domingo, 4 de mayo de 2014

Conversación en Florencia (4)


- ¿Qué tal estas? -pregunta Angélica. Ella aparenta una gran alegría por el reencuentro, pero ni siquiera sus evidentes dotes de buena actriz consiguen borrar la sombra de inquietud que aflora en sus ojos nerviosos.

- Ya te digo. No estaba haciendo nada. Por la televisión solo dan malas noticias, peores programas y unas películas totalmente ramplonas...

- Te preguntaba por tu salud, más bien. -dice ella, aparentando una especie de gravedad educada.

- Bueno, bien. No me encuentro mal.

- Me alegro de eso -Angélica hace una pausa, y como no recibe comentario adicional, añade:-. Yo también me encuentro bien. -pero su gesto se contrae más aun. Le está reprochando que ni siquiera le pregunte por su salud. Después de todo, la cortesía es lo primero entre la gente educada, piensa.

Da Vircunglia no ha dejado pasar esta circunstancia por alto, pero prefiere no referirse a ella.

Un embarazoso silencio se cierne sobre los dos. En realidad, sobre ella. De pie, en medio del salón de un apartamento desordenado y sin  que la hayan invitado siquiera a sentarse.

- ¿No me ofreces algo? -ahora es más una exigencia que una petición.

- En la nevera debe haber alguna cerveza -contesta vagamente Alfonso, que no parece dispuesto a hacer los honores.

- No me gusta mucho la cerveza. ¿No tendrás una coca-cola light sin cafeína?

- Cerveza y vino tinto. El hotel lo tengo abajo y solo ofrezco bed and breakfast -le informa Alfonso como si lo dijera una grabación. Esto no es un bar, querida, ha venido a decir.

- Está bien. Tomaré una cerveza entonces. ¿Tú quieres algo?

- No te preocupes. Estoy en mi casa. Si quiero algo no tengo más que ir y cogerlo.

Angélica sale del salón con cierta contrariedad, pero sin decir palabra. Al cabo de un par de minutos vuelve con la bebida servida en un elegante vaso de cristal con bordes dorados. Alfonso Da Vircunglia ha encendido la televisión y está haciendo zapping.

- No he encontrado otro vaso -se excusa Angélica, echando una ojeada a la pantalla que va cambiando de canal ante las indiferentes pulsaciones de Alfonso.

- Pues ten cuidado -observa Da Vircunglia después de echar un vistazo-. Es un regalo de la marquesa Di Rimini por las fiestas que le organizaba en su casa, bien pagadas a ella, por supuesto.

No hay comentarios: