Conocí a Tenzin Gyatso -el Dalai Lama- en el Parlamento Vasco hace unos 10 años. El último gobierno de José Antonio Ardanza le traía a Vitoria quizás para subrayar lo que este entendía como paralelismos existentes entre las 2 situaciones políticas: la negación de la identidad de un pueblo por otro y la apuesta por la vía pacífica por aquél. Claro que el entonces lehendakari no era persona carente de alguna prudencia y el carisma del Premio Nobel de la Paz en 1.989 hubiera trastocado esos vanos designios: el Tíbet no es Euskadi, ni la actitud de España respecto de los territorios que la componen se parece a la de ese mega-país que es China.
En el discurso que pronunciara ante los parlamentarios vascos el Dalai Lama proclamó las reflexiones de su habitual "mantra", las ideas que el editorial del New York Times del 18 de octubre de 2.007 citaba de la siguiente manera:
"Trough violence, you may solve one problem,
but you sow the seeds for another". "The world
has become so small that no nation can solve
its problems alone, in isolation from others".
La violencia crea la semilla de otros problemas, y los asuntos no se resuelven sino integrando las soluciones, esa sería en apretada síntesis la fijosofía de su tantas veces proclamado "camino del medio".
. Por lo tanto, hay en los discursos del Dalai Lama una llamada al diálogo y a la no violencia; pero una llamada no comprendida por muchos.
En primer lugar por el gobierno chino que ha entendido la voz de paz del Dalai Lama como una especie de aceptación de su imperio sobre una región que el año 2.004 disponía de unos 6,000.000 de habitantes.
Los Han -los chinos- han convertido a los tibetanos en sus siervos y han practicado lo que el Dalai Lama ha recordado recientemente como un genocidio cultural. Durante la "Gran Revolución Cultural Proletaria" en China fueron destruidos más de 6.000 templos budistas y millares de monjes y monjas fueron asesinados y heridos.
"Los tibetanos son tratados a menudo como ciudadanos de segunda clase en su propia tierra -afirma el Dalai Lama en un entrecomillado de 'El País' de 17 de marzo-. Los chinos simplemente recurren al uso de la fuerza para simular la paz, una paz creada con el gobierno del terror".
El 20 de marzo, en la noticia que llevaba por título "In Tibetan Areas Parallel Worlds Now Collide", el New York Times señalaba que no existe discriminación étnica legalizada en China, pero el privilegio y el poder están mayoritariamente reservados a los Han, en tanto que los Tibetanos han sido ampliamente confinados a segregados ghettos urbanos y a pobres aldeas en sus propias tierras ancestrales.
- Mire las murallas de nuestro templo, se han vuelto todas grises por el humo que poluciona nuestro aire -le dijo el campesino budista de 40 años Caidan a Howard French. Muy cerca de él otro campesino aseveraba: "Los tibetanos tenemos los ingresos más bajos y los trabajos más duros. A los Han les pagan como a trabajadores especializados, aunque en realidad no sepan nada".
En esa posición se ha mantenido China durante decenas de años y ese inmovilismo es lo que ha conducido al fracaso de las negociaciones históricamente emprendidas entre las partes, en Dharamsala -sede del gobierno de Tibet en el exilio-, Pekín y Suiza. Hubo quien pensó que el nuevo liderazgo chino podía renovar sus políticas en la región, no en vano el presidente Hu Jintao ejerció de líder del Partido Comunista en el Tibet.
Quizás por eso la exasperación amenaza con desbordar los estrechos límites de la vasija que contenía la situación bajo control. "Estamos listos para la lucha violenta" -cuenta desde Dharamsala para 'El País' Ana Gabriela Rojas que asegura un joven que se pasea en motocicleta con una bandera del Tibet a manera de capa-. "Ya hemos intentado la paz por muchos años y no ha funcionado en absoluto", añade ese muchacho.
Quizás por eso la chispa que ha enervado las tensiones, y que según el gobierno tibetano en el exilio ha supuesto la muerte de unos 140 de sus conciudadanos -no existen informaciones fidedignas, la prensa iccidental no ha podido aún entrar en el Tíbet- lo ha sido la provocación de instalar la llama de la antorcha olímpica en la cima del Everest, sita en ese territorio. Quizás por ello el Dalai Lama ha anunciado que dejará de ser su líder político si la violencia prosigue. "Los tibetanos respetan mi principio de no violencia -ha dicho Tenzin Gyatso recientemente- pero es verdad que vistas las emociones humanas, algunos pueden recurrir a la violencia".
Según ponen de manifiesto algunos observadores, harían bien las autoridades chinas en dar comienzo a unas negociaciones con el gobierno tibetano en el exilio para dotar a su país de una autonomía efectiva. Y no sólo por la proximidad de los Juegos Olímpicos del próximo agosto -que también-, sino porque cuando los hombres de paz son sustituídos por los violentos la vuelta atrás se convierte muchas veces en un camino impracticable.
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4 comentarios:
¿no has hablado con Pizca? ¿no has recibido mis mails con toda la información actual?
otro problemilla que tienes es que la hora de tu blog está mal configurada y eso da lugar a equívocos.
La violencia china en el Tibet es intolerable; pero, en mi opinión, para criticarla no hay que ensalzar al Dalai Lama y compañía.
Antes de la ocupación china el Tibet no era una sociedad democrática, sino todo lo contrario. Junto con el Vaticano, era uno de los pocos regímenes absolutistas que existían y no tengo noticia de que los budistas ahora hayan cambiado de concepción.
Entre un regimen comunista y otro feudal no sé yo cuál es peor.
Calificar al Vaticanod e regimen absolutista no se si es del todo correcto.
Si bien es cierto que el Santo Padre es monarca absoluto de los Estados Pontificios, no es menos cierto que es el unico rey elegido democraticamente entre sus iguales, principes de la iglesia, los Cardenales.
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