viernes, 16 de noviembre de 2012

Cecilia entre dos mares (14). Cecilia llega tarde (I)

Iturregui había vivido el día pensando en lo largo que se le iba a hacer el tiempo hasta que llegara el momento de su cita. Las ocho de la tarde y él contaba las horas en el reloj que tenía en su "closet", que le hacia de gimnasio también. Las flexiones, pensando en ella; los abdominales, "nada más faltan trece horas..." El baño, el desayuno como siempre solo, Begoña arriba, instalada en un sueño invariablemente profundo. "Nada más doce, doce horas, Miguel". Y luego, en su despacho. Once, diez, nueve, ocho. "Seis horas". Y ni siquiera quiso comer. Y eso que tuvo alguna llamada para compartir el almuerzo en La Bilbaina. No quiso ir. No se concentraría. Seguro que le notarían distraído. Ya eran las ocho memos cuarto. La hora de salir hacia el Lion D'Or. Aunque resultaba muy posible que llegara tarde. Seguramente que llegaría tarde, aunque para entonces, la tertulia habría concluido hacia tiempo y el ambiente serio y filosófico de la hora del café habría cedido terreno a las parejas de novios o a los alegres grupos de jóvenes. Y por más que Iturregui examinaba el interior del local estaba claro que Cecilia no había llegado aún. Así que ocupó una mesa, encargó que le sirvieran un "gin-fizz" y, con "El Porvenir de Bilbao" en sus manos, se dispuso a esperar a Cecilia. Las ocho y cuarto, casi se sabia el orden de las noticias de memoria. Las ocho y treinta y cinco, se le había acabado la bebida y no quería pedir más; tampoco estaba demasiado acostumbrado a empinar el codo... ¿Le pasaría siempre lo mismo? La espera, hasta el punto de confesarse a su coleto: "Me voy. Esto ya es demasiado. Ninguna mujer me ha hecho esperar tanto tiempo". Y entonces, justamente en el limite de lo que Iturregui estaba dispuesto a tolerar, aparecía Cecilia. Traje de chaqueta de "tweed", con una falda tubo que la obligaba a avanzar con pasos cortitos y un sombrero tipo casquete de la misma lana que su traje. - Lo siento mucho Iturregui. Pero es que he estado visitando distintas editoriales y se me ha hecho muy tarde. - No importa, señorita. Lo que pasa es que también a mí se me ha hecho muy tarde y supongo que me tendré que marchar enseguida. - Bueno. Por lo memos espero que me invite usted a un café. - No faltaba más. ¡Camarero! - Hace bastante calor aquí. Me voy a quitar la chaqueta -dijo ella. - Permítame -Iturregui la colocaría sobre sus hombros. Fue entonces cuando advirtió que la peruana disponía de una perfecta "poitrine" Mientras la servían el café, Cecilia extraía de su bolso un ordenado conjunto de cuartillas. - Le había dicho que quería seleccionar un poema de entre algunos de los que me han editado. Pero creo que tiene más interés que me publique uno que recién acabo de escribir. ¿No le parece? - Desde luego que tiene el mayor interés. Y Cecilia le extendía los papeles para que él los leyera. - Me gusta más cuando los lee usted -dijo Iturregui a manera de ruego. - No leo muy bien -dijo ella tocando graciosamente con su mano el hombro de Iturregui-. Pero si insiste... No le hizo falta insistir. Cecilia leía con su voz queda.

No hay comentarios: