miércoles, 10 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (2)


Cuarenta años atrás, cuando Elías Zúñiga ni siquiera existía, sus padres vivían en San Sebastián.

Eran los tiempos de la Oprobiosa dictadura del general Franco y Juan Carlos, que luego sería su padre, se complicaba la vida muelle de los señoritos donostiarras de entonces, aburridos de jugar al tenis o de practicar el golf, y en lugar de eso se decidía a enrolarse en los movimientos clandestinos de la época. Tenía contactos con el MCE -Movimiento Comunista de Euskadi- y participaba en las reuniones estudiantiles que se organizaban por aquel entonces.

Una historia más, quizás, de las de aquella época. Nadie que quisiera luchar contra el franquismo podía hacerlo sino desde la extrema izquierda. Los grupúsculos liberales eran poco menos que casposas tertulias de café, los socialistas simplemente no existían y los del PCE eran algo así como revisionistas moderados que amenazaban con convertir al país en una especie de capitalismo sin control si proseguían con su estrategia de asumirlo todo.

Ellos no. Querían la democracia, pero querían también la revolución. Y estaban todos de acuerdo en pelear contra Franco. Eso era todo, o una buena parte de sus convicciones. Devoraban los opúsculos de Marx y Engels, algunos pocos se atrevían con "El Capital", se alegraban con las revueltas de mayo del '68 -creyendo que con ellas los estudiantes habían conseguido la legitimidad de convertirse en algo así como una clase revolucionaria-, entraban en desorden a considerar los textos de Marcuse o de Poulantzas -que no llegarían a comprender- y pasaban al otro lado de la frontera a ver películas prohibidas en España y adquirir algún que otro libro o periódico prohibido.  

En suma, que Juan Carlos Zúñiga era un producto clásico de la juventud contestataria de la época. Sus padres, marqueses de Torres Altas a la sazón, observaban con paciente tranquilidad las evoluciones de su hijo. No en vano, Joaquín Zúñiga -padre de Juan Carlos y abuelo de nuestro amigo Elías-  formaba parte del circulo privado del Conde de Barcelona y había tenido que lidiar con algún político de la izquierda exiliado en París, con lo que no podría alzar en demasía la ceja respecto del comportamiento de su vástago. Y sabía además que el izquierdismo era una enfermedad juvenil que curaría el simple paso del tiempo.

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