domingo, 15 de junio de 2014

Conversación en Florencia (y 12)


Ahora es cuando surge la Angélica maternal.

- Cada quien gasta su dinero como le da la gana... Pero bueno, en cuanto a ti, yo te encuentro bien...

- La cuenta atrás empieza con los '70, según pienso -dice Alfonso, como si se refiriera a otra persona- . De modo que, a poco que aguantes, veras cómo desfilo yo primero.

Angélica está apesadumbrada. Quizás a punto de derramar alguna que otra lágrima. Pero se contiene.

- - A lo mejor es que tú y yo nos hemos hecho mucho daño y ahora me lo restriegas todo por la cara...

- Es una curiosa manía la que tienes de ponerlo todo en primera persona del plural... -observaría Alfonso-. No he sido yo el que te ponía verde por las calles de Milán, ni yo el que asaltaba a mi amiga de Madrid y me llevaba a Milán al chico que estaba a su servicio...

- Son historias viejas...

- Si hasta hubo quien me preguntó si el tal Miguel era tu gígoló, que se quería quedar con tu dinero... Me hizo mucha gracia esa ocurrencia...

- ¿Qué fue de él? -pregunta Angélica, como ara cambiar de tema de conversación.

- ¿De Miguel? ¿De verdad que te interesa saberlo?

- Pues sí, la verdad.

- Le volví a ver. Creo que aún no sabía muy bien qué es lo que había ocurrido. Estaba confuso.

- ¿Respecto de mí?

- No te inquietes, querida. Tu nombre ni siquiera salió a colación.

- Ya -acertaría a decir Angélica, como quien no sabe si creerse lo que está oyendo.

Es el momento en que Da Vircunglia retoma el control de la conversación.

- Todo eso lo habría pasado por alto... Pero no así lo que hiciste con mi hija...

- ¿Con tu hija? ¿Qué otra cosa hice sino cuidarla?

- Sabes muy bien lo que hiciste, porque yo también te lo hice ver: interferir en mi paternidad.

- ¿Cómo dices?

- Sí -afirmó con lentitud Da Vircunglia, como para proporcionarse serenidad a sí mismo-. Decidir cosas por mí, sustituirme como padre, hacer de madre de una niña que a no la tenía... Eso fue lo más duro para mí...

- Y, por lo que veo, de eso sí que no me vas a perdonar...

En ese momento fue Alfonso Da Vircunglia el que se abatió en un profundo silencio.

Angélica se levantó de la butaca y desapareció con el vaso de cristal tallado en la cocina. Un momento después Alfonso pudo oír el ruido del agua que caía sobre la pileta de la cocina. Luego no sintió nada más.

Un par de minutos después, volvía Angélica a hacer acto de presencia en el salón. Tenia los ojos enrojecidos.

- Me voy. Gracias por tu tiempo y por la cerveza -dijo ella con una voz nasal.

- No te disgustes más de lo necesario -observó Da Vircunglia con mucha tranquilidad-. Te vas como has venido. En realidad, no tenias ninguna oportunidad.

Angélica cerró la puerta y desapareció.

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