Se trataba de una obligada revisión. Esa película la vi por primera vez en un cine de Bilbao que ya ha desaparecido, sus butacas convertidas en estanterías que guardan material deportivo. No sé si tuvo demasiado éxito comercial, la película era muy larga, se dividía en dos partes, cada una de un par de horas. Pero recordaba que Warren Beatty estaba muy bien y que Diane Keaton -guapísima- hacía uno de los mejores papeles de su vida. Así que compré el doble DVD y planifiqué una larga noche por delante para este ejercicio de recuperación.
La segunda década del pasado siglo era el tiempo de los grandes romanticismos colectivos y es asunto recurrente que estos dos términos -romanticismo y colectivo-, cuando se producen de forma simultánea dan lugar a la idea de revolución, aunque a veces esta asuma perfiles reaccionarios.
Entre los revolucionarios había quienes apoyaban la revolución porque la necesitaban para vivir. Otros -"Jack" Reed, por ejemplo- militaban en el campo de los iluminados; aunque su intuición, unida a su inteligencia, consideraban que la revolución era posible, al menos en un país -"Aquí no triunfaría", dice sin embargo, refiriéndose a los Estados Unidos, el personaje de Diane Keaton al tribunal de inquisición que la interroga.
Hay épocas en que esos románticos iluminados pueden llevar sus sueños a la práctica -como asegura con cinismo el coronel Lawrence en su reveladora introducción a "Los siete pilares de la sabiduría"-, al menos durante algún tiempo: ya se sabe que los procesos revolucionarios no duran eternamente, muy pronto aparecen los "guardianes de las esencias" que administran las revoluciones y las entierran en la burocracia de turno, nada más que las masas regresan a sus hogares.
La nuestra es una época diferente. Son tiempos hijos de la burguesía triunfante. Y si somos conscientes de ello también vivimos a cuenta de su confortable vaciedad.. Contagiados por este espíritu, nos hemos tranquilizado de forma definitiva, de modo que nuestras propuestas de renovación son sólo parciales -se diría que residuales- para que así no resulten ofensivas a quienes detentan verdaderamente el poder.
¿Fue nuestra generación la que mató a la revolución o la encontramos muerta ya para cuando nos obstinamos en hacerla? Creo más bien que se trataba de la segunda de las posibilidades que contiene la ecuación, que agitábamos sus cenizas para que sus sombras nos ofrecieran la ilusión de que la revolución seguía con vida.
Cabe también la posibilidad de que una parte de la revolución se situara en las "condiciones objetivas" de que nos hablaban Marx y sus epígonos, y que la otra estuviera sencillamente en nosotros mismos.
En cualquier caso lo cierto es que ya no queda nada de ella, ni siquiera la duda. Si nos hundimos seremos todos los que quedemos anegados por el "tsunami" de los nuevos tiempos. Y lo haremos mecidos por la adormecedora melodía posmoderna: una música que suena a excusas y complacencias.
Porque, en el fondo, no sólo hemos renunciado a la idea de la revolución. En buena medida también hemos renunciado a la mera posibilidad de constituirnos en dueños de nuestros propios destinos.
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