domingo, 14 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (3)


Pero hete aquí que Juan Carlos Zúñiga se encontraba con María González. Esa chica delgadita, sosita, tímida... que no valía gran cosa y que se movía en los ambientes universitarios de la época. La joven iba de trotsquista, a la sazón. No me pregunten acerca de la organización en concreto en que se encuadraba la joven María. Podía ser la Liga Comunista, aunque seguro que más probable es que estuviera en LCR ETA VI. La chica era abertzale, no lo podía evitar.

Y era fácil, seguramente, para los estándares d la época, en los que aún las mujeres -aun las revolucionarias- no se habían quitado del todo las mojigaterías propias de la época de sus madres, y consideraban que la flor de su virginidad merecía quedar preservado hasta la llegada al altar de su consumación más o menos ligado al hecho matrimonial. Las gentes de ahora no lo entienden, pero aquellos eran los tiempos.

O eso, o que a María le había encandilado aquel muchacho simpático, pero débil, una especie de alfeñique o de castillo de naipes presto q venirse abajo,con el primer soplo de aire. Un chico al,que proteger, con el que una mujer empieza a  ejercer su profesión de madre antes incluso de quedarse embarazada.

Era débil Juan Carlos. Pero no dejaba de tener alguna inteligencia. Formado socialmente en una casa de familia bien de toda,la vida, ínfulas aristocráticas, relaciones con la realeza... Y él, asiduo al club de tenis y al golf, con amigos de su mismo nivel social, era consciente del origen de María. Muy diferente al suyo. Su abuela había sido ama de cría -aña- de los padres de sus amigos los Dorresalvo, una familia también de las antiguas de San Sebastián.

De modo que la chica no era como para ser llevada de acompañante por aquellas soirées en las que cualquiera de las niñas hablaban con acento engolado, arrastrando las erres, lucían palmito y buen gusto en el vestir y se organizaban la vida entre las facultades de Turismo y las recientes playas de Marbella. San Sebastián y su temporada de verano con la familia real habían quedado atrás, las gentes bien de Madrid empezaban a abandonar sus vacaciones en Fuenterrabia y todo aquel mundo de esplendor de cartón-piedra empezaba a esfumarse.

Claro que Juan Carlos nunca quiso volver a sus amigos de antaño. Oculto entre universidades y potes en la parte vieja de San Sebastián, se hacía nuevas relaciones y se olvidaba de las viejas. Y seguía con María. Por los polvos... claro. Y porque no se atrevía a dejarla.

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