jueves, 3 de abril de 2008

Alejo Carpentier escribió una novela, de lectura procelosa -como todas las suyas- a la que puso por título "Los pasos perdidos". Mis pasos dubitativos de los tiempos actuales de mi vida, quizás perdidos también pero espero que no inútiles, me llevan a Barcelona, donde el sol del Mediterráneo pone un paréntesis a 3 semanas ininterrumpidas de tormentas vasco-navarras.
"Una ciudad es un mundo -escribió Lawrence Durrell en su "Cuarteto de Alejandría”- cuando amamos a uno de sus habitantes". Pero no es imprescindible amar a alguien que resida en una ciudad para que ese lugar tenga alguna referencia importante para ti. Es suficiente con la amistad, que te permite practicar ese rito fundamental para el ser humano de su renovación siempre que la oportunidad sea propicia para ello.
Conocí a Ernest Corominas hace ya unos 20 años, cuando ´él y yo formábamos parte del Comité Ejecutivo del órgano internacional de mediadores de seguros que lleva por nombre “BIPAR”. Mantuvimos una deliciosa cena en Dublín que todavía recordamos, en un restaurante en el que apenas podías ver lo que te servían en el plato. Quizás fuera esa abonada situación para las confidencias de modo que sobre esa oscura mesa pusimos nuestras convicciones personales, las humanas y las políticas. Esa noche salíamos del local con destino a nuestro hotel con la convicción de que había florecido entre nosotros una verdadera amistad, que es algo bastante más importante de lo que para el común de los españoles significa esa devaluada –por lo que se extiende de manera más que exagerada- palabra.
La vida nos llevaba hacia situaciones semejantes, a veces. Ernest perdía a su mujer y yo a la mía. Ernest se volvía acasar, yo no. Y después de unos cuantos años en los que mi ocupación principal se distanciaba de la suya, porque yo me enfrascaba en mi compromiso político y él seguía embebido por el mundo de la mediación, un amigo común renovaba nuestras coordenadas y facilitaba de nuevo el contacto entre nosotros. Hoy, cada vez que viajo a Barcelona, llamo a Ernest –como en su tiempo hacía con mi siempre añorado primo Alfonso Zunzunegui cuando viajaba a Madrid- sólo para decirle que estoy ahí aunque mi agenda o la suya no nos permita vernos.
Ayer comía con él. Después del repaso correspondiente al rosario de cuestiones a que nos obliga el caracterísitco ritual –la familia, los amigos comunes...- pasamos a hablar de nosotros mismos y Ernest me explicaría la manera en que él vivió su propia viudedad. Muy pronto me clontaría la historia de su padre, que sobrevivió a la madre de Enest durante 30 años. Me decía Ernest que su padre se encerraba todas las noches en su dormitorio y que antes de dormir extendía sobre la la cama las fotos que le recordaban la vida transcurrida en común con su mujer. Y que después escribía los recuerdos que evocaban en él esas fotos a la manera de unas cartas que luego conservarían sus hijos.
Vivió el padre de Ernest una viudedad enamorada, que no es lo mismo que la “muerte enamorada” a que se refería Miguel Hernández, sino la conexión de 2 almas más allá de la existencia cotidiana con el ser querido, a través de los recuerdos que la memoria,. Esa cualidad que te rodea cada vez con mayor intensidad a medida que los años van cortando futuro a tu existencia.
Yo le contaría más tarde a Ernest que, poco después de que muriera Anneli, mi mujer, empecé a escribirla cartas que darían comienzo con la dedicatoria: “Para Anneli, dondequiera que estés”, en la que le refería todas las cosas que –suponía yo- que a ella le hubiera gustado saber. Había un poema introductorio a ese rosario de cartas y que se debía a ese fino poeta de lo comprensible que era Juan Ramón Jiménez y que decía:

“Porque tú estabas conmigo,
Y el mundo contigo,
Era mi amigo”.

Lo fue para Juan Ramón y Zenobia, pero también para esa pareja que fuimos nosotros durante casi 20 años.
Quizás pueda rescatar alguna de esas cartas para leérselas a todos ustedes.

1 comentario:

Peter dijo...

Querido Fernando,
Me parece que ya te lo he dicho alguna vez, me parece que escribes cada dia mejor, me encantan tus comentarios sobre la situacion de España, de nuestro querido Pais Vasco y sobre ese proyecto, ahora realidad del que ambos formamos parte durante un tiempo. Pero he de reconocer que cuando escribes sobre el amor y las relaciones humanas eres sobresaliente.
Un abrazo y por favo no cambies nunca