lunes, 13 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (19)

Bilbao, 24 de diciembre de 2002.

Querida Lorsen:

Quizás esta carta de hoy me salga algo desordenada, pero estoy seguro de que comprenderás muy bien las circunstancias.
En el desayuno he vuelto a llorar. Esta noche me he impuesto cenar con nuestra hija y me está costando mucho esta decisión. Pilar sabe que ya no estás, pero se está aferrando como a un clavo ardiendo a la idea de que en cualquier momento tu figura pueda asomar por la puerta y darle un beso y contarle mil historias y pasearse inquieta por la UCI, hablando con las enfermeras o los médicos , y dándole de comer o cenar y...
Al cabo, las lágrimas constituyen una especie de válvula de escape por donde fluyen los sentimientos. Y es mejor llorar cuando se está sólo que armar la “pantojada” –como tú decías- como si fueras una plañidera. Pero mis lágrimas de hoy no han conseguido despejar totalmente el camino: Todavía existe un peso fuerte que me empuja hacia abajo, que me hunde en mis pensamientos de la noche de Navidad, que compara este día con otros tantos veinticuatros de diciembre vividos contigo. Y me siento muy triste. Y ahora, cuando te escribo estas líneas se me nubla la vista y es posible que tenga que dejar el ordenador en cualquier momento. Seguiría otro día. Por eso no te preocupes, guapa.
La historia me lleva al uno de diciembre. Un domingo en el que como hoy desayuné llorando. Tenía que ver a Pilar y contarle algo de lo que te había pasado. No podía aceptar que a cualquier persona del hospital se le escapara la noticia.
Para eso quería estar buena parte de la mañana con ella, de modo que hacia las diez y media u once menos cuarto ya me encontraba en Cruces. Era tan temprano que la niña ni siquiera estaba preparada –las enfermeras tenían mucho trabajo ese día-. De modo que tuve que esperar.
Pilar estaba en su silla. Me acerque a ella con la mejor de mis sonrisas. Ella también parecía estar contenta. Yo acerqué una silla y me puse del lado derecho, como habitualmente. Le cogí de la mano y le dije:
- Pilar, guapa. Mamá está muy enfermita...
Pero tu hija movió fuertemente la cabeza en señal de negación.
... Pero nos va a ayudar mucho, aunque se encuentre un poco lejos. ¿Verdad?
Pilar seguía haciendo que no. Se empezó a poner nerviosa y, en seguida, miraba hacia el reloj en clara indicación de que me marchara. Se dice que los mensajeros que traen malas noticias no son casi nunca bien recibidos: Ese era mi caso, entonces.
Por cierto, no faltó una enfermera que me dio el pésame en medio de esta escena. Siempre hay gente que carece del más mínimo sentido de la oportunidad.
Pero yo estaba dispuesto a pasarme toda la mañana con ella. Así que le propuse:
- Bien, Pilar. Si quieres me voy. Pero solamente un momento. El tiempo justo de ir al cuarto de baño...
Y eso no le pareció demasiado mal a la niña.
Cuando salí del lavabo estaba “Iseko” Carmen esperándome. Hablamos de ti, de la niña... Y me dijo que ya había cumplido que no había que insistir. Yo estaba de acuerdo.
Cuando regresé a la UCI alguien había puesto el CD de “había una vez un circo...” que tatareamos los dos, aunque a mí maldita la gracia que me hacía el “¡hola, don Pepito!”
Pilar se ha escapado de la noticia, pero la noticia está ahí, y la tiene muy presente.
Cuando me despedí de ella, le dije:
- Nos acordaremos mucho de mamá, ¿verdad?
Pero ella volvió a negar de forma imperativa.
El siguiente fin de semana –tres días seguidos de fiesta por la Constitución-Rodrigo Barturen y yo nos fuimos a Arrechea y Pilar tuvo un episodio de taquicardia. Le dieron un valium y se durmió plácidamente. El día siguiente ya estaba bien.
Yo no sé, Lorsen, qué percepción podría tener nuestra hija de tu muerte. Por más que lo pienso no sería capaz de ponerme en su lugar. Nunca ha convivido con nosotros, como una hija normal. Somos sus padres, aunque de una manera peculiar. Pero sí sé que ella te quería muchísimo, y que no admite que te hayas ido, que no vuelvas a aparecer por la puerta cualquier día, cuando tu correspondiente “catarro” te haya dejado tranquila y con fuerzas.
Y yo no voy a alimentar la esperanza del reencuentro, más allá de las creencias religiosas que tú intentaste imbuir en ella y que Pilar tiene gracias a tu terquedad vasco-teutónica.
Ahora le dan un antibiótico todos los días. Según mi hermana lo que pasa es que todos los niños están igual. Pero yo sé que no es así.
Lo único que sé es que está bien cuidada, bien atendida y que la quieren mucho. Y que cualquier necesidad médica o afectiva tendrá una inmediata respuesta en esa planta poblada de mujeres y hombres encantadores.
Por de pronto yo me quedaré los fines de semana en Bilbao, salvo que exista algún puente o alguna fiesta que me permita pasarlo en Arrechea. Ahora lo primero es Pilar. Ella es mi familia. Y aunque me cueste una barbaridad, esta noche la pasaré con ella, recordando para mis adentros todas esas noches de nochebuena que tan especialmente construías tú para los dos, y, en particular, para mí.
Pero eso forma parte de otro relato, guapa. Aunque esta carta haya sido un tanto desordenada, seguramente es la que tocaba hoy.
Mañana, quizás pasado, volveré sobre las fechas correspondientes y, a su debido tiempo, te contaré la historia de esta noche.

Hoy más que nunca te recuerdo y te mando el mayor de mis besos. Si estás en algún sitio y puedes brindar por la Navidad y por todo lo bueno que nos ha pasado, también haz algo porque la suerte y el ánimo no me abandone del todo. Yo también brindaré por ti.

2 comentarios:

Sake dijo...

Paisajes, están ahi, siempre están,pero ¿acaso los podemos ver en determinadas circunstancias?.Paisajes interiores, nuestros paisajes a veces son desoladores campos poblados de gases venenosos.¿Como sobrevivir?¿como encontrar oxigeno?. Hay pruebas que por si sólas, nos sepultan para siempre, sin posiblidad de salida.¿Quizás en el futuro? si quizás, dentro de muchos muchos años levantemos la cabeza y descubramos que los paisajes siempre estuvieron ahi.

Antonio Valcárcel dijo...

...Los paisajes no siempre están ahí, los árboles se secan, los arroyos y manantiales… o cambian de curso o se agotan; los paisajes no son siempre iguales. Nada es igual en cada respiración y expiración, una mantiene las constantes vitales, la otra cambia de química. La oxidación lo corroe todo por muchos antioxidantes que tomemos o imprimamos a la pieza de hierro. Somos como los hierros que se transforma en la fragua en objeto y después se oxidan hasta desaparecer: "como la armadura que fue perforada por una saeta hasta herir el corazón". Somos saeteados todos los días, pero una flecha, al final, acabará con cada uno de nosotros. Son las flechas envenenadas las que tienen más capacidad de aniquilarnos. Las flechas de cupido son otra cosa, pero suelen herir en el recuerdo, dependiendo del tiempo; como los dolores articulares que se agravan con el orden o desorden climático.
Somos polvo, en algunas ocasiones; y barro cuando azuza la lluvia o el sirimiri. El alfarero es el buen modelista pues del barro hace el utensilio o figura. Prefiero un alfarero a un maestro de letras.