Y para cualquier revolucionario que se preciara de tal, la cosa consistía en pasar a la acción. Pero en el joven Zúñiga, la reflexión y el estudio antecedía siempre a las fútiles cuestiones de la a menudo ingrata actividad política.
Eso mismo le recomendaba su profesor más caracterizado, Juan (Juanito, para los amigos) Escohotado:
- Ahora que puedes, estudia. Que no sabes si tendrás tiempo para eso el día de mañana...
Y el chico se puso a estudiar de manera tal como el personaje de la película de Zemeckis, Forrest Gump cuando se ponía a correr: que no paraba ni para comer.
Devoraría el joven Zúñiga, en alborotado condumio, los textos de todos los escritores pretéritos, actuales y seguramente futuros del marxismo decadente. Le interesaría asimismo el análisis de las actuaciones pretendidamente revolucionarias de los Castro en Cuba y se asomaría con alguna dedicación -no exenta de morbosidad- a las experiencias justicialistas de Perón y sus seguidores. "América Latina es la esperanza", pensaría el muchacho, después de su particular diagnóstico respecto de las frustrados experiencias europeas de la socialdemocracia y de los frentes populares de entreguerras.
Y siguiendo el consejo de Escohotado, una vez concluidos sus estudios, tomaría plaza de profesor auxiliar y se dedicaría al estudio del "joven Castro y sus referencias prerrevolucionarias", una historia que constituía el paradigma de todos sus anhelos en la cuestión.
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