En su trabajo, “El espíritu liberal de Bilbao”, pendiente de publicación, Xabier Erdozia, señala cómo el abogado y político José de Orueta recordaba el sitio que padeció Bilbao a manos de los carlistas en 1874:
“Aquel acontecimiento también había contagiado los juegos infantiles –una tendencia universal- generalizándose el jugar a guerras, las colecciones de estampas de generales y cabecillas, los juegos con pólvora o la formación de partidas. Los nuevos entretenimientos no siempre estaban exentos de riesgo, Sagarmínaga (político y escritor, liberal bilbaino), censuraba la mezcla de valentía y temeridad que mostraban algunos muchachos en las proximidades de la barricada carlista de Zabálburu, donde protegidos tras un muro, sacaban las boinas por encima de la pared para ‘provocar a los carlistas que entonces hacían fuego’.
Todavía hoy nos estremece pensar en la confusión e integración que se produce entre estos dos planos, en apariencia distantes: el de los niños jugando a la guerra y el de los adultos que se encuentran realmente envueltos en ella.
Era en el Bilbao finisecular del XIX, pero podría ser la Ucrania de hoy. El diario digital, “infode.com” relataba un hecho similar a los descritos por Orueta y Sagarmínaga: “Con trajes militares y armas falsas, niños ucranianos juegan a la guerra en medio de la invasión rusa”, decía. Este mismo medio recogía las manifestaciones de un niño ucraniano que ponen en evidencia ese afán de transmutar la diversión en realidad:
“Me gusta mucho jugar a la guerra. Quiero crecer y convertirme en un héroe de guerra de verdad”, dijo Maksim Mudrak, un niño de 10 años, que perdió a su padre al inicio de la invasión, cuando salió a entregar suministros a unos voluntarios”, siempre según el citado medio de comunicación.
Ni Orueta, ni Sagarmínaga, expresaban particular impresión por la guerra que ya no era un juego sino una realidad. Esos que un día fueron niños, pero que al parecer nunca maduraron y que trovarían sus espadas de madera o de plástico por tanques y misiles.
Porque el juego de la guerra también constituye un divertimento para los adultos, aunque, eso sí, disfrazado siempre de un argumentario falaz: “Esta acción es consecuencia de una agresión”, dirán de manera inevitable. Y esconderán detrás de la contienda bélica los errores que han cometido a lo largo de sus tareas de gobierno, pretendiendo así reforzar una imagen de poderío personal que es siempre capaz de arrostrar todas las dificultades y resolver todos los problemas que afectan, no a ellos, sino a sus gloriosos pueblos por ellos representados.
Son los adultos que no alcanzaron la madurez a pesar del transcurso de los años, los que en muchas ocasiones sufren del mal de la “hybris que tanto ha afectado a políticos de todo tipo, y que viene a ser definida como la insolencia, la desmesura, la soberbia, el orgullo, la violencia, el desprecio, la prepotencia… una enfermedad que fuera magistralmente descrita por el médico y político británico David Owen en su obra de referencia “En el poder y en la enfermedad”.
Las sociedades atemorizadas por la inseguridad resultan pasto fácil para el populismo que genera este tipo de liderazgo. A ellos se entregan cediéndoles el timón de mando y renunciando a su condición de ciudadanos, una cualidad que -recordémoslo- no empieza y acaba en el día de la jornada electoral. La premeditada destrucción, o el impedimento de que nazca el Estado de Derecho, el control de los medios de comunicación y la imposibilidad de una prensa libre a causa de los dictados del poder, generan este tipo de situaciones. La conclusión de toda esta manera de actuación se acerca mucho a la contienda bélica, ya lo dijo François Mitterrand en el Parlamento Europeo: “El nacionalismo es la guerra”; y añado yo: ¿qué cosa hay que sea más populista que el nacionalismo excluyente?
Y aquí se acaba la diversión, con o sin peligro de que una bomba real destruya todos los sueños infantiles y la posibilidad de su realización en el futuro. Porque en estos nuevos juegos de la guerra para adultos la destrucción no se produce solamente sobre el ejército agredido o sobre su población civil -incluidos los niños que se divierten entre los cascotes de los edificios bombardeados-, es que además existe un arsenal nuclear, variado, sofisticado y cuya utilización podría, sin lugar a dudas, suponer una escalada sin precedentes, capaz de destruir al conjunto de la humanidad.
Chantaje o no, es inevitable considerar esta hipótesis, aunque los expertos supongan improbable su ejecución. Pero es preciso advertir que todos estos técnicos en el arte de la guerra -o de la política, o de la economía- sólo son buenos en la explicación ‘a posteriori’ de lo que ya ha ocurrido, no han sido capaces de pronosticar prácticamente ninguna de las situaciones que se vienen produciendo en la invasión rusa: no supieron que se iba a producir la agresión, tampoco cuándo acaecería, y, últimamente, ni siquiera han sabido predecir la reciente sublevación del grupo Wagner contra Putin.
Y es que la seriedad de lo que tenemos en medio, por más que nos hayamos acostumbrado a seguirlo día tras día, hasta 500 que se cumplen ahora, resulta incontestable. Los ciudadanos asediados en Bilbao, los españoles enfrentados en nuestras guerras (in)civiles, los europeos y las suyas propias, las guerras de Vietnam, Iraq, Afganistán… y ahora la agresión contra Ucrania, nos deberían hacer reflexionar sobre la responsabilidad de los ciudadanos cuando entregamos el poder o permitimos que lo ejerzan determinados sujetos. O habrá que pensar que los enfermos no son sólo ellos, sino todos nosotros.
1 comentario:
Aunque he estudiado hasta la saciedad la historia de Espana, no me siento en condiciones para opinar sobre una cuestión tan controvertida como las Guerras Carlistas. Hasta la invención de la bomba atómica, guerrear había sido el entretenimiento favorito de los poderosos. Hablar de "agresión a Ucrania" es simplificar algo, demasiado complejo, que escapa de las escasas posibilidades de un blog. Solo quiero llamar la atención sobre el hecho de que 30 anos antes de la agresión rusa, en Europa se hablaba de "Casa Europea" y Putin era recibido con pompa y platillos en Occidente. Qué fué lo que provocó el cambio de actitud de este senor, quien de la noche a la manana se convirtió en el "malo" de la película? Invito a abrir este supermícrico espacio virtual un espacio para analizar este tema. Tal vez podría entonces aportar algunas opiniones.
Autor: Boris Luis Santa Coloma
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