domingo, 21 de enero de 2024

¿Marea populista en Latinoamérica?

 Organizadas por el departamento de Derecho Internacional Público de la Universidad Pontificia de Comillas - ICADE, la Fundación Transición Española y el foro LVL de política exterior, en las Jornadas sobre el populismo como amenaza al Estado de derecho, el catedrático de Historia de América de la UNED e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano, Carlos Malamud, desarrolló una ponencia relativa a los populismos en Latinoamérica; una derivada de la “mala política” que, como se ha producido en Brasil, Perú y viene ocurriendo en otros países, como Venezuela, no permanece ajena a fenómenos de violencia.


Empezaría el profesor destacando que el populismo no es un fenómeno exclusivamente latinoamericano, sin perjuicio de que la extensión de este fenómeno en el continente haya experimentado una gran relevancia. Están los casos europeos como los de Hungría, Polonia -este último en proceso de conclusión-, Italia, el reciente de los Países Bajos o el apoyo que precisan para gobernar los conservadores en Suecia, prestado por un partido de carácter populista,. Y resulta evidente que la relación no se agota con los casos señalados que provienen de nuestro continente. El caótico mandato del presidente Trump en Estados Unidos o los seis años de gobierno de Rodrigo Duterte, sembrados por la violencia en Filipinas constituyen buena prueba de lo que afirmo.


El investigador del Instituto Elcano se refirió a lo que para él constituyen las tres “oleadas” populistas latinoamericanas a lo largo de nuestra historia reciente.


La primera de estas corrientes se produciría en la década de los años 30, y evoca los nombres que ya han quedado  grabados en la historia del general argentino Juan Domingo Perón, el instaurador del “Estado Novo” brasileño Getulio Vargas o del mexicano José Vasconcelos. Todos esos dirigentes se veían influidos por referencias fascistas, como por otra parte correspondía con la época en que desarrollaron su actividad política.


Al torbellino de aquella década, le seguía la contaminación de las ideas neoliberales que florecían en los años 90. Surgieron entonces los populismos neo-con de Menem en Argentina (un país extraordinariamente sensible a este tipo de contagios ideológicos, como se advierte con el actual presidente Milei), o el Perú de Alberto Fujimori, que a través de su hija Keiko sigue presente en la política de la nación andina.


La tercera oleada, la más reciente, se está produciendo en el siglo actual, y está presidido por las ideas bolivarianas en una gestión política que hunde sus raíces en el castrismo de Cuba, que cuenta ya con casi 65 años de existencia. Esta ideología populista no se reduce sólo a la Venezuela de Chávez y Maduro, sino también a la Nicaragua de los Ortega y Evo Morales en Bolivia, con la duda de en qué quedará la Colombia que preside Gustavo Petro.


En una aproximación definitoria del populismo, el catedrático de la UNED describió las principales características de este heterogéneo posicionamiento ideológico, en el que conviven personajes tan diversos como López Obrador, Ortega o Bukele… todos diversos entre sí, pero todos populistas; dotados de fuertes personalidades y tendentes a un caudillismo revestido con ropajes moralistas; que cuenta con muy escasas convicciones democráticas y se encuentra sustentado por el “iliberalismo”, esto es por el predominio del gobierno sobre el parlamento y el poder judicial; el acento en el derecho de las mayorías sobre los de las minorías opositoras, orillando, entre otras, las teorías de Lord Acton, aunque en ocasiones desprecian a la voluntad mayoritaria del pueblo, como le ocurrió a Evo Morales en 2016 cuando en referéndum el pueblo boliviano consideró que no debía ser reelegido.


El líder populista y su movimiento se presentan a sí mismos como una encarnación de la patria, lo que nos recuerda los opuestos conceptos de “patria” y “anti-patria” del general Perón, por los cuales quienes se oponían a sus ideas eran no sólo anti-patriotas sino traidores a ésta.


Se trata de líderes vitalicios, nuevos dictadores que mueren apegados al poder; pero como quiera que su mando depende de algún tipo de refrendo popular, sienten una aguda pasión por la reelección. 


En algunos casos, esa pasión les conduce a modificar la Constitución de sus países. El procedimiento escogido por Chile para promulgar una nueva Carta Magna, y su desenlace, no es habitual en Latinoamérica. El caso de Chávez en Venezuela no deja de ser, en este sentido, paradigmático. En 2007, Chávez impulsó una reforma constitucional en Venezuela precisamente del texto que él mismo había implantado, una reforma que le habría otorgado el poder prácticamente absoluto. Derrotado en el referéndum convalidatorio, algunos días después Chávez reconocía su derrota, pese a lo cual los datos fueron maquillados por su aparato de gobierno para aparentar un resultado menos adverso del que se había producido.


Otro asunto de interés es el de las dobles vueltas establecidas para dotar de mayor estabilidad al sistema, que además de la distorsión que producen (en Argentina se llega al poder con un 40% de los votos, en otros países, que no son latinoamericanos precisamente, con menos), respecto de los que gobiernan con parlamentos fragmentados.


Como resultante de esta nueva oleada populista, ¿cabe referirse a una verdadera “marea”? Es cierto, concluía Malamud que, después de la pandemia del COVID 19, ha arreciado la tormenta y que, en el continente, 13 de las 14 elecciones celebradas -excepto en Nicaragua- los partidos gobernantes han perdido. Pero quizás sea éste también un testimonio más de la inestabilidad política que padecemos en nuestro tiempo.

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