lunes, 7 de mayo de 2012
Intercambio de solsticios (356)
El brusco frenazo al que Francisco de Vicente sometió a su vehículo estuvo a punto de hacer saltar los mecanismos de emergencia para el caso de accidente, aunque el “air bag” no llegó a liberarse. Aún así, desperezado ya de su abatido sueño, Jorge Brassens, siquiera débilmente, musitó una confusa pregunta:
- ¿Dónde estamos?
No hizo falta que ninguno de los ocupantes del flamante Porsche le contestara. El sonido de una ametralladora rompía la relativa quietud de la noche.
- ¿Son de los nuestros? –preguntó Vic, escondiendo su cabeza debajo de la guantera.
- Me temo lo peor –dijo Francisco, que hundía a su vez la suya todo lo que podía en el habitáculo de su coche.
La caravana de Sotomenor iba dirigida por el menos rápido de los tres vehículos: el Lada-Niva, cuya herrumbrosa carrocería presagiaba un mantenimiento del motor similar al exterior; daba estrincones por cada diez o veinte metros, lo que obligaba al Suzuki y al Porsche a circular a una velocidad no superior a los 30 kilómetros por hora.
La ruta decidida por el conductor que guiaba el vehículo soviético era la que él había considerado principal: desde Chamartín por Agustín de Foxá, hasta Paseo de la Habana; después Alfonso XIII y, a continuación, Príncipe de Vergara hasta Serrano. A la altura de la antigua embajada de Estados Unidos tomarían López de Hoyos para atravesar la Castellana y entrar por Génova hasta la sede del gobierno de Chamberí.
- No, no saben que sabemos que vienen a por nosotros… -repuso Romerales con un titubeo-. Al menos, eso creo.
- Entonces, pienso que convendría que nos dispusiéramos a esperarles –declaró Corted-. Ya sabes, calcular por dónde van a llegar y recibirles a modo…
- Pus vamos a ello. Cerramos el garaje y nos apostamos en la entrada –propuso el responsable de interior de Chamberí.
- Vamos –dijo el coronel, que empezó a formular las oportunas órdenes a su ejército de Pancho Villa.
- ¿Y qué se te ocurre que hagamos nosotros? –preguntó Cristino.
- Aparte de rezar, si sabes: abandonar este despacho y ponernos a buen resguardo –propuso Corted-, nadie puede intuir lo que nos pueda llegar a ocurrir.
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