miércoles, 5 de julio de 2023

Lagun y su gente

No ha sido ETA, ni sus acompañantes habituales, quienes han echado el cierre de la librería Lagun de San Sebastián. Y bien que lo intentaron y se alegrarán estos días con la noticia impresa -es un decir, cada vez se imprime menos hoy en día- en los medios de comunicación. El final de la historia de este negocio se ha producido como consecuencia del desarrollo del capitalismo en los sistemas de distribución, del que, al fin y al cabo, las librerías constituyen sólo el último eslabón de la cadena que vincula al autor con el lector. Se diría que es amargo a veces el sabor de la victoria, ellos, que siempre han denostado del capitalismo, deberán amortiguar su alegría cuando observen que ha sido Amazon y no la justiciera organización del hacha y de la serpiente -que es el anagrama de ETA- la que ha derrotado definitivamente a su enemigo. En todo caso, eso del anti-capitalismo etarra no deja de ser otra de las imposturas de la banda: lo que se ventila entre ellos y los peneuvistas es sólo la herencia de la casa del padre (el “Aitaren Etxea”), nada más que una reyerta nacida en los años 60, en plena mística de los barbudos revolucionarios cubanos y de los emergentes movimientos nacionalistas anticolonialistas.


Pero esa es otra historia, y no es la historia de Lagun. O de la gente de Lagun que yo recuerdo. Ignacio Latierro, por ejemplo, con quien coincidí en el Parlamento Vasco entre los años 1991 y 1994. Ignacio se sentaba en el escaño contiguo del que andando el tiempo sería lehendakari y después portavoz socialista en el Congreso de los Diputados, Patxi López. En el grupo parlamentario popular me encargaron que me hiciera cargo de una proposición no de ley presentada por IU (por Katy Gutiérrez, más en concreto, con la que algunos años más tarde compartiría militancia en UPyD). La propuesta iba de la condición femenina y quien llevaba la palabra por los socialistas era López. Como quiera que yo me refería en mi intervención a Simone de Beauvoir y a su emblemática obra “Le deuxième sèxe”, ante la cual mención el entonces joven socialista esbozó un evidente gesto de desconocimiento, Latierro le propinaría un pescozón tan cariñoso como evidente, que yo recibí con indisimulada satisfacción.


Estaba Latierro, pero estaba también José Ramón Recalde, Consejero de Justicia con aires de despistado profesor con quien recuerdo que me correspondería negociar alguna enmienda presupuestaria. Eran los tiempos aquellos -y éstos- de la coalición PNV-PSE (PSOE), cuando muchos pensaban que el partido de Arzalluz era la solución a los problemas del país, y no el problema mismo, como Jaime Mayor y Nicolás Redondo pudieron advertir años más tarde. No tardaría mucho el mismo López y Jose Luis Rodríguez Zapatero en dar tierra a esa incipiente ilusión constitucionalista: el mandato del lehendakari socialista no dejaría de constituir sino un breve paréntesis sin consecuencias prácticas en la permanente acción soberanista.


Recalde sufriría también un gravísimo atentado terrorista en el año 2000, del que, por fortuna, sobreviviría. La cultura -y la justicia- no eran terreno a practicar por los esbirros de la intolerancia.


Y Lagun era María Teresa Castells, a quien conocí en un imborrable almuerzo organizado por esa musa impagable de los constitucionalistas vascos que era y sigue siendo Chelo Aparicio (vaya un recuerdo muy afectuoso para ella y para Iñaki Viar desde estas letras, y mi satisfacción al ver que su hijo Jon sigue por el buen camino trazado por sus padres).


Con María Teresa mantuve una conversación muy estimulantemente, basada en los recuerdos de su ascendencia busturiense (de Busturia, Vizcaya). Ella había conocido a mi padrino Fernando Gondra y sabía de sus relaciones con doña Palmira Arrotegui, seguramente la fortuna más importante de la zona. De las cábalas que se hacían tiempo atrás en el pueblo vizcaino acerca de quién heredaría su cuantioso patrimonio, María Teresa no tenía ninguna duda: “Sería Fernando Gondra”, me diría. 


Claro que ya había fallecido mi padrino y el recuerdo de Castells no pasaba de ser una historia más de un pueblo que se mira hacia dentro. Como ese País Vasco, ese San Sebastián, que, con el cierre de Lagun, se hace un poco más rural, más inculto, más egocéntrico que antes.


Por eso, y si bien todos los recuerdos que se dedican a la librería se refieren a ETA y a la intolerancia de los asesinos, conviene pensar también que el signo de los tiempos no favorece precisamente al mundo de la cultura y de sus intermediarios, los libreros. Por eso, y aunque sea con la humildad de quien firma estas líneas y de la limitación de los impactos que produce este blog, me atrevo a sugerirles una pequeña contribución al gremio: compren sus libros en las librerías. Que no quede por ustedes.




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