domingo, 9 de febrero de 2025

Dejemos vivir a la arañita

 Joaquín Romero no se citaba a menudo con Guillermo López de Sanjuán. La pandemia del COVID pasaba sobre su relación como una especie de maremoto. Guillermo tuvo la oportunidad de salir de Madrid e instalarse en el campo durante una buena temporada, en tanto que Joaquín debía hacerlo en Madrid -la cercanía de su suegra, mujer de avanzada edad y delicada salud, no permitía a su matrimonio poner distancia de una situación -la de la pandemia- que devenía con el paso del tiempo angustiosa, opresiva y hasta deprimente.


Pero la iniciativa de Joaquín era siempre constante. De modo. que le citaba a comer en un restaurante cercano a sus viviendas.


Joaquín Romero estaba interesado en la vinculación de una persona situada en el entorno de Guillermo López de Sanjuán en el -afortunadamente fallido para aquél- golpe de estado del 23-F. Sin pestañear, su interlocutor le refería que la persona señalada había entrado en contacto con los servicios diplomáticos estadounidenses para explicarles los objetivos del putsch. Nada le dijo acerca de su respuesta, que debería resultar seguramente ambigua, como era característica habitual en esos parámetros políticos. Por otro lado, el golpe no iba dirigido contra el Rey, ponía “sólo” en paréntesis la aplicación constitucional y demandaba un gobierno de coalición con significativa presencia militar. La posición partidaria del atlantismo en España -un país que no estaba aún vinculado a la OTAN- quedaba reforzada, y por descontado que las bases americanas en territorio nacional no se verían amenazadas. Lo que ocurriera como consecuencia de esa insurrección por parte de la Comunidad Económica Europea no era necesariamente de la incumbencia norteamericana.


Joaquín Romero objetaría a su amigo que, en realidad, la historia demostraba que ese tipo de medidas, además de que repugnaban a sus convicciones políticas, a todo aquello por lo que había luchado a lo largo de su vida, no eran capaces de resolver los problemas de fondo, sólo aplazaban su solución. Pero para Guillermo López de Sanjuán, en realidad, tampoco con ese “mini golpe” bastaba, porque en España sobraba mucha gente. Lo que de verdad acababa con todos los problemas era poco menos que pasar por la piedra a cientos de miles, quizás un millón de personas… no lo decía, pero en realidad venía a referirse a una nueva guerra civil. 


A punto de atragantársele a Joaquín el escalope, Guillermo avistaría una minúscula araña que trepaba sobre el mantel y se empeñaba en corretear por la mesa. Con suavidad, López de Sanjuán desplazaba al artrópodo hacia el suelo, pero el animal se sujetaba con todo el instinto de supervivencia de que disponía a la falda del tapete. Desde entonces, toda la atención del interlocutor de Joaquín consistía en que los escasos meses de tiempo que podrían quedarle de vida al arácnido no concluyeran en esos momentos.


  • ¡Dejemos vivir a la arañita, dejemos vivir a la arañita! -proclamaba Guillermo con una solidaridad para con los animales que parecían provenir de una condición humana que era incapaz de hacer daño a nadie.


Una vez salvado el artrópodo de su seguro final, Guillermo regresaría a sus cuestiones.


- Te lo aseguro, Joaquín. En España sobran unos cuantos. Mejor dicho, sobran muchos…



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