Eran apenas las 9 de la mañana de ese martes de la Semana Santa cuando, en compañía de mi amigo Jean Pierre, esparcía en un recodo de uno de los ríos de Burguete, las cenizas de mi hija. En el mismo lugar donde, también en compañía de Jean Pierre, liberaba, hace ahora unos 3 años, las cenizas de su madre.
Era una mañana lluviosa la de hoy, como lo fue la de aquélla otra mañana. Las dos mañanas que a partir del cumplimiento de mi promesa, han sido las dos mañanas del adiós definitivo. Y son, quizás por eso, las mañanas de la serenidad, de la paz interior.
Descansan juntas a dos pasos del lugar en que los días de verano, cuando el sol aprieta, la gente se reúne junto al frescor del río y anuda mil y una conversaciones. Yo pensaba en que descansaran ahí después de oír la canción de Georges Brassens en la que suplicaba que le enterrasen en la playa de Sète:
"Vous envierez un peu/l'eternel estivant/qui fait du pédalo sur la vague en révant/qui passe sa mort en vacances..."
Pasan su muerte de vacaciones. Más allá del dolor y de la angustia vital. Cogidas de la mano y hablando de sus cosas, que son muchas las que se tienen que decir. Y me saludan cuando Bècaud y yo damos un paseo por allí, que es siempre que podemos.
Y las mañanas de Burguete, esas en que el sol calienta la puerta de mi casa, se diría que adquieren ellas la forma de dos palomas, casi como en la canción:
"Que dos palomas blancas, muy de mañana me van a cantar,
A mi casita sola, con las puertitas de par en par.
Juro que esas palomas no son otra cosa más que sus almas.
Que me dan los buenos días antes de juntas volver a volar".
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1 comentario:
Cada dia escribes mejor. Tu blog se esta convirtiendo para mi en una droga necesaria, un momento de evasion diario.
Ademas me ayuda a crecer como persona.
Gracias de corazon Fernando.
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