La edad del sufrimiento y la felicidad del amor
Tenía 18 años "y esa no es edad para tanto sufrimiento", escribió Alberto Méndez en el segundo de los cuentos -"derrotas"- de "Los girasoles negros". ¿Cuál debe ser la edad para empezar a sufrir? Desconectada de su madre, apenas cumplidos los 15 años, mi hija debía afirmar su existencia en la idea de vivir a toda costa. Le pasaría como a la suya, a Anneli, que recibía visita de su padre en el pueblo natal de su familia paterna, Neheim, a una hora en coche de la ciudad de Colonia. Hacía días -¿semanas?- que no recibía carta de su madre con el acostumbrado encabezamiento de "mi querida Peter Pan", así que le espetó nada más que se quitaba su sombrero de tweed y su abrigo loden:
- Díme lo que quieras, papá. Lo que quieras, con tal de que no me digas que mamá se ha muerto.
Era muy similar lo que me venía a decir mi hija con sus lágrimas y sus convulsos cabeceos negativos cuando me acercaba a la UCI para anunciarle que ya no recibiría más la visita y el cariño de su madre. Yo salí de aquel sitio por un momento, haciendo como que me sonaba la nariz -aunque sólo estaba tomando un relevo a escondidas del sollozo anterior- y cuando regresé junto a su cama esa auxiliar doctorada en afectos y diplomada en sabiduría humana que es Begoña le había puesto un disco de los payasos de la tele y Pilar se había sorbido las lágrimas. En realidad había ella decidido renacer de nuevo, aunque es más cierto que emergía a la vida -y siempre contra pronóstico- todos los días de sus 20 años.
No existe una hora adecuada para el sufrimiento y siempre llega antes de tiempo, perdido entre el pelotón de una familia numerosa y sin afecto, deprimido y destructivo contra ti mismo te niegas a comer; herencia del gen de su madre desfallece y pretende obtener de otros sustitutivos la solución a su ansiedad o tiene una vida traspasada por la permanente agresión de unos tubos que le traen el aire y le proporcionan la comida o le quitan los mocos. 10, 35 años o los 20 de toda tu vida. Se le reconoce con demasiada facilidad: es el dolor, y es tan inmaterial e íntimo que no se desvanece con ninguna pastilla y tan poderoso y punzante que ningún sustitutivo es capaz de desterrarlo al olvido.
Se diría que es como afirmaba el personaje interpretado por Anthony Hopkins en "Tierras de penumbra", en las conferencias que dictaba, que en realidad Dios no quiere que seamos felices y con cada golpe de cincel que recibimos nos hacemos hombres, nos formamos. Así que nuestro destino es el sufrimiento y nuestro código genético el dolor. Pero cuando Hopkins se enamora ese proyecto se desvanece y entonces el amor aventa al sufrimiento. Enamorados se diría que levitamos o que al menos el suelo rebota por debajo de nuestros pies. Y cuando se ha experimentado una vez el amor se sabe que tu vida ya ha tenido sentido. Hopkins pierde después a su mujer, pero ha ganado al hijo de ella y es poseedor de un don que nadie le podrá nunca arrebatar y que se llama recuerdo.
Claro que a fuerza de tanto vivir nos salen canas y arrugas y nos volvemos viejos, quizás no tanto por la edad sino por las existencias de que un día formamos parte y ya han quedado atrás de manera irremisible. Y es que nadie puede mirar a la vida de la misma forma después de haber muerto, una, dos veces, con tus seres queridos.
Se puede esperar un nuevo amor o vivir en el recuerdo de los amores transcurridos, o las 2 cosas a la vez, pero la vida ya no ha pasado en vano. Es verdad que alguna vez nos entregamos a ella y nos hemos quedado un tanto desarbolados después de la tormenta. Perplejos, consideramos que el tiempo de nuestra felicidad fue demasiado corto y que es injusto que nos haya sido arrebatado. Pero el sabio refranero español tiene también respuesta para esa desagradable sensación:
"¡Que nos quiten lo bailao!"
lunes, 28 de abril de 2008
domingo, 27 de abril de 2008
Seminario sobre la irreelegibilidad de los cargos públicos. Bayona. Octubre de 2.006
En primer lugar me gustaría destacar la oportunidad que tiene organizar y participar en un seminario, precisamente en torno a esta cuestión.
Y es que, veinticinco años largos –en camino ya hacia a los treinta- de aprobada la Constitución Española parece que el único debate político que era posible -¿o deseable?- formular, en España es el relativo al desarrollo competencial del Estado de las Autonomías, por lo visto nunca definitivamente cerrado en nuestro país.
Sin perjuicio de que no voy a entrar en esa cuestión -o lo haré sólo de forma tangencial- resulta bastante evidente que están primando en la actualidad política española los llamados derechos colectivos en relación con los que son incontestables, los derechos individuales.
Veinticinco años después de aprobada la actual arquitectura constitucional española -y espero no desviarme del asunto- las 17 autonomías de que está compuesto nuestro país han creado otras tantas clases políticas que tienen, ante todo y sobre todo, voluntad de pervivencia y que, por lo tanto, huyen como del picor de la mera enunciación del título de este seminario.
España -la democracia española- se ha adscrito sin discusión, sin crítica alguna a los comportamientos más habituales presentes en las democracias de este continente. Y lo ha hecho de manera corregida y aumentada, multiplicando el número de representantes, pero sin acercar por eso al representante el representado, lo cual constituía precisamente su "desideratum" inicial..
Porque el debate que afrontamos estos días es -a mi juicio- un debate sobre la necesidad o no de la existencia de una clase política en una democracia; de una "clase" política, no de la política, entendida esta como el espacio en que se ejerce la ciudadanía y no como aseguraba Disraeli, "el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño".
La cuestión está lejos de quedar resuelta.
Es verdad -y esta es reflexión cara al profesor Eloy García- que la base ciudadana de la democracia exige una implicación "cuasi" permanente del ciudadano en las tareas públicas. Ello no implica necesariamente la desaparición de la democracia de base representativa, pero sí de una ampliación de su aplicación directa, como ocurre en los países en los que existe un menor grado de profesionalización política. Una democracia, además, en la que no ocurre que los representantes no se alejan materialmente de los ciudadanos, aunque formalmente sigan ligados a ellos a través de la figuración, del culto a la liviandad, de la impostación.
¿Es mejor o no que exista o no una clase política? ¿Hay que asumir la existencia de los profesionales de la política?
Para tratar de abordar esta, que a mi juicio constituye la cuestión crucial, habrá que convenir que cualquier actividad -utilizo este término para evitar la palabra "profesional" que entra en el enunciado de la pregunta y no debiera contenerse, por lo tanto, en la contestación; y no con la idea de hacer una especie de trampa terminológica- cuenta con determinados rudimentos particulares. Los abogados disponen de un específico rito procesal, incluso su propio lenguaje; lo mismo sirve para los ingenieros y los informáticos y los aseguradores hablan en una parla a veces incomprensible para el común de los mortales y qué decir de la clase médica. Los ejemplos podrían multiplicarse casi indefinidamente.
El caso de la política no podía resultar diferente de ningún modo. El mundo que le es propio a la política se mueve preferentemente en los foros parlamentario y mediático -ya se sabe que incluso los mítines se hacen para obtener de ellos unos minutos para la televisión- y todas esas actuaciones se producen de acuerdo con un rito previamente establecido. ¿Y qué decir del lenguaje político o de la inusual manera de pronunciarlo? Tampoco hay que insistir demasiado -lo he dicho antes-en la voluntad de permanencia de la clase política.
No está en cuestión entonces que exista o no en España -lo mismo que en la mayoría de las democracias occidentales-, la clase política: existe. La duda está en que sea necesaria.
Es preciso hacer notar que no se debe exagerar en lo que se refiere a los rudimentos -los conocimientos profesionales- de que disponemos los políticos. Por lo común, la clase política tiene una aproximación de orden generalista a los problemas, y si sus conocimientos originarios pudieran resultar más específicos es lo cierto que estos se van diluyendo en una práctica según la cual se diría que hay que saber de casi todo -oposición- o se cuenta con técnicos capaces de sacarle a uno prácticamente todas las castañas del fuego -gobierno.
En este último sentido habría que recordar que las tres funciones básicas de los políticos, según el socialista francés Michel Rocard, serían: establecer los programas, elegir a los equipos y gestionar las crisis. Nada se dice aquí acerca del conocimiento de los "dossiers" que se nos presentan.
Claro que la clase política no es una clase inútil. La ciudadanía -en el caso de que exista esta realmente- genera a sus representantes a quienes vota cada vez más tapándose la nariz -como decía Indro Montanelli- y luego se pasa el resto de la legislatura -de las legislaturas, de todas las legislaturas de todas las instituciones elegibles existentes- criticando a los partidos y negando a los partidos y a sus componentes el pan y la sal. Carecemos, por ejemplo, de los beneficios por el desempleo y las decisiones que afectan a la mejora de nuestras pensiones las adoptamos por la puerta de atrás y con la colaboración de la opacidad, la nocturnidad y el oscurantismo.
Y el hecho entonces es que la ciudadanía -lo que de ella existe- delega en la clase política no sólo su representación sino la propia esencia de su condición ciudadana. Considera que, una vez pasadas las elecciones, ya no tiene por qué preocuparse de lo que se haga con su voto.
No se sabe muy bien si fue antes el huevo o la gallina. Si es la ciudadanía la que primero se bate en retirada o son los partidos quienes ocupan su espacio y la expulsan de él.
En este sentido el caso español es poco menos que paradigmático. En muchos supuestos -en el vasco, que es el que mejor conozco, ocurre de manera muy generalizada- apenas existe sociedad civil. Los partidos pretenden dominar a los sindicatos, presentan candidaturas para las direcciones de los clubes deportivos, crean o copan las asociaciones de vecinos y se hacen con el control de los colegios profesionales.
Y es que, como dice Tocqueville, "en los pueblos democráticos la resistencia de los ciudadanos al poder central sólo puede producirse con la asociación. Por eso este último ve con desagrado las asociaciones que no están bajo su control".
A mayor abundamiento y en el mismo sentido, habrá que afirmar con Bernard Crick que cuando todo es relevante para la política, la política deja de ser política para convertirse en totalitarismo.
De esta suerte se va generando una situación de endogamia política que pervierte de tal manera a la democracia representativa que esta sólo adquiere alguna validez en el momento en que se deposita el voto.
Y si la idea, mejor aún, la existencia de la ciudadanía, es básica para la mera existencia de una democracia madura -cuestión me parece que pacífica-, el efecto de expulsión que sobre la mera sociedad civil -que no es siquiera la sociedad ciudadana, sino aquella parte de la sociedad que no milita en partido político alguno- ejercen los partidos políticos ¿supondría generar un efecto expulsión de signo contrario?, ¿la expulsión de los partidos, de la clase política?, ¿una especie de revolución ciudadana?
Me adelanto a contestar y resueltamente que no. No es deseable y es imposible, además. Las teorías sobre la superación de la "partitocracia" han justificado la elevación al poder de los partidos únicos -que es una de las contradicciones terminológicas más peligrosas, como asegura mi profesor, don Pablo Lucas Verdú- y desde estos regímenes se ha oprimido a los ciudadanos; se han exterminado ideas, razas y poblaciones: la barbarie ha acabado expulsado de la escena a la civilización.
Es imposible, además. ¿Quién expulsaría a los partidos? ¿La ciudadanía? ¡Si no existe! Y no existe, entre otras cosas -si se me permite recuperar mi discurso inicial- porque nos han interesado más los "derechos de los pueblos" que los de las personas; y ya desde Aristóteles, la política surge en Estados organizados que reconocen ser un conglomerado de múltiples miembros, no una tribu o el producto de una religión, un interés o una tradición únicas.
Es verdad, como dice Sartori, que la democracia etimológica que se refiere al “demos” de los griegos, hoy resulta un edificio construido sobre un protagonista que no existe. ¿Democracia o "masocracia”? -se pregunta Sartori- Con toda probabilidad continuaremos diciendo democracia. Muy bien, pero bajo la condición de que el pueblo "real" no sea un protegido falso por excomulgar y erigido en misterio.
Pero no me gustaría pensar que nos encontramos en un círculo vicioso, ante un nudo gordiano que nadie se atrevería a cortar -y seguramente tampoco resultaría conveniente hacerlo-. Las experiencias ciudadanas no han proliferado en nuestro país, pero sí han podido resultar significativas, por el contrario. Sin alejarme de mi espacio más conocido -el País Vasco- expresiones como la plataforma ¡Basta Ya! y la verdadera pléyade de asociaciones, fundaciones y grupos de todo tipo que se han venido organizando para combatir la presión criminal del terrorismo etarra son testimonio que acredita lo que digo.
En otro orden de cosas -y en otra autonomía- el nacimiento de la candidatura "Ciutadans per Catalunya", como contestación a una izquierda que se ha entregado al nacionalismo constituye un hecho muy significativo, sin perjuicio del resultado electoral que obtengan. Acredita la existencia de ciudadanos que son capaces de utilizar los mecanismos que les ofrece el sistema para contestar la deriva que están tomando algunos acontecimientos. Supone una advertencia para una determinada clase política en el sentido de que no puede hacer lo que quiera con los votos que ha recibido.
Es preciso practicar la reforma pendiente en nuestro país, la creación de una democracia de ciudadanos. Los partidos han sido incapaces de cumplir el mandato constitucional: constituirse en instrumento para la participación ciudadana. El mundo interior de los partidos es muchas veces desconsolador: apenas existe debate político, los cálculos son meramente electoralistas y si la clase política practica la endogamia es porque los partidos que la conforman se han constituido en una especie de singular sociedad dentro de la sociedad, renunciando muchas veces al contacto -la inseguridad, el temor al contagio de los otros- con otros grupos sociales.
Aún así, y con todas sus deficiencias, los partidos son un mecanismo útil, necesario e imprescindible para la democracia. Y lo son aunque, como afirmaba don Antonio Maura a finales del pasado siglo sean -los partidos- "marinería que aguarda en el depósito de un gran puerto, dispuesta a zarpar lo mismo para el Ecuador que para el Polo. Partidos que no saben adónde van no son dignos de ocupar el poder ni de retenerlo".
El cambio es deseable y necesario, pero es preciso abordarla con prudencia, no sea que nos ocurra como a Platón, que salió ingenuamente a reformar el Estado de Dioniso y pocos meses después se veía ofrecido a la venta en un mercado de esclavos. Como se sabe, Platón intentaría su "operación Siracusa" por segunda vez, ocasión en que se salvaría con dificultades.
Falta por construir el espacio de una verdadera ciudadanía. Y no resulta tarea fácil, porque la ciudadanía no se improvisa. Es la idea según la cual cada uno de nosotros tiene en su palabra -y no sólo en su voto- el derecho a determinar lo que deba ser hecho.
Y conectando con lo que bien pudiéramos definir como "el eterno retorno de los clásicos" -asunto, por otra parte, tan grato al profesor Eloy García- habría que decir con Alexis de Tocqueville, en "El antiguo régimen y la revolución" que el objetivo consiste en convertir al individuo en ciudadano. El individualismo no es algo propio de la naturaleza humana sino una creación de la sociedad democrática moderna, se trata de una tendencia moral que emerge en un marco definido por la igualación creciente de las condiciones sociales y cuya característica principal es la de alejar a los individuos de los asuntos públicos y replegarlos en la esfera privada.
El desarrollo del individualismo -siempre de acuerdo con Tocqueville- lleva aparejada dos tendencias, una que conduce a la independencia y otra que conduce a la servidumbre. El individualismo apunta aparentemente hacia la primera, pero en el fondo dirige a los individuos, por un camino secreto, hacia la segunda.
El habitante de Nueva Inglaterra se apega a su municipio, no tanto por haber nacido en él como porque ve en ese municipio una corporación de la que él forma parte y que merece la pena tratar de dirigir. Sucede a menudo en Europa que los mismos gobernantes lamentan la falta de espíritu municipal, pues todo el mundo conviene en que es un elemento de orden y de tranquilidad, pero no saben cómo crearlo. Al hacer fuerte e independiente al municipio temen repartir el poder social y exponer al Estado a la anarquía. Ahora bien, quitad la fuerza y la independencia al municipio y no encontraréis en él más que a administrados y no a verdaderos ciudadanos..
"Sin instituciones municipales una nación puede darse un gobierno libre, pero no tendrá el espíritu de la libertad".
Hasta aquí las reflexiones de Tocqueville.
El necesario reequilibrio del sistema, de la oposición -que nunca debiera haberse formulado así- clase política-ciudadanía sólo puede producirse a través de un fortalecimiento de la por ahora débil ciudadanía. Los partidos -la clase política- nunca pondrán manos a la obra en esta tarea. Su preocupación consiste más bien en reforzar y ampliar su espacio, aunque ello se produzca sobre la base de recortar el que les es propio a los ciudadanos..
Y ese fortalecimiento deberá en buena lógica suponer una verdadera revolución democrática. En ella, la irreelegibilidad para el ejercicio de los cargos públicos vendrá dado por el mero ejercicio de la higiene democrática que se derivará de la existencia de una ciudadanía vigorosa en nuestro país.
Política y ciudadanía no serían nunca espacios confrontados y los ciudadanos, conscientes de su papel en la nueva "polis", podrían asumir una responsabilidad pública sin verse obligados -y obligar también al conjunto de la ciudadanía- a convertirse por ello en componente de por vida de la clase política.
Bilbao, octubre de 2.006
Y es que, veinticinco años largos –en camino ya hacia a los treinta- de aprobada la Constitución Española parece que el único debate político que era posible -¿o deseable?- formular, en España es el relativo al desarrollo competencial del Estado de las Autonomías, por lo visto nunca definitivamente cerrado en nuestro país.
Sin perjuicio de que no voy a entrar en esa cuestión -o lo haré sólo de forma tangencial- resulta bastante evidente que están primando en la actualidad política española los llamados derechos colectivos en relación con los que son incontestables, los derechos individuales.
Veinticinco años después de aprobada la actual arquitectura constitucional española -y espero no desviarme del asunto- las 17 autonomías de que está compuesto nuestro país han creado otras tantas clases políticas que tienen, ante todo y sobre todo, voluntad de pervivencia y que, por lo tanto, huyen como del picor de la mera enunciación del título de este seminario.
España -la democracia española- se ha adscrito sin discusión, sin crítica alguna a los comportamientos más habituales presentes en las democracias de este continente. Y lo ha hecho de manera corregida y aumentada, multiplicando el número de representantes, pero sin acercar por eso al representante el representado, lo cual constituía precisamente su "desideratum" inicial..
Porque el debate que afrontamos estos días es -a mi juicio- un debate sobre la necesidad o no de la existencia de una clase política en una democracia; de una "clase" política, no de la política, entendida esta como el espacio en que se ejerce la ciudadanía y no como aseguraba Disraeli, "el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño".
La cuestión está lejos de quedar resuelta.
Es verdad -y esta es reflexión cara al profesor Eloy García- que la base ciudadana de la democracia exige una implicación "cuasi" permanente del ciudadano en las tareas públicas. Ello no implica necesariamente la desaparición de la democracia de base representativa, pero sí de una ampliación de su aplicación directa, como ocurre en los países en los que existe un menor grado de profesionalización política. Una democracia, además, en la que no ocurre que los representantes no se alejan materialmente de los ciudadanos, aunque formalmente sigan ligados a ellos a través de la figuración, del culto a la liviandad, de la impostación.
¿Es mejor o no que exista o no una clase política? ¿Hay que asumir la existencia de los profesionales de la política?
Para tratar de abordar esta, que a mi juicio constituye la cuestión crucial, habrá que convenir que cualquier actividad -utilizo este término para evitar la palabra "profesional" que entra en el enunciado de la pregunta y no debiera contenerse, por lo tanto, en la contestación; y no con la idea de hacer una especie de trampa terminológica- cuenta con determinados rudimentos particulares. Los abogados disponen de un específico rito procesal, incluso su propio lenguaje; lo mismo sirve para los ingenieros y los informáticos y los aseguradores hablan en una parla a veces incomprensible para el común de los mortales y qué decir de la clase médica. Los ejemplos podrían multiplicarse casi indefinidamente.
El caso de la política no podía resultar diferente de ningún modo. El mundo que le es propio a la política se mueve preferentemente en los foros parlamentario y mediático -ya se sabe que incluso los mítines se hacen para obtener de ellos unos minutos para la televisión- y todas esas actuaciones se producen de acuerdo con un rito previamente establecido. ¿Y qué decir del lenguaje político o de la inusual manera de pronunciarlo? Tampoco hay que insistir demasiado -lo he dicho antes-en la voluntad de permanencia de la clase política.
No está en cuestión entonces que exista o no en España -lo mismo que en la mayoría de las democracias occidentales-, la clase política: existe. La duda está en que sea necesaria.
Es preciso hacer notar que no se debe exagerar en lo que se refiere a los rudimentos -los conocimientos profesionales- de que disponemos los políticos. Por lo común, la clase política tiene una aproximación de orden generalista a los problemas, y si sus conocimientos originarios pudieran resultar más específicos es lo cierto que estos se van diluyendo en una práctica según la cual se diría que hay que saber de casi todo -oposición- o se cuenta con técnicos capaces de sacarle a uno prácticamente todas las castañas del fuego -gobierno.
En este último sentido habría que recordar que las tres funciones básicas de los políticos, según el socialista francés Michel Rocard, serían: establecer los programas, elegir a los equipos y gestionar las crisis. Nada se dice aquí acerca del conocimiento de los "dossiers" que se nos presentan.
Claro que la clase política no es una clase inútil. La ciudadanía -en el caso de que exista esta realmente- genera a sus representantes a quienes vota cada vez más tapándose la nariz -como decía Indro Montanelli- y luego se pasa el resto de la legislatura -de las legislaturas, de todas las legislaturas de todas las instituciones elegibles existentes- criticando a los partidos y negando a los partidos y a sus componentes el pan y la sal. Carecemos, por ejemplo, de los beneficios por el desempleo y las decisiones que afectan a la mejora de nuestras pensiones las adoptamos por la puerta de atrás y con la colaboración de la opacidad, la nocturnidad y el oscurantismo.
Y el hecho entonces es que la ciudadanía -lo que de ella existe- delega en la clase política no sólo su representación sino la propia esencia de su condición ciudadana. Considera que, una vez pasadas las elecciones, ya no tiene por qué preocuparse de lo que se haga con su voto.
No se sabe muy bien si fue antes el huevo o la gallina. Si es la ciudadanía la que primero se bate en retirada o son los partidos quienes ocupan su espacio y la expulsan de él.
En este sentido el caso español es poco menos que paradigmático. En muchos supuestos -en el vasco, que es el que mejor conozco, ocurre de manera muy generalizada- apenas existe sociedad civil. Los partidos pretenden dominar a los sindicatos, presentan candidaturas para las direcciones de los clubes deportivos, crean o copan las asociaciones de vecinos y se hacen con el control de los colegios profesionales.
Y es que, como dice Tocqueville, "en los pueblos democráticos la resistencia de los ciudadanos al poder central sólo puede producirse con la asociación. Por eso este último ve con desagrado las asociaciones que no están bajo su control".
A mayor abundamiento y en el mismo sentido, habrá que afirmar con Bernard Crick que cuando todo es relevante para la política, la política deja de ser política para convertirse en totalitarismo.
De esta suerte se va generando una situación de endogamia política que pervierte de tal manera a la democracia representativa que esta sólo adquiere alguna validez en el momento en que se deposita el voto.
Y si la idea, mejor aún, la existencia de la ciudadanía, es básica para la mera existencia de una democracia madura -cuestión me parece que pacífica-, el efecto de expulsión que sobre la mera sociedad civil -que no es siquiera la sociedad ciudadana, sino aquella parte de la sociedad que no milita en partido político alguno- ejercen los partidos políticos ¿supondría generar un efecto expulsión de signo contrario?, ¿la expulsión de los partidos, de la clase política?, ¿una especie de revolución ciudadana?
Me adelanto a contestar y resueltamente que no. No es deseable y es imposible, además. Las teorías sobre la superación de la "partitocracia" han justificado la elevación al poder de los partidos únicos -que es una de las contradicciones terminológicas más peligrosas, como asegura mi profesor, don Pablo Lucas Verdú- y desde estos regímenes se ha oprimido a los ciudadanos; se han exterminado ideas, razas y poblaciones: la barbarie ha acabado expulsado de la escena a la civilización.
Es imposible, además. ¿Quién expulsaría a los partidos? ¿La ciudadanía? ¡Si no existe! Y no existe, entre otras cosas -si se me permite recuperar mi discurso inicial- porque nos han interesado más los "derechos de los pueblos" que los de las personas; y ya desde Aristóteles, la política surge en Estados organizados que reconocen ser un conglomerado de múltiples miembros, no una tribu o el producto de una religión, un interés o una tradición únicas.
Es verdad, como dice Sartori, que la democracia etimológica que se refiere al “demos” de los griegos, hoy resulta un edificio construido sobre un protagonista que no existe. ¿Democracia o "masocracia”? -se pregunta Sartori- Con toda probabilidad continuaremos diciendo democracia. Muy bien, pero bajo la condición de que el pueblo "real" no sea un protegido falso por excomulgar y erigido en misterio.
Pero no me gustaría pensar que nos encontramos en un círculo vicioso, ante un nudo gordiano que nadie se atrevería a cortar -y seguramente tampoco resultaría conveniente hacerlo-. Las experiencias ciudadanas no han proliferado en nuestro país, pero sí han podido resultar significativas, por el contrario. Sin alejarme de mi espacio más conocido -el País Vasco- expresiones como la plataforma ¡Basta Ya! y la verdadera pléyade de asociaciones, fundaciones y grupos de todo tipo que se han venido organizando para combatir la presión criminal del terrorismo etarra son testimonio que acredita lo que digo.
En otro orden de cosas -y en otra autonomía- el nacimiento de la candidatura "Ciutadans per Catalunya", como contestación a una izquierda que se ha entregado al nacionalismo constituye un hecho muy significativo, sin perjuicio del resultado electoral que obtengan. Acredita la existencia de ciudadanos que son capaces de utilizar los mecanismos que les ofrece el sistema para contestar la deriva que están tomando algunos acontecimientos. Supone una advertencia para una determinada clase política en el sentido de que no puede hacer lo que quiera con los votos que ha recibido.
Es preciso practicar la reforma pendiente en nuestro país, la creación de una democracia de ciudadanos. Los partidos han sido incapaces de cumplir el mandato constitucional: constituirse en instrumento para la participación ciudadana. El mundo interior de los partidos es muchas veces desconsolador: apenas existe debate político, los cálculos son meramente electoralistas y si la clase política practica la endogamia es porque los partidos que la conforman se han constituido en una especie de singular sociedad dentro de la sociedad, renunciando muchas veces al contacto -la inseguridad, el temor al contagio de los otros- con otros grupos sociales.
Aún así, y con todas sus deficiencias, los partidos son un mecanismo útil, necesario e imprescindible para la democracia. Y lo son aunque, como afirmaba don Antonio Maura a finales del pasado siglo sean -los partidos- "marinería que aguarda en el depósito de un gran puerto, dispuesta a zarpar lo mismo para el Ecuador que para el Polo. Partidos que no saben adónde van no son dignos de ocupar el poder ni de retenerlo".
El cambio es deseable y necesario, pero es preciso abordarla con prudencia, no sea que nos ocurra como a Platón, que salió ingenuamente a reformar el Estado de Dioniso y pocos meses después se veía ofrecido a la venta en un mercado de esclavos. Como se sabe, Platón intentaría su "operación Siracusa" por segunda vez, ocasión en que se salvaría con dificultades.
Falta por construir el espacio de una verdadera ciudadanía. Y no resulta tarea fácil, porque la ciudadanía no se improvisa. Es la idea según la cual cada uno de nosotros tiene en su palabra -y no sólo en su voto- el derecho a determinar lo que deba ser hecho.
Y conectando con lo que bien pudiéramos definir como "el eterno retorno de los clásicos" -asunto, por otra parte, tan grato al profesor Eloy García- habría que decir con Alexis de Tocqueville, en "El antiguo régimen y la revolución" que el objetivo consiste en convertir al individuo en ciudadano. El individualismo no es algo propio de la naturaleza humana sino una creación de la sociedad democrática moderna, se trata de una tendencia moral que emerge en un marco definido por la igualación creciente de las condiciones sociales y cuya característica principal es la de alejar a los individuos de los asuntos públicos y replegarlos en la esfera privada.
El desarrollo del individualismo -siempre de acuerdo con Tocqueville- lleva aparejada dos tendencias, una que conduce a la independencia y otra que conduce a la servidumbre. El individualismo apunta aparentemente hacia la primera, pero en el fondo dirige a los individuos, por un camino secreto, hacia la segunda.
El habitante de Nueva Inglaterra se apega a su municipio, no tanto por haber nacido en él como porque ve en ese municipio una corporación de la que él forma parte y que merece la pena tratar de dirigir. Sucede a menudo en Europa que los mismos gobernantes lamentan la falta de espíritu municipal, pues todo el mundo conviene en que es un elemento de orden y de tranquilidad, pero no saben cómo crearlo. Al hacer fuerte e independiente al municipio temen repartir el poder social y exponer al Estado a la anarquía. Ahora bien, quitad la fuerza y la independencia al municipio y no encontraréis en él más que a administrados y no a verdaderos ciudadanos..
"Sin instituciones municipales una nación puede darse un gobierno libre, pero no tendrá el espíritu de la libertad".
Hasta aquí las reflexiones de Tocqueville.
El necesario reequilibrio del sistema, de la oposición -que nunca debiera haberse formulado así- clase política-ciudadanía sólo puede producirse a través de un fortalecimiento de la por ahora débil ciudadanía. Los partidos -la clase política- nunca pondrán manos a la obra en esta tarea. Su preocupación consiste más bien en reforzar y ampliar su espacio, aunque ello se produzca sobre la base de recortar el que les es propio a los ciudadanos..
Y ese fortalecimiento deberá en buena lógica suponer una verdadera revolución democrática. En ella, la irreelegibilidad para el ejercicio de los cargos públicos vendrá dado por el mero ejercicio de la higiene democrática que se derivará de la existencia de una ciudadanía vigorosa en nuestro país.
Política y ciudadanía no serían nunca espacios confrontados y los ciudadanos, conscientes de su papel en la nueva "polis", podrían asumir una responsabilidad pública sin verse obligados -y obligar también al conjunto de la ciudadanía- a convertirse por ello en componente de por vida de la clase política.
Bilbao, octubre de 2.006
sábado, 26 de abril de 2008
El geriátrico
Hay veces en que Montse descubre que los hijos vuelan y esta ha sido una semana de aeropuertos para ella. Cuando los hijos se hacen de aire y se van actúan desde la indiferencia de quien sabe que una madre es un espacio referencial y protector al que siempre pueden regresar, pero casi nunca se lo hacen saber. Por eso Montse espera en vano la llamada de su hijo minutos antes del embarque, y sufre la decepción ante ese detalle prometido e incumplido como si no supiera que al enmadramiento le ocurre lo contrario que a los brandies y es que no es cosa de hombres.
Y Montse vuelve a su casa vacía y desolada en la oscuridad de la noche subiendo rápida los peldaños que la conducen a su habitación. Allí se encierra y conecta su ordenador desde donde podrá visitar sus blogs favoritos, bajarse una película o jugar a las cartas. Estoy convencido de que no le importaría que escaleras abajo, en el salón, se celebrara un aquelarre o una ceremonia de rito vudú, con tal de que no la invitaran a participar o hicieran mucho ruido. Porque con la claridad del día se irán esas sombras, especialmente las interiores.
Montse descubre que la máscara de la soledad encierra la cruel evidencia de su verdadero rostro, la certeza de nuestra inevitable y próxima desaparición. Por eso, cuando sube hacia su cuarto con la velocidad de quien no quiere detenerse a pensar, intuye la soledad real que llegará cuando el volar de sus hijos se haga definitivo.
Y entonces, armada de un cincel y un martillo, Montse da forma a su proyecto: un geriátrico. Allí iremos todos los amigos, me explica desde lo que supongo es el seguro dominio de su habitación. Podemos vernos, pasear juntos, compartir las comidas y a la vez ser independientes.
Montse descarta que su geriátrico pueda estar en Madrid, y prefiere Tarragona. Pero no porque Madrid sea duro, como me dice, sino porque a Montse le ocurre como a los elefantes -dicho sea con todo cariño, por supuesto-, que viajan a morir en sus propios cementerios, como si la vida, en el final de un ciclo, no se pudiera cerrar fuera de donde se encuentran tus raíces familiares.
Con ese amontonaniento de soledades compartidas pretende tal vez Montse darle el esquinazo a la soledad que se escribe con letras mayúsculas, aunque es consciente de que al final de la partida la soledad se desprende de su máscara y te lleva con ella.
El geriátrico de Montse se parecerá -si algún día lo crea- al amable recinto de un suave tobogán hacia la disolución en la nada. No prometerá la felicidad en sus anuncios comerciales, la compañía debería ser un sustitutivo suficiente. Porque nos pasa como a ese personaje de "Blade Runner" que fabricaba figuritas con papel y que le dice a Harrison Ford: "Es una pena que la chica -una replicante, o sea un robot- no pueda vivir. ¿Pero quién vive?".
Por lo mismo, será una pena que no podamos ser felices. ¿Pero quién es feliz?
Y Montse vuelve a su casa vacía y desolada en la oscuridad de la noche subiendo rápida los peldaños que la conducen a su habitación. Allí se encierra y conecta su ordenador desde donde podrá visitar sus blogs favoritos, bajarse una película o jugar a las cartas. Estoy convencido de que no le importaría que escaleras abajo, en el salón, se celebrara un aquelarre o una ceremonia de rito vudú, con tal de que no la invitaran a participar o hicieran mucho ruido. Porque con la claridad del día se irán esas sombras, especialmente las interiores.
Montse descubre que la máscara de la soledad encierra la cruel evidencia de su verdadero rostro, la certeza de nuestra inevitable y próxima desaparición. Por eso, cuando sube hacia su cuarto con la velocidad de quien no quiere detenerse a pensar, intuye la soledad real que llegará cuando el volar de sus hijos se haga definitivo.
Y entonces, armada de un cincel y un martillo, Montse da forma a su proyecto: un geriátrico. Allí iremos todos los amigos, me explica desde lo que supongo es el seguro dominio de su habitación. Podemos vernos, pasear juntos, compartir las comidas y a la vez ser independientes.
Montse descarta que su geriátrico pueda estar en Madrid, y prefiere Tarragona. Pero no porque Madrid sea duro, como me dice, sino porque a Montse le ocurre como a los elefantes -dicho sea con todo cariño, por supuesto-, que viajan a morir en sus propios cementerios, como si la vida, en el final de un ciclo, no se pudiera cerrar fuera de donde se encuentran tus raíces familiares.
Con ese amontonaniento de soledades compartidas pretende tal vez Montse darle el esquinazo a la soledad que se escribe con letras mayúsculas, aunque es consciente de que al final de la partida la soledad se desprende de su máscara y te lleva con ella.
El geriátrico de Montse se parecerá -si algún día lo crea- al amable recinto de un suave tobogán hacia la disolución en la nada. No prometerá la felicidad en sus anuncios comerciales, la compañía debería ser un sustitutivo suficiente. Porque nos pasa como a ese personaje de "Blade Runner" que fabricaba figuritas con papel y que le dice a Harrison Ford: "Es una pena que la chica -una replicante, o sea un robot- no pueda vivir. ¿Pero quién vive?".
Por lo mismo, será una pena que no podamos ser felices. ¿Pero quién es feliz?
viernes, 25 de abril de 2008
2 manos
Pudo ser una noche funesta,
Como cumpliendo con un rito
-Artificialmente,
Sin poner en eso
Ninguna pasión,
Ajeno además al cariño
-Que ponemos en esas ocasiones-
Coloqué mi mano sobre la tuya
Mientras que dirigía
Mi corta mirada
Hacia la pista de baile
Y tú no moviste
Siquiera un músculo.
Entonces retiré mi mano
Y te hablé de política
-De una cosa cualquiera,
Por lo tanto.
¿Cuánto tiempo pasó
Hasta que, de repente,
Te llamaba todas las noches
Y te mandaba mensajes por la mañana?
¿Dos años
Que transcurrían
A la distancia
De dos amigos
Que pueden ver pasar
Más de 400 horas
Sin llamarse,
Y apenas se recuerdan?
Pero aún no tenía tu permiso
Para esta serenata
De llamadas
Y mensajes
Y te lo pedí.
Estábamos
Sentados en tu coche
Junto a la casa de mi hermano.
Te alegraste de la pregunta
Y me ofreciste tu consentimiento.
Entonces yo te apreté
La mano
Con la alegría
Del que no se siente
Rechazado,
Quizás.
Cerraste levemente tus dedos,
Y en la oscuridad de la noche
Tal vez
Me ofrecieras
La más cariñosa
De tus sonrisas.
Bilbao, febrero de 2.008
Como cumpliendo con un rito
-Artificialmente,
Sin poner en eso
Ninguna pasión,
Ajeno además al cariño
-Que ponemos en esas ocasiones-
Coloqué mi mano sobre la tuya
Mientras que dirigía
Mi corta mirada
Hacia la pista de baile
Y tú no moviste
Siquiera un músculo.
Entonces retiré mi mano
Y te hablé de política
-De una cosa cualquiera,
Por lo tanto.
¿Cuánto tiempo pasó
Hasta que, de repente,
Te llamaba todas las noches
Y te mandaba mensajes por la mañana?
¿Dos años
Que transcurrían
A la distancia
De dos amigos
Que pueden ver pasar
Más de 400 horas
Sin llamarse,
Y apenas se recuerdan?
Pero aún no tenía tu permiso
Para esta serenata
De llamadas
Y mensajes
Y te lo pedí.
Estábamos
Sentados en tu coche
Junto a la casa de mi hermano.
Te alegraste de la pregunta
Y me ofreciste tu consentimiento.
Entonces yo te apreté
La mano
Con la alegría
Del que no se siente
Rechazado,
Quizás.
Cerraste levemente tus dedos,
Y en la oscuridad de la noche
Tal vez
Me ofrecieras
La más cariñosa
De tus sonrisas.
Bilbao, febrero de 2.008
jueves, 24 de abril de 2008
Una tarde, a mi regreso de una sesión parlamentaria, visito a mi hija. Le están dando la merienda, así que espero a que termine esa operación; luego le humedecen los labios con una solución líquida con la finalidad de desprenderle los pedazos de piel reseca que se le acumulan a Pilar en los labios y en la lengua -la violencia que ejerce sobre ella el aparato respirador, presiona, primero, sobre su garganta, y después sobre aquel órgano muscular, de modo que la niña tiene la costumbre de situar habitualmente su lengua fuera de la boca, ya que esa postura le resulta más grata: el clima reseco del hospital favorece después la formación de las escamas-; sólo después acerco una silla hasta su cama e intento contarle alguna cosa. De repente, tuerce el gesto y da comienzo a sus habituales ademanes con los que anuncia que se encuentra incómoda, ¿conmigo, tal vez?; sí, con toda seguridad, colijo en seguida. Apenas consigo percibir, aunque la intuyo perfectamente, esa frase que Pilar dice en esas ocasiones y que encuentro espantosa: "¡Que te den...!", y la repite varias veces, además. Y se suscita un diálogo formado de insultos entre padre e hija. "¡Boba!", le contesto yo, en voz baja, porque no quiero que se enteren de nada las enfermeras. "¡Que te den...!", repite Pilar su interjección. "¡Pero bueno!", le digo yo. "¿Te has creído que va a ser siempre como lo quieras tú? Me iré cuando me dé la gana" -mi escolta tiene la indicación del momento en que he previsto salir del hospital, la cual procuro cumplir con bastante rigor.
Pero mi hija es una niña ordenada donde las haya. Seguramente que en exceso -esa bien pudiera resultar herencia de su padre, debo reconocerlo- y después de la merienda acostumbran a ponerla uno de sus vestidos y la trasladan a su asiento anatómico para que pase en él el resto de la tarde. Y mi presencia y mi actitud de poner una silla al borde de su cama ha impedido el habitual desarrollo del orden. La dificultad de comunicación que existe entre Pilar y el resto del mundo conduce la situación a un punto poco menos que irreversible: Ella ya no volverá a encontrarse, si no feliz, sí al menos tranquila conmigo. No, por lo menos durante el resto de esa tarde. De modo que consulto mi reloj, y cuando quedan sólo cinco minutos para mi cita con los escoltas salgo de la sala.
Pilar no ha querido siquiera lanzarme un beso.
Pero mi hija es una niña ordenada donde las haya. Seguramente que en exceso -esa bien pudiera resultar herencia de su padre, debo reconocerlo- y después de la merienda acostumbran a ponerla uno de sus vestidos y la trasladan a su asiento anatómico para que pase en él el resto de la tarde. Y mi presencia y mi actitud de poner una silla al borde de su cama ha impedido el habitual desarrollo del orden. La dificultad de comunicación que existe entre Pilar y el resto del mundo conduce la situación a un punto poco menos que irreversible: Ella ya no volverá a encontrarse, si no feliz, sí al menos tranquila conmigo. No, por lo menos durante el resto de esa tarde. De modo que consulto mi reloj, y cuando quedan sólo cinco minutos para mi cita con los escoltas salgo de la sala.
Pilar no ha querido siquiera lanzarme un beso.
miércoles, 23 de abril de 2008
El "embajador" del Tíbet
Thubten Wangchen llega tarde a la cita. Me dicen que ha dado una charla en la cárcel Modelo y que tiene el móvil desconectado y me sorprende la información: cuesta trabajo imaginar a un monje tibetano utilizando un instrumento tan poco oriental, en apariencia; pero deduzco provisionalmente que el Kipling que decía "Occidente es Occidente y Oriente es Oriente y nunca llegarán a unirse" quedó tan atrás como la Inglaterra victoriana en esa "Britannia rules the waves", a pesar de que siga siendo su himno nacional. Y como Wangchen -el director de la Casa del Tíbet de Barcelona, una especie de embajador de su país en España- se retrasa, para hacer tiempo me recluyo en la biblioteca donde hojeo un par de libros de fotografías de ese país. Al fin llega. Wangchen viste la túnica azafrán clásica de los monjes tibetanos y saluda. Entra en la oficina para analizar su agenda de ese día y de allí sale la secretaria para preguntarme sobre el tiempo de nuestra entrevista. "Una media hora", le digo. Wangchen sale de la oficina y entrega algo que se diría un brebaje a un fornido individuo que le esperaba también. "Estamos con ustedes -le dice-. Cataluña está con ustedes" y me quedo pensando en cómo los nacionalistas son capaces de franquear abismos políticos, históricos y humanos -en apariencia insondables- para encontrarse con otros. Pero no me dura mucho la reflexión, porque Wangchen me invita a entrar. Me siento ante el mismo escritorio abigarrado de papeles en el que Sisi y yo mantuvimos una conversación con su pupilo Ngawang semanas atrás. Wangchen es un hombre afable, pero se le nota atareado, en una lucha permanente para dominar su agenda, tan contagiado del "stress" occidental que se diría incapaz de retener un tiempo para dedicarlo a la meditación trascendental. ¿En la lucha de civilizaciones ganó la nuestra?, me pregunto sin tiempo para contestarme.
Le digo que conocí al Dalai Lama en la época de Ardanza, cuando yo era parlamentario vasco, y contesta. "¡Ah. Mañana estoy con el Lehendakari". (Cuando escribo estas líneas, he tenido la oportunidad de leer esa "perla" a la que tan acostumbrados nos tiene Ibarretxe: "Respeto a España como el Tíbet respeta a China", me pregunto si el lehendakari se siente semejante al Dalai Lama y pienso en que la política "española" de esa región hoy vinculada a China quizás sea bastante mejorable).
Paso a formularle mis preguntas.
Fernando Maura. ¿Qué opina usted acerca de la acusación según la cual todos estos disturbios han sido alentados por la CIA?
Thubten Wangchen. El Gobierno chino dice que es la CIA para que quedemos mal.
FM. ¿Cuál es su opinión acerca de lo que se dice de los incendios, asesinatos... que se han producido por parte de los tibetanos?
TW. Incendios sí. Puede que en algún comercio haya muerto quemada alguna gente que se quedó dentro. China habla de 18 muertos chinos, pero ha habido 156 tibetanos que han perdido la vida. Hoy mismo hay un toque de queda en Lhasa y los monasterios están sellados. Además, el Gobierno chino ha dado permiso para disparar contra los tibetanos. Se trata de una revuelta integral, no sólo de la parte que China considera como autonomía del Tíbet, sino de todo el Tíbet.
FM. ¿No resulta un tanto paradójico que una gente tan partidaria de la no violencia, como son ustedes, recurran a medios violentos para conseguir sus fines?
TW. Los tibetanos no somos santos, somos humanos. Nuestra paciencia ha durado 50 -49- años. Ha llegado al límite. China se comprometió ante el Comité Olímpico Internacional a respetar los derechos humanos. Es una pequeña violencia. Hay militares chinos que se disfrazan de monjes tibetanos, se mezclan en los incidentes y van armados: les fotografían para involucrar a los monjes.
FM. ¿Cómo ve el futuro?
TW mueve la cabeza en señal de negación antes de contestar: Los gobiernos occidentales no hacen mucho por los intereses que tienen con China. Pero somos optimistas. Quedan 3 meses para los Juegos Olímpicos y todavía hay tiempo para negociar con el Dalai Lama la autonomía del Tíbet. Ya está claro que la inauguración de los Juegos va a ser un fracaso porque muchas autoridades -Sarkozy, Gordon Brown...- no van a asistir.
"Nada dura por siempre -me dice Thubten Wangchen antes de que un respetuoso pero prolongado silencio dé por concluida nuestra entrevista-. La India tuvo que esperar 150 años. Nosotros llevamos 50".
Son más de las 13'30 cuando salgo de allí. La puerta principal está cerrada ya y debo abandonar la casa por la puerta de atrás. La calle me deslumbra con la claridad mediterránea de Barcelona. Dejo atrás la calle Roselló para tomar un taxi. "Calle Aragón, 47", le digo al conductor antes de hundirme en mis pensamientos. Tíbet y la India, China y Gran Bretaña; violencia, no-violencia y violencia... Todas las ecuaciones parecen fallar en algún punto.
Le digo que conocí al Dalai Lama en la época de Ardanza, cuando yo era parlamentario vasco, y contesta. "¡Ah. Mañana estoy con el Lehendakari". (Cuando escribo estas líneas, he tenido la oportunidad de leer esa "perla" a la que tan acostumbrados nos tiene Ibarretxe: "Respeto a España como el Tíbet respeta a China", me pregunto si el lehendakari se siente semejante al Dalai Lama y pienso en que la política "española" de esa región hoy vinculada a China quizás sea bastante mejorable).
Paso a formularle mis preguntas.
Fernando Maura. ¿Qué opina usted acerca de la acusación según la cual todos estos disturbios han sido alentados por la CIA?
Thubten Wangchen. El Gobierno chino dice que es la CIA para que quedemos mal.
FM. ¿Cuál es su opinión acerca de lo que se dice de los incendios, asesinatos... que se han producido por parte de los tibetanos?
TW. Incendios sí. Puede que en algún comercio haya muerto quemada alguna gente que se quedó dentro. China habla de 18 muertos chinos, pero ha habido 156 tibetanos que han perdido la vida. Hoy mismo hay un toque de queda en Lhasa y los monasterios están sellados. Además, el Gobierno chino ha dado permiso para disparar contra los tibetanos. Se trata de una revuelta integral, no sólo de la parte que China considera como autonomía del Tíbet, sino de todo el Tíbet.
FM. ¿No resulta un tanto paradójico que una gente tan partidaria de la no violencia, como son ustedes, recurran a medios violentos para conseguir sus fines?
TW. Los tibetanos no somos santos, somos humanos. Nuestra paciencia ha durado 50 -49- años. Ha llegado al límite. China se comprometió ante el Comité Olímpico Internacional a respetar los derechos humanos. Es una pequeña violencia. Hay militares chinos que se disfrazan de monjes tibetanos, se mezclan en los incidentes y van armados: les fotografían para involucrar a los monjes.
FM. ¿Cómo ve el futuro?
TW mueve la cabeza en señal de negación antes de contestar: Los gobiernos occidentales no hacen mucho por los intereses que tienen con China. Pero somos optimistas. Quedan 3 meses para los Juegos Olímpicos y todavía hay tiempo para negociar con el Dalai Lama la autonomía del Tíbet. Ya está claro que la inauguración de los Juegos va a ser un fracaso porque muchas autoridades -Sarkozy, Gordon Brown...- no van a asistir.
"Nada dura por siempre -me dice Thubten Wangchen antes de que un respetuoso pero prolongado silencio dé por concluida nuestra entrevista-. La India tuvo que esperar 150 años. Nosotros llevamos 50".
Son más de las 13'30 cuando salgo de allí. La puerta principal está cerrada ya y debo abandonar la casa por la puerta de atrás. La calle me deslumbra con la claridad mediterránea de Barcelona. Dejo atrás la calle Roselló para tomar un taxi. "Calle Aragón, 47", le digo al conductor antes de hundirme en mis pensamientos. Tíbet y la India, China y Gran Bretaña; violencia, no-violencia y violencia... Todas las ecuaciones parecen fallar en algún punto.
martes, 22 de abril de 2008
Lanzarote
Este pasado sábado me encontraba dando un paseo junto a las playas de Sitges cuando creí percibir una llamada en mi móvil. Era verdad. Estaba sonando. Se trataba de Antonio Lorenzo, registrador de la propiedad jubilado en el municipio de Tías (Lanzarote), donde se encuentra el barrio costero de Puerto del Carmen.
Conocí a Antonio Lorenzo hara ahora unos 7 años. Poco antes Anneli, mi mujer, y yo vivíamos en el Casco Viejo de Bilbao, un barrio que empezaba a poblarse de artistas, escritores y jóvenes en edad y en espíritu que rechazábamos el comportamiento convencional y bienpensante de determinada burguesía bilbaina. Fueron años felices a pesar del comportamiento brutal de ETA que ampliaba el abanico de sus objetivos hacia capas cada vez más amplias de la sociedad vasca. La banda terrorista había aprobado la ponencia "Ondartzen" por la que pretendían "socializar el sufrimiento" y conseguir sus objetivos a través de la preocupación generalizada en casi todos los sectores. La pregunta "¿seré yo el siguiente?" nos la formulábamos en todo momento y especialmente cuando acompañábamos al cortejo funeral, nos reuníamos en el comité ejecutivo correspondiente o acudíamos a la manifestación de rigor..Recuerdo que en aquél apartamento de la calle Torre viví en directo las noticias de los atentados en cadena que acababan con las vidas de muchos compañeros del PP. Anneli y yo aguantamos ahí durante algunos años hasta que ella comenzó a percibir seguimientos amenazantes respecto de su persona por parte de gente del entorno radical. Al enterarme de eso puse en marcha nuestra salida del barrio antiguo de Bilbao -Anneli ya se encontraba sumida en un intermitente estado depresivo y ya fuera ese acoso sentido por ella interior o externo a su persona lo cierto era que había que poner tierra de por medio-. De forma temporal nos fuimos a vivir a casa de mi suegro, pero ese apartamento estaba ya "quemado": no nos sería posible regresar nunca más. De modo que lo pusimos en venta y empezamos a pensar en lo que se podía hacer con el ingreso correspondiente. Mi sobrino -y amigo- Alfonso Pérez-Maura intentó cautivarnos con la idea de que compráramos algo en la isla de Mallorca, así que nos invitaba a pasar una semana en "Can Maura", la casona situada en la parte vieja de Palma donde naciera mi bisabuelo, que cursaría estudios de Derecho en Madrid, casaría con una castellana apellidada Gamazo y sería -entre otras muchas cosas- en 5 ocasiones Primer Ministro en diversos gobiernos de la Restauración. Pasamos una semana memorable con mi pobre primo Ramiro, su encantadora mujer Lucía y con Alfonso. Recorrimos la isla; nos encontramos en la Cartuja con esa pintora encantadora y que lo sigue siendo Mónica Areilza y volvimos a ese Bilbao arisco y negro con las pilas cargadas. Yo ya estaba cautivado, pero en la imaginación calenturienta y depresiva de mi mujer revoloteaba aún la idea de un atentado terrorista que se cernía contra ella o contra mí -tanto daba-, máxime cuando poco tiempo antes ETA había intentado acabar con la vida del rey don Juan Carlos. Yo le decía a Anneli que existía una enorme distancia entre los 2 objetivos, pero ella se encontraba instalada en lo que no eran sino los prolegómenos de su muerte -fallecería apenas 3 años después- y no estaba dispuesta a relativizar el riesgo. Y comoquiera que habíamos pasado la entrada de los años 2.000 y 2.001 en la isla de Lanzarote y esa mezcla de roca gris volcánica, aridez y mar nos encantaría a los 2 fue allí definitivamente adonde pararía el importe de la venta del otro apartamento.
Habíamos hecho todos los papeles, representados por nuestra sobrina Cristina Aguirre, cuando Anneli me dijo en un tono no exento de gravedad:
- No sé qué pasa, pero me han llamado del Registro de la Propiedad. El registrador quiere darnos un papel y hablar con nosotros.
Así que en la primera oportunidad que tuvimos nos encaminamos a ese registro donde nos esperaba su titular, Antonio Lorenzo, que nos tranquilizaba rápidamente.
- No pasa nada. Es que hace unos meses oí a Federico Jiménez Losantos en la COPE recomendando un libro de Fernando Maura titulado "Sin perder la dignidad. Diario de un parlamentario vasco". Esa persona debes ser tú.
Asentí. Nos hicimos amigos. Antonio nos presentó a los suyos y el verano siguiente -después de un admirable trabajo de Anneli, cuyo carácter oscilaba sin solución de continuidad entre la hiperactividad y la depresión, presentaba también ese libro en la isla. Conseguimos reunir en ese acto a los representantes del PSOE, del PP y de Coalición Canaria en la zona, lo que suponía un raro encuentro solidario para los concurrentes -Antonio Lorenzo fue en su día presidente del Cabildo de Lanzarote y es padre de altos responsables del regionalismo canario-. De modo que en todas las ocasiones en que Anneli y yo nos desplazábamos a Lanzarote Antonio Lorenzo y sus amigos constituían un punto de obligada referencia. Lo siguió siendo para mí cuando -ya viudo- intenté enfrentarme a la pesada losa de mis recuerdos e integrarme de nuevo en la isla, pero la memoria se me iba siempre en los tiempos vividos y apenas existía paisaje en Lanzarote que no evocara en mí la presencia de su ausencia. Fue Sitges y la boda de mi hermano mayor la oportunidad de la alternativa y la concreción de una huída en toda regla respecto de la maravillosa isla canaria.
No he vuelto a Lanzarote, donde sin embargo tengo buenos amigos. Como Antonio Lorenzo que me llama para darme el pésame por la muerte de Pilar. "Alguien ha visto la noticia en algún sitio", me dice vagamente. "Será que han leído el artículo de Arcadi Espada en 'El Mundo'", le explico.
Y cuando concluye la conversación pienso que la carta de Arcadi era una especie de esquela dirigida "erga omnes".
Conocí a Antonio Lorenzo hara ahora unos 7 años. Poco antes Anneli, mi mujer, y yo vivíamos en el Casco Viejo de Bilbao, un barrio que empezaba a poblarse de artistas, escritores y jóvenes en edad y en espíritu que rechazábamos el comportamiento convencional y bienpensante de determinada burguesía bilbaina. Fueron años felices a pesar del comportamiento brutal de ETA que ampliaba el abanico de sus objetivos hacia capas cada vez más amplias de la sociedad vasca. La banda terrorista había aprobado la ponencia "Ondartzen" por la que pretendían "socializar el sufrimiento" y conseguir sus objetivos a través de la preocupación generalizada en casi todos los sectores. La pregunta "¿seré yo el siguiente?" nos la formulábamos en todo momento y especialmente cuando acompañábamos al cortejo funeral, nos reuníamos en el comité ejecutivo correspondiente o acudíamos a la manifestación de rigor..Recuerdo que en aquél apartamento de la calle Torre viví en directo las noticias de los atentados en cadena que acababan con las vidas de muchos compañeros del PP. Anneli y yo aguantamos ahí durante algunos años hasta que ella comenzó a percibir seguimientos amenazantes respecto de su persona por parte de gente del entorno radical. Al enterarme de eso puse en marcha nuestra salida del barrio antiguo de Bilbao -Anneli ya se encontraba sumida en un intermitente estado depresivo y ya fuera ese acoso sentido por ella interior o externo a su persona lo cierto era que había que poner tierra de por medio-. De forma temporal nos fuimos a vivir a casa de mi suegro, pero ese apartamento estaba ya "quemado": no nos sería posible regresar nunca más. De modo que lo pusimos en venta y empezamos a pensar en lo que se podía hacer con el ingreso correspondiente. Mi sobrino -y amigo- Alfonso Pérez-Maura intentó cautivarnos con la idea de que compráramos algo en la isla de Mallorca, así que nos invitaba a pasar una semana en "Can Maura", la casona situada en la parte vieja de Palma donde naciera mi bisabuelo, que cursaría estudios de Derecho en Madrid, casaría con una castellana apellidada Gamazo y sería -entre otras muchas cosas- en 5 ocasiones Primer Ministro en diversos gobiernos de la Restauración. Pasamos una semana memorable con mi pobre primo Ramiro, su encantadora mujer Lucía y con Alfonso. Recorrimos la isla; nos encontramos en la Cartuja con esa pintora encantadora y que lo sigue siendo Mónica Areilza y volvimos a ese Bilbao arisco y negro con las pilas cargadas. Yo ya estaba cautivado, pero en la imaginación calenturienta y depresiva de mi mujer revoloteaba aún la idea de un atentado terrorista que se cernía contra ella o contra mí -tanto daba-, máxime cuando poco tiempo antes ETA había intentado acabar con la vida del rey don Juan Carlos. Yo le decía a Anneli que existía una enorme distancia entre los 2 objetivos, pero ella se encontraba instalada en lo que no eran sino los prolegómenos de su muerte -fallecería apenas 3 años después- y no estaba dispuesta a relativizar el riesgo. Y comoquiera que habíamos pasado la entrada de los años 2.000 y 2.001 en la isla de Lanzarote y esa mezcla de roca gris volcánica, aridez y mar nos encantaría a los 2 fue allí definitivamente adonde pararía el importe de la venta del otro apartamento.
Habíamos hecho todos los papeles, representados por nuestra sobrina Cristina Aguirre, cuando Anneli me dijo en un tono no exento de gravedad:
- No sé qué pasa, pero me han llamado del Registro de la Propiedad. El registrador quiere darnos un papel y hablar con nosotros.
Así que en la primera oportunidad que tuvimos nos encaminamos a ese registro donde nos esperaba su titular, Antonio Lorenzo, que nos tranquilizaba rápidamente.
- No pasa nada. Es que hace unos meses oí a Federico Jiménez Losantos en la COPE recomendando un libro de Fernando Maura titulado "Sin perder la dignidad. Diario de un parlamentario vasco". Esa persona debes ser tú.
Asentí. Nos hicimos amigos. Antonio nos presentó a los suyos y el verano siguiente -después de un admirable trabajo de Anneli, cuyo carácter oscilaba sin solución de continuidad entre la hiperactividad y la depresión, presentaba también ese libro en la isla. Conseguimos reunir en ese acto a los representantes del PSOE, del PP y de Coalición Canaria en la zona, lo que suponía un raro encuentro solidario para los concurrentes -Antonio Lorenzo fue en su día presidente del Cabildo de Lanzarote y es padre de altos responsables del regionalismo canario-. De modo que en todas las ocasiones en que Anneli y yo nos desplazábamos a Lanzarote Antonio Lorenzo y sus amigos constituían un punto de obligada referencia. Lo siguió siendo para mí cuando -ya viudo- intenté enfrentarme a la pesada losa de mis recuerdos e integrarme de nuevo en la isla, pero la memoria se me iba siempre en los tiempos vividos y apenas existía paisaje en Lanzarote que no evocara en mí la presencia de su ausencia. Fue Sitges y la boda de mi hermano mayor la oportunidad de la alternativa y la concreción de una huída en toda regla respecto de la maravillosa isla canaria.
No he vuelto a Lanzarote, donde sin embargo tengo buenos amigos. Como Antonio Lorenzo que me llama para darme el pésame por la muerte de Pilar. "Alguien ha visto la noticia en algún sitio", me dice vagamente. "Será que han leído el artículo de Arcadi Espada en 'El Mundo'", le explico.
Y cuando concluye la conversación pienso que la carta de Arcadi era una especie de esquela dirigida "erga omnes".
lunes, 21 de abril de 2008
El Partido Liberal y el infierno
Por lo viato, para Rajoy, enviar a alguien al Partido Liberal debe considerarse algo similar a condenarle a las calderas de Pedro Botero donde no le será posible la contemplación de Dios, en cualquiera de las formas en que este se presente -Dios Padre, Dios Hijo, Espírutu Santo en una relación que no se agota desde luego con estas posibilidades..
Hubo un tiempo en que yo creía en que Mariano Rajoy podía constituir la solución para un Partido Popular ambicioso y centrado -sólo desde la moderación se ganan las elecciones-. Pero si lo que estamos advirtiendo desde su última derrota -mistificaciones aparte- es al Rajoy verdadero, al que se desprende de los ropajes del ungido a la sucesión por su antecesor. Si el Mariano Rajoy auténtico es el que prolonga el procedimiento digital designandp como portavoz a Soraya Sáez de Santamaría o envía a Esperanza Aguirre a calentar los fuegos liberales del Averno... ¡que el Dios en que creyeron mis padres nos coja confesados!
En alguna ocasión me he referido a la gestión como una pobre alternativa a la ilusión. Es el "crepúsculo de las ideologías" que presentaba Gonzalo Fernández de la Mora y que tenía su continuidad más lógica en el "Estado de obras". Ya sé que para los líderes del PP la política son parques y hospitales, residencias para la tercera edad y trenes de alta velocidad. Pero así como no se enamora a una chica sólo con ceros a la derecha en una cuenta corriente -he dicho "enamorar" no comprar- y para ese fin son más eficaces y útiles las en apariencia inútiles flores, uno no encandila a la gente con el único concurso del hormigón armado o los trasvases de agua, por muy importantes que estos sean.
Por eso le ganó Zapatero.En 2.004 podía pensar que fueron las bombas lo que le derrotaron. Esta vez ha sido el buenismo pintado de gobierno rosa -'no cantaba Edith Piaff eso de la "vie en rose"?-, el mito de la España plural y solidaria -que es más falso que la edad de ciertos caballos que te ofrecen en los mercados- o eso de llevarnos bien con todos -lo que es cuestión harto difícil,
Pero la gente sigue creyendo en la esperanza -no necesariamente en Esperanza Aguirre, pero quién sabe- más que en la intransigencia. Más en las maneras correctas que en los improperios. Y si el verdadero Raioy es el que administra de esta manera los tiempos y los lugares harían bien sus posibles rivales en esperar -si la esperanza la trocan en paciencia- o en marcharse. Al fin y al cabo, ni el liberalismo es ya pecado -no ha sido rehabilitado a esa condición en la nueva lista del papa Benedicto-, ni se encuentra sólo en el PP, ni es únicamente el Partido Popular la alternativa al desgobierno socialista. Y si no al tiempo.
Hubo un tiempo en que yo creía en que Mariano Rajoy podía constituir la solución para un Partido Popular ambicioso y centrado -sólo desde la moderación se ganan las elecciones-. Pero si lo que estamos advirtiendo desde su última derrota -mistificaciones aparte- es al Rajoy verdadero, al que se desprende de los ropajes del ungido a la sucesión por su antecesor. Si el Mariano Rajoy auténtico es el que prolonga el procedimiento digital designandp como portavoz a Soraya Sáez de Santamaría o envía a Esperanza Aguirre a calentar los fuegos liberales del Averno... ¡que el Dios en que creyeron mis padres nos coja confesados!
En alguna ocasión me he referido a la gestión como una pobre alternativa a la ilusión. Es el "crepúsculo de las ideologías" que presentaba Gonzalo Fernández de la Mora y que tenía su continuidad más lógica en el "Estado de obras". Ya sé que para los líderes del PP la política son parques y hospitales, residencias para la tercera edad y trenes de alta velocidad. Pero así como no se enamora a una chica sólo con ceros a la derecha en una cuenta corriente -he dicho "enamorar" no comprar- y para ese fin son más eficaces y útiles las en apariencia inútiles flores, uno no encandila a la gente con el único concurso del hormigón armado o los trasvases de agua, por muy importantes que estos sean.
Por eso le ganó Zapatero.En 2.004 podía pensar que fueron las bombas lo que le derrotaron. Esta vez ha sido el buenismo pintado de gobierno rosa -'no cantaba Edith Piaff eso de la "vie en rose"?-, el mito de la España plural y solidaria -que es más falso que la edad de ciertos caballos que te ofrecen en los mercados- o eso de llevarnos bien con todos -lo que es cuestión harto difícil,
Pero la gente sigue creyendo en la esperanza -no necesariamente en Esperanza Aguirre, pero quién sabe- más que en la intransigencia. Más en las maneras correctas que en los improperios. Y si el verdadero Raioy es el que administra de esta manera los tiempos y los lugares harían bien sus posibles rivales en esperar -si la esperanza la trocan en paciencia- o en marcharse. Al fin y al cabo, ni el liberalismo es ya pecado -no ha sido rehabilitado a esa condición en la nueva lista del papa Benedicto-, ni se encuentra sólo en el PP, ni es únicamente el Partido Popular la alternativa al desgobierno socialista. Y si no al tiempo.
domingo, 20 de abril de 2008
Carta desde Siena
En alguna ocasión les he hablado de mi amiga Bona Baraldi, una completísima artista de Florencia que empezaba siendo amiga de Anneli, mi mujer, y que acabaría en esa dimenión del trato que hemos seguido frecuentando, aunque de forma discontinua, a lo largo de estos últimos años.
Tardé en comunicar a Bona Baraldi la triste noticia del fallecimiento de mi hija. Su respuesta sin embargo fue rápida y la he incluído en este blog.
Comprendo que puede resultar complicada de entender -el italiano es un idioma a veces más difícil de leer que de comprende cuando se nos dice- pero creo que el esfuerzo merece la pena.
Les dejo con Bona Baraldi.
Fernandito caro,
è davvero una notizia dolorosa anche se annunciata da sempre. So con quanto amore hai sostenuto in vita (e piacevole vita per quanto possibile) la dolce Eugenia.
Con lei, ultimo legame del percorso intrapreso con Aneli, si chiude un'intera fase della tua vita.
E' fin troppo facile dire che quando si conclude un capitolo se ne apre un altro: che quando si è toccato il fondo del baratro non possiamo che risalire: che gli affetti non si perdono mai.
So bene che la strada per sopportare il dolore è impervia e quella per superarlo con la consapevolezza lo è ancora di più. Dobbiamo accettare realtà 'inaccettabili', comprendere quanto siano labili le nostre certezze, capire che non è importante realizzare i progetti quanto viverli appieno 'come se' si realizzassero.
Siamo dei sopravissuti. Perchè?
Perchè il nostro ruolo in questo brevissimo passaggio non è ancora terminato, perchè non dobbiamo essere tanto egoisti da usare le nostre energie solo per noi.
Perchè, piccoli come siamo, dobbiamo ancora illuderci che 'serviamo' a qualcosa, che siamo, possiamo, dobbiamo essere utili per qualcuno.
Ma proprio nello 'scoprire' questa debolezza, l'animo si solleva, si apre a nuova vita.
E' legge fisica: ...dal vuoto appaiono particelle virtuali che equilibrano la carica...poi decadono per lasciare il posto ad una reale.nuova.
E allora FORZA AMICO MIO!!!
Ti sono nel cuore, ti strigo a me in un abbraccio che possa scaldarti.
Ti aspetto qui.
Mi piacerebbe che potessi venire a Siena al mio piccolo meraviglioso studio: la proprietaria, una mia allieva, che abita nella 'vera' casa, ha una camera con cucinotto e bagno che talvolta affitta.
Perchè non programmi di passarvi qualche giorno in tranquillità?!
Ti abbraccio ancora
Bona
ps.non sono ancora riuscita ad entrare nel tuo blog, ma conto facendomi aiutare, di poterti leggere presto.
Tardé en comunicar a Bona Baraldi la triste noticia del fallecimiento de mi hija. Su respuesta sin embargo fue rápida y la he incluído en este blog.
Comprendo que puede resultar complicada de entender -el italiano es un idioma a veces más difícil de leer que de comprende cuando se nos dice- pero creo que el esfuerzo merece la pena.
Les dejo con Bona Baraldi.
Fernandito caro,
è davvero una notizia dolorosa anche se annunciata da sempre. So con quanto amore hai sostenuto in vita (e piacevole vita per quanto possibile) la dolce Eugenia.
Con lei, ultimo legame del percorso intrapreso con Aneli, si chiude un'intera fase della tua vita.
E' fin troppo facile dire che quando si conclude un capitolo se ne apre un altro: che quando si è toccato il fondo del baratro non possiamo che risalire: che gli affetti non si perdono mai.
So bene che la strada per sopportare il dolore è impervia e quella per superarlo con la consapevolezza lo è ancora di più. Dobbiamo accettare realtà 'inaccettabili', comprendere quanto siano labili le nostre certezze, capire che non è importante realizzare i progetti quanto viverli appieno 'come se' si realizzassero.
Siamo dei sopravissuti. Perchè?
Perchè il nostro ruolo in questo brevissimo passaggio non è ancora terminato, perchè non dobbiamo essere tanto egoisti da usare le nostre energie solo per noi.
Perchè, piccoli come siamo, dobbiamo ancora illuderci che 'serviamo' a qualcosa, che siamo, possiamo, dobbiamo essere utili per qualcuno.
Ma proprio nello 'scoprire' questa debolezza, l'animo si solleva, si apre a nuova vita.
E' legge fisica: ...dal vuoto appaiono particelle virtuali che equilibrano la carica...poi decadono per lasciare il posto ad una reale.nuova.
E allora FORZA AMICO MIO!!!
Ti sono nel cuore, ti strigo a me in un abbraccio che possa scaldarti.
Ti aspetto qui.
Mi piacerebbe che potessi venire a Siena al mio piccolo meraviglioso studio: la proprietaria, una mia allieva, che abita nella 'vera' casa, ha una camera con cucinotto e bagno che talvolta affitta.
Perchè non programmi di passarvi qualche giorno in tranquillità?!
Ti abbraccio ancora
Bona
ps.non sono ancora riuscita ad entrare nel tuo blog, ma conto facendomi aiutare, di poterti leggere presto.
sábado, 19 de abril de 2008
¡Dejemos caer la máscara!
Vivimos tiempos en los que el coraje cívico se desmaya ante las fintas tácticas que harían palidecer al mismo Maquiavelo y la noble ocupación cede su lugar ante la audacia de la politiquería. Mondragón es el símbolo más expresivo de la sustitución de la ciudadanía por el gregarismo y del liderazgo político por la endogamia de los viejos partidos. Mondragón es una táctica en la que cada uno juega su propio juego, el que más conviene a sus intereses. Quienes hicieron la justicia a trozos, permitiendo que ETA fuera legal en la Euskadi sin ley, ahora se empeñan en deshacer su error en una película tan plagada de escenas rodadas a cámara lenta que los hastiados espectadores prefieren el espectáculo de un Athletic que sale del descenso o de los programa-concurso que pasan en las cadenas de televisión con los que sólo podemos conciliar el sueño después de una jornada de trabajo. Y el nacionalismo de 2.008, que ha despertado de un breve paréntesis de tranquilidad, arroja a un lado las ideas de Josu Jon Imaz y se vuelve a reconocer en las viejas posiciones aranistas. ¿Quieren -unos y otros- que esto continúe? ¿Van a mandar parar? No. Quieren una cosa y la contraria, en un recurrente oximorón. Y no quieren nada. Todo a la vez. Se parecen todos ellos al inteligente diálogo que Lewis Carrol ponía en boca de Alicia y Humpty-Dumpty -aquéllos parlanchines personajes que tenían formas ovoides-. "Lo importante es saber lo que significan las palabras", decía la un tanto ingenua Alicia. "Te equivocas -le contestaban-. Lo importante es saber quién tiene el poder". Un poder -continúo yo- desprovisto de toda raíz ética, de mediaciones oportunistas y de soterradas batallas para encaramarse al gobierno de las instituciones y hacer desde él la misma política o la distinta según dicten los sondeos o los supremos designios de una corta mayoría en una asamblea de partido. Los ciudadanos ya no es que miren para el otro lado, es que no encuentran referentes en los que reconocerse. Y para votar se tapan la nariz a la manera que decía Indro Montanelli, y aún los ojos y los oídos si no carecieran de extremidades suficientes. Mientras tanto la vergüenza avanza como una mancha de aceite por nuestras ciudades. Y si existe algún hombre justo, ese hombre debe tirar la primera piedra sobre la arquitectura de falsedad e impostación que se está construyendo a nuestras espaldas y desprenderse de la máscara que tanta ignominia viene produciendo.
jueves, 17 de abril de 2008
Corazones solitarios
Madrid atardecía bajo una inusual, fría y pertinaz lluvia cuando concurríamos a ese rito de los jueves en la copa de los corazones solitarios que algún modernista ha rebautizado de “singles” –trasunto de “sin pareja”-. Ya puestos al anglicismo que nos devora parece más poético eso de los “lonely hearts”.
El caso es que no nos vamos a pegar por una cuestión idiomática, aunque en esta torre de Babel en que se ha convertido España no nos faltan precisamente las razones para la contienda de las lenguas, en una especie de maldición bíblica para los nuevos tiempos. Nos encontrábamos ya rematando la ceremonia Piluca, Montse y yo mismo cuando entraban en el local 2 salteadores de corazones que se dirían surgidos de una película a lo Mad Max, seres fugaces que emergieran de la desolación provocada por el cambio climático. Estos que irrumpían en el local madrileño anudaban sus cuellos con corbata de seda y lucían pañuelo de similar calidad en el bolsillo exterior de sus chaquetas, derrochaban amabilidad y halagaban a las damas con cuidado estilo de ligones de barra; pero su vida desde las 8 ó 9 de la tarde se convierte en rapiña de cariño, atraco de ilusiones y asal,to a los corazones que a veces quedan si no rotos sí algo deteriorados después de la incursión. Existe un cierto candor en sus expresiones, palabras que dejan su alma sobre la mesa para que Montse –esa chica que practica el “coaching” de las 24 horas- diseccione sus sentimientos y se los devuelva en forma de certezas que al cabo ellos mismos conocían antes de que se las pongan de manifiesto. La psicología no es otra cosa que una compañía para el camino interior, pero está escrito que sólo uno mismo puede atraversarlo.
Salteadores de corazones, nuestrso amigos merodean por los bares de copas del Madrid vespertino y desolado derramando palabras lisonjeras que construyen en las forma de frases hechas -aunque bien dichas- y su éxito consiste en arrebatar un pedazo de ilusión, un rincón del corazón, que es una parte de la vida. Porque la esperanza del amor pesa tanto en nuestra existencia que relega el resto de las ocupaciones a las que nos dedicamos a ese espacio gris aunque necesario que llamaos rutina.
No son felices, y lo reconocen desde esa ingenuidad de los 58 años. Saben que cada “polvo” profundiza el abismo de su soledad. Advierten que el “eros” sólo adquiere continuidad en el “thanatos”, pero vuelven a la barra de la tarde siguiente armados con la esperanza de que esa conquista les traiga algo de la ilusión que saben están robando. Nuevos Mefistófeles piensan que en ese alma que se llevan existe el alimento de que carecen y por eso mismo precisan, el alimento del amor o de la ternura o del cariño.
Ninguno de nosotros renunciamos a la ilusión del amor. Ni siquiera los salteadores de corazones soliarios. Pero una especie de vértigo ante los contornos del abismo nos hace retirarnos del precipicio y concentrarnmos en nuestras propias certezas que en cualquier caso son bien escasas. Ese vértigo que Montse definía como el no estar dispuesta a que te arrebaten el mando a distancia de la televisión –a veces pienso que, a pesar de sus antecedentes catalano-aragoneses, hay alguna reencarnación pasada de pulsiones anglosajonas y de campiñas verdes que se abren a un “manor” de inevitable alta prosapia-. Quizás se trate de eso. Lo cierto es que creo que en todos nosotros, corazones soliarios, se enciende una vela todas las mañanas que nos interroga acerca de si ese será el día de la ilusión en el amor, por lo mismo que en el ritual de los jueves la cuestión que se plantea sin decirla es si cualquiera de nuestros interlocutores será quien acabe devolviéndonos la razón para vivir, más allá de las horas dedicadas a convivir con nosotros mismos.
Y somos conscientes de nuestras limitaciones, sin embargo. Sabemos que ya no tenemos los 20 años que nos otorgan la fuerza necesaria para cambiar al mundo de rumbo, y a nosotros mismos tambien. De sobra entendemos que ya no podemos pedir a nadie que nos baje una estrella azul –como dice la canción-. Pero todos esperamos que esa mortecina luz que arroja la bujía alumbre nuestro espacio en la forma de una dimensión compartida. Aunque lo cierto sea que ni siquiera esa vela aguante el vendaval de nuestros egoísmos y miedos que están fabricados de un mismo material.
Quizás haya que esperar a la otra definición del amor, la de envejecer juntos. Pero acaso tampoco eso sea posible. Para envejecer hace falta antes haber sido jóvenes. Y la historia de los personajes del “amor en los tiempos del cólera” -que es un canto al amor en la tercera edad, un amor interrumpido desde que ella se casa con el doctor Juvenal Urbino y él se entrega a la amalgama desaforada de los 1.000 y 1 amoríos, vuelve a proyectarse sobre sus vidas con la muerte del médico y conecta entonces con toda su fuerza con ese amor de los tiempos de su juventud, que es toda una brasa caliente todavía y que un solo beso –como en el cuento de la bella durmiente- es capaz de volver a la vida.
En la vejez de las piernas que se tambalean, de los ojos turbios, de las manos vacilantes no debería existir el amor naciente. Porque el amor puede encarnarse en una muleta o en la asidua vigilancia ante la cama de un enfermo. Pero nadie tiene el derecho de entregar su deterioro a otra persona, aunque le acometa el pánico a morir en soledad, en un tránsito que te aleja de la siquiera difícil idea del reencuentro. ¿Con quién estarás, con quién te enmcontrarás, si hasta en ese momento crucial y final estás solo? Pero es mejor irse sin compañía –en todo caso nadie se muere contigo- que condenar a quien quieres a que te siga entre hospitales, padecimientos y consultas de médicos.
Nuestros 20 años quedaron atrás, pero la ilusión renace cada día. Corazones solitarios, volvemos nuestras miradas hacia nuestras velitas interiores esperando que algún día tendremos la valentía de intentarlo de verdad. Aunque casi siempre nos aferremos a la propiedad inviolable del mando a distancia o a la efímera aventura vivida en la barra de un bar.
El caso es que no nos vamos a pegar por una cuestión idiomática, aunque en esta torre de Babel en que se ha convertido España no nos faltan precisamente las razones para la contienda de las lenguas, en una especie de maldición bíblica para los nuevos tiempos. Nos encontrábamos ya rematando la ceremonia Piluca, Montse y yo mismo cuando entraban en el local 2 salteadores de corazones que se dirían surgidos de una película a lo Mad Max, seres fugaces que emergieran de la desolación provocada por el cambio climático. Estos que irrumpían en el local madrileño anudaban sus cuellos con corbata de seda y lucían pañuelo de similar calidad en el bolsillo exterior de sus chaquetas, derrochaban amabilidad y halagaban a las damas con cuidado estilo de ligones de barra; pero su vida desde las 8 ó 9 de la tarde se convierte en rapiña de cariño, atraco de ilusiones y asal,to a los corazones que a veces quedan si no rotos sí algo deteriorados después de la incursión. Existe un cierto candor en sus expresiones, palabras que dejan su alma sobre la mesa para que Montse –esa chica que practica el “coaching” de las 24 horas- diseccione sus sentimientos y se los devuelva en forma de certezas que al cabo ellos mismos conocían antes de que se las pongan de manifiesto. La psicología no es otra cosa que una compañía para el camino interior, pero está escrito que sólo uno mismo puede atraversarlo.
Salteadores de corazones, nuestrso amigos merodean por los bares de copas del Madrid vespertino y desolado derramando palabras lisonjeras que construyen en las forma de frases hechas -aunque bien dichas- y su éxito consiste en arrebatar un pedazo de ilusión, un rincón del corazón, que es una parte de la vida. Porque la esperanza del amor pesa tanto en nuestra existencia que relega el resto de las ocupaciones a las que nos dedicamos a ese espacio gris aunque necesario que llamaos rutina.
No son felices, y lo reconocen desde esa ingenuidad de los 58 años. Saben que cada “polvo” profundiza el abismo de su soledad. Advierten que el “eros” sólo adquiere continuidad en el “thanatos”, pero vuelven a la barra de la tarde siguiente armados con la esperanza de que esa conquista les traiga algo de la ilusión que saben están robando. Nuevos Mefistófeles piensan que en ese alma que se llevan existe el alimento de que carecen y por eso mismo precisan, el alimento del amor o de la ternura o del cariño.
Ninguno de nosotros renunciamos a la ilusión del amor. Ni siquiera los salteadores de corazones soliarios. Pero una especie de vértigo ante los contornos del abismo nos hace retirarnos del precipicio y concentrarnmos en nuestras propias certezas que en cualquier caso son bien escasas. Ese vértigo que Montse definía como el no estar dispuesta a que te arrebaten el mando a distancia de la televisión –a veces pienso que, a pesar de sus antecedentes catalano-aragoneses, hay alguna reencarnación pasada de pulsiones anglosajonas y de campiñas verdes que se abren a un “manor” de inevitable alta prosapia-. Quizás se trate de eso. Lo cierto es que creo que en todos nosotros, corazones soliarios, se enciende una vela todas las mañanas que nos interroga acerca de si ese será el día de la ilusión en el amor, por lo mismo que en el ritual de los jueves la cuestión que se plantea sin decirla es si cualquiera de nuestros interlocutores será quien acabe devolviéndonos la razón para vivir, más allá de las horas dedicadas a convivir con nosotros mismos.
Y somos conscientes de nuestras limitaciones, sin embargo. Sabemos que ya no tenemos los 20 años que nos otorgan la fuerza necesaria para cambiar al mundo de rumbo, y a nosotros mismos tambien. De sobra entendemos que ya no podemos pedir a nadie que nos baje una estrella azul –como dice la canción-. Pero todos esperamos que esa mortecina luz que arroja la bujía alumbre nuestro espacio en la forma de una dimensión compartida. Aunque lo cierto sea que ni siquiera esa vela aguante el vendaval de nuestros egoísmos y miedos que están fabricados de un mismo material.
Quizás haya que esperar a la otra definición del amor, la de envejecer juntos. Pero acaso tampoco eso sea posible. Para envejecer hace falta antes haber sido jóvenes. Y la historia de los personajes del “amor en los tiempos del cólera” -que es un canto al amor en la tercera edad, un amor interrumpido desde que ella se casa con el doctor Juvenal Urbino y él se entrega a la amalgama desaforada de los 1.000 y 1 amoríos, vuelve a proyectarse sobre sus vidas con la muerte del médico y conecta entonces con toda su fuerza con ese amor de los tiempos de su juventud, que es toda una brasa caliente todavía y que un solo beso –como en el cuento de la bella durmiente- es capaz de volver a la vida.
En la vejez de las piernas que se tambalean, de los ojos turbios, de las manos vacilantes no debería existir el amor naciente. Porque el amor puede encarnarse en una muleta o en la asidua vigilancia ante la cama de un enfermo. Pero nadie tiene el derecho de entregar su deterioro a otra persona, aunque le acometa el pánico a morir en soledad, en un tránsito que te aleja de la siquiera difícil idea del reencuentro. ¿Con quién estarás, con quién te enmcontrarás, si hasta en ese momento crucial y final estás solo? Pero es mejor irse sin compañía –en todo caso nadie se muere contigo- que condenar a quien quieres a que te siga entre hospitales, padecimientos y consultas de médicos.
Nuestros 20 años quedaron atrás, pero la ilusión renace cada día. Corazones solitarios, volvemos nuestras miradas hacia nuestras velitas interiores esperando que algún día tendremos la valentía de intentarlo de verdad. Aunque casi siempre nos aferremos a la propiedad inviolable del mando a distancia o a la efímera aventura vivida en la barra de un bar.
miércoles, 16 de abril de 2008
"L'avocato"
Es sabido que a los italianos les gusta la prosopeya y el desmedido uso de los títulos, no sólo de los nobiliarios, tambén de los académicos. Este mismo lunes los electores de ese país ponían al "Cavaliere" Berlusconi otra vez al frente de su gobierno, las menciones a los "dottore" lo son a menudo sin necesidad de acreditar el título y -según me dicen- yo mismo sigo siendo "onorévole" a pesar de que mi dimisión como parlamentario vasco data del mes de noviembre del pasado año.
Pero hoy quiero hablarles del "avocato" Alfonso de Virgilis, amigo desde los ya remotos tiempos de finales de los '80 cuando accedí a la presidencia del comité internacional de la organización mundial de mediadores de seguros y a su consejo de dirección. Alfonso de Virgilis era presidente de su comisión de agentes.
Nos conocimos en Washington DC, en un intercambio de experiencias con los agentes de la PIA -"Producers Insurance Agents"-. Recuerdo que se trató de una incómoda estancia porque mi equipaje se perdió en el aeropuerto John F. Kennedy y no lo pude rescatar hasta el cuarto día que pasé en la capital federal. Estuve a pubto de perder la ropa, por lo tanto, pero a cambio gané un amigo.
Alfonso de Virgilis es un organizador nato. Le recuerdo montando el congreso del BIPAR -así se llama esa organización de mediadores- en Roma, donde la magnífica cena de gala que clausuraba el evento se celebraba en un antiguo "palazzo" propiedad de una aristócrata italiana venida a menos. Las paredes del magnífico edificio, pintadas de color ocre, estaban descascarillándose, pero la casa conservaba su viejo esplendor.
Fue en Roma -¿o en Washington?- cuando Alfonso de Virgilis me sugería que organizara una reunión de la comisión de agentes en Bilbao, cosa que hice gracias a la inestimable ayuda de Anneli, mi mujer.
Cuando los designios de la vida me llevaron de los seguros a la política, aunque debo reconocer que desde que tuve uso de razón -si lo he contraido alguna vez- siempre he mantenido una relación apasionada con este último mundo, Alfonso de Virgilis me invitaría a ser "relattore" de una conferencia sobre el peso de los agentes en el futuro de los seguros. Yo me encontraba en esa época en plena campaña electoral así que le tuve que endosar la intervención al entonces director del periódico "El Mundo" en San Sebastián, Carlos Echeberri, con un papel que le preparaba a Carlos hurtándole horas al sueño cuando concluían los actos de la jornada.
Alfonso de Virgilis dejaría su agencia de Roma para ocuparse de la que la compañía oficial INA tiene en Florencia, junto a ls estación de trenes. Y en ese nuevo destino "l'avocato" dio en organizar los premios "Galileo" que tienen lugar en alguno de los innumerables "palazzos" o museos que pueblan la ciudad del Arno. Anneli tenía una relativamente larga -e intensa- relación con Florencia, a través de nuestra amiga Bona Baraldi -escultora, pintora, profesora de arte y escritora- que nos recibía en la "Torriccella", una casona preciosa que se elevaba sobre una colina, en plena campiña toscana, situada en una zona de viñedos y que establecía la frontera entre el "chianti classico" y el "gallo nero".
Alfonso de Virgilis nos invitaba a asistir a esas cenas que por diversos motivos no pudimos aceptar. Así que no fue hasta el año 2.003 cuando -ya viudo- me integraría en ese rito anual. Una de esas cenas está recogida en mi relato "Una velada en Florencia" que próximamente les ofreceré a ustedes.
El pasado sábado por la mañana me llamaba Alfonso de Virgilis. Estaba en Madrid, ultimando algún detalle del premio "Galileo" de la edición de este año. Nos citamos en el "hall" del hotel Villarreal, donde se hospedaba. Apareció allí en compañía de Malena Zing, una porteña de pasaporte italiano que había servido de asistente en el Parlamento Europeo al dirigente radical Marco Panella, primo de Alfonso de Virgilis -sobre las relaciones familiares de los italianos también se pueden escribir muchas cosas.
Alfonso de Virgilis desconocía la noticia del fallecimiento de Pilar y tampoco sabía de mi dimisión como parlamentario vasco y mi nueva adscripción a UPyD. Pero Malena Zing -con nombre de tango- quería tomar parte en nuestra organización desde sus experiencias con los radicales italianos.
En el inevitable Círculo de las Bellas Artes tomamos un largo café trenzado de recuerdos y de nombres. Hablamos de las elecciones italianas y del previsible triunfo de Berlusconi -Malena Zing me decía que Walter Veltroni, el líder del Partido Demócrata, no podía renovar nada, con más de 30 años a sus espaldas contando las mismas cosas.
Alfonso de Virgilis enviudó el pasado año y ya sus estridentes risas de hace 2 décadas han quedado definitivamente atrás, sofocadas por una sonrisa condescendiente. Malena Zing dice de él que no para con tal de no pensar, y yo tengo la certeza de que tiene la misma actitud que la mía hace bastante tiempo, una actitud que -en mi caso- quiere ahora ceder espacio a la serenidad.
Malena Zing abandona el café y yo acompaño a Alfonso de Virgilis hacia su hotel. Él me coge del brazo y camina con algún titubeo, la vista perdida en un horizonte hecho de casas de Madrid. Sólo una llamada de su hijo Antonio le devuelve a la realidad de su condición de padre de ese hijo cuya cara quedó desfigurada a consecuencia de unas quemaduras cuando aún era un niño. Recuerdo esa triste historia de la expresión que le dirigía a Antonio una dama veneciana con ocasión de unos carnavales en la ciudad de los canales:
- ¡Quítate la máscara, que me das miedo!
Apenas acaba su larga conversación Alfonso de Virgilis me abraza y me recuerda en su particular "spagnolo":
- Recuerda. Chi vediamo el 25 de junio.
Adiós, Alfonso. Y buena suerte.
Pero hoy quiero hablarles del "avocato" Alfonso de Virgilis, amigo desde los ya remotos tiempos de finales de los '80 cuando accedí a la presidencia del comité internacional de la organización mundial de mediadores de seguros y a su consejo de dirección. Alfonso de Virgilis era presidente de su comisión de agentes.
Nos conocimos en Washington DC, en un intercambio de experiencias con los agentes de la PIA -"Producers Insurance Agents"-. Recuerdo que se trató de una incómoda estancia porque mi equipaje se perdió en el aeropuerto John F. Kennedy y no lo pude rescatar hasta el cuarto día que pasé en la capital federal. Estuve a pubto de perder la ropa, por lo tanto, pero a cambio gané un amigo.
Alfonso de Virgilis es un organizador nato. Le recuerdo montando el congreso del BIPAR -así se llama esa organización de mediadores- en Roma, donde la magnífica cena de gala que clausuraba el evento se celebraba en un antiguo "palazzo" propiedad de una aristócrata italiana venida a menos. Las paredes del magnífico edificio, pintadas de color ocre, estaban descascarillándose, pero la casa conservaba su viejo esplendor.
Fue en Roma -¿o en Washington?- cuando Alfonso de Virgilis me sugería que organizara una reunión de la comisión de agentes en Bilbao, cosa que hice gracias a la inestimable ayuda de Anneli, mi mujer.
Cuando los designios de la vida me llevaron de los seguros a la política, aunque debo reconocer que desde que tuve uso de razón -si lo he contraido alguna vez- siempre he mantenido una relación apasionada con este último mundo, Alfonso de Virgilis me invitaría a ser "relattore" de una conferencia sobre el peso de los agentes en el futuro de los seguros. Yo me encontraba en esa época en plena campaña electoral así que le tuve que endosar la intervención al entonces director del periódico "El Mundo" en San Sebastián, Carlos Echeberri, con un papel que le preparaba a Carlos hurtándole horas al sueño cuando concluían los actos de la jornada.
Alfonso de Virgilis dejaría su agencia de Roma para ocuparse de la que la compañía oficial INA tiene en Florencia, junto a ls estación de trenes. Y en ese nuevo destino "l'avocato" dio en organizar los premios "Galileo" que tienen lugar en alguno de los innumerables "palazzos" o museos que pueblan la ciudad del Arno. Anneli tenía una relativamente larga -e intensa- relación con Florencia, a través de nuestra amiga Bona Baraldi -escultora, pintora, profesora de arte y escritora- que nos recibía en la "Torriccella", una casona preciosa que se elevaba sobre una colina, en plena campiña toscana, situada en una zona de viñedos y que establecía la frontera entre el "chianti classico" y el "gallo nero".
Alfonso de Virgilis nos invitaba a asistir a esas cenas que por diversos motivos no pudimos aceptar. Así que no fue hasta el año 2.003 cuando -ya viudo- me integraría en ese rito anual. Una de esas cenas está recogida en mi relato "Una velada en Florencia" que próximamente les ofreceré a ustedes.
El pasado sábado por la mañana me llamaba Alfonso de Virgilis. Estaba en Madrid, ultimando algún detalle del premio "Galileo" de la edición de este año. Nos citamos en el "hall" del hotel Villarreal, donde se hospedaba. Apareció allí en compañía de Malena Zing, una porteña de pasaporte italiano que había servido de asistente en el Parlamento Europeo al dirigente radical Marco Panella, primo de Alfonso de Virgilis -sobre las relaciones familiares de los italianos también se pueden escribir muchas cosas.
Alfonso de Virgilis desconocía la noticia del fallecimiento de Pilar y tampoco sabía de mi dimisión como parlamentario vasco y mi nueva adscripción a UPyD. Pero Malena Zing -con nombre de tango- quería tomar parte en nuestra organización desde sus experiencias con los radicales italianos.
En el inevitable Círculo de las Bellas Artes tomamos un largo café trenzado de recuerdos y de nombres. Hablamos de las elecciones italianas y del previsible triunfo de Berlusconi -Malena Zing me decía que Walter Veltroni, el líder del Partido Demócrata, no podía renovar nada, con más de 30 años a sus espaldas contando las mismas cosas.
Alfonso de Virgilis enviudó el pasado año y ya sus estridentes risas de hace 2 décadas han quedado definitivamente atrás, sofocadas por una sonrisa condescendiente. Malena Zing dice de él que no para con tal de no pensar, y yo tengo la certeza de que tiene la misma actitud que la mía hace bastante tiempo, una actitud que -en mi caso- quiere ahora ceder espacio a la serenidad.
Malena Zing abandona el café y yo acompaño a Alfonso de Virgilis hacia su hotel. Él me coge del brazo y camina con algún titubeo, la vista perdida en un horizonte hecho de casas de Madrid. Sólo una llamada de su hijo Antonio le devuelve a la realidad de su condición de padre de ese hijo cuya cara quedó desfigurada a consecuencia de unas quemaduras cuando aún era un niño. Recuerdo esa triste historia de la expresión que le dirigía a Antonio una dama veneciana con ocasión de unos carnavales en la ciudad de los canales:
- ¡Quítate la máscara, que me das miedo!
Apenas acaba su larga conversación Alfonso de Virgilis me abraza y me recuerda en su particular "spagnolo":
- Recuerda. Chi vediamo el 25 de junio.
Adiós, Alfonso. Y buena suerte.
lunes, 14 de abril de 2008
Tipos con suerte que no sufren presbicia
(Introduzco en mi blog el artículo que tan amablemente me dedicaba Arcadi Espada en el diario "El Mundo" del 13 de abril)
Fernando Maura tiene 52 años, una hija que acaba de morir y una mujer que murió, y vive desde 1996 con escolta permanente por la amenaza de ETA. Acabábamos de hablar de su vida en una pecera del Círculo Ecuestre de Barcelona, y cuando nos despedimos en la calle comprobé durante un rato cómo se alejaba, solo, flaco y ágil, en busca de un tren, un hombre entero, es decir, un poco de esa hierba que crece entre los adoquines. La hija de Maura nació en 1987, y fue la niña que siempre quiso tener y apenas tuvo, dice el padre en una de las entradas de su blog (www.blogdefernandomaura.blogspot.com): «Ahora recuerdo el día en que nació. Una mañana de finales de agosto de 1987, después de la temporada de fiestas de Bilbao. Anneli y yo pensábamos asistir puntualmente a los toros y, después, a la acostumbrada cita del hotel Ercilla, donde compartiríamos un aperitivo con los amigos, antes también de la consabida cena con quien correspondiera esa noche, y de las copas que nos conducirían inevitablemente a la discoteca Bocaccio, del siempre divertido e inevitable hotel de la calle de Ercilla, donde bailaríamos unas sevillanas que no sabíamos muy bien».
Antes de todo ello fueron a ver al ginecólogo, para la última ecografía. El médico observó que algo no iba bien, mandó el ingreso clínico y la cesárea programada... Aquí Maura incrusta en su recuerdo escrito dos detalles desestructurantes, porque además de político (ex diputado del Partido Popular y ahora promotor de Unión, Progreso y Democracia en el País Vasco) ejerce de escritor, y los detalles desestructurantes dan rango: «Lo cierto es que me hizo acompañarla a la iglesia getxotarra de Las Mercedes, donde un viejísimo y sordísimo don Julio -más conocido por el vecindario como don Julito, a causa de su tamaño y vivacidad- le preguntaba cosas como «¿quién es ese César?» -por lo de la cesárea- y le comentaba que «pobre chica» -por mi mujer-, «¡con lo bien que salen por el otro sitio!». Mientras Maura esperaba el final del parto, la enfermera salió y le comunicó que la madre estaba bien, pero que la niña no respiraba.
Sin embargo, respiró. A pesar de que el cordón umbilical la asfixió, logró respirar y venir a la vida, aunque víctima de un infarto medular y tetrapléjica para siempre. Fue ingresada en la UCI del hospital de Cruces, allí ha pasado sus 20 años y allí ha muerto. Un caso único en el mundo. Cuando Maura me explicó que la niña, a la que pusieron el nombre de Pilar, había pasado su vida en un lugar como ese, se me ocurrieron, asimismo, cosas desestructurantes, porque ya sabes que yo también soy escritor y aspiro al rango. Pensé que allí le habría venido la regla (que fue también lo primero que pensé en el caso de la niña austriaca Natascha Kampusch y su inexplicable secuestro) y pensé otras muchas cosas singularmente absurdas hasta que me incorporé y le hice un pregunta a Maura que aún me parece pertinente.
«¿Qué idea tenía ella del mundo?», eso le pregunté, y el padre me respondió que una vez tuvieron que mostrarle en un mapa el Perú, porque era del Perú un niñito transitoriamente enfermo en la UCI, y, naturalmente, eso costó mucho de razonárselo, porque el Perú no cabía en la UCI y la niña enferma no podía tocarlo. («Pilar se preocupaba mucho por la situación de los niños que aparecían por la unidad, especialmente en los casos de tratamientos más prolongados. Se sentía como si ella fuera una especie de privilegiada anfitriona que recibía a esos niños, les amparaba y les cuidaba. Sus padres y esos niños la quieren mucho y preguntan siempre por ella»).
Sin embargo, en cuanto acabó de explicar el pormenor del Perú, Maura sacó de su carterilla el carné de identidad de la niña y me lo ofreció con mirada insistente, quizá para que yo comprobara que la niña había existido, fue, y en efecto, ahí estaba la foto de su cara, enferma pero dotada de una humanidad indiscutible e incluso vivaz, y por detrás estaban sus datos, como los de cualquiera, hija de padre y madre, aunque con la dirección de una casa que nunca supo, como el Perú. Y aún remató Maura, informándome que, por dos veces en sus 20 años, sus cuidadores la sacaron al exterior, concretamente a la terraza del hospital, una operación muy incómoda y peligrosa por sus dificultades de respiración, e intuí que me lo decía por si necesitaba que el viento de Cruces me diera también fe de vida de aquellos dos instantes de Pilar.
Hace seis años Maura se quedó sin su esposa, Anneli Lipperheide. Sufría depresiones y murió. El viudo mantiene también en este caso un envidiable equilibrio. Es cierto que Pilar era una gran causa para abatirse y morir. Pero no olvida citar que la madre de Anneli murió de lo mismo, sin pena comparable. Lipperheide es un apellido de transición y periódicos: ETA secuestró al tío de Anneli y sólo lo liberó tras pronto pago. La violencia rodea a Maura.
En sus comentadas desestructuraciones del día del parto, escribía: «Anneli se fue hasta la clínica de San Sebastián en Deusto, donde unos 50 años antes había muerto mi abuelo, después de haber recibido en su cuerpo buena parte de los dos cargadores que le vaciara un pobre loco nacionalista vasco». Maura tiene un libro donde narra su experiencia como diputado vasco. Un libro de amigos y compañeros muertos. Hay un momento en que evoca a la niña Pilar viendo la televisión, que la veía poco, las noticias de la televisión, concretamente, y la noticia de un atentado terrorista, y el escritor hace pensar a la niña que acaso su padre esté un día debajo de esa sábana blanca, pero es demasiado obvio que es el padre el que, debajo de la sábana, está pensando en sí mismo. La niña Pilar murió el 2 de marzo, porque ni el respirador ni sus pulmones dieron más de sí. Lo último que hizo Maura en la habitación de la clínica fue acercar su cara a la de la niña muerta y decirle al oído: «Chiquitina, dale un beso a mamá». Maura debe de creer en Dios y en el sentido. Soy de los que piensan que Dios no es bueno.
Reconozco que no sabemos cómo sería un mundo sin Dios. Tal vez un mundo sin Dios sea algo tan necesario e inconcebible como un mundo sin mentiras. Contra Dios, siempre, al modo escéptico: sin esperanza, con convencimiento. El caso de Maura es otro. Dispone que su mujer y su hija se han encontrado y que él los acompañará cuando cierre los ojos, cansado. Y entonces se reunirán los tres, esa frase. Pero no creo que lo que le aguante en pie sea, específicamente, la bengala de Dios. Más bien creo en otra cosa. Esto que surge cuando me explica sus problemas oculares: «Pero, en fin, nada importante, porque al fin y al cabo yo la vida la uso de cerca». Es decir, una implacable acomodación al medio.
Hasta que se pierda de mi vista todavía habrá de cruzar un par de calles y sortear los coches del atasco crepuscular de la ciudad. Ahí va, decidido, casi brioso. Un rato antes, y acabando la conversación, confesaba con mala conciencia que a los 52 años se sentía libre y renacido. Sonreía, y añadió con una ironía mascada: «Con toda la vida por delante». Cruza, camina. Va entre tumbas. No olvido, y él tampoco debe de olvidarlo, que de vez en cuando, en lo que le quede de camino, habrá de volver la cabeza para comprobar que nadie viene a matarlo. Es sabido que el tipo de asesinos que podrían acecharle no tiene nunca nada personal con sus víctimas y que serían capaces de dispararle a la propia muerte. Piensa, amigo, en lo realmente extraordinario: que aún vuelva la cabeza. Sigue con salud.
Fernando Maura tiene 52 años, una hija que acaba de morir y una mujer que murió, y vive desde 1996 con escolta permanente por la amenaza de ETA. Acabábamos de hablar de su vida en una pecera del Círculo Ecuestre de Barcelona, y cuando nos despedimos en la calle comprobé durante un rato cómo se alejaba, solo, flaco y ágil, en busca de un tren, un hombre entero, es decir, un poco de esa hierba que crece entre los adoquines. La hija de Maura nació en 1987, y fue la niña que siempre quiso tener y apenas tuvo, dice el padre en una de las entradas de su blog (www.blogdefernandomaura.blogspot.com): «Ahora recuerdo el día en que nació. Una mañana de finales de agosto de 1987, después de la temporada de fiestas de Bilbao. Anneli y yo pensábamos asistir puntualmente a los toros y, después, a la acostumbrada cita del hotel Ercilla, donde compartiríamos un aperitivo con los amigos, antes también de la consabida cena con quien correspondiera esa noche, y de las copas que nos conducirían inevitablemente a la discoteca Bocaccio, del siempre divertido e inevitable hotel de la calle de Ercilla, donde bailaríamos unas sevillanas que no sabíamos muy bien».
Antes de todo ello fueron a ver al ginecólogo, para la última ecografía. El médico observó que algo no iba bien, mandó el ingreso clínico y la cesárea programada... Aquí Maura incrusta en su recuerdo escrito dos detalles desestructurantes, porque además de político (ex diputado del Partido Popular y ahora promotor de Unión, Progreso y Democracia en el País Vasco) ejerce de escritor, y los detalles desestructurantes dan rango: «Lo cierto es que me hizo acompañarla a la iglesia getxotarra de Las Mercedes, donde un viejísimo y sordísimo don Julio -más conocido por el vecindario como don Julito, a causa de su tamaño y vivacidad- le preguntaba cosas como «¿quién es ese César?» -por lo de la cesárea- y le comentaba que «pobre chica» -por mi mujer-, «¡con lo bien que salen por el otro sitio!». Mientras Maura esperaba el final del parto, la enfermera salió y le comunicó que la madre estaba bien, pero que la niña no respiraba.
Sin embargo, respiró. A pesar de que el cordón umbilical la asfixió, logró respirar y venir a la vida, aunque víctima de un infarto medular y tetrapléjica para siempre. Fue ingresada en la UCI del hospital de Cruces, allí ha pasado sus 20 años y allí ha muerto. Un caso único en el mundo. Cuando Maura me explicó que la niña, a la que pusieron el nombre de Pilar, había pasado su vida en un lugar como ese, se me ocurrieron, asimismo, cosas desestructurantes, porque ya sabes que yo también soy escritor y aspiro al rango. Pensé que allí le habría venido la regla (que fue también lo primero que pensé en el caso de la niña austriaca Natascha Kampusch y su inexplicable secuestro) y pensé otras muchas cosas singularmente absurdas hasta que me incorporé y le hice un pregunta a Maura que aún me parece pertinente.
«¿Qué idea tenía ella del mundo?», eso le pregunté, y el padre me respondió que una vez tuvieron que mostrarle en un mapa el Perú, porque era del Perú un niñito transitoriamente enfermo en la UCI, y, naturalmente, eso costó mucho de razonárselo, porque el Perú no cabía en la UCI y la niña enferma no podía tocarlo. («Pilar se preocupaba mucho por la situación de los niños que aparecían por la unidad, especialmente en los casos de tratamientos más prolongados. Se sentía como si ella fuera una especie de privilegiada anfitriona que recibía a esos niños, les amparaba y les cuidaba. Sus padres y esos niños la quieren mucho y preguntan siempre por ella»).
Sin embargo, en cuanto acabó de explicar el pormenor del Perú, Maura sacó de su carterilla el carné de identidad de la niña y me lo ofreció con mirada insistente, quizá para que yo comprobara que la niña había existido, fue, y en efecto, ahí estaba la foto de su cara, enferma pero dotada de una humanidad indiscutible e incluso vivaz, y por detrás estaban sus datos, como los de cualquiera, hija de padre y madre, aunque con la dirección de una casa que nunca supo, como el Perú. Y aún remató Maura, informándome que, por dos veces en sus 20 años, sus cuidadores la sacaron al exterior, concretamente a la terraza del hospital, una operación muy incómoda y peligrosa por sus dificultades de respiración, e intuí que me lo decía por si necesitaba que el viento de Cruces me diera también fe de vida de aquellos dos instantes de Pilar.
Hace seis años Maura se quedó sin su esposa, Anneli Lipperheide. Sufría depresiones y murió. El viudo mantiene también en este caso un envidiable equilibrio. Es cierto que Pilar era una gran causa para abatirse y morir. Pero no olvida citar que la madre de Anneli murió de lo mismo, sin pena comparable. Lipperheide es un apellido de transición y periódicos: ETA secuestró al tío de Anneli y sólo lo liberó tras pronto pago. La violencia rodea a Maura.
En sus comentadas desestructuraciones del día del parto, escribía: «Anneli se fue hasta la clínica de San Sebastián en Deusto, donde unos 50 años antes había muerto mi abuelo, después de haber recibido en su cuerpo buena parte de los dos cargadores que le vaciara un pobre loco nacionalista vasco». Maura tiene un libro donde narra su experiencia como diputado vasco. Un libro de amigos y compañeros muertos. Hay un momento en que evoca a la niña Pilar viendo la televisión, que la veía poco, las noticias de la televisión, concretamente, y la noticia de un atentado terrorista, y el escritor hace pensar a la niña que acaso su padre esté un día debajo de esa sábana blanca, pero es demasiado obvio que es el padre el que, debajo de la sábana, está pensando en sí mismo. La niña Pilar murió el 2 de marzo, porque ni el respirador ni sus pulmones dieron más de sí. Lo último que hizo Maura en la habitación de la clínica fue acercar su cara a la de la niña muerta y decirle al oído: «Chiquitina, dale un beso a mamá». Maura debe de creer en Dios y en el sentido. Soy de los que piensan que Dios no es bueno.
Reconozco que no sabemos cómo sería un mundo sin Dios. Tal vez un mundo sin Dios sea algo tan necesario e inconcebible como un mundo sin mentiras. Contra Dios, siempre, al modo escéptico: sin esperanza, con convencimiento. El caso de Maura es otro. Dispone que su mujer y su hija se han encontrado y que él los acompañará cuando cierre los ojos, cansado. Y entonces se reunirán los tres, esa frase. Pero no creo que lo que le aguante en pie sea, específicamente, la bengala de Dios. Más bien creo en otra cosa. Esto que surge cuando me explica sus problemas oculares: «Pero, en fin, nada importante, porque al fin y al cabo yo la vida la uso de cerca». Es decir, una implacable acomodación al medio.
Hasta que se pierda de mi vista todavía habrá de cruzar un par de calles y sortear los coches del atasco crepuscular de la ciudad. Ahí va, decidido, casi brioso. Un rato antes, y acabando la conversación, confesaba con mala conciencia que a los 52 años se sentía libre y renacido. Sonreía, y añadió con una ironía mascada: «Con toda la vida por delante». Cruza, camina. Va entre tumbas. No olvido, y él tampoco debe de olvidarlo, que de vez en cuando, en lo que le quede de camino, habrá de volver la cabeza para comprobar que nadie viene a matarlo. Es sabido que el tipo de asesinos que podrían acecharle no tiene nunca nada personal con sus víctimas y que serían capaces de dispararle a la propia muerte. Piensa, amigo, en lo realmente extraordinario: que aún vuelva la cabeza. Sigue con salud.
domingo, 13 de abril de 2008
Una velada en Madrd
Iba a ser una cena política pero se quedó en una narración de cuentos que bien pudiera convertirse en una nueva edición de la "sonrisa vertical", en el caso de que se hubiera escrito -como decía Juan, el marido de Lolita- ante la ofensiva explicativa de Nacho.
Ocurrió de una manera pretendida, una provocación en toda regla. Nacho esperaba a que todos los convocados estuviéramos presentes -sedentes y servidos- para hacerse con el control de la reunión. Y había que verlo. Toda una humanidad desborfante -hacia dentro y hacia fuera- al servicio de su historia. Bien contada y aderezada con los detalles suficientes para elevar a la categoría de creíble lo que sólo era una farsa.
León Felipe era el gran poeta español que supo explicarnos la necesidad de los cuentos para el ser humano en aquéllos memorables versos:
"Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han contado muchos cuentos
Y sé todos los cuentos".
Y es verdad que necesitamos de ellos, lo mismo que de buenos explicadores de cuentos. Conrad, Kipling o el propio Borges lo eran principalmente. ¿Los oyentes de Nacho? Montse, que para variar se conoce bien la distancia que existe entre lo real y la imaginación; Lolita, que estaba entregada a creerse la fábula y cuanto más delirante fuera esta, mejor; Piluca, que sería la primera y única víctima de la reunión; Juan, el marido de Lolita, cuyo solo objetivo de la noche consistía en desconectar de su semana de trabajo; Eduardo, circunspecto catedrático de sociología y afiliado a UPyD y yo mismo.
Se trataba de un relato erótico, no pornográfico -en cuanto se cerraba la puerta del dormitorio ya no se conocían más detalles. Y Nacho iniciaba su historia con una pregunta que sonaba con la fuerza de un disparo. Lo hacía con Montse, que es chica rápida en recoger el guante y arrojarlo a su interlocutor.
- ¿Sabes por qué cuando una mujer acude a una cita -y me refiero a una cita seria- va con 2 juegos de ropa interior?
No estaba del todo mal, para empezar. Montse arriesgó una respuesta en la misma longitud de onda que el agente provocador -no es esta chica que se amilane con facilidad.
- Será porque, en el frenesí que venga después, le pueden romper el juego que lleva puesto..
Nacho sonríe con socarronería y contesta -en este punto debo decir que prescindiré de los comentarios, descalificaciones, interjecciones e insultos que jalonaron la intervención del fabulista. Ustedes mismos podrán hacerlo a su antojo. Sólo incluiré las más significativas para la comprensión del cuento.
- Estoy en el hotel Tryp, con un amigo -empieza Nacho-. Este me dice que me va a presentar a una tía, a la que se está tirando. Yo me digo: como esa chica me mire a los ojos, se la levanto.
- Pues en mi grupo de amigos había un principio básico -le reprocha Juan-: si alguno tenía un ligue, este se respetaba mientras durara.
- No era el caso -objetaría Nacho con rapidez-. Mi amigo, o lo que fuera, era un gilipollas. Presumía de tirarse a una tía pero no era así. Baja la tía con una minifalda por aquí -Nacho hace un dibujo con el dedo hacia la mitad del muslo-. Nos ponemos a comer y al poco tiempo ya estamos haciendo manitas sobre la mesa, en presencia de mi amigo, por supuesro. Luego nos cruzamos los teléfonos. Ella vivía en Barcelona, yo en Madrid, y nos llamábamos de vez en cuando. Pronto llegó el momento de concertar una cita, y claro, tenía que ser en Barcelona. El caso es que me fui para allá y me porté como un señor: la invité a cenar a un buen "restaurant", nos fuimos al Up & Down... Y no pasaba nada de particular, vamos, unas manitas, unos piquitos, nada. Hasta que le pregunté si quería que nos fuéramos a su casa -yo no había ni siquiera reservado un hotel-. "La verdad es que sí", me contestó. Así fue y ahí pasó. Me acuerdo que tenía un "souti" azul brillante con lunares -Nacho corre ahora un velo de censura a lo que sin duda adquiriría ribetes de pornografía-. Cuando salí de la ducha su ropa interior era morada.
El barullo que siguió a esta explicación no me ha permitido retener el comentario del orador respecto al posible segundo revolcón provocado por la nueva ropa interior. Pero Nacho tenía enganchado, febril y puesto al auditorio. Tenía que seguir.
- Esta segunda historia ocurrió en Zaragoza. Había quedado con una amiga, pero aparecieron 2. Llevaban puestos unos trajes de chaqueta negros... estaban buenísimas. El caso es que las invité a cenar, a las 2. Al cabo de un rato dicen que tienen calor y se quitan la chaqueta. Se quedan con las tetas al aire -explica Nacho de manera sospechosamente imperturbable-. Una tiene la teta poderosa y otra la teta leve, como la de Piluca...
La cara de la aludida era todo un poema. Si Piluca asistía a la apabullante historia de Nacho con un cierto rictus de sonrisa contenida, esa expresión se quebraría en una mueca, los ojos hacia el techo del establecimiento, como si quisiera volar de ese incómodo reducto.
Nacho provocaba entonces una discusión sobre los diferentes tipos de "poitrines" y su mayor o menor finura, que les ahorro.
- El caso es que hubo lío con una y con la otra y que pudo haber un trío -continuaría Nacho, en una exposición que perdía ya su ilación inicial. La verdad era que el ambiente había derivado en un grado de confusión que bordeaba la peligrosa frontera del caos. Sólo Piluca -atrapada por la levedad del ser y de las bellezas orgánicas- se encontraba en otra dimensión. Eduardo se armaba de un estoicismo filosófico-sociológico y observaba al confuso grupo con el escalpelo mental que disecciona las los componentes de lasreacciones humanas.
- Finalmente nos encontramos los 4 en una playa nudista de Biarritz. Las 2 despechadas, mi amigo el gilipollas y yo. Todos despelotados. Allí ya no ocurriría nada -explicó Nacho como remate a una historia circular en la que el "eros" devenía en "thanatos", o si se quiere resultar más prosaico, el cuento se transforma en realidad.
Luego pasamos a las bambalinas del teatro y a las sensaciones del contacto con la gente en los actos públicos. Sobre la noche de nuestro grupo había caído ya el tinglado de la antigua farsa.
Apenas una hora después, en un disco-bar poblado de insultante juventud balbucía yo unas inciertas sevillanas con Lolita. Su marido, en un ataque de poderosa ira ante mi torpe agresión a su reservado ámbito de influencia conyugal -este tipo debe ser un "moro"- me colgaba de su hombro a la manera de como se cargan los sacos de patatas y mi teléfono móvil se estrellaba contra el suelo de la discoteca, ante mi espanto -hoy en día a uno se le pueden perder hasta jas referencias, en tanto conserve su celular en un perfecto nivel de disponibilidad.
Nacho, que es como queda demostrado un gran fabulador y no menos una gran persona, me dejaba en casa después de una larga y divertida noche. Juan dormitaba mientras que Lolita, al volante, intentaba encaminarnos a la entrada de la calle. La oportuna llamada de Montse -"no se os puede dejar solos"- nos puso definitivamente sobre la pista, a la vez que demostraba que mi móvil no había sido damnificado.
Borges escribió una vez que la muerte era el olvido y que él suyo llegaría antes. No tenía razón, Borges es ya un ser inmortal y sus obras tienen el sabor de la eternidad. Tampoco esa noche se desprenderá de mi memoria. Fue una velada para el recuerdo.
Ocurrió de una manera pretendida, una provocación en toda regla. Nacho esperaba a que todos los convocados estuviéramos presentes -sedentes y servidos- para hacerse con el control de la reunión. Y había que verlo. Toda una humanidad desborfante -hacia dentro y hacia fuera- al servicio de su historia. Bien contada y aderezada con los detalles suficientes para elevar a la categoría de creíble lo que sólo era una farsa.
León Felipe era el gran poeta español que supo explicarnos la necesidad de los cuentos para el ser humano en aquéllos memorables versos:
"Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han contado muchos cuentos
Y sé todos los cuentos".
Y es verdad que necesitamos de ellos, lo mismo que de buenos explicadores de cuentos. Conrad, Kipling o el propio Borges lo eran principalmente. ¿Los oyentes de Nacho? Montse, que para variar se conoce bien la distancia que existe entre lo real y la imaginación; Lolita, que estaba entregada a creerse la fábula y cuanto más delirante fuera esta, mejor; Piluca, que sería la primera y única víctima de la reunión; Juan, el marido de Lolita, cuyo solo objetivo de la noche consistía en desconectar de su semana de trabajo; Eduardo, circunspecto catedrático de sociología y afiliado a UPyD y yo mismo.
Se trataba de un relato erótico, no pornográfico -en cuanto se cerraba la puerta del dormitorio ya no se conocían más detalles. Y Nacho iniciaba su historia con una pregunta que sonaba con la fuerza de un disparo. Lo hacía con Montse, que es chica rápida en recoger el guante y arrojarlo a su interlocutor.
- ¿Sabes por qué cuando una mujer acude a una cita -y me refiero a una cita seria- va con 2 juegos de ropa interior?
No estaba del todo mal, para empezar. Montse arriesgó una respuesta en la misma longitud de onda que el agente provocador -no es esta chica que se amilane con facilidad.
- Será porque, en el frenesí que venga después, le pueden romper el juego que lleva puesto..
Nacho sonríe con socarronería y contesta -en este punto debo decir que prescindiré de los comentarios, descalificaciones, interjecciones e insultos que jalonaron la intervención del fabulista. Ustedes mismos podrán hacerlo a su antojo. Sólo incluiré las más significativas para la comprensión del cuento.
- Estoy en el hotel Tryp, con un amigo -empieza Nacho-. Este me dice que me va a presentar a una tía, a la que se está tirando. Yo me digo: como esa chica me mire a los ojos, se la levanto.
- Pues en mi grupo de amigos había un principio básico -le reprocha Juan-: si alguno tenía un ligue, este se respetaba mientras durara.
- No era el caso -objetaría Nacho con rapidez-. Mi amigo, o lo que fuera, era un gilipollas. Presumía de tirarse a una tía pero no era así. Baja la tía con una minifalda por aquí -Nacho hace un dibujo con el dedo hacia la mitad del muslo-. Nos ponemos a comer y al poco tiempo ya estamos haciendo manitas sobre la mesa, en presencia de mi amigo, por supuesro. Luego nos cruzamos los teléfonos. Ella vivía en Barcelona, yo en Madrid, y nos llamábamos de vez en cuando. Pronto llegó el momento de concertar una cita, y claro, tenía que ser en Barcelona. El caso es que me fui para allá y me porté como un señor: la invité a cenar a un buen "restaurant", nos fuimos al Up & Down... Y no pasaba nada de particular, vamos, unas manitas, unos piquitos, nada. Hasta que le pregunté si quería que nos fuéramos a su casa -yo no había ni siquiera reservado un hotel-. "La verdad es que sí", me contestó. Así fue y ahí pasó. Me acuerdo que tenía un "souti" azul brillante con lunares -Nacho corre ahora un velo de censura a lo que sin duda adquiriría ribetes de pornografía-. Cuando salí de la ducha su ropa interior era morada.
El barullo que siguió a esta explicación no me ha permitido retener el comentario del orador respecto al posible segundo revolcón provocado por la nueva ropa interior. Pero Nacho tenía enganchado, febril y puesto al auditorio. Tenía que seguir.
- Esta segunda historia ocurrió en Zaragoza. Había quedado con una amiga, pero aparecieron 2. Llevaban puestos unos trajes de chaqueta negros... estaban buenísimas. El caso es que las invité a cenar, a las 2. Al cabo de un rato dicen que tienen calor y se quitan la chaqueta. Se quedan con las tetas al aire -explica Nacho de manera sospechosamente imperturbable-. Una tiene la teta poderosa y otra la teta leve, como la de Piluca...
La cara de la aludida era todo un poema. Si Piluca asistía a la apabullante historia de Nacho con un cierto rictus de sonrisa contenida, esa expresión se quebraría en una mueca, los ojos hacia el techo del establecimiento, como si quisiera volar de ese incómodo reducto.
Nacho provocaba entonces una discusión sobre los diferentes tipos de "poitrines" y su mayor o menor finura, que les ahorro.
- El caso es que hubo lío con una y con la otra y que pudo haber un trío -continuaría Nacho, en una exposición que perdía ya su ilación inicial. La verdad era que el ambiente había derivado en un grado de confusión que bordeaba la peligrosa frontera del caos. Sólo Piluca -atrapada por la levedad del ser y de las bellezas orgánicas- se encontraba en otra dimensión. Eduardo se armaba de un estoicismo filosófico-sociológico y observaba al confuso grupo con el escalpelo mental que disecciona las los componentes de lasreacciones humanas.
- Finalmente nos encontramos los 4 en una playa nudista de Biarritz. Las 2 despechadas, mi amigo el gilipollas y yo. Todos despelotados. Allí ya no ocurriría nada -explicó Nacho como remate a una historia circular en la que el "eros" devenía en "thanatos", o si se quiere resultar más prosaico, el cuento se transforma en realidad.
Luego pasamos a las bambalinas del teatro y a las sensaciones del contacto con la gente en los actos públicos. Sobre la noche de nuestro grupo había caído ya el tinglado de la antigua farsa.
Apenas una hora después, en un disco-bar poblado de insultante juventud balbucía yo unas inciertas sevillanas con Lolita. Su marido, en un ataque de poderosa ira ante mi torpe agresión a su reservado ámbito de influencia conyugal -este tipo debe ser un "moro"- me colgaba de su hombro a la manera de como se cargan los sacos de patatas y mi teléfono móvil se estrellaba contra el suelo de la discoteca, ante mi espanto -hoy en día a uno se le pueden perder hasta jas referencias, en tanto conserve su celular en un perfecto nivel de disponibilidad.
Nacho, que es como queda demostrado un gran fabulador y no menos una gran persona, me dejaba en casa después de una larga y divertida noche. Juan dormitaba mientras que Lolita, al volante, intentaba encaminarnos a la entrada de la calle. La oportuna llamada de Montse -"no se os puede dejar solos"- nos puso definitivamente sobre la pista, a la vez que demostraba que mi móvil no había sido damnificado.
Borges escribió una vez que la muerte era el olvido y que él suyo llegaría antes. No tenía razón, Borges es ya un ser inmortal y sus obras tienen el sabor de la eternidad. Tampoco esa noche se desprenderá de mi memoria. Fue una velada para el recuerdo.
sábado, 12 de abril de 2008
De ideas y personas
Jacques Toubon, que fuera en su día Secretario General del extinto RPR francés, decía que la izquierda vive la permanente tormenta de las ideas y que la derecha lo hace del mismo modo, pero con las personas. Seguramente que Toubon sólo detenía su reflexión en torno a su propio país. No es el caso de España. Aquí la izquierda carece de tormentas de ideas, quizás porque se encuentra en situación de encefalograma plano, aunque haya ganado las elecciones. La derecha sí, en la derecha se vive un permanente baile entre las personas. Por no remontarse demasiado atrás, Aznar creó el debate en torno a su sucesión sobre 3 posibilidades -Mayor, Rajoy y Rato-, y el elegido admitió la rivalidad, primero sorda, entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, hasta que esa contienda se ha hecho evidente y abierta y se le ha escapado de las manos al presidente de ese partido. Sería signo de renovación que Soraya Sáenz de Santamaría se convierta en portavoz parlamentaria –y elegida “a dedo”-, como si solamente un nombre pudiera evidenciar los síntomas de cambio en un partido que se presenta desorientado y sin reflejos.
Pero Esperanza Aguirre, después de amagar con su eventual candidatura en el Congreso de junio y como no parecía contar con excesivos apoyos, en su retirada táctica dice que sólo ha pretendido abrir un debate ideológico. No le falta razón, en un principio a la Presidenta de la Comunidad de Madrid: el partido en el que se encuentra ha perdido las elecciones generales y alguien debiera hacer alguna reflexión al respecto. lo malo es que no se conocen muy bien los mimbres de ese presunto debate y la que lo proponía ni siquiera los ha hecho públicos, quizás porque no los hay. ¿Se presentan sólo modelos de gestión? A lo mejor es que nada más se trata de eso y que la política se ha convertido en un gran consejo de administración y los políticos en meros consejeros delegados de la cosa pública.
Y entonces ya no se trata de ilusionar o de convocar a la ciudadanía a los proyectos que configurarán el futuro de nuestro país. Bastará con ofrecer un elenco de servicios -mejor o peor desarrollados- a esos mismos ciudadanos que los demandan. O -peor aún- nombres que parecen decirlo todo aunque apenas digan nada.
Podrá ser Rajoy, Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz-Gallardón quienes dirijan ese partido. Otra vez en el conflicto de las personas. Pero la ilusión nos la han dejado a otros.
Pero Esperanza Aguirre, después de amagar con su eventual candidatura en el Congreso de junio y como no parecía contar con excesivos apoyos, en su retirada táctica dice que sólo ha pretendido abrir un debate ideológico. No le falta razón, en un principio a la Presidenta de la Comunidad de Madrid: el partido en el que se encuentra ha perdido las elecciones generales y alguien debiera hacer alguna reflexión al respecto. lo malo es que no se conocen muy bien los mimbres de ese presunto debate y la que lo proponía ni siquiera los ha hecho públicos, quizás porque no los hay. ¿Se presentan sólo modelos de gestión? A lo mejor es que nada más se trata de eso y que la política se ha convertido en un gran consejo de administración y los políticos en meros consejeros delegados de la cosa pública.
Y entonces ya no se trata de ilusionar o de convocar a la ciudadanía a los proyectos que configurarán el futuro de nuestro país. Bastará con ofrecer un elenco de servicios -mejor o peor desarrollados- a esos mismos ciudadanos que los demandan. O -peor aún- nombres que parecen decirlo todo aunque apenas digan nada.
Podrá ser Rajoy, Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz-Gallardón quienes dirijan ese partido. Otra vez en el conflicto de las personas. Pero la ilusión nos la han dejado a otros.
viernes, 11 de abril de 2008
El debate
Hay 3 aspectos del reciente debate de política general que me interesaría resaltar.
El primero, el cara a cara Zapatero-Rajoy. No hubo novedad en él. Sonaba tan a "repe" que apenas si fue el tercer debate electoral, eso sí, despejando las tensiones de los 2 primeros, las "niñas" y las "buena suerte". La política española está anquilosada, es aburrida y se hace sólo en interés de los 2 principales contendientes. PP y PSOE nos piden el voto para "que se vayan" o para "que no vuelvan" y luego -nuevos mefistófeles- se apoderan hasta de nuestras almas.
El segundo aspecto es el relativo al debate Zapatero-Erkoreka -el portavoz del PNV-. Este se pareció bastante al cariño que puede sentir un oso cuando te abraza y a la sensación de fragilidad, vecina al desfallecimiento final, que presumiblemente experimentas en esos amorosos -para la bestia- momentos. El PSOE le quiere al PNV, aunque sólo le proporcione cándidos arrumacos que adjudica en forma de dolorosos zarpazos. Y su organización vasca pretende además gobernar con el partido nacionalista, sólo que mandando. Zapatero le vino a decir a su contendiente que el nuevo Estatuto lo harían ellos y Erkoreka -según el símil musístico por él empleado- no le ganó a la pequeña ni a la grande, carecía de pares y ni siquiera pudo envidar a juego siendo mano Zapatero. Y se retiraba pesaroso y corrido a su escaño. "Cuando no entran cartas es que no entran", venía a decir. Lo cierto es que él no era más que un "sparring" dedicado a entrenar al descomunal cuadrípedo que cuando se eleva sobre sus 2 patas traseras es como para echarse a temblar. El tiempo dirá si el oso se zampa la miel de los vascos o debe retirarse a la caverna e hibernar durante los próximos 4 años euskaldunes.
Y el miércoles por la mañana se abrieron las puertas del Congreso y entró el aire fresco de la calle. Era Rosa Díez que le contó a su ex jefe las verdades del barquero. Nada nuevo para quienes compartimos proyecto con ella, pero toda una revolución para nuestra apoltronada clase política. Una denuncia de esta España construida -¿destruida?- a base de retales de intereses superpuestos, donde la emulación no equivale al progreso sino a la práctica de la rapiña sobre el patrimonio común de los españoles, aludiendo al derecho pero basándose en el privilegio y ejerciendo la insolidaridad.
Rosa fue breve y concisa -carecía de tiempo- pero dejó en sus cortos minutos levantada y dispersa la hojarasca de las largas horas anteriores.
A las 2 Españas de Machado oponíamos nosotros una tercera. Y esa fue la España que habló en el Congreso en la voz de una mujer vasca, valiente y -a poco que se empeñe- universal.
El primero, el cara a cara Zapatero-Rajoy. No hubo novedad en él. Sonaba tan a "repe" que apenas si fue el tercer debate electoral, eso sí, despejando las tensiones de los 2 primeros, las "niñas" y las "buena suerte". La política española está anquilosada, es aburrida y se hace sólo en interés de los 2 principales contendientes. PP y PSOE nos piden el voto para "que se vayan" o para "que no vuelvan" y luego -nuevos mefistófeles- se apoderan hasta de nuestras almas.
El segundo aspecto es el relativo al debate Zapatero-Erkoreka -el portavoz del PNV-. Este se pareció bastante al cariño que puede sentir un oso cuando te abraza y a la sensación de fragilidad, vecina al desfallecimiento final, que presumiblemente experimentas en esos amorosos -para la bestia- momentos. El PSOE le quiere al PNV, aunque sólo le proporcione cándidos arrumacos que adjudica en forma de dolorosos zarpazos. Y su organización vasca pretende además gobernar con el partido nacionalista, sólo que mandando. Zapatero le vino a decir a su contendiente que el nuevo Estatuto lo harían ellos y Erkoreka -según el símil musístico por él empleado- no le ganó a la pequeña ni a la grande, carecía de pares y ni siquiera pudo envidar a juego siendo mano Zapatero. Y se retiraba pesaroso y corrido a su escaño. "Cuando no entran cartas es que no entran", venía a decir. Lo cierto es que él no era más que un "sparring" dedicado a entrenar al descomunal cuadrípedo que cuando se eleva sobre sus 2 patas traseras es como para echarse a temblar. El tiempo dirá si el oso se zampa la miel de los vascos o debe retirarse a la caverna e hibernar durante los próximos 4 años euskaldunes.
Y el miércoles por la mañana se abrieron las puertas del Congreso y entró el aire fresco de la calle. Era Rosa Díez que le contó a su ex jefe las verdades del barquero. Nada nuevo para quienes compartimos proyecto con ella, pero toda una revolución para nuestra apoltronada clase política. Una denuncia de esta España construida -¿destruida?- a base de retales de intereses superpuestos, donde la emulación no equivale al progreso sino a la práctica de la rapiña sobre el patrimonio común de los españoles, aludiendo al derecho pero basándose en el privilegio y ejerciendo la insolidaridad.
Rosa fue breve y concisa -carecía de tiempo- pero dejó en sus cortos minutos levantada y dispersa la hojarasca de las largas horas anteriores.
A las 2 Españas de Machado oponíamos nosotros una tercera. Y esa fue la España que habló en el Congreso en la voz de una mujer vasca, valiente y -a poco que se empeñe- universal.
jueves, 10 de abril de 2008
Anneli está obsesionada con la idea de la primera comunión de Pilar, así que decide pasar a una de las más difíciles de entre las ofensivas que tiene este asunto: la propia Pilar. Durante una visita que le hacemos ella y yo, su madre le habla de Eugenio, que es como se llama el cura. Según mi mujer es amigo mío. A pesar de que yo no le conozca. Anneli quiere que nuestra hija no sienta un rechazo previo en relación con el sacerdote. Yo hago un gesto de extrañeza y Pilar lo nota perfectamente. En todo caso tengo muy claro que no le voy a seguir el juego. Pilar me mira fijamente y mueve repetidas veces la cabeza haciendo una señal de negación. Esa actitud evidencia además la incomodidad que siente la niña en esos momentos, porque se agita violentamente y con furia -algunas veces yo mismo he puesto mi cabeza al lado de la suya durante estas agitadas expansiones, y puedo asegurar que el golpe resulta contundente-. Anneli hace a su vez todo tipo de aspavientos para que acepte que Eugenio es mi amigo. Entre dos mujeres que reclaman de mí una decisión yo me mantengo en mis trece: No le conozco, de modo que no puede ser mi amigo.
Intento en todo caso reconducir la situación. “¿Quieres que le regalemos un ejemplar de mi libro[1] de tu parte?”, le pregunto. Pilar es una niña generosa –es verdad, aunque lo es siempre bastante más en relación con las cosas que son de los demás, suele ocurrir a menudo...- y me contesta que sí. Ahora no tiene escapatoria. “De acuerdo –reflexiono en voz alta-. Entonces ¿cómo vas a negarte a recibir a una persona a la que le has regalado algo?"
Vencida por la evidencia del argumento Pilar va perdiendo convicción en sus movimientos de rechazo y cesa en ellos. Finalmente su cabeza reposa tranquilamente sobre el extremo de su cama de hospital, ligeramente levantada de la horizontal..
Sin recurrir a la mentira he conseguido reconciliar a mis dos mujeres con sus criterios previos.
Y es que estoy convencido de que a la niña no se la debe engañar. En cualquier momento ella se daría cuenta del ardid y eso le produciría una importante desazón de efectos imprevisibles. No hay que olvidar que está atravesando en la actualidad por la complicada fase de la adolescencia. Pilar se encuentra en un hospital; tiene una serie de funciones orgánicas limitadas, si se quiere atrofiadas por la ausencia de su uso. Pero no es tonta, ni retrasada. Nada de eso...
[1] “Sin perder la dignidad...”
Intento en todo caso reconducir la situación. “¿Quieres que le regalemos un ejemplar de mi libro[1] de tu parte?”, le pregunto. Pilar es una niña generosa –es verdad, aunque lo es siempre bastante más en relación con las cosas que son de los demás, suele ocurrir a menudo...- y me contesta que sí. Ahora no tiene escapatoria. “De acuerdo –reflexiono en voz alta-. Entonces ¿cómo vas a negarte a recibir a una persona a la que le has regalado algo?"
Vencida por la evidencia del argumento Pilar va perdiendo convicción en sus movimientos de rechazo y cesa en ellos. Finalmente su cabeza reposa tranquilamente sobre el extremo de su cama de hospital, ligeramente levantada de la horizontal..
Sin recurrir a la mentira he conseguido reconciliar a mis dos mujeres con sus criterios previos.
Y es que estoy convencido de que a la niña no se la debe engañar. En cualquier momento ella se daría cuenta del ardid y eso le produciría una importante desazón de efectos imprevisibles. No hay que olvidar que está atravesando en la actualidad por la complicada fase de la adolescencia. Pilar se encuentra en un hospital; tiene una serie de funciones orgánicas limitadas, si se quiere atrofiadas por la ausencia de su uso. Pero no es tonta, ni retrasada. Nada de eso...
[1] “Sin perder la dignidad...”
miércoles, 9 de abril de 2008
La vergüenza
El comité electoral de UPyD de Vizcaya ha planteado una inicitiva que se desenvuelve en 2 órdenes de actuaciones. Se trata de expulsar a los componentes de las organizaciones filoterroristas -EHAK, ANV- de las instituciones.
Se trata de una decisión que nacía de la tristeza, de la más absoluta pesadumbre que acompañaba nuestros cansados pasos por las calles de Mondragón 2 días antes de las elecciones. Estábamos hastiados de tanto terrorismo que sólo bebe de las podridas aguas ya contaminadas por otros terrorismos: ETA intervino en la campaña electoral de 2.008 lo mismo que lo hizo Al Qaeda en 2.004. Pero estábamos apesadumbrados también porque sabíamos muy bien que, apenas concluidos los rituales que forman parte de los habituales actos celebrados en homenaje a las víctimas se volvería a representar el tinglado de la antigua farsa, de modo que sería la pelea política en el regate en corto y no el sentido de Estado y la política con letras mayúsculas la que velaría el recuerdo de la última víctima del odio asesino.
No nos equivocamos. Es evidente que unos y otros están instrumentando el atentado en beneficio de sus particulares objetivos partidarios. Podría hacer ahora la relación de agravios que como ciudadano se pueden contar para mejor acreditar mi afirmación. No lo haré. Escribo este comentario como portavoz de un partido que pretende huir de la descalificación, lo que entiendo tiene también que ver con mi trayectoria política.
Y porque creemos que tienen la oportunidad de rectificar. Cualquier momento de la vida está abierto al cambio. Por eso UPyD va a invitar a todos los partidos políticos vascos que cuenten con alguna significación a que suscriban un documento por el que se expulse de las instituciones -principalmente de las alcaldías- de quienes sólo son una extensión política de la banda asesina. Invitaremos también a los sindicatos, asociaxiones, foros cívicos, fundaciones y personas con disposición a colaborar en este empeño.
Será un documento abierto al debate y a la corrección por quienes se encuentren dispuestos a suscribirlo, y estará abierto también a quienes, con el tiempo, deseen incorporarse a esta iniciativa.
Y queremos dar comienzo a este objetivo con una representación teatral en la plaza principal de Mondragón -junto al Ayuntamiento-, a la manera de la antigua tragedia griega. Este es el segundo orden de actuación a que me refería.
No voy a ser más expresivo por el momento. Es verdad que contamos con las ideas y con su desarrollo, pero es igualmente cierto que lo haremos con el concurso de cuantas organizaciones y personas se quieran sumar a este proyecto que nos gustaría fuera amplio y unitario.
La vergüenza de lo que se vive en Mondragón y en otros municipios e instituciones en el País Vasco se magnifica si va de la mano con el silencio que sería traidor y cómplice y se abrazaría con los cuerpos de los asesinos en lugar de salir al encuentro solidario con las víctimas. Y a eso no estamos dispuestos.
Se trata de una decisión que nacía de la tristeza, de la más absoluta pesadumbre que acompañaba nuestros cansados pasos por las calles de Mondragón 2 días antes de las elecciones. Estábamos hastiados de tanto terrorismo que sólo bebe de las podridas aguas ya contaminadas por otros terrorismos: ETA intervino en la campaña electoral de 2.008 lo mismo que lo hizo Al Qaeda en 2.004. Pero estábamos apesadumbrados también porque sabíamos muy bien que, apenas concluidos los rituales que forman parte de los habituales actos celebrados en homenaje a las víctimas se volvería a representar el tinglado de la antigua farsa, de modo que sería la pelea política en el regate en corto y no el sentido de Estado y la política con letras mayúsculas la que velaría el recuerdo de la última víctima del odio asesino.
No nos equivocamos. Es evidente que unos y otros están instrumentando el atentado en beneficio de sus particulares objetivos partidarios. Podría hacer ahora la relación de agravios que como ciudadano se pueden contar para mejor acreditar mi afirmación. No lo haré. Escribo este comentario como portavoz de un partido que pretende huir de la descalificación, lo que entiendo tiene también que ver con mi trayectoria política.
Y porque creemos que tienen la oportunidad de rectificar. Cualquier momento de la vida está abierto al cambio. Por eso UPyD va a invitar a todos los partidos políticos vascos que cuenten con alguna significación a que suscriban un documento por el que se expulse de las instituciones -principalmente de las alcaldías- de quienes sólo son una extensión política de la banda asesina. Invitaremos también a los sindicatos, asociaxiones, foros cívicos, fundaciones y personas con disposición a colaborar en este empeño.
Será un documento abierto al debate y a la corrección por quienes se encuentren dispuestos a suscribirlo, y estará abierto también a quienes, con el tiempo, deseen incorporarse a esta iniciativa.
Y queremos dar comienzo a este objetivo con una representación teatral en la plaza principal de Mondragón -junto al Ayuntamiento-, a la manera de la antigua tragedia griega. Este es el segundo orden de actuación a que me refería.
No voy a ser más expresivo por el momento. Es verdad que contamos con las ideas y con su desarrollo, pero es igualmente cierto que lo haremos con el concurso de cuantas organizaciones y personas se quieran sumar a este proyecto que nos gustaría fuera amplio y unitario.
La vergüenza de lo que se vive en Mondragón y en otros municipios e instituciones en el País Vasco se magnifica si va de la mano con el silencio que sería traidor y cómplice y se abrazaría con los cuerpos de los asesinos en lugar de salir al encuentro solidario con las víctimas. Y a eso no estamos dispuestos.
martes, 8 de abril de 2008
Ahora recuerdo el día en que nació. Una mañana de finales de agosto de 1987, seguramente después de la temporada de fiestas de Bilbao. Anneli y yo asistíamos puntualmente a los toros y, después, a la acostumbrada cita del Hotel Ercilla, donde compartíamos un aperitivo con los amigos, y antes también de la consabida cena con quien correspondiera esa noche, y de las copas que nos conducían inevitablemente a la discoteca “Bocaccio”, del siempre divertido e inevitable hotel de la calle Ercilla, donde bailábamos unas sevillanas que no sabíamos muy bien interpretar, animados por las guitarras de los del “Río”, claro, antes de que estos señores se hicieran mundialmente famosos con su “Macarena”.
Anneli tenía su cita con el ginecólogo, el titular estaba de vacaciones. Su sustituto, un joven “bastante guapo” –según mi mujer, que yo de belleza masculina no he entendido nunca-, le hizo la correspondiente ecografía para decirle que había visto algo raro –luego supimos que lo que vio era lo que no vio, trabalenguas aparente que quiere decir que no observó movimiento en el feto-. Por lo tanto, había que proceder a una cesárea programada. A esta sí podría acudir el ginecólogo habitual de Anneli.
Y ella estaba más que preocupada con el asunto, aunque le echaba valor suficiente para no transmitírmelo a mí. Lo cierto es que me hizo acompañarla a la iglesia getxotarra de Las Mercedes, donde un viejísimo y sordísimo don Julio –más conocido por el vecindario como “don Julito”, a causa de su tamaño y vivacidad- le preguntaba cosas como “¿quién es ese César?” –por lo de la cesárea- y le comentaba que "pobre chica, –por mi mujer- ¡con lo bien que salen por el otro sitio!”
Así que esa mañana, una vez que se había visto ungida por todas las bendiciones posibles, Anneli se fue hasta la clínica de San Sebastián en Deusto, donde unos cincuenta años antes había muerto mi abuelo, después de haber recibido en su cuerpo buena parte de los dos cargadores que vaciaba un pobre loco nacionalista vasco.
Yo me encontraba en la habitación que nos habían asignado esperando el advenimiento. Y lo que advino sería que “la madre está bien, pero la niña no respira”, según el confuso mensaje que recibíamos de las enfermeras que habían atendido el parto, a la vez que arrastraba la cama de Anneli hasta el lugar que le correspondía. Mi mujer, que apenas estaba saliendo de la anestesia, adormilada y torpe de reflejos, no sabía preguntar otra cosa: “¿qué ha pasado?” Por supuesto que le dijimos que “nada, no ha pasado nada”, y que muy pronto podría ver a la niña.
Pero mi hermana Teresa –que es médica- y yo salíamos corriendo hasta el hospital de Basurto, pues hasta allí nos habían dicho que llevaban a la recién nacida. Yo ya me estaba haciendo a la idea de que mi hija no había sobrevivido al parto, y le confesaba a Teresa, sentado ante una jardinera del establecimiento hospitalario, a la espera de alguna información sobre la niña que, al fin y al cabo, “con todos los problemas que tiene hoy en día la crianza y la educación de los hijos, cualquiera sabía si no era mejor así”.
Pero no la habían llevado a Basurto, sino a Cruces. Así que Teresa y yo salíamos precipitadamente hasta este otro hospital. Afortunadamente Vizcaya es una provincia de densa población y comunicaciones relativamente fáciles, de modo que llegábamos muy pronto allí.
Pero no la vimos en ese momento. Sólo creo que pude hablar con uno de los médicos del equipo. Y en esos momentos de confusión prácticamente nadie quería decir nada. La niña había sido trasladada desde una clínica privada –en realidad un establecimiento diferente al que nos encontrábamos- y ellos parecían no querer asumir ninguna responsabilidad por un hecho en el que no habían intervenido y aún no se explicaban muy bien. Recuerdo que recibí estos comentarios en medio de mi aturdimiento general. Yo tampoco estaba responsabilizando a nadie de nada.
Poco tiempo después, mi valoración respecto del equipo médico, de enfermería y de servicios generales de Cruces se acrecía de forma que ya hoy no creo que pueda resultar superado en cuanto a calidad profesional y humana por ningún otro.
Anneli tenía su cita con el ginecólogo, el titular estaba de vacaciones. Su sustituto, un joven “bastante guapo” –según mi mujer, que yo de belleza masculina no he entendido nunca-, le hizo la correspondiente ecografía para decirle que había visto algo raro –luego supimos que lo que vio era lo que no vio, trabalenguas aparente que quiere decir que no observó movimiento en el feto-. Por lo tanto, había que proceder a una cesárea programada. A esta sí podría acudir el ginecólogo habitual de Anneli.
Y ella estaba más que preocupada con el asunto, aunque le echaba valor suficiente para no transmitírmelo a mí. Lo cierto es que me hizo acompañarla a la iglesia getxotarra de Las Mercedes, donde un viejísimo y sordísimo don Julio –más conocido por el vecindario como “don Julito”, a causa de su tamaño y vivacidad- le preguntaba cosas como “¿quién es ese César?” –por lo de la cesárea- y le comentaba que "pobre chica, –por mi mujer- ¡con lo bien que salen por el otro sitio!”
Así que esa mañana, una vez que se había visto ungida por todas las bendiciones posibles, Anneli se fue hasta la clínica de San Sebastián en Deusto, donde unos cincuenta años antes había muerto mi abuelo, después de haber recibido en su cuerpo buena parte de los dos cargadores que vaciaba un pobre loco nacionalista vasco.
Yo me encontraba en la habitación que nos habían asignado esperando el advenimiento. Y lo que advino sería que “la madre está bien, pero la niña no respira”, según el confuso mensaje que recibíamos de las enfermeras que habían atendido el parto, a la vez que arrastraba la cama de Anneli hasta el lugar que le correspondía. Mi mujer, que apenas estaba saliendo de la anestesia, adormilada y torpe de reflejos, no sabía preguntar otra cosa: “¿qué ha pasado?” Por supuesto que le dijimos que “nada, no ha pasado nada”, y que muy pronto podría ver a la niña.
Pero mi hermana Teresa –que es médica- y yo salíamos corriendo hasta el hospital de Basurto, pues hasta allí nos habían dicho que llevaban a la recién nacida. Yo ya me estaba haciendo a la idea de que mi hija no había sobrevivido al parto, y le confesaba a Teresa, sentado ante una jardinera del establecimiento hospitalario, a la espera de alguna información sobre la niña que, al fin y al cabo, “con todos los problemas que tiene hoy en día la crianza y la educación de los hijos, cualquiera sabía si no era mejor así”.
Pero no la habían llevado a Basurto, sino a Cruces. Así que Teresa y yo salíamos precipitadamente hasta este otro hospital. Afortunadamente Vizcaya es una provincia de densa población y comunicaciones relativamente fáciles, de modo que llegábamos muy pronto allí.
Pero no la vimos en ese momento. Sólo creo que pude hablar con uno de los médicos del equipo. Y en esos momentos de confusión prácticamente nadie quería decir nada. La niña había sido trasladada desde una clínica privada –en realidad un establecimiento diferente al que nos encontrábamos- y ellos parecían no querer asumir ninguna responsabilidad por un hecho en el que no habían intervenido y aún no se explicaban muy bien. Recuerdo que recibí estos comentarios en medio de mi aturdimiento general. Yo tampoco estaba responsabilizando a nadie de nada.
Poco tiempo después, mi valoración respecto del equipo médico, de enfermería y de servicios generales de Cruces se acrecía de forma que ya hoy no creo que pueda resultar superado en cuanto a calidad profesional y humana por ningún otro.
lunes, 7 de abril de 2008
Sunday morning's coming down
Cuando salía de casa ese domingo en Bilbao recordaba la canción que, con el mismo título que el que le he puesto a este comentario, entonaba con su voz grave de dipsómano Johnnie Cash.
Era esta una mañana de domingo diferente a tantas otras en que, protegido -¿prisionero?- en el reducido habitáculo de un coche, los 2 escoltas por delante, me dirigía como casi siempre a visitar a Pilar, mi hija, al hospital que fuera su vivienda durante los 20 años de su vida..
Mis pasos se encaminaban hacia el Guggenheim, donde quería ver la muestra surrealista que allí se expone, cuando, una vez rebasado el hotel Dómine -contiguo al museo- me salía al encuentro la voz familiar de Germán López-Bravo, concejal en Ondárroa por el PP. Es relativamente fácil tropezarse con Germán si paseas por Bilbao, porque las calles del "bocho" vienen a ser como una suerte de solución de continuidad de su casa, en la que por cierto supongo que no parará demasiado tiempo.
Germán López-Bravo es persona expansiva y de verbo inagotable. Me señala a la dirigente del PNV Josune Aristondo que lee la prensa del día sentada en una de las mesas de la cafetería del hotel, en tanto que Germán y yo nos tomamos un café.
"Estamos juntos en la gestora de Ondárroa -me dice Germán-. Celebramos las reuniones en Bilbao y yo siempre protesto, pero no hay nada que hacer". Y nos referimos al pavor que sienten los nacionalistas respecto de los radicales que militan en el mismo espacio ideológíco que ellos.
Tiene Germán un hijo en Chicago del que siempre me habla. Está casado. El padre de su mujer -el consuegro de Germán- milita en el Partido Demócrata y apoya a Barack Obama con quien Germán se ha hecho una foto. "Mi consuegro es del 'lobby' judío -me dice-. Yo estoy más a favor de los republicanos".
- Eres el concejal más internacional de Ondárroa de todos los tiempos -le digo. Y me contesta que 4 legislaturas dan para mucho.
Se va para Vitoria porque hoy es la fiesta de San Prudencio y yo reanudo mi camino hacia el museo. El síndrome americano me rodea esta mañana, porque después de mi conversación con Germán observo que la mayor parte del espacio expositivo está invadido por la muestra "Art in USA" y yo me acuerdo de las palabras de mi amigo Agustín Ibarrola cuando se refería a la "colonización cultural" en la que vive el País Vasco. Lo surreal es al fin real y tiene un acomodo marginal en el Guggenheim.
Y sigo mi paseo hacia ese mercadillo de las "pulgas" que se abre todos los domingos por la mañana en la Plaza Nueva de Bilbao. Cuando atravieso los Jardines de Albia, contiguos a la iglesia de San Vicente, tocan a rebato las campanas de la una y me acuerdo de su párroco que reza todas las tardes por esa familia que me duraría apenas 23 años y de la que ahora sólo quedo yo.
La Plaza Nueva es un hervidero de gente que se disputa un hueco en los puestos que ofrecen libros, revistas, pájaros y cachivaches. Pero no hago el recorrido completo. Al poco rato uno de mis escoltas me previene acerca de unos sujetos que no me quitan el ojo y me conmina a que abandone el recinto.
Cuando regreso al Ensanche pienso en este Bilbao hecho de cuchillos en las esquinas -que diría Jon Juaristi-, cuyos recuerdos hieren no menos que los acontecimientos cotidianos.
Era esta una mañana de domingo diferente a tantas otras en que, protegido -¿prisionero?- en el reducido habitáculo de un coche, los 2 escoltas por delante, me dirigía como casi siempre a visitar a Pilar, mi hija, al hospital que fuera su vivienda durante los 20 años de su vida..
Mis pasos se encaminaban hacia el Guggenheim, donde quería ver la muestra surrealista que allí se expone, cuando, una vez rebasado el hotel Dómine -contiguo al museo- me salía al encuentro la voz familiar de Germán López-Bravo, concejal en Ondárroa por el PP. Es relativamente fácil tropezarse con Germán si paseas por Bilbao, porque las calles del "bocho" vienen a ser como una suerte de solución de continuidad de su casa, en la que por cierto supongo que no parará demasiado tiempo.
Germán López-Bravo es persona expansiva y de verbo inagotable. Me señala a la dirigente del PNV Josune Aristondo que lee la prensa del día sentada en una de las mesas de la cafetería del hotel, en tanto que Germán y yo nos tomamos un café.
"Estamos juntos en la gestora de Ondárroa -me dice Germán-. Celebramos las reuniones en Bilbao y yo siempre protesto, pero no hay nada que hacer". Y nos referimos al pavor que sienten los nacionalistas respecto de los radicales que militan en el mismo espacio ideológíco que ellos.
Tiene Germán un hijo en Chicago del que siempre me habla. Está casado. El padre de su mujer -el consuegro de Germán- milita en el Partido Demócrata y apoya a Barack Obama con quien Germán se ha hecho una foto. "Mi consuegro es del 'lobby' judío -me dice-. Yo estoy más a favor de los republicanos".
- Eres el concejal más internacional de Ondárroa de todos los tiempos -le digo. Y me contesta que 4 legislaturas dan para mucho.
Se va para Vitoria porque hoy es la fiesta de San Prudencio y yo reanudo mi camino hacia el museo. El síndrome americano me rodea esta mañana, porque después de mi conversación con Germán observo que la mayor parte del espacio expositivo está invadido por la muestra "Art in USA" y yo me acuerdo de las palabras de mi amigo Agustín Ibarrola cuando se refería a la "colonización cultural" en la que vive el País Vasco. Lo surreal es al fin real y tiene un acomodo marginal en el Guggenheim.
Y sigo mi paseo hacia ese mercadillo de las "pulgas" que se abre todos los domingos por la mañana en la Plaza Nueva de Bilbao. Cuando atravieso los Jardines de Albia, contiguos a la iglesia de San Vicente, tocan a rebato las campanas de la una y me acuerdo de su párroco que reza todas las tardes por esa familia que me duraría apenas 23 años y de la que ahora sólo quedo yo.
La Plaza Nueva es un hervidero de gente que se disputa un hueco en los puestos que ofrecen libros, revistas, pájaros y cachivaches. Pero no hago el recorrido completo. Al poco rato uno de mis escoltas me previene acerca de unos sujetos que no me quitan el ojo y me conmina a que abandone el recinto.
Cuando regreso al Ensanche pienso en este Bilbao hecho de cuchillos en las esquinas -que diría Jon Juaristi-, cuyos recuerdos hieren no menos que los acontecimientos cotidianos.
domingo, 6 de abril de 2008
Las 10 preguntas de Ségolène
Ante la más pertinaz sequía en el debate protagonizado por nuestros partidos tradicionales mi atención se fija en la noticia que aparecía en "Le Monde" el pasado viernes, y en el que la candidata a dirtgir el Partido Socialista francés, Ségolène Royal -que ya fuera candidata en las recientes presidenciales en su país- formula a sus nuevos electores.
1. Hay que salir del abismo entre un discurso pseudo-revolucionario en la oposición y un conformismo económico en el poder. ¿De qué manera?
2. El socialismo no puede contentarse con situar al capitalismo financiero en el margen. ¿Cómo repartir de otra manera la riqueza?
3. ¿Qué debemos adoptar de los modelos progresiostas de otros países y qué rechazar?
4. Hay que promover la agilidad de las empresas, el gusto por el riesgo y el espíritu de emprender, mejorando al mismo tiempo la seguridad de los asalariados y sus derechos sociales. ¿Con qué compromiso?
5. Hay que equilibrar la relación de fuerzas entre el trabajo y el capital por un mejor reparto del beneficio. ¿Qué contrapoderes en la empresa?
6. ¿Cómo romper con la redistribución pasiva y burocrática como principal medio de atacar la injusticia social?
7. ¿Cómo mejorar el proyecto europeo para no olvidar los intereses de los pueblos y de los países?
8. Los pueblos del Norte deben ser protegidos de la competencia internacional sin que los pueblos del Sur sean víctimas del proteccionismo. . ¿Con qué nuevas reglas?
9. Los Estados y el mercado deben asegurar el mantenimiento ecológico del planeta. ¿Qué nuevo modelo de desarrollo?
10. El Partido socialista debe integrar todas las nuevas formas de militancia y de compromiso ciudadano, así como los logros del trabajo de los representante en las corporaciones locales. Debe también decidir cde manera eficaz con el sentido de la disciplina colectiva. ¿Qué nuevas reglas para hacerlo con serenidad?
Me gustraría invitaros a la apertura de un debate en este blog sobre estas -y otras- cuestiones respecto del que yo mismo iré aportando mi propio punto de vista.
1. Hay que salir del abismo entre un discurso pseudo-revolucionario en la oposición y un conformismo económico en el poder. ¿De qué manera?
2. El socialismo no puede contentarse con situar al capitalismo financiero en el margen. ¿Cómo repartir de otra manera la riqueza?
3. ¿Qué debemos adoptar de los modelos progresiostas de otros países y qué rechazar?
4. Hay que promover la agilidad de las empresas, el gusto por el riesgo y el espíritu de emprender, mejorando al mismo tiempo la seguridad de los asalariados y sus derechos sociales. ¿Con qué compromiso?
5. Hay que equilibrar la relación de fuerzas entre el trabajo y el capital por un mejor reparto del beneficio. ¿Qué contrapoderes en la empresa?
6. ¿Cómo romper con la redistribución pasiva y burocrática como principal medio de atacar la injusticia social?
7. ¿Cómo mejorar el proyecto europeo para no olvidar los intereses de los pueblos y de los países?
8. Los pueblos del Norte deben ser protegidos de la competencia internacional sin que los pueblos del Sur sean víctimas del proteccionismo. . ¿Con qué nuevas reglas?
9. Los Estados y el mercado deben asegurar el mantenimiento ecológico del planeta. ¿Qué nuevo modelo de desarrollo?
10. El Partido socialista debe integrar todas las nuevas formas de militancia y de compromiso ciudadano, así como los logros del trabajo de los representante en las corporaciones locales. Debe también decidir cde manera eficaz con el sentido de la disciplina colectiva. ¿Qué nuevas reglas para hacerlo con serenidad?
Me gustraría invitaros a la apertura de un debate en este blog sobre estas -y otras- cuestiones respecto del que yo mismo iré aportando mi propio punto de vista.
sábado, 5 de abril de 2008
Arcadi Espada se retrasa. Almudena Semur -compañera en el Comité de Dirección de UPyD, pero antes que nada amiga- está extrañada. "Arcadi suele ser puntual", dice. Y se va hacia la puerta del Círculo Ecuestre, donde nos habíamos citado. Al poco rato vuelve al saloncito que dispone de un mirador que da a la Diagonal. No traía corbata y le han endosado una de color verde que destaca en toda su apoteosis sobre el fondo negro de su ropa, que se diría evocadora de los ya viejos tiempos existencialistas.
Nos saludamos y apenas sentados en los cómodos sofás del club, Arcadi es todo él un torrente de preguntas. "Es que es periodista", le disculpa Almudena. Arcadi está muy interesado por el caso de mi hija Pilar y pide uno y más detalles acerca de su larga enfermedad. Al cabo de un rato me pide permiso para publicar un artículo en "El Mundo" sobre su historia y yo le autorizo a que lo haga. Creo sinceramente que la vida de Pilar ha sido corta en el espacio y en el tiempo para ella, pero que ha estado repleta de enseñanzas para quienes hemos compartido muchos momentos inolvidables a los pies de su cama o junto a su silla ergonómica de ruedas. Una vida que transcurriió junto al borde cotidiano de la muerte, como un equilibrista que a cada paso desafiara un abismo terminal. Y la felicidad de vivir sabiendo, palpando con la punta de los dedos, que ese día puede ser anticipo del día final. Y, por eso, saboreando su propia vida de una manera tan especial. Es un caso que merece ser conocido.
Luego le pregunto yo acerca de su opinión respecto del momento político. Muy pronto su respuesta sale al encuentro con nuestro partido.
- Hoy, UPyD es un partido de Madrid. Si quiere llegar a convertirse en un partido nacional tendrá que serlo en Cataluña -dice.
Y yo pienso entonces en el dicho que habla del bosque y de los árboles. Arcadi ve con claridad al primero, pero en el día a día de las cosas uno no sobrevuela los paisajes a vista de pájaro, debe caminar pegado a los árboles y a la maleza y a un terreno que a veces se torna arriscado y otras -las menos- puede ser amable.
- Acabo de hablar con Boadella -nos dice Arcadi-. Ya sabéis que Baltasar, el Conseller de Medio Ambiente de la Generalitat, ha ido a visitar a la Virgen de Monserrat y le ha dicho que aunque no cree en ella le pide que si puede hacer algo porque llueva que por favor lo haga. Y Boadella me ha dicho: "Arcadi, yo ya no hago más teatro. Es imposible superarlos".
Arcadi devuelve la corbata y vuelve a su atuendo del París de los '60 cuando la noche cae sobre Barcelona y nos decimos adiós.
Nos saludamos y apenas sentados en los cómodos sofás del club, Arcadi es todo él un torrente de preguntas. "Es que es periodista", le disculpa Almudena. Arcadi está muy interesado por el caso de mi hija Pilar y pide uno y más detalles acerca de su larga enfermedad. Al cabo de un rato me pide permiso para publicar un artículo en "El Mundo" sobre su historia y yo le autorizo a que lo haga. Creo sinceramente que la vida de Pilar ha sido corta en el espacio y en el tiempo para ella, pero que ha estado repleta de enseñanzas para quienes hemos compartido muchos momentos inolvidables a los pies de su cama o junto a su silla ergonómica de ruedas. Una vida que transcurriió junto al borde cotidiano de la muerte, como un equilibrista que a cada paso desafiara un abismo terminal. Y la felicidad de vivir sabiendo, palpando con la punta de los dedos, que ese día puede ser anticipo del día final. Y, por eso, saboreando su propia vida de una manera tan especial. Es un caso que merece ser conocido.
Luego le pregunto yo acerca de su opinión respecto del momento político. Muy pronto su respuesta sale al encuentro con nuestro partido.
- Hoy, UPyD es un partido de Madrid. Si quiere llegar a convertirse en un partido nacional tendrá que serlo en Cataluña -dice.
Y yo pienso entonces en el dicho que habla del bosque y de los árboles. Arcadi ve con claridad al primero, pero en el día a día de las cosas uno no sobrevuela los paisajes a vista de pájaro, debe caminar pegado a los árboles y a la maleza y a un terreno que a veces se torna arriscado y otras -las menos- puede ser amable.
- Acabo de hablar con Boadella -nos dice Arcadi-. Ya sabéis que Baltasar, el Conseller de Medio Ambiente de la Generalitat, ha ido a visitar a la Virgen de Monserrat y le ha dicho que aunque no cree en ella le pide que si puede hacer algo porque llueva que por favor lo haga. Y Boadella me ha dicho: "Arcadi, yo ya no hago más teatro. Es imposible superarlos".
Arcadi devuelve la corbata y vuelve a su atuendo del París de los '60 cuando la noche cae sobre Barcelona y nos decimos adiós.
viernes, 4 de abril de 2008
Era una mañana de cálida primavera en Barcelona. Me había citado con esa persona encantadora que es Sisi para visitar juntos la Casa del Tíbet.
Y lo primero que hizo Sisi fue enseñarme su jardín-azotea, un a modo de "solarium" en el que caben además todas las historias que Sisi nos quiere contar. Las figuras de un Nacimiento, de los animales de todas las condiciones y tamaños conviven con las plantas y se integran en unos tiestos rectangulares que son escenarios reducidos de la obras que en ellos se representan. Las figuras pierden su singular batalla contra la naturaleza vegetal, en una sorprendente contra-alegoría de los tiempos actuales, porque en el jardín de Sisi las plantas crecen y hombres y animales se retiran a los extremos del rectángulo, como boxeadores agotados por el combate y que sólo esperan a que alguien arroje la toalla por ellos.
Es el jardín de las mil y una historias vividas en los mil y uno días de luz, porque la verdura te devuelve la vida oxigenada -y respirada, de día, por lo mismo que te la roba por la noche en ese permanente ciclo del eterno retorno de los contrarios que es nuestra existencia.
La nuestra con la Casa del Tíbet fue una cita inexistente. Sisi tocaba la puerta acristalada de la oficina central y de ella salía un joven oriental que no podía sino ser tibetano. Ngawang -es su nombre- cree que tiene 33 ó 34 años -debe fiarse de la imprecisa memoria de sus padres, su partida de nacimiento ha desaparecido, ¡quién sabe si existió algún día!- y fue a ingresar en este mundo en el exilio, en el Nepal.
Tiene pocas noticias acerca de lo que está ocurriendo ahora en el Tíbet. Las conversaciones telefónicas con la región son escasas e invariablemente controladas. Los datos que se refieren a las víctimas mortales de los sucesos recientes proceden del gobierno tibetano en el exilio de Dharamsala y ascienden a unas 140.
Según Ngawang, China está protagonizando un verdadero proceso de colonización del Tíbet. Ha llegado a situar 7 millones y medio de chinos sobre 6 millones de ciudadanos. Las autoridades de Beijing ofrecen siempre los mejores puestos de trabajo a los chinos. Los tibetanos ocupam imvariablemente los empleos subordinados y están dirigidos siempre por chinos.
La cultura constituye otro de los problemas flagrantes -el Dalai Lama se ha referido al "genocidio cultural"-. Y Ngawang nos explica que a partir de los 5 años los niños ya no pueden estudiar en el idioma tibetano. Los medios de comunicación "libres" -emisoras de radio y cadenas de televisión- ven distorsionadas sus frecuencias por las autoridades chinas.
Las protestas de este año -al revés de la del '80- se ha extendido a todo el país. Ngawang reconoce que no han sido pacíficas por parte de los tibetanos.
Le pregunto por el régimen feudal que el propio Dalai Lama habría dirigido en Tíbet hasta su exilio en 1.959. Dice que no sabe muy bien si era o no feudal, que los monasterios y la nobleza tenían sus tierras que cultivaban los campesinos y que pagaban a sus dueños mediante retribuciones en especie.
Le pregunto también sobre el régimen electoral. En Dharamsala hay un parlamento elegido por los tibetanos exiliados en todo el mundo.
Mi última cuestión se refiere a la dicotomía entre la independencia y la autonomía. Para Ngawang no la hay: la autonomía es sólo un camino en la consecución del primero de los objetivos.
Cuando abandonamos el local, Sisi se advierte del mapa que figura en la salida y que representa al Tíbet y a China. Se trata de 2 países de extensiones similares con poblaciones harto desproporcionadas. Sisi lo ve muy claro.
- El Tíbet no tiene nada que hacer -me dice.
Y lo primero que hizo Sisi fue enseñarme su jardín-azotea, un a modo de "solarium" en el que caben además todas las historias que Sisi nos quiere contar. Las figuras de un Nacimiento, de los animales de todas las condiciones y tamaños conviven con las plantas y se integran en unos tiestos rectangulares que son escenarios reducidos de la obras que en ellos se representan. Las figuras pierden su singular batalla contra la naturaleza vegetal, en una sorprendente contra-alegoría de los tiempos actuales, porque en el jardín de Sisi las plantas crecen y hombres y animales se retiran a los extremos del rectángulo, como boxeadores agotados por el combate y que sólo esperan a que alguien arroje la toalla por ellos.
Es el jardín de las mil y una historias vividas en los mil y uno días de luz, porque la verdura te devuelve la vida oxigenada -y respirada, de día, por lo mismo que te la roba por la noche en ese permanente ciclo del eterno retorno de los contrarios que es nuestra existencia.
La nuestra con la Casa del Tíbet fue una cita inexistente. Sisi tocaba la puerta acristalada de la oficina central y de ella salía un joven oriental que no podía sino ser tibetano. Ngawang -es su nombre- cree que tiene 33 ó 34 años -debe fiarse de la imprecisa memoria de sus padres, su partida de nacimiento ha desaparecido, ¡quién sabe si existió algún día!- y fue a ingresar en este mundo en el exilio, en el Nepal.
Tiene pocas noticias acerca de lo que está ocurriendo ahora en el Tíbet. Las conversaciones telefónicas con la región son escasas e invariablemente controladas. Los datos que se refieren a las víctimas mortales de los sucesos recientes proceden del gobierno tibetano en el exilio de Dharamsala y ascienden a unas 140.
Según Ngawang, China está protagonizando un verdadero proceso de colonización del Tíbet. Ha llegado a situar 7 millones y medio de chinos sobre 6 millones de ciudadanos. Las autoridades de Beijing ofrecen siempre los mejores puestos de trabajo a los chinos. Los tibetanos ocupam imvariablemente los empleos subordinados y están dirigidos siempre por chinos.
La cultura constituye otro de los problemas flagrantes -el Dalai Lama se ha referido al "genocidio cultural"-. Y Ngawang nos explica que a partir de los 5 años los niños ya no pueden estudiar en el idioma tibetano. Los medios de comunicación "libres" -emisoras de radio y cadenas de televisión- ven distorsionadas sus frecuencias por las autoridades chinas.
Las protestas de este año -al revés de la del '80- se ha extendido a todo el país. Ngawang reconoce que no han sido pacíficas por parte de los tibetanos.
Le pregunto por el régimen feudal que el propio Dalai Lama habría dirigido en Tíbet hasta su exilio en 1.959. Dice que no sabe muy bien si era o no feudal, que los monasterios y la nobleza tenían sus tierras que cultivaban los campesinos y que pagaban a sus dueños mediante retribuciones en especie.
Le pregunto también sobre el régimen electoral. En Dharamsala hay un parlamento elegido por los tibetanos exiliados en todo el mundo.
Mi última cuestión se refiere a la dicotomía entre la independencia y la autonomía. Para Ngawang no la hay: la autonomía es sólo un camino en la consecución del primero de los objetivos.
Cuando abandonamos el local, Sisi se advierte del mapa que figura en la salida y que representa al Tíbet y a China. Se trata de 2 países de extensiones similares con poblaciones harto desproporcionadas. Sisi lo ve muy claro.
- El Tíbet no tiene nada que hacer -me dice.
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