sábado, 19 de abril de 2008
¡Dejemos caer la máscara!
Vivimos tiempos en los que el coraje cívico se desmaya ante las fintas tácticas que harían palidecer al mismo Maquiavelo y la noble ocupación cede su lugar ante la audacia de la politiquería. Mondragón es el símbolo más expresivo de la sustitución de la ciudadanía por el gregarismo y del liderazgo político por la endogamia de los viejos partidos. Mondragón es una táctica en la que cada uno juega su propio juego, el que más conviene a sus intereses. Quienes hicieron la justicia a trozos, permitiendo que ETA fuera legal en la Euskadi sin ley, ahora se empeñan en deshacer su error en una película tan plagada de escenas rodadas a cámara lenta que los hastiados espectadores prefieren el espectáculo de un Athletic que sale del descenso o de los programa-concurso que pasan en las cadenas de televisión con los que sólo podemos conciliar el sueño después de una jornada de trabajo. Y el nacionalismo de 2.008, que ha despertado de un breve paréntesis de tranquilidad, arroja a un lado las ideas de Josu Jon Imaz y se vuelve a reconocer en las viejas posiciones aranistas. ¿Quieren -unos y otros- que esto continúe? ¿Van a mandar parar? No. Quieren una cosa y la contraria, en un recurrente oximorón. Y no quieren nada. Todo a la vez. Se parecen todos ellos al inteligente diálogo que Lewis Carrol ponía en boca de Alicia y Humpty-Dumpty -aquéllos parlanchines personajes que tenían formas ovoides-. "Lo importante es saber lo que significan las palabras", decía la un tanto ingenua Alicia. "Te equivocas -le contestaban-. Lo importante es saber quién tiene el poder". Un poder -continúo yo- desprovisto de toda raíz ética, de mediaciones oportunistas y de soterradas batallas para encaramarse al gobierno de las instituciones y hacer desde él la misma política o la distinta según dicten los sondeos o los supremos designios de una corta mayoría en una asamblea de partido. Los ciudadanos ya no es que miren para el otro lado, es que no encuentran referentes en los que reconocerse. Y para votar se tapan la nariz a la manera que decía Indro Montanelli, y aún los ojos y los oídos si no carecieran de extremidades suficientes. Mientras tanto la vergüenza avanza como una mancha de aceite por nuestras ciudades. Y si existe algún hombre justo, ese hombre debe tirar la primera piedra sobre la arquitectura de falsedad e impostación que se está construyendo a nuestras espaldas y desprenderse de la máscara que tanta ignominia viene produciendo.
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