Son las 9 de la noche. El cálido invierno de los días pasados nos ha traído hoy el retorno a nuestro clásico "sirimiri". Acabo de repartir octavillas en Santurtzi y ahora me encuentro en el barrio bilbaino de San Ignacio, donde me he citado con la presidenta de la asociación "Ecuador Etxea".
            - ¡Fernando! -oigo exclamar a mis espaldas.
            Los 2 escoltas y yo giramos nuestras cabezas. Una rubia bajita sigue hablando en voz alta.
            - ¡Soy Janeth Borja y me he citado con el señor Fernando!
            Me dirijo hacia ella. El bar en el que estaba previsto nuestro encuentro está cerrado, así que nos dirigimos a otro.
            La historia de Janeth Borja linda con la amargura de vivir en una tierra que no les acoge.
            - Si fueras del pepé -me dice esa mujer en ese permanente "swing" que producen entre el tuteo y el uso del usted- no me habría reunido con usted.
            Yo sonrío y le cuento mi anterior terreno de actuación política. Pero también le digo que una cierta deriva hacia el cuestionamiento del papel de la inmigración ya estaba presente en los debates del grupo parlamentario vasco del PP y que esa misma actitud me hizo preguntarme sobre qué hacía un tipo como yo en un partido como ese.
            Janeth Borja no quiere solicitar la nacionalidad española, pero sus hijos tienen pasaporte español. Hay una incomodidad en esta ciudadana ecuatoriana por la forma en que se ve acogida por esta tierra que ha emigrado y ha recibido inmigrantes sin por ello creer necesario adaptar su personalidad a un mundo plural. Algunos de nosotros son como aquéllos amigos que no comprendían unas vacaciones sin que viajara junto el cuarteto que jugaba las inveteradas partidas de mus y... las mismas cartas.
            En este país sobran las cuadrillas y faltan las personas, demasiado espíritu de pertenencia gregaria y muy poca solidaridad efectiva.
Alberto Galindo es colombiano y me recibe en su negocio -un consultario telefónico y despacho para el envío de remesas económicas a las familias de los inmigrantes.
            El trabajo siempre tiene prioridad sobre la política, así que cedo la atención a otra gente que requiere de la suya. En todo caso intercambiamos alguna reflexión sobre su mundo y advierto en él cierto pesar por la actitud del Partido Popular hacia ellos.
Vilma es la presidenta de la asociación Guaraní Tetahua. La espero en la entrada del hotel Ercilla. A cubierto, porque está lloviendo. Cuando pasa por delante de mí no advierto que es ella. Esperaba a una chica sola y viene acompañada de otro componente de su organización. Vilma tiene el pelo corto y la sonrisa simpática. Se ha informado acerca de mi persona. Los inmigrantes observan con recelo a este país que los acoge sólo para que hagan los peores trabajos en tanto que los desprecia vagamente. 
            Los 2 desconocían a UPyD y les suena algo el nombre de Rosa. Comentamos algún extremo del programa y nos deseamos suerte mutuamente.
           
Hay un sentimiento que ya está incubando en España -¿el nido de la serpiente?- y que espléndidamente describe Mario Vargas Llosa en su artículo titulado "El último maldito" -El País, 23.03.'08-, uno de cuyos párrafos no me resisto a transcribir:
                        "(...) el mundo que Céline describe en sus
                         novelas no es el de la burguesía próspera, ni
                         el de la desfalleciente aristocracia, ni el de
                        los sectores obreros de lo que, a partir de
                        aquéllos años se llamaría el cinturón rojo de
                        París. Es el de los pequeños burgueses pobres
                        y empobrecidos de la periferia urbana, los
                        artesanos a los que las nuevas industrias están
                        dehando sin trabajo y empujando a convertirse
                        en proletarios, los empleados y profesionales
                        que han perdido sus puestos y clientes o viven
                        en el pánico constante de perderlos, los
                        jubilados a los que la inflación encoge sus
                        pensiones y condena a la estrechez y al
                         hambre. El sentimiento que prevalece en todos
                        esos hogares modestos, donde los apuros
                        económicos provocan una sordidez creciente
                         es la inseguridad. La sensación de que sus
                        vidas avanzan hacia un abismo y de que nadie
                        puede detener las fuerzas destructoras.que los
                        acosan. Y como consecuencia, esa
                        exasperación que posee a hombres y mujeres
                        y los induce a buscar chivos expiatorios contra
                        la condición precaria y miedosa en la que
                        transcurre su existencia. Bajo las apariencias
            ordenadas de un mundo que guarda las formas,
                        anidan toda clase de monstruos: maridos que
                        se desquitan de sus fracasos golpeando a sus
                        mujeres, empleados y policías coloniales que
                        maltratan con brutalidad vertiginosa a los
                        nativos, el odio al otro -sea forastero al barrio
                        o de distinta raza, , lengua o religión- el abuso
                        de autoridad y en el ánimo de esos espíritus
                        enfermos, en resumen, la secreta esperanza
                        de que algo, alguien venga por fin a poner
                        orden y jerarquías a pistoletazos y carajos en
                        este burdel degenerado en que se ha
                        convertido esta sociedad".
            Pido disculpas por una cita tan larga, pero expresa muy bien lo que se esconde en los más miserables fondos de muchos corazones. Excitarlo, hacerlo salir a la superficie no sólo es inmoral, es un error -"C'est pire qu'un crime, c'est une erreur", decía Tayllerand-. Porque no sería Rajoy quien rentabilizara la operación. Detrás de un Sarkozy existe siempre un Le Pen.
            Bueno será recordarlo en estos tiempos de crisis que se avecinan.
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1 comentario:
En mi opinión, la receta decimonónica de los liberales acérrimos es simplista y demagógica en bastantes temas; por ejemplo, en urbanismo (vease programa de UPyD) o el que nos ocupa, inmigración.
Hay mercados que necesitan árbitros y regulaciones que eviten abusos y aseguren la viabilidad del sistema.
En la crisis que se avecina espero que los que hayan errado en sus decisiones vitales sufran sus consecuencias sin perjudicar al resto. ¿Habrá planteamiento más liberal?
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