Ha pasado algún tiempo desde entonces. Buena parte de lo que ocurría en el año 2.000 resultaba más o menos evidente desde hacía sólo dos años antes. Y era el pacto de Lizarra que vinculaba al nacionalismo democrático con ETA para la marginación de las fuerzas políticas no nacionalistas. Este era el acuerdo político, pero había también un acuerdo "social": que ETA extremaría sus "medidas" para la eliminación de sus adversarios -no sólo políticos, aunque también- mientras que el PNV miraría hacia el otro lado, el lugar de la escena "donde se vive tan bien como se vive en Euskadi", en palabras del lehendakari Ibarretxe al hijo de José Ramón Recalde..
Fueron entonces los despertares confusos de los días de atentados. ETA ofrecía su particular selección de "caza" al constitucionalista irredento. Fueron los concejales de esos partidos, pero también había representantes de esa sociedad vasca que no estaba dispuesta a desistir: profesionales de los medios de comunicación, de la judicatura, empresarios... Fueron las manifestaciones a la salida de los funerales. Y fue... un nacionalismo que nunca quiso atender la mala noticia de una significativa parte de la sociedad -la que les votaba- que se iba pudriendo por dentro, porque se había desentendido de sus referencias éticas; la mala noticia de que tu vecino sea un cargo público del PSOE o del PP al que le espera un guardaespaldas en el portal de su casa, que es también la tuya.
Tuve el honor, en esa época ominosa de presentar -y también defender- una moción de censura al lehendakari Ibarretxe. Yo vivía entonces en el Casco Viejo de Bilbao, rodeado de amigos, pero también de enemigos. Estos últimos empezaron a hacerme la vida imposible. Aún existía mi mujer. Sólo dos años después ella se había marchado,"una vez más la barca del amor se estrellaba contra la vida cotidiana" -como decía Maiakovsky-, una barca que se hacía pedazos contra esas rocas que tienen por nombre el de la intransigencia, la insolidaridad, la incomprensión. Antes de eso abandonábamos ese barrio de Bilbao. Apenas he vuelto desde entonces.
Y me ptrgunto ahora, apenas siete años después:¿Hemos enterrado a nuestros muertos, por cierto, incluso a los catalanes? ¿los seguimos llorando calladamente a la vez que nos armamos de valor y procuramos encarar nuestra vida de todos los días? A veces creo que no, que seguimos sin hacer un ajuste de cuentas con nuestro pasado, que nuestros muertos se pasean como "zombies" redivivos en las noches de sus aquelarres particulares, que son las noches en que los convocamos -los desenterramos de sus tumbas individuales y de sus fosas comunes-, sólo para conjurar las torpezas de quienes nos gobiernan. Y no me parece extraño. Todavía hay unos cuantos que siguen empeñados en ganar su guerra y hay otros que se diría que parecen dispuestos a que la ganen o a que no la pierdan definitivamente, guerras reales e irreales que se acumulan las unas sobre las otras.
Pero la situación no es hoy la misma que la de 2.000. Más allá de los errores políticos -que se multiplican- ETA está orgánicamente desarbolada, sus atentados afectan a las masas anónimas que frecuentan las plazas, los aparcamientos o comoquiera que se llamen los lugares en que se producen las aglomeraciones urbanas. En suma: la sensación de riesgo se desindividualiza, se vuelve anónima; y ETA ya no puede competir con un terrorismo tan superlativo como el de Al Qaeda, lo mismo que la peor moneda siempre desplaza a la menos intensamente nociva.
(Habrá que reconocer que tampoco el PNV de Imaz es el mismo que el de Arzallus).
A ese resultado hemos llegado gracias a la labor de muchos: partidos políticos y sociedad civil, Estado de Derecho y Fuerzas de Seguridad.
¿Hemos resuelto el problema? Ciertamente que no. Pero parece del todo punto carente de lógica que demos a luz uno nuevo, recreándonos en el antiguo, sencillamente porque ya no es el mismo ni tiene la misma consistencia y capacidad de daño.
Más allá que eso, nos empeñamos en magnificar el problema, unos pecan de frivolidad, de torpeza e imprudencia; los otros de intransigencia y carencia de generosidad. Unos y otros nos instalan en el debate que ya no es el de los problemas que afectan al día a día de las libertades ciudadanasy las economías familiares . También en esto el mal debate sustituye al bueno. Y cuando el problema terrorista se encontraba bien planteado los errores de todos nos lo devuelven a la escena pública en la forma de un monumental desencuentro, tanto que la confrontación empieza a adquirir ribetes de civil. Superada la democracia representativa, los partidos movilizan a una gente en contra de la otra. ¿Otra guerra? Desde luego que no, por mucho que los viejos del lugar atisben en los sucesos de hoy estigmas de los hechos pasados, la España de 2.007 tendría mucho bienestar que perder si se arrojara a una contienda fratricida..
Alguien debería mandar parar, de lo contrario haremos de la crspación definitiva dueña del lugar; o que las masas neutras, aburridas y desconcertadas, abandonen el espacio de las urnas en beneficio de la abstención o dirijan su atención hacia otras opciones que, por su novedad, no tengan ningún vencimiento de crédito que afrontar, lo cual, por cierto, no estaría del todo mal..
No sé muy bien cuándo, pero va llegando el tiempo de ajustar nuestras cuentas con la historia. Todos sin excepción. Renunciar a la resurrección del pasado; consolidar la frontera entre la democracia y el terrorismo -aunque pensábamos que estaba clara- marginar a ETA y desterrar del debate político ese argumento monofásico, monocorde y monotemático para dedicarnos a otros que esperan de nuestra capacidad de respuesta y de solución.
Tenemos la suerte de disponer de una sociedad que se mueve con autonomía de los poderes públicos, porque de estos cada vez podemos esperar menos. Sólo el artificio, la impostura, la mentira y la inacción real.
Siete, nueve años después, casi todo ha cambiado. Y la confrontación vasca se ha convertido hoy en española. Hace algunos siglos, los vascos exportábamos capacidad de trabajo, fidelidad a la palabra dada, lealtad y veracidad. "Vizcaino es el hierro que os encargo/Corto en palabras/En obras largo", decía Tirso de Molina. Hoy la mercancía que vendemos -y que por desgracia nos están comprando hasta más que agotar sus existencias- se llama crispación... y aburrimiento en la sociedad civil. "Quosque tandem?"
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