“Te quiero mucho, Pilar. Eres la niña que siempre he deseado tener y apenas tengo. Te resulta difícil la expresión, de forma que tus sonrisas se hacen exageradas, lo mismo que tus llantos. Y tú me quieres mucho, Pilar. Lo noto cuando voy a verte y asientes a mis afirmaciones: me besas tres, cuatro, cinco veces, antes de que retire mi cabeza de la tuya y queden algunos besos más tirados al aire.
‘Sientes orgullo de mí, Pilar. Tu madre te lo hace recordar y las enfermeras de la sexta planta del hospital recortan mis fotos, cuando salgo en un periódico, y las pegan en la pared, para que tú las veas cuando quieras. Entonces, yo percibo cómo vives ese momento en un regocijo pleno. ‘Es mi padre, querrías decir con tu sonrisa pluscuamperfecta.
‘Al otro lado de tu cama, Pilar, hay una televisión. Y cuando llega la hora de las noticias, es el momento en que quizás puedas observar en ellas el impacto de una bomba, un inmediato resplandor y una columna de humo que se eleva hacia el cielo. En otras ocasiones, lo que ves es esa espantosa y recurrente sábana blanca que apenas tapa un organismo humano del que se desprende el inevitable reguero de sangre, que busca su camino hacia los lugares por los que se van las aguas, los charcos, las alcantarillas, el mar quizás.
‘Y entonces, Pilar, tu gesto apacible se inquieta, y tus ojos no descubren ya más horizontes que el velo que les proporcionan tus lágrimas, que son gruesas y que ruedan sobre tus mejillas unos pocos segundos antes de secarse sobre tu piel, o en el vestido que tal vez lleves puesto. Una enfermera, Pilar, hija, acudirá solícita y te dirá ‘no’ con la cabeza. Entonces apagará la televisión y te distraerá con un cuento, con un chiste. Te dirá que tu padre se encuentra bien, que no le ha pasado nada… ‘todavía’, quizás piense ella, ocultando con su sonrisa toda la tragedia que existe detrás.
‘Luego, Pilar, hija, te negarás a ver las noticias de la televisión, coleccionando solamente mis fotografías que te pegan en la pared, la instantánea de tu padre tomada en alguna ocasión. Me quieres, Pilar, y yo te quiero. Por eso no estás dispuesta a seguir las noticias y yo no quiero tampoco que las veas. Porque me gustaría que tu sonrisa desafiara todas las adversidades, que las tuyas ya son suficientes. Que tu risa no se quebrante con nada, que sigas siendo feliz, a pesar de lo que ocurre.
‘Y quisiera ofrecerte, Pilar, hija, resultado de mi trabajo y mis esfuerzos, junto al de otros tantos, un país más normal que este que estamos viviendo, en el que las niñas como tú, hija, puedan asomarse sin preocupación a los informativos. Sin pensar que tu padre, hija, pueda haber sucumbido por el impacto de la bomba asesina y que se encuentre debajo de la inevitable sábana blanca”.
Fernando Maura. Sin perder la dignidad. Diario de un parlamentario vasco del PP. Temas de Hoy, 2001. Págs. 198-9.
miércoles, 26 de marzo de 2008
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