martes, 28 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (27)

La calle Francisco Goya, en el distrito de Chamartín, había sido en su día una zona recoleta y tranquila del norte de Madrid. Flanqueada por unas arterias muy transitadas como lo eran el Paseo de la Habana y la avenida de Alfonso XIII, parecía desgajada del bullicio capitalino y en "tiempos normales" -antes de la crisis y de sus funestas consecuencias- todavía te despertaban el gorjeo de los pájaros y te encontrabas al salir de tu casa con el abigarrado verdor del ramaje del arbolado que te rozaba la cabeza.
- Es como estar de vacaciones todo el año -repetía Vic Suarez con frecuencia.
Pero las cosas habían cambiado. Una gruesa estructura de madera y de acero, realizada de forma artesanal, apuntalaba a un edificio que sin su ayuda amenazaba con venirse abajo. Y la calle era el desorden de lo que generalmente aparece después de un grave terremoto: las grietas habían cuarteado el ahora intransitable suelo de la carretera y ya no había coches aparcados en el sentido izquierdo de la marcha, en su lugar, una curiosa mezcla de tractores y carricoches se alineaban, eso sí, en aparente orden; la vegetación se desplegaba en todo su arbitrario desarrollo selvático y la escasa gente que siempre había transitado por la calle lo hacía ahora presurosa y conteniendo su expresión de inquietud. Eso sí, la inmundicia se hacía con el control de esa vía pública –como la del resto de ese y de los restantes barrios-: aún no habían conseguido montar un eficaz servicio de recogida de basuras. Las ratas se hacían visibles por todas partes y en todas las ocasiones y no existían reservas de desratizadores por ninguna parte. Un nauseabundo olor se extendía por la atmósfera y la sombría perspectiva de la peste hacía recordar a Jorge Brassens el magnífico texto de Camus –excelente, para ser leído…
"Las ciudades se habían creado históricamente con 2 objetivos fundamentales: preservar el orden y ofrecer esos servicios que la concentración humana permiten, la educación o la sanidad". Por eso la prioridad había sido recuperar el orden y no todos los barrios-ciudades de lo que un día fuera Madrid. Podían presumir de haberlo conseguido. En Chamartín tenían un razonable éxito en esa materia.
Cuando el desempleo destrozó las estadísticas y los parados empezaron a organizarse en bandas para atracar a los viandantes y asaltar y robar establecimientos comerciales y viviendas se produjo una inútil desbandada de los otrora prósperos residentes del barrio a sus segundas residencias en el campo o en la sierra. Pero no les sirvió de nada. Para cuando llegaban a esas casas, las bandas de marginados se habían instalado en ellas y las convertían en verdaderos fortines desde los que protegerse y atacar a las bandas contrarias. Resultaban simplemente ridículas las pretensiones de los verdaderos propietarios a recuperar sus posesiones.
Madrid no era diferente. Las bandas se creaban en los grupos de jóvenes marginales y estaban compuestas de acuerdo con los diversos orígenes étnicos o se integraban de los diversos países de procedencia. Hasta ahí eso era bastante controlable: había policía y las bandas apenas salían de los barrios. Pero hubo un día en que la policía desertaba y esas bandas tomaban la calle y se asociaban a ellas todas las escorias sociales: desde los grupos de delincuentes organizados hasta quienes comerciaban con la droga y la trata de blancas, pasando por las gentes exasperadas porque una noche y otra regresaban a sus miserables tugurios sin nada en las manos que ofrecer a sus hijos.
Por eso regresaron a las ciudades y se unieron en asambleas. Alguien que había trabajado en publicidad apareció con unos carteles que proclamaban. "No hay libertad sin orden" y los instalaron en las fachadas de sus casas.

2 comentarios:

Sake dijo...

La Historia es siempre comenzar, siempre estar empezando a vivir a organizarse. Cuando todo parece estable en nuestras vidas, algo de repente tira todo por tierra y nos encontramos como al principio. Acaso la sociedad en su conjunto no es un individuo o por lo menos comparable. Una Nación, un Continente son como un individuo, entonces ¿que podemos esperar de una Ciudad?, una ciudad tiene vida y es comparable a la de un sólo hombre, ¿o no?.

Antonio Valcárcel dijo...

Estimado Fernando Maura:

EN TIEMPOS DE REPRESIÓN

Muchos de los judíos, los "musulmanes" sobre todo, habián llegado a un punto tal de insensibilidad y automatismo, que ya no reaccionaban ni a los golpes ni las amenazas. Eran incapaces de ejecutar acciones un poco complicadas.
En efecto, si se les mandaba andar andaban, pero en cuanto las órdenes se complicaban por una doble acción, su mente ya no registraba nada.

Eran efectos de las tácticas de exterminio vil y de extrema crueldad de los nazis en tiempos de Hither. Pero sus efectos no sólo son atribuibles a la hambruna que sufrieron..., y sus colaterales efectos psíquicos y físicos: la consigna era destruir a las razas que consideraban inferiores y potencial una raza alemana.Si habría que juzgar a los nacionalismos muchos que se pasean por la Gran Vía de Bilbao deberían de estar sentados en un banquillo por responsabilidades de lesa humanidad y otros por mirar hacía otro lado. Mientras lo que denominaban como "conflicto vasco" seguía generando víctimas por todos lados: víctimas de muerte, y...Lo que Vd., D.Fernando sabe, y otros también.

Del Libro de HANS RAINER.