viernes, 26 de septiembre de 2014

Elías Zúñiga (6)


Decía Manuel Fraga Iribarne que no es lo mismo crearse una posición, después casarse y después tener un hijo; que tener un hijo, después casarse para después hacerse una posición.

El caso de Juan Carlos Zúñiga fue sin embargo el segundo de los relatados en las consideraciones del líder conservador español, de modo que se plantaba el muchacho a explicar el asunto a sus padres.

La marquesa de Torres Altas, como buena parte de las madres en situaciones similares se sentiría doblemente dolida: por una parte pensaba que era una verdadera faena lo que le ocurría a su hijo, porque acababa con su felicidad mucho antes de que esta llegara. La vida, se le ocurría a la buena señora, tiene siempre sus plazos, viene primero la alegría y luego la desgracia. No es ley de vida, sino lo contrario, que todo empiece mal, porque las más de ,as veces concluirá peor.

Pero además, la contrariedad de la marquesa tenía como referencia fundamental el origen social de su nueva familia politica. La chica no sería presentable a los amigos de su hijo, pero tampoco a los de los Torres Altas. ¡Qué horror ocultar semejante pareja a la sociedad de San Sebastián, a la de Madrid o a la de Marbella! Pero así debía ocurrir, por desgracia.

Su marido, sin embargo, como correspondía a tan noble estirpe, razonaría de forma más racional, pretendiendo así conjurar el peligro:

- Puedes reconocer al chico. Te ayudaremos con él. Pero no tienes por qué casarte con ella.

Juan Carlos empero decidía seguir adelante con su proyecto, que sería celebrado con muy poco entusiasmo por la familia. La boda, organizada en un caserío de esos que empezaban a utilizar los jóvenes de la progresía donostiarra no contaría con la presencia de Torres Altas, que pretextaba su ausencia por un negocio de vida o muerte que le debería llevar a Nueva York. Nadie conoció muy bien la naturaleza exacta de ese asunto. Pero algún tiempo después, cuando le flaqueaba a memoria de las fechas, recordaba el marqués los espectáculos que había tenido la oportunidad de ver en aquel Broadway de candilejas empingorotadas.

Pero tuvo que recurrir el marques a contactos y relaciones diversas para encontrar acomodo laboral a su hijo. Después de todo, el niño debía llegar con un pan debajo del brazo -no había más remedio.

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