sábado, 5 de agosto de 2023

Anthem/Himno

 Regreso ahora a un comentario sobre la canción de Leonard Cohen, que el canadiense titularía Anthem.


Anthem (Himno), constituye, a decir de Jesús Serrano, una de las mejores baladas del cantante. Y estoy de acuerdo con él. Añade Serrano Aldape que, a pesar de que esta canción se encuentra contenida en su desesperanzado álbum “The future” -a cuyo tema principal ya hemos dedicado una entrada en este blog-, Anthem nos ofrece la esperanza de una salida ante un mundo incierto, una propuesta que no deja de constituir una novedad en los tiempos que nos abruman hoy en día.


Da comienzo el poema con el cantar de los pájaros cuando declina el día. Y no nos dicen eso, que hay algo que concluye para no volver, al contrario, nos reclaman que no nos paremos a pensar en lo que ha desaparecido ya; el día que se va es preludio del que va a llegar. Judío, lo era Cohen, como el proverbio que declara la inutilidad de llorar por la leche derramada…  o, si lo preferimos, el “dejad que los muertos entierren a sus muertos”, que podríamos compartir con San Lucas (Lucas, 9.60). 


Pero tampoco pienses demasiado en lo que está por venir, nos recomiendan los pájaros en su canto de atardecer. Se desprende entonces de sus palabras un cierto aire de improvisación, o de entrega y confianza absoluta en el creador. Reproduciría por lo tanto el poeta canadiense las palabras de San Mateo: “Fijaos en los pájaros, que no siembran ni cosechan ni andan guardando comida, y el Padre celestial los alimenta…” (Mateo, 6.25).


Podría sorprendernos esta simbiosis entre el Viejo y el Nuevo Testamento en un hombre que tan bien conocía desde sus orígenes familiares el primero de esos textos, además de buena parte de los libros judaicos -Cohen era nieto de un rabino-. Sin embargo, los seguidores del poeta conocemos bien el deseo que tenia éste de atravesar la frontera entre las dos manifestaciones religiosas -judaísmo y cristianismo-. Su disco de despedida, “You want it darker”, contiene una llamada al acuerdo en su “Treaty”:


“Me gustaría que hubiera un tratado,

Me gustaría que hubiera un tratado,

Entre tu amor y el mío”.


Ya no cantan los pájaros. Y aparece ahora en “Anthem” la catástrofe integral que los seres humanos nos empeñamos en perpetuar: la guerra. Volveremos a ellas, otra vez a pelear -nos anuncia-. Y la santa paloma, una vez atrapada, será objeto de compra, venta y compra… sucesivamente. La paloma nunca será libre.


Hemos enjaulado y comerciado con el símbolo del soplo de Dios -parece contarnos Cohen-, y uno se imagina la imagen del Espíritu Santo, en esta nueva excursión entre los dos mundos que dividen a las religiones hebraicas. Aunque bien pudiera ocurrir que la paloma sea la pulsión de divinidad que existe en los seres humanos, nuestros mejores deseos, el testigo nutrido de todo lo positivo que desearíamos transmitir a las generaciones que nos sucedan. La paloma que se vende en el mercado, ese mismo mercado situado en plena sinagoga de la que Jesús desalojaba, látigo en mano, a los negociantes de productos varios que violentaban la paz de los recintos sagrados (Marcos, 11.15).


Entonces suena el estribillo que parte de la incertidumbre, pero que admite la eventualidad de la esperanza. La clave la canción: Haz sonar las campanas que aún pueden sonar, nos dice el cantante. No, no es una ofrenda perfecta -continúa-, olvídate de eso. Pero en todo, en cualquier parte, existen grietas, y por ellas penetra la luz.


No dejan de existir murallas y barreras, los hombres nos empeñamos en erigirlas… pero, hasta en eso somos imperfectos, y la construcción contiene algún defecto que admite una salida.


Una humanidad abrumada ha pedido señales -es el siguiente argumento que nos ofrece el poeta. Y alguien las ha enviado: el nacimiento traicionado y el matrimonial gastado y la viudedad de todos los gobiernos -señala-, son signos que se encuentran al alcance de todos. Sólo basta con interpretarlos, la vida se nos va haciendo incierta, difícil, a veces inabordable, parece decirnos.


La respuesta no puede ser la huida, sería su afirmación posterior: no me resulta posible siquiera correr -escapar-, para evadirme de esas hordas que no se atienen a ninguna ley -se queja ahora-. No puedo hacerlo en tanto que son los mismos asesinos los que rezan a voz en grito sus singulares oraciones desde sus elevados sitiales. Pero están anunciando una tormenta (o convocando una nube de trueno)… entonces tendrán que saber de mí.


Cohen se prepara para la defensa de una civilización en peligro, y nos pide de nuevo que hagamos redoblar las campanas que todavía nos quedan, y que encontremos la grieta por donde se cuela la claridad.


Somos algunos, pero menos aún de lo que parece -nos advierte-: puedes agregar las partes, pero no te darán la suma que les corresponde. Y no se trata tampoco de marchar al paso del tambor, porque no lo hay. Aquí no se ha formado un ejército -nos indica-, sino un conjunto de resistentes que caminan impulsados por el corazón, por el amor, que llegará como llegan a nuestros países libres los refugiados -declara.


Y es esta última una bella imagen que nos deja el poema como conclusión, No existe todavía la victoria, sólo la protección ante el abismo y la catástrofe, que al cabo es lo que queda detrás de la grieta. La luz nos conduce a un espacio protector, nada más. Sólo a partir de ahí podremos avanzar, quizás, hacia otros mundos, hacia diferentes salidas más ciertas, más seguras… Por eso deben seguir tañendo las campanas. Sonarán a celebración o nos convocarán a sofocar un incendio. Habrá que pensar, con Hemingway, que no hay que preguntar por quién doblan: lo hacen por nosotros mismos.



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