Se le hacía tarde, una comisión del Parlamento de Cataluña reclamaba su presencia. Pero nuestra conversación no había concluído aún -¡quedan tantas cosas por decir en esta apresurada vida que llevamos!- así que le acompañé..
Habíamos comido en uno de esos restaurantes posmodernos que jalonan algunas de nuestras grandes ciudades. La lista de ingredientes de los platos era tan variada que Albert me confesaba:
- Tienen tantas cosas que siempre hay alguna que no te gusta.
A pesar de nuestras dudas comimos bien, aunque mi clásico "pan con jamón y tomate" no anunciaba sabores precisamente extraños; y las pequeñas hamburguesas recogían sin sorpresas el reconocible sabor a la carne picada, eso sí, de originaria materia prima de calidad.
Un grupo de jóvenes le paró en nuestro paseo al Parlamento. Yo pensaba que alguno de ellos le reconocía en su cartel electoral, convenientemente despelotado. ¿Votantes suyos, tal vez? Pero no, se trataba de turistas españoles que buscaban algún establecimiento de hostelería donde les pudieran servir una paella.
- No conocen Barcelona -me dijo Rivera cabeceando negativamente-. Aquí no dan de comer en ningún sitio a estas horas.
Eran ya las cuatro de la tarde. Yo me tragaba mi comentario sobre el arroz valenciano y "els paisos catalans" porque era ahora un señor el que le preguntaba en inglés sobre el funcionamiento de la máquina para el control temporal de aparcamiento. Albert lo hizo con toda naturalidad. Tampoco este interlocutor sabía que Rivera procedía de un partido político nuevo, empeñado en cambiar los modos de la cosa pública española.
Y es que Albert es como cualquiera de esos chicos que te puedes encontrar en cualquier ciudad de España. Y sin embargo se está transformando en la imagen de la renovación de un sistema caduco, en el que las representaciones partidarias se han convertido en fenómenos partidistas, cerrados sobre sí mismos, desconectados de los problemas reales, convertidos en actual remedo de los viejos caciques que poblaban España en el pasado siglo.
La clave lo era entonces la ciudadanía, y lo sigue siendo ahora mismo. Antaño se evocaba la cuestión de la forma de gobierno, que parecía trascendental. En realidad, daba igual monarquía que república si las democracias, desprovistas del soporte crítico de sus componentes se transforman en meros territorios aptos para la práctica de la demagogia, como ya anunciaba Polibio algunos siglos atrás..
El partido que preside Rivera no puede constituirse solamente en la novedad, que se agotaría con el uso y perdería entonces toda su frescura. Un partido conformado desde la base -un partido participativo- supone ya una diferencia abismal con lo que ahora se nos ofrece en el triste panorama político español: democracia interna sólo en el articulado estatutario; para lo demás, decisiones que emanan desde la cúspide y se acatan por los órganos sucesivamente inferiores.
Hay mucho que vestir de ideología y compromisos en este partido cuyo presidente se anunciaba desnudo en los carteles electorales. Pero una organización política debería huir como del picor de convertirse en una especie de recetario de médico de familia, con respuestas para todos los males y especialistas para todos los demás dolores. Para muchos de esos criterios concretos está la apelación a los afiliados, para los generales las resoluciones de los Congresos.
Tengo la sensación de que el ciudadano Rivera es así, un producto político nuevo aún no contaminado; pero la seguridad de que la ciudadanía que participa conscientemente en los partidos prefiere producir sus propias soluciones. Aunque se equivoque.
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2 comentarios:
Desde luego, Ciudadanos ha supuesto un soplo de aire fresco en la política catalana. Gente que se atreve a impugnar los dogmas establecidos, un poco como están haciendo ustedes en el País Vasco. Ánimo y enhorabuena por el blog.
Gracias, "El Perdiu", por tu comentario y tu felicitación.
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