera volar de ese incómodo reducto.
Nacho provocaba entonces una discusión sobre los diferentes tipos de "poitrines" y su mayor o menor finura, que les ahorro.
- El caso es que hubo lío con una y con la otra y que pudo haber un trío -continuaría Nacho, en una exposición que perdía ya su ilación inicial. La verdad era que el ambiente había derivado en un grado de confusión que bordeaba la peligrosa frontera del caos. Sólo Piluca -atrapada por la levedad del ser y de las bellezas orgánicas- se encontraba en otra dimensión. Eduardo se armaba de un estoicismo filosófico-sociológico y observaba al confuso grupo con el escalpelo mental que disecciona las los componentes de lasreacciones humanas.
- Finalmente nos encontramos los 4 en una playa nudista de Biarritz. Las 2 despechadas, mi amigo el gilipollas y yo. Todos despelotados. Allí ya no ocurriría nada -explicó Nacho como remate a una historia circular en la que el "eros" devenía en "thanatos", o si se quiere resultar más prosaico, el cuento se transforma en realidad.
Luego pasamos a las bambalinas del teatro y a las sensaciones del contacto con la gente en los actos públicos. Sobre la noche de nuestro grupo había caído ya el tinglado de la antigua farsa.

Apenas una hora después, en un disco-bar poblado de insultante juventud balbucía yo unas inciertas sevillanas con Lolita. Su marido, en un ataque de poderosa ira ante mi torpe agresión a su reservado ámbito de influencia conyugal -este tipo debe ser un "moro"- me colgaba de su hombro a la manera de como se cargan los sacos de patatas y mi teléfono móvil se estrellaba contra el suelo de la discoteca, ante mi espanto -hoy en día a uno se le pueden perder hasta jas referencias, en tanto conserve su celular en un perfecto nivel de disponibilidad.
Nacho, que es como queda demostrado un gran fabulador y no menos una gran persona, me dejaba en casa después de una larga y divertida noche. Juan dormitaba mientras que Lolita, al volante, intentaba encaminarnos a la entrada de la calle. La oportuna llamada de Montse -"no se os puede dejar solos"- nos puso definitivamente sobre la pista, a la vez que demostraba que mi móvil no había sido damnificado.
Borges escribió una vez que la muerte era el olvido y que él suyo llegaría antes. No tenía razón, Borges es ya un ser inmortal y sus obras tienen el sabor de la eternidad. Tampoco esa noche se desprenderá de mi memoria. Fue una velada para el recuerdo.

1 comentario:

variopaint dijo...

Gran forma de comentar la noche...¿Repetiremos?
Un abrazo grande

Nacho.

PS. Aunque sea cierto el tono fabulador con el que me unges...recuerda...
!Las historias fueron reales...y el gilipollas también lo era! Demasiado real, quizá...